
Torricelli explicó la limitación con un equivalente mecánico entre el peso del aire atmosférico y el peso de la columna de agua. Para la demostración usó un tubo de cristal vertical, cerrado por un extremo, sumergido el lado abierto en un recipiente con mercurio. Al lado, otro montaje idéntico pero con agua en vez de mercurio. El mercurio subía por el tubo la catorceava parte de lo que subía el agua. Una unidad de presión que a veces se usa, los milímetros de mercurio, se llama por estos experimentos torr, como homenaje a Torricelli.Vivimos sumergidos en el fondo de un océano de aire
Seguimos hoy con otro de los ejemplos puestos en clase a partir de los mecanismos de renuncia a la libertad de Erich Fromm. Uno de ellos es la destructividad: en opinión del psicólogo alemán, ciertos comportamientos violentos son sólo consecuencia de una renuncia a la libertad. El mecanismo es relativamente sencillo de explicar: ante el abismo de tener que elegir, ante la necesidad de hacernos a nosotros mismos, optamos por una vía de escape alternativa, destruyendo agresivamente cuanto se haya a nuestro alrededor y convirtiendo la violencia en nuestra forma de “expresar” nuestra libertad. Seguramente algo de esto podría explicarnos por qué ciertos grupos necesitan el enfrentamiento físico y la agresión, cuando no el vandalismo, como forma de vida y autoafirmación. Pero salía en clase un ejemplo totalmente distinto y muy sugerente: hasta qué punto esta destrucción no podía estar dirigida hacia uno mismo, y las conductas autodestructivas podrían entonces explicarse por medio de esta teoría de Fromm. Machacarse la vida sería una forma de lanzar un grito de auxilio ante la incapacidad de hacernos dueños de la misma, de decidir qué queremos hacer con ella.
Los ejemplos los ponían los propios alumnos: en ocasiones las formas autodestructivas de ocio pueden ser también la expresión de una incapacidad, de una carencia. La de no saber qué demonios hacer con la propia vida, que empieza a exigirnos decisiones que no somos capaces de afrontar. Desde el alcohol a las drogas, pasando por las conductas obsesivas: quienes se pasan el día enchufados a la videoconsola, el balón o, por qué no, un libro. Escapadas todas ellas, caminos alternativos a la carga que supondría la necesidad de elegir y de llevar las riendas de la propia vida. En definitiva: una forma de engañarnos como otra cualquiera. Evidentemente, el problema no está en el inicio de este camino a ninguna parte, sino precisamente en su final. Llegar a ningún sitio y darse cuenta de que el camino no mereció la pena, porque consistió solo en una huida o, en las versiones más extremas, en una constante destrucción del cuerpo, en una pérdida de tiempo en el sentido más literal y dramático de la expresión.
¿Estaba pensando Fromm en este tipo de conductas cuando señaló la destructividad como uno de los mecanismos de renuncia a la libertad? Probablemente no. Sus trabajos nacen precisamente de la experiencia del totalitarismo, y de cómo para muchos jóvenes alemanes tomar la vía de la violencia era un camino fácil, mucho más que el tener que pensar por si mismos y tomar decisiones que además podrían ser muy difíciles e incluso arriesgadas en un tiempo de la historia en el que la vida humana no valía demasiado. Una experiencia, por cierto, que quizás nos pueda servir para comprender un poco mejor por qué un joven se puede integrar en un grupo terrorista o en una asociación juvenil violenta. Sin embargo, respetando el contexto histórico en el que nace el planteamiento de Erich Fromm, no creo que sea muy errado el ampliar su reflexión tal y como hicieron los alumnos de 4º de E.S.O. la semana pasada. La violencia no solo se puede canalizar hacia afuera, sino que puede tener al propio individuo como objetivo último de la misma. Y las conductas autodestructivas de la más variada clase podrían interpretarse entonces como llamadas de ayuda y casi desesperación ante una vida que no se comprende, y que tampoco se es capaz de orientar en la dirección adecuada. La autodestrucción como respuesta al dolor de la libertad: ¿Qué valor le damos a esta tesis de chavales de 15-16 años?
1 Dios pudo inventar la física, pero tuvo que aceptar la matemática.
2 La matemática no es ciencia porque no tiene por qué hacer concesión alguna a la realidad.
3 La matemática ayuda a comprender la realidad y puede inspirarse en ella, pero no la necesita para confirmar ni para refutar ninguna de sus proposiciones.
4 El número π, como cociente entre el perímetro y el diámetro de una circunferencia, nunca será corregido por una medida experimental.
5 Todo lo real es imaginable pero no todo lo imaginable es realizable, por lo tanto: la imaginación es más grande que la realidad entera.
6 La física parece matemática en colores, pero la matemática es más grande que la física en blanco y negro.
7 La realidad tiene la última palabra para validar o para refutar una teoría científica pero ¿qué o quién se ocupa de tal cosa en la matemática?
8 Los matemáticos coinciden en que no todo vale en matemáticas, pero discrepan ante la pregunta ¿existe algo así como la realidad matemática?: la mitad piensa que la pregunta es trivial y la otra mitad que la pregunta no tiene sentido.
9 Lo decía el añorado Ramón Margalef: cualquier ley biológica que se exprese con una fórmula de más de diez centímetros es sospechosa.
10 ¿Qué tienen en común un árbol, una bola de billar, una partida de ajedrez y una depresión?... ¡El número uno!
11 Los números naturales (1,2,3,…) cuentan y ordenan pero no siempre existe una referencia clara para ello: sea pues el número cero y los números enteros.
12 Los números enteros (-3,-2.-1,0,1,2,3…) resuelven la mayor carencia de los naturales, pero no siempre sirven para dividir o para repartir: sean pues los números racionales.
13 Los números racionales (como el cociente de dos números enteros) resuelven la mayor carencia de los enteros, pero no siempre sirven como solución de una ecuación algebraica (como la raíz cuadrada de dos) o de una relación geométrica (como π): sean pues los números reales.
14 Los números reales resuelven la mayor carencia de los racionales pero no siempre sirven como solución de una ecuación (como la raíz cuadrada de -1): sean pues los números complejos.
15 Los números complejos resuelven, desde detrás del espejo, las carencias de los números reales.
16 La belleza de la matemática, como la belleza de cualquier cosa, es una propiedad interna y procede de la armonía que se da entre las diferentes partes de un mismo todo (como los hexágonos de un panal).
17 La inteligibilidad de la matemática, como la inteligibilidad de cualquier cosa, es una propiedad externa y procede de la armonía que se da entre las partes homólogas de diferentes todos (como los hexágonos del ojo de un artrópodo, del caparazón de una tortuga, de las baldosas de Gaudí...)
18 La belleza es la inteligibilidad interna de las cosas y la inteligibilidad es la belleza externa de las cosas.
19 La matemática tiene padre: es Arquímedes quien en el siglo tercero a.C. intuye casi todo: el cálculo de números como el omnipresente, el cálculo infinitesimal, el cálculo integral, la teoría de los grandes números, la combinatoria, la geometría de las cónicas, la geometría de los poliedros, los volúmenes y superficies de revolución, las sucesiones y series de números, la reducción al absurdo en lógica…
Cuando John Locke intentó fundamentar teóricamente el capitalismo poniendo como principio de los principios el derecho de propiedad, no podía imaginar que al cabo de los siglos tendría tantísimas devotas dándole la razón enfervorizadamente al grito de "mi cuerpo / útero / bombo / … coño es mío" o de “mi coño, mis normas”. Estos eslóganes reflejan el triunfo de un curioso neo-individualismo que, creyéndose alternativo, va a buscar sus argumentos a las fuentes mismas del liberalismo. Lo que vienen a decir es, a fin de cuentas, que el sustento de los derechos de la mujer es la capacidad de ésta para poseerse a sí misma, al menos parcialmente.
Como es difícil creer que la mujer se defina por una sinécdoque, parece lógico pensar que lo esencial de los eslóganes se encuentra en lo que todos tienen en común: el posesivo. Más allá de la provocación estentórea, propia de nuestros tiempos mediáticos, el acento en el derecho de propiedad quiere dejar clara una oposición frontal a las teorías del derecho natural, o sea, que no es la voluntad la que ha de someterse al derecho, sino que el derecho ha de cumplir el papel de guardián de mis posesiones. En el caso que nos ocupa, la mujer, como gestora de sus propiedades, sería la única capacitada para decidir lo que es bueno y lo que es malo para salvaguardar sus bienes. En consecuencia, un hipotético individuo sin propiedades no sería sujeto de derechos.
Esta concepción del derecho repugnaría a un liberal de los de antes, porque no se contenta con preservar para la intimidad del hogar el disfrute de las posesiones del individuo propietario, sino que lleva a la plaza pública los deseos corporales sin ningún tipo de vergüenza y, en realidad, con un indisimulado orgullo. Resulta así que el exhibicionismo de la intimidad se ha convertido en una conducta moral, cosa que sería vista con reticencias por aquellos antiguos propietarios que aconsejaban ser moderado con la exhibición de los propios bienes. Esto tiene una explicación sencilla, aunque paradójica: lo que se exhibe es algo más que un título de propiedad. Lo que se exhibe es la condición de víctima.
Hoy un amigo, y gran psiquiatra, me ha enviado un mail comentando el artículo y entre otras cosas me dice:La plaza pública se ve cada vez más ocupada no por aquella razón común en la que soñaban los antiguos republicanos, sino por sujetos que pugnan por hacer visible su condición de víctimas para ganar legitimidad política y visibilidad. La razón pública se nos ha hecho una razón victimológica porque hoy el vómito es más espectacular que el apetito.
Me ha gustado la tesis que recuerda la idea freudiana y lacaniana del hombre como un propietario apurado y embarazado por su temor fálico. Su condición de propietario lo convierte en alguien obligado a proteger su bien y con temor a perder, de allí que le sea más útil y fácil el goce masturbatorio - y ahora el cibersexo- que no el encuentro real.
Tu has captado el giro actual de las que -en simetria- hacen de la propiedad de sus atributos no un temor sino una reivindicación de su condicion de victimas. Freud a eso le llamaria la salida del penisneid.
(...) resérvame las entradas para cuando te asen en la hoguera de los Politically Incorrect.
Así los hombres y así lo real. Cual la generación de las hojas, nuestras vidas tienen lugar en el seno de una sucesión de vidas que se siguen unas a otras, naciendo y pereciendo. El devenir de lo real consiste en nacer y perecer."Cual la generación de las hojas, así la de los hombres. Esparce el viento las hojas por el suelo, y la selva, reverdeciendo, produce otras al llegar la primavera: de igual suerte, una generación humana nace y otra perece."
Si leemos un poco más, descubrimos sobrecogidos en qué consiste esa verdad que Don Manuel debe ocultar a sus feligreses para que puedan vivir:“¿La verdad? La verdad, Lázaro, es acaso algo terrible, algo intolerable, algo mortal; la gente sencilla no podría vivir con ella”.
Haber tenido que nacer para morir. ¿De eso se trata al fin? En esta primera etapa del viaje, la verdad del devenir es entendida como sucesión de nacimientos y muertes pero ¿cómo no sentir con Unamuno el trágico contraste entre el devenir así entendido y el más profundo de los anhelos humanos, el anhelo de inmortalidad, simbolizado por el corazón? Y de ser así, ¿estará nuestra condición determinada por el conflicto entre la razón, que nos dice de lo real que nace y muere, y nuestro corazón, que desea eternidad?“Yo estoy para hacer vivir a las almas de mis feligreses, para hacerles felices, para hacerles que se sueñen inmortales y no para matarles (...). Todas las religiones son verdaderas en cuanto hacen vivir espiritualmente a los pueblos que las profesan, en cuanto les consuelan de haber tenido que nacer para morir(...)”.
Y Antonia le contesta:-¿Dónde está Dedos Torcidos, dónde están todos?
A la niña no le bastan estas palabras e insiste:-El cuerpo de Dedos Torcidos lo han quemado y han esparcido sus cenizas por la tierra.
Y Antonia le responde:- Sí, pero...
La vida quiere vivir, las cosas nacen y mueren (1ª etapa), pero no mueren del todo porque son capaces de dejar en su lugar algo de sí mismas, de lo cual algo nuevo es capaz de nacer. Por tanto, el devenir no se agota en el nacer y el perecer. Éste es el descubrimiento que nos ofrece la segunda etapa del viaje. La razón está en la fecundidad de lo real: no es cierto que las cosas simplemente nazcan y mueran. Ellas son capaces de dejar algo de sí de lo que crece algo nuevo. ¿Cual la generación de las hojas, así la de los hombres? Sí, pero el viento del devenir, que esparce las hojas por el suelo, hace de ellas una tierra fértil en la que, reverdeciendo, algo nuevo crece.-Nada muere completamente. Siempre queda algo, de lo que crece algo nuevo. Así empieza la vida, sin saber de dónde viene ni por qué.
-¿Pero por qué?
-Porque la vida quiere vivir (...).
“La naturaleza mortal busca, en la medida de lo posible, existir siempre y ser inmortal”.
“La naturaleza mortal busca, en la medida de lo posible, existir siempre y ser inmortal. Pero sólo puede serlo de esta manera: por medio de la procreación, porque siempre deja otro ser nuevo en lugar del viejo”.
“De esta manera, en efecto, se conserva todo lo mortal, no por ser siempre completamente idéntico a sí mismo, como lo divino, sino porque el ser que se va o ha envejecido deja en su lugar otra ser nuevo similar a como él era. Por este procedimiento, Sócrates, lo mortal participa de inmortalidad, tanto su cuerpo como en todo lo demás”.
“No te extrañes, pues, si todo ser estima por naturaleza a lo que es retoño de sí mismo, porque es la inmortalidad la razón de que a todo ser acompañe esa solicitud y ese amor”.