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Si libertarismo significa que la libertad es el valor de los valores, yo soy libertario. No obstante, tal y como se formula comúnmente en Estados Unidos, el libertarismo es una ideología de sumisión al inexistente "libre mercado" basada en contradicciones y mentiras.
Según los libertarios, el "libre mercado" defiende la libertad. De ahí se desprende que si existe algo que el mercado no defiende, ese algo no es la libertad. Si el mercado no protege un determinado derecho, se supone que nosotros tenemos que reconocer que eso no es un derecho.
Cuando los libertarios argumentan que los mercados defienden la libertad, en realidad quieren decir que los seres humanos tienen el deber de defender los mercados. En un "libre mercado", la libertad se define como el derecho de las cosas a circular sin impedimentos por parte de los seres humanos, que se definen como barreras, o como entes con deberes para con las cosas. Es necesario negarles a los seres humanos la libertad de cambiar la forma en que funciona el capitalismo, y esa negativa debe etiquetarse como "libertad", Así pues, en un "libre mercado", la política parte de la opresión orweliana.
El "libre mercado" existe únicamente como un eslogan para tapar unas contradicciones sin sentido y para justificar el matonismo político. En el mundo no hay nada parecido a un "libre mercado", ni puede haberlo. El capitalismo menos las normas y las leyes es una conquista homicida. Si alguien invade tu país, te quita tu casa, esclaviza a tus hijos y pone a la venta tus riñones, es la magia del mercado sin reglas manos a la obra.
Los mercados no pueden ser libres. Sólo las personas pueden ser libres. La libertad es un valor humano. Sólo puede ser reconocido y buscado or los seres humanos. No hay sustituto de la libertad, ni forma de delegarla. Desde el momento que delegamos la libertad, en el mercado o en cualquier cosa, se convierte en sumisión. Cuando las personas renuncian a la palabra libre, la libertad desaparece de sus vidas.
Lo más fundamental para el libertarismo es su oposición a la solidaridad. Nos recomienda actuar de forma egoísta en todo momento, y nos consuela con la idea de que esa conducta dará lugar al bien de todos. La competencia puede ser una cosa muy buena, como práctica dentro de unas reglas apoyadas en una normativa. Sin embargo, incluso Adam Smith, el más célebre de todos los pensadores sobre el mercado, comprendía que la competencia funciona sobre la base de unas virtudes que no genera ella misma. La libertad proviene de nosotros, no de los mercados; y sin esa libertad que proviene de nosotros, los mercados funcionarán mal.
Timothy Snyder, La no libertad libertaria, La maleta de Portbou nº67, noviembre/diciembre 2024
Continué «¿Con qué sensación compararías el color blanquecino de las rocas?» y el programa respondió:Esta obra transmite una sensación de dramatismo e intensidad. Se percibe una lucha entre la majestuosidad y el peligro de la naturaleza frente a la vulnerabilidad humana. El paisaje montañoso, con rocas abruptas y un cielo oscuro cargado de nubes, refuerza la idea de caos y poder natural.
Los personajes que aparecen en la escena, huyendo o tratando de protegerse, generan una sensación de urgencia y desesperación. El contraste entre la oscuridad de las rocas y el resplandor de los elementos que evocan la avalancha crea un juego de luces y sombras que amplifica la emoción. En conjunto, la obra invita a reflexionar sobre la pequeñez humana frente a las fuerzas de la naturaleza.
El color blanquecino de las rocas en esta obra puede compararse con la sensación de frialdad y pureza inalcanzable. Este tono evoca una mezcla de emociones: por un lado, un frío casi glacial que amplifica el peligro y la hostilidad del entorno, y, por otro, un contraste con la oscuridad del paisaje circundante que transmite cierta luz etérea, como si esas rocas estuvieran imbuidas de una energía misteriosa o divina.
El tono también puede asociarse a la fragilidad e impermanencia, ya que recuerda la blancura efímera de la nieve o del hielo, que eventualmente se transforman. A su vez, el blanquecino de las rocas podría compararse con una especie de silencio profundo y apabullante, ese momento en el que la naturaleza detiene su estruendo por un instante, antes de desatarse con toda su fuerza.
En términos emocionales, este color parece generar una sensación de atemporalidad, como si esas rocas estuvieran allí desde siempre, ajenas a los acontecimientos humanos y al paso del tiempo, perpetuando la idea de la naturaleza como algo eterno y sobrehumano.
En fin, parece no caber duda de que ChatGPT pasaría el Q3T mejor que la gran mayoría de los humanos. Sin embargo, no es, para nada, consciente. No siente el dramatismo, la intensidad, la frialdad, la pureza o la atemporalidad de las que habla. Únicamente está describiendo el cuadro apelando a los nosecuantos textos en los que se describen obras de arte del romanticismo con los que ha sido entrenado. Y esto muestra el principal problema de los grandes modelos de lenguaje a la hora de ser juzgados: al no estar diseñados para decir la verdad, sino solo para aparentar competencia lingüística, no son fiables en sus conclusiones: mienten y alucinan. Por eso, tampoco serían aptos para pasar el Q3T ni, en general, cualquier otro test de consciencia únicamente basado en el reporte lingüístico. Una de las condiciones necesarias para poder ser sometido a un test debe ser no estar diseñado para intentar pasarlo haciendo trampas, y ChatGPT no entiende de trampas ni de buenas conductas, solo sabe de generar texto apropiado y consistente.
Además, un test únicamente conductual como el Q3T también es insuficiente. Para evitar el engaño hay que analizar también aspectos estructurales de la máquina, a saber, si tiene el soporte adecuado para generar consciencia. Nuevo problema: no tenemos ni idea de cómo es el soporte adecuado para generar consciencia. Lo único que sabemos es que nosotros estamos dotados de un sistema nervioso que sí es capaz de generarla, por lo que la única estrategia será buscar similitudes entre dicho sistema y la estructura de la máquina. Y aquí los grandes modelos de lenguaje suspenden estrepitosamente: por mucho que nos digan que funcionan mediante arquitecturas de deep learning, es decir, de redes neuronales profundas (con muchas capas), la similitud entre estas redes y el tejido nervioso humano es poco más que anecdótico. Las redes neuronales artificiales no tienen sinápsis ni dendritas, ni distintos tipos de neurotransmisores, ni rompen sus conexiones ni generan otras nuevas continuamente… solo operan como conmutadores lógicos. En nuestro cerebro no hay nada parecido a un transformer ni a la backpropagation.
Santiago Sánchez-Migallón Jiménez, Qualia Total Turing Test (Q3T), La máquina de Von Neumann 26/11/2024
Homo sapiens acumula cantidades ingentes de conocimiento, suele decir John Gray, pero parece congénitamente incapaz de aprender de la experiencia. Si los seres humanos que vivimos bajo relaciones sociales capitalistas fuésemos capaces de aprender de la historia, 1945 tendría que haber supuesto una divisoria de aguas. La evidencia de que entre las posibilidades de despliegue de la Modernidad se encontraba el genocidio industrial de pueblos enteros (con la salida a plena luz de los horrores de la Shoah) y la autodestrucción de la humanidad con armas atómicas (tras la aniquilación de Hiroshima y Nagasaki por la aviación de EEUU) hubiera debido conducir a Homo sapiens a replantearlo todo. En 2014 la activista y ensayista Naomi Klein, estremecida por la dinámica aterradora del calentamiento global, gritó al mundo: esto lo cambia todo. Todo hubiera tenido que cambiar, sí. Hace muchos decenios… “No sé los horrores que nos aguardan” –escribía Bertrand Russell en 1961– “pero nadie puede dudar de que, a menos que se haga algo radical, el hombre de la era científica está sentenciado. En el mundo en que vivimos existe un activo y dominante deseo de muerte que, hasta ahora, en todas las crisis, ha podido más que la cordura. Si hemos de sobrevivir, tal estado de cosas no debe continuar”.
Hannah Arendt escribió en 1968 que “por primera vez en la historia, todos los pueblos de la Tierra tienen un presente común”, resaltando el aspecto de solidaridad negativa, avivada no tanto por aspiraciones positivas comunes sino por el miedo a la destrucción global: sobre todo, la guerra nuclear. En 1972, la primera de las conferencias mundiales de NNUU sobre medio ambiente se celebró en Estocolmo bajo el lema Una sola Tierra (Only One Earth). Aunque ese diagnóstico de un solo tiempo y espacio para una sola humanidad requiere matiz (Francisco Fernández Buey escribió muchas veces sobre la no contemporaneidad en la historia mundial), capta algo muy importante que podemos quizá recoger en la noción de panhumanidad. El surgimiento de una sola humanidad en un sentido significativo tendría que haber conducido a un estadio moral nuevo, que por ejemplo los movimientos ecologistas invocaron desde los años setenta bajo la noción de conciencia de especie.
No obstante, la tendencia en ese sentido que se hacía patente en los años sesenta y setenta tuvo que retroceder a partir de los ochenta, a medida que iba ganando posiciones la “nueva razón del mundo” neoliberal, rabiosamente contraria a los elementos de solidaridad planetaria y primacía del bien común que encarnaba la conciencia de especie. Por desgracia, ello ha agudizado la crisis de civilización consustancial al capitalismo casi desde sus orígenes hasta un extremo que hoy cabe describir como guerra civil global. Las perspectivas son sombrías. Como señala Pankaj Mishra en La edad de la ira: “Las dos formas en que la humanidad puede autodestruirse –la guerra civil a escala mundial o la devastación del medio ambiente– están convergiendo rápidamente”.
Para entender lo que pasa aquí hemos de situarnos en un plano muy básico, ontológico. El Mito del Progreso tal y como se configuró con la Modernidad europea, y especialmente en el siglo XIX, está asociado a una concepción del mundo muy concreta: la imagen mecanicista del mundo, cartesiana-newtoniana, que nos incita a pensar en el cosmos (y en todas sus criaturas) como mecanismos gigantescos, una suerte de gran reloj universal que contiene infinidad de máquinas más pequeñas. La idea de progreso lineal impulsado por los avances tecnológicos y el crecimiento económico está asociada con aquella inadecuada ontología, y con la reductiva antropología del Homo economicus (sobre esto han escrito en nuestro país mucho y bien economistas ecológicos como José Manuel Naredo y Federico Aguilera Klink).
Pero si partimos de una ontología más adecuada, una donde el concepto básico sean los sistemas complejos adaptativos, vamos a llegar a una visión mucho más matizada del progreso. Desde los años cuarenta del siglo XX se gestó, en efecto, un cambio de perspectiva científica de enorme trascendencia. Por decirlo en dos palabras, la visión mecanicista centrada en relaciones lineales de causa-efecto se vio desafiada por el enfoque cibernético y sistémico sensible a las realimentaciones (feedback). Y en ese mundo de sistemas y realimentaciones (que es el mundo real), sabemos que al intentar maximizar una variable típicamente deprimimos otras (de ahí el “tiro por la culata” del retroprogreso). No nos hallamos dentro de un “mundo-máquina”, una suerte de laboratorio/ fábrica gigantesco donde todo parece predecible y controlable, sino en una biosfera intrincadamente compleja, con redes de causa-efecto a veces inescrutables, con sorpresas sistémicas, efectos de umbral, irreversibilidades y sinergias múltiples.
Maximizar tiene sentido, básicamente, para las máquinas; no para los organismos ni para los ecosistemas. De forma más general, no tiene sentido para los sistemas complejos adaptativos, con características como: no linealidad, propiedades emergentes, efectos de umbral, retrasos entre causas y efectos, irreversibilidades... La racionalidad maximizadora (que caracteriza a la tecnociencia y a la economía capitalista contemporánea, y sobre la que se apoya el Mito del Progreso) choca contra lo que de manera provisional podemos llamar “racionalidad ecológica”
Jorge Riechmann, Bailar encadenados, epílogo, Barcelona, Icaria 2023
En Bangladesh, hace ya lustros, se decidió potenciar la exportación de ancas de rana. Había que modernizar y desarrollar el país según la vulgata de las instituciones financieras internacionales, y qué mejor vía que aprovechar la presunta ventaja comparativa en ranas. Pero al no tener en cuenta la importante función de control de insectos dañinos que ejercían los batracios, la brillante idea produjo como indeseado efecto colateral grandes plagas agrícolas... que obligaron a importar plaguicidas químicos gastando tres veces más que lo obtenido gracias al comercio con las ranas (y ello sin entrar en los problemas de contaminación asociados con los plaguicidas). ¡Brillante forma de progresar!
Una recurrente situación contemporánea parece ser que más allá de ciertos límites, nuestros esfuerzos por “progresar” se vuelven regresivos. A partir de cierto punto, y como en una maldición de sueño o de cuento de hadas, se diría que cada intento de adelantar un paso nos arroja varios pasos hacia atrás. En nuestras progresistas sociedades del capitalismo tardío, hemos sobrepasado con creces este punto. Hay que darle la razón al novelista Miguel Delibes cuando en 1975 –en su discurso de recepción en la Academia, dramática pero sobriamente titulado “Un mundo que agoniza”– advertía: “Si progresar, de acuerdo con el diccionario, es hacer adelantamientos en una materia, lo procedente es analizar si estos adelantamientos en una materia implican un retroceso en otras y valorar en qué medida lo que se avanza justifica lo que se sacrifica.”
Jorge Riechmann, Bailar encadenados, epílogo, Barcelona, Icaria 2023
Un paso notable de la XIV carta a Lucilio de Séneca nos da que pensar. Entre los males que afligen al cuerpo los principales son la pobreza, las enfermedades y “las cosas que entraña la violencia del más fuerte” (incluyendo aquí torturas y ejecuciones). Lo interesante es que el filósofo estoico romano-cordobés clasifica a la pobreza y la enfermedad como “males naturales”, mientras que para nosotros –dos milenios más tarde– la pobreza, y muchas clases de enfermedades evitables, son claramente males sociales. Aquí constatamos progreso: a medida que ha ido aumentando nuestro dominio sobre algunos procesos naturales, ciertas categorías de mal humano han ido desplazándose de lo natural a lo social, admitiendo por tanto intervención paliativa o remediadora (bienvenido sea este proceso). Los antibióticos pueden servir aquí como paradigma: las infecciones que han dañado tantas vidas humanas desde el comienzo de los tiempos son en alta medida controlables desde mediados del siglo XX. El mal natural bacteriano se convierte en mal social: lo llamamos acceso a medicamentos esenciales (el cual sigue siendo, huelga decirlo, un lacerante problema de justicia global hoy en día).
Y sin embargo ¿no surgen problemas? Los mismos antibióticos pueden servirnos aquí como ilustrativo ejemplo. Pues el mal uso de los mismos (por exceso), sobre todo para promover el crecimiento de los animales criados en los infiernos de la ganadería industrial, conduce a una desactivación de su benéfico potencial. Aparecen resistencias bacterianas cada vez más intratables, incluso para los antibióticos “de último recurso” (como los carabapenémicos por ejemplo). En abril de 2017, por ejemplo, un equipo de investigadores de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) halló en perros el primer caso de una bacteria hospitalaria resistente a la tigeciclina, antibiótico de último recurso, lo que supone “una seria amenaza para la salud pública”. Las advertencias de las autoridades sanitarias (incluyendo la OMS, en primera línea) se han multiplicado desde hace años.
El mal natural que se había transformado en mal social ¡vuelve a convertírsenos en mal natural –porque estamos haciendo mal las cosas! El tiro nos sale por la culata. Aquí encontramos una pauta que de hecho resulta bastante general: un exceso de progreso muta en su contrario (podríamos hablar de “retroprogreso”, como yo lo hacía años ha en el capítulo 12 de mi libro Un mundo vulnerable, 2000 –sin conocer por entonces las reflexiones de Salvador Pániker sobre lo retroprogresivo en su libro Aproximación al origen). El exceso de desarrollo se convierte en un negativo sobredesarrollo. Aparecen fenómenos de contraproductividad (una categoría básica de Iván Illich).
Jorge Riechmann, Bailar encadenados, epílogo, Barcelona, Icaria 2023
I
Voy leyendo en mis ratos libres (es decir, en los ratos que libero de la marabunta de mis compromisos) los Recuerdos de un anciano, de Antonio Alcalá Galiano, que son la memoria viva de un hombre que quiere ser juicioso consigo mismo sin por ello mermar el cuadro vivísimo de su/nuestra historia que nos va desgranando en buena literatura. Yo sospecho que el primer deber de un buen historiador es escribir bien.
II
Me gustan mucho los pequeños rodeos que da para describirnos con pinceladas certeras los rasgos caracteriales de los sujetos que se asoman a sus páginas.
De don José Frías, que llegó a ser ministro de marina, dice: «Hombre de mediano talento y un tanto de instrucción superficial, solemne en sus modos, campanudo en su lenguaje, que había sido encausado como constitucional en 1814 y condenado a una pena leve, y que después, como escamado, andaba cauto por demás, en punto a contraer compromisos, aunque, con inconsecuencia no extraordinaria en los hombres, no dejaba de persistir en algunos que bien podían serle fatales».
Del marqués de Villafranés: «Caballero jerezano de singular extravagancia [...] se jactaba de dormir en una dura tarima, creyendo esto conducente a la salud intelectual más todavía que a la corporal, pues contaba que a sus hijos, como les hallase dificultad en la comprensión al seguir sus estudios, había remediado el mal de él reputado gravísimo, con rellenarles sus almohadas en vez de plumas o lana con piedras».
II
Subrayo también las pequeñas confesiones personales que hace como de pasada, porque las siento muy mías: «Puede ser que como todo viejo estime yo las cosas de mis mocedades en grado superior al de su merecimiento, y tase las de ahora en valor inferior al suyo real y verdadero». ¿Y no es esta duda uno de los rasgos característicos de un conservador desacomplejado? ¿Y no es el hecho de encontrarse a uno mismo en las palabras de un hombre supuestamente de otro tiempo lo que nos hace pensar que los tiempos nunca fueron totalmente otros?
III
Así describe la proclamación de la Constitución de 1812 en Cádiz: "Era el caso [...] uno de aquellos en que un pueblo entero, sin dar lugar a la reflexión, obedece a un impulso único que le domina y arrastra, porque, aun a los más opuestos a la ley que se estaba promulgando y ensalzando, y aun a los más persuadidos de que la causa de la Independencia estaba perdida, aquel acto, para los primeros odioso y para los segundos ridículo, si meditada y friamente le consideraban, embargaba, suspendía e inspiraba un júbilo irresistible».
IV
Me suelen pedir con frecuencia que recomiende libros. Me suelo negar porque me parece obvio que no estamos todos hechos para los mismos libros, pero, sobre todo, porque cada uno ha de construirse su trayectoria como lector. Pocas cosas nos informan con más rigor de lo que hemos venido siendo que la lista de los libros que hemos venido leyendo.
Alfonso Armada —¿Qué queda en su memoria de aquella vieja idea de Port Royal de que todas las lenguas están basadas en una gramática universal que refleja la mente de Dios?
Noam Chomsky—Eso forma parte de una tradición con la que no tengo nada que ver. Hay sin embargo algo cierto en la existencia de una gramática universal y creo que es algo generalmente aceptado: que debe de haber algo así como una base compartida en la naturaleza humana para permitir que usted y yo hagamos ahora lo que estamos haciendo y que ningún otro organismo pueda hacerlo. A menos que se trate de un milagro, tiene que ser verdad. Pero ya nadie atribuye eso a la mente de Dios, sino que cabría atribuirlo a un misterioso momento de la evolución. Está razonablemente claro que en los últimos 800.000 años se puedo desarrollar la habilidad para hablar, y hay razones para creer que todos los hombres somos iguales a ese respecto.
Alfonso Armada entrevista a Noam Chomsky: "Nos encaminamos hacia un estado totalitario en Estados Unidos", frontera.com 21/11/2024
En 2019, Barack Obama —nada menos que Obama— dio una charla a un grupo de jóvenes en la que dijo que veía en los campus de las universidades, o sea entre el mandarinato cultural e intelectual, una disposición hacia la pureza, así como una aversión a verse comprometido (en el sentido negativo de verse moralmente manchado), de las que había que deshacerse tan rápido como se pudiera. Sospecho que ese tipo de discurso cayó en saco roto porque el air du temps es el que es. Ya cambiará. Pero me parece que, a su manera, Obama venía a decir que toda la altivez y arrogancia morales que encierra el “yo no soy como ellos” no es una desproletarización de las ideas, sino de las actitudes. Y es que las personas en situación de radical desventaja social no acostumbran a poder permitirse ser coherentes: tirar hacia adelante con lo que se pueda no suele ir de la mano con la coherencia. En el sentido más superficial que la nefasta comunicación política saca constantemente a relucir, la coherencia moral es una fantasía que sólo acarician —aunque terminen fracasando— quienes tienen la vida resuelta. También esto es desproletarización de las actitudes.
Tenía razón Máriam Martínez-Bascuñán cuando recientemente advirtió de que la izquierda no puede adoptar la verborrea populista. Pero esto no debería impedir darse cuenta de que existe una élite —aunque nos incomode la expresión, ellos mismos, con su altanería, han decidido colocarse en lo más alto de esa pirámide simbólica— que consagra una inalcanzable coherencia moral como eje vertebrador de su discurso político. No hace falta copiar el discurso populista para transmitir otra imagen de la política. A mí me persuade la que sugirió el filósofo Bernard Williams: la política no es moral aplicada; es un juego de equilibrios en que la incoherencia moral será probablemente inevitable. Así que no hace falta cambiar de ideas. Hace falta cambiar de actitud.
Pau Luque Sánchez, Cambiar de actitud, no de ideas, El País 01/12/2024
II
Me molesta mucho, cuando un periodista me entrevista, que dé por supuestas cuáles serán mis respuestas. Me volvió a sentir molesto el viernes cuando un periodista me preguntaba por la oposición entre letras y ciencias y daba por supuesto que mi postura sería a favor de las letras y, por lo tanto, del humanismo, y en contra de las STEM. Le contesté que las matemáticas son un lenguaje, que un gran número de grandes humanistas fueron matemáticos e ingenieros, que no veo incompatibilidad ninguna entre ser ingeniero y poeta.
- ¿Y el pensamiento crítico? -me preguntó.
- El mejor ejemplo de pensamiento riguroso -prefiero hablar de pensamiento riguroso antes que de pensamiento crítico- se encuentra en la ciencia -le contesté.
Creo que lo decepcioné.
III
Cuando Newton le confiesa a un amigo que si ha sido capaz de ver más lejos que los antiguos es porque se ha subido a sus hombros, no está diciendo que si nos encontramos a Sócrates por la calle nos subamos a sus hombros para ver más lejos. Es probable que la conducta adecuada con Sócrates sea la de sentarse a sus pies, si queremos aprender algo, claro está.
IV
La ciencia y, sobre todo, la tecnología, viven de la superación de lo que hasta ayer era nuevo. La ciencia y la tecnología son atraídas por lo novísimo. Para ellas todo lo último es lo penúltimo. Los progresistas suelen creer que lo mismo pasa con las cosas humanas y tienden a dar por supuesto que progresar es correr, cuando progresar es subir.
V
Nadie escribe mejor que Cervantes por escribir después de él.
VI
El desarrollo del congreso del PSOE me ha reafirmado en una vieja convicción: ser cabalmente progresista significa tener más fe en la historia que en la moral.
VIIPara entender la relación entre ciencia y cosas humanas hay que recurrir a las cosas humanas. Pondré un ejemplo. Se han hecho justamente famosas las palabras con las que David L. Goodstein inicia su libro States of Matter (1975): «Ludwig Boltzmann, que pasó gran parte de su vida estudiando mecánica estadística, se suicidó en 1906. Paul Ehrenfest, que continuó su trabajo, murió de manera similar en 1933. Ahora nos toca a nosotros estudiar mecánica estadística».VIII
Boltzmann era uno de esos sabios excéntricos cuya conducta frecuentemente parecía ridícula a quienes le rodeaban. Por ejemplo, cuando creyó que la leche con que se alimentaban sus hijas no era suficientemente buena, compró una vaca en Gratz y la llevó él mismo hasta su casa. Como era un científico, sabía que las vacas producen leche en abundancia, pero no conocía el procedimiento experimental necesario para ordeñarlas. Así que acudió a la persona que le pareció más competente, que no fue un lechero, sino un profesor de zoología.
IX
Hablaba ayer de Derek Parfit. Vuelvo a él. Cuando un amigo le enviaba un manuscrito para que lo revisara, se lo devolvía con un número tan grande de notas que ocupaban más espacio que las páginas del manuscrito. Y no entendía la perplejidad de sus amigos, que interpretaba como una negativa a escribir el mejor libro sobre el tema que trataban.
En una de las secuencias iniciales de su serie de vídeos The elegant universe (el universo elegante), el físico Brian Greene intenta explicar a su perro las ecuaciones de la relatividad general de Einstein. El perro no entiende nada, como es lógico. Su mente no da para ello. Del mismo modo, sigue el argumento de Greene, es posible que nuestro cerebro no esté capacitado para descubrir la teoría del todo con la que sueñan los físicos teóricos. Quizá es una de esas cosas que no podemos saber, en la clasificación de Kant.
Este es un punto de vista perturbador, al menos para mí y para ti, lectora, puesto que has llegado a este párrafo y eso quiere decir que tienes una mente inquisitiva. ¿Podemos aceptar que hay cosas que no podemos llegar a saber, que hay ámbitos de la realidad que nos están vedados por nuestra propia torpeza de especie? ¿Podemos aceptar eso de una forma tan generosa, tan desinteresada, tan humilde? ¿Acaso somos generosos, desinteresados, humildes?
¿Y en qué consiste esa torpeza exactamente? Podemos suponer, por ejemplo, que los engranajes de nuestra mente solo nos dan acceso a una parte de la realidad, o solo a unos pocos procesos que siguen cierta lógica, o a las pocas preguntas que nuestro chapucero cráneo es capaz de concebir. Pero esto no está nada claro. Nuestro cerebro no evolucionó en un escenario cuántico donde una cosa puede estar en dos sitios a la vez, pero ha sido capaz de descubrir ese mundo en las escalas subatómicas, de formularlo y de ponerlo a su servicio. Los procesos cuánticos siguen cierta lógica, pero no es nuestra lógica, y sin embargo hemos sido capaces de manejarlos. Supongo que esta capacidad para gestionar situaciones extrañas, insólitas, nunca antes vistas, es esa inteligencia general que persiguen los ingenieros de la computación, de momento con poco optimismo.
Javier Sampedro, Cosas que no podemos saber, El País 22/11/2024
Movimientos como la NRx surgen de la desafección por la derecha tradicional estadounidense iniciada en los últimos compases del mandato de George W. Bush, tras la guerra de Irak y al calor del colapso económico. “Estas circunstancias parecían indicar que la versión de Bush del conservadurismo estaba desacreditada y abrían una oportunidad para alternativas de derecha”, explica George Hawley, profesor de la Universidad de Alabama y autor de The Alt-right, what Everyone Needs to Know, de Oxford University Press (La alt-right, lo que todos necesitamos saber, sin traducción al español). De ese caldo de cultivo surgió el movimiento Tea Party que luego enfrentó con virulencia a Barack Obama en una deriva libertariana y populista, pero no muy alejada del marco habitual. Paralelamente comenzaban a aparecer las ideas neorreaccionarias más marginales, convencidas de que la derecha tradicional era incapaz de lograr cambios estructurales.
Es fácil imaginar a Curtis Yarvin por aquellos tiempos en una habitación en penumbra, iluminado por la pantalla del ordenador, dándole a la tecla con ansias de transgresión. Es un ingeniero informático neoyorquino, exprogresista (perdió su “confianza”), y hasta entonces desconocido, que comenzó a desarrollar el corpus ideológico bajo el seudónimo de Mencius Moldbug, en su blog Unqualified Reservations (reservas sin matices), inaugurado en 2007. En ese espacio Moldbug promete “curar tu cerebro”, ofreciéndole al lector una píldora roja (en referencia la película Matrix) que le liberará de las ideas del pensador de izquierdas Noam Chomsky (el autor presume de que su postura ante cualquier asunto es la opuesta a la de Chomsky).
Se declara, en cambio, seguidor de Thomas Carlyle, filósofo escocés del siglo XIX, que desconfiaba de la igualdad y la democracia y proponía un “gobierno de los héroes”, los individuos excepcionales que protagonizan la historia y deben guiar a la sociedad (como los hombres históricos de Hegel, que encarnan el zeitgeist, es decir, el espíritu de su época). El influjo del anarcocapitalista alemán contemporáneo Hans-Hermann Hoppe o del neofascista filonazi y ocultista Julius Evola también hizo al ingeniero desconfiar de la democracia y explorar alternativas autoritarias y monárquicas. En esa línea escribe el propio Moldbug: “Nuestro problema es la democracia. La democracia es una forma de gobierno peligrosa y maligna que tiende a degenerar, a veces lentamente y otras con una rapidez impactante y desgarradora, en tiranía y caos”.
La victoria de Trump en 2016, con sus maneras autoritarias, su alejamiento de los valores conservadores establecidos y su desafío a los medios de comunicación y a las normas políticas, parecía estar en sintonía con los postulados de la NRx y probablemente colaboró a alentar esas ideas. La NRx cree que es preciso combatir un conglomerado que ejerce el control ideológico, bautizado como la Catedral (algo así como la hegemonía gramsciana), donde se reúnen los medios, las universidades, etcétera, para mantener el statu quo. La píldora roja que ofrece Yarvin, ya un icono de esta derecha disidente, es la que ayuda a escapar de esta matrix. Aunque la propuesta de la NRx, bien pensado, no se diferencia mucho del futuro distópico descrito en la ciencia ficción ciberpunk: grandes corporaciones que dominan una sociedad hipertecnologizada. Una tecnocracia tremendamente desigual, que también recuerda al tecnofeudalismo, en el que el poder se concentra en grandes corporaciones de las que la ciudadanía depende para los aspectos más fundamentales de su vida.
Peter Thiel, cofundador de PayPal, es otro de los pilares del movimiento, como ferviente financiador de Yarvin y la neorreacción desde sus inicios. El magnate de Silicon Valley también ha financiado al Seastanding">[https:] Institute, fundado por Patri Friedman (nieto del pope neoliberal Milton Friedman), que pretende crear utopías anarcocapitalistas en islas y plataformas marítimas situadas en aguas internacionales, donde, como en el neocameralismo de Yarvin, los modos de gobernanza evolucionen en competencia según una lógica de mercado. “No creo que democracia y libertad sean compatibles”, escribió el multimillonario, en 2009, en un texto para el think tanklibertariano Instituto Cato.
No son muchas personas las que conocen a estos autores y estas ideas, que mantienen cierta pátina transgresora. “Sin embargo, algunas de ellas, a menudo de forma parcial y sin citar el autor, circulan en redes cada vez más. Su influencia es creciente: baste pensar que empresarios tan poderosos e influyentes como Thiel o Musk las promueven”, dice el historiador Steven Forti, autor de Extrema derecha 2.0 (Siglo XXI, 2021). El caldo de cultivo es favorable porque los algoritmos favorecen la difusión de contenido extremista. Las teorías de la conspiración, con sus soluciones simples a la complejidad, suelen encontrar adeptos. Y la simpatía por los líderes autoritarios crece al tiempo que la desafección por la democracia. “¿Resulta tan extraño, por consiguiente, que haya gente que empiece a creerse estas teorías?”, se pregunta Forti.
Sergio C. Fanjul, NRx: el movimiento (subterráneo) que quiere cargarse la democracia, El País 24/11/2024
Sabemos que el triunfo de Trump no es una mera opción política de duración limitada. No está sujeta a las reglas tradicionales de control, responsabilidad y alternancia. Su victoria se construye sobre las ruinas de los principios fundamentales de la democracia. Su ambición es gobernar sobre dichas ruinas.
Acabamos de asistir al triunfo de una revolución de una élite contra nosotros mismos. El modelo neoliberal había mostrado sus limitaciones, siendo incapaz de responder eficazmente a las crisis sociales y ecológicas que él mismo había causado.
En su ansia por sobrevivir, el viejo orden se ha puesto en manos de su versión más radical: una tecnocracia elitista y monopolística, impulsada por los intereses privados de unos pocos y el poder inmisericorde de los algoritmos. Entramos en el Novus Ordo Seclorum que mencionó el propio Elon Musk en Twitter hace unos días y, aunque la inercia aun nos cree la ilusión de continuidad, a este novus ordo ya lo tenemos sobre nosotros.
Lo trascendente del momento no está en el debate sobre la decadencia de nuestro consenso democrático, sino que, sobre la nada dejada por este cataclismo político, alguien, en algún lado, está reescribiendo los axiomas de lo que es posible.
El juego funciona ya con otras reglas. Las especulaciones con las que trabajábamos se han quedado obsoletas. Debemos resetear nuestra imaginación y reubicarnos en un nuevo territorio. Un territorio donde las fantasías de los actores más oscuros de Silicon Valley irrumpen en lo público para reconfigurar el presente y redefinir el futuro.
Trump es la fachada, la anécdota, el entretenimiento que desvía la atención de lo esencial. No hay en él ideología ni visión, tan solo oportunismo. Su mérito consiste en ser la fuerza que destruye la narrativa y el orden del presente, pero no es, ni pretende ser, un creador de futuros. Los que aparecen en el horizonte como arquitectos de nuestro mañana son una serie de oligarcas multimillonarios que sí parecen tener la suficiente fuerza y claridad de ideas como para influir y definir la dirección del porvenir común.
Elon Musk es la figura más visible de un grupo de líderes tecnocráticos que incluye a Peter Thiel, Marc Andreessen y al propio J.D. Vance, futuro Vicepresidente de Estados Unidos. Este grupo está unido por una visión de transformación global de base tecno-libertaria. Comparten la creencia en la tecnología como motor del progreso humano, aunque esto implique desafiar las instituciones democráticas tradicionales. Además, siguen una filosofía largoplacista (longterminism">[https:] ) y utilitarista que prioriza la planificación a largo plazo, incluso a costa de icar preocupaciones éticas inmediatas.
Estos líderes defienden un libertarismo que rechaza la intervención estatal y promueven la privatización extrema de las instituciones públicas, trasladando funciones esenciales del estado al control corporativo. Confían en un modelo tecnocrático donde las decisiones clave son guiadas por datos y algoritmos, favoreciendo un poder centralizado que consideran más eficiente que la deliberación democrática. Además, su visión transhumanista busca superar nuestras limitaciones biológicas, redefiniendo lo que significa ser humano mediante avances en inteligencia artificial y tecnología integrada.
La influencia global de estos líderes y su capacidad para transformar sectores enteros subrayan un modelo de progreso que concentra el poder en manos privadas y redefine las normas de la sociedad tal y como la conocíamos.El Aceleracionismo Tecnolibertario, que surge de esta combinación de principios, es el eje ideológico que busca ocupar el centro de la política contemporánea con un impulso casi mesiánico. Una ideología que va a someter a la sociedad a una sacudida cultural y geopolítica que redibujará alianzas, tensará los sistemas democráticos, desafiará los marcos regulatorios existentes y que sobre todo, cambiará para siempre el territorio de lo imaginable.En este nuevo escenario, la política tradicional, anclada en los viejos paradigmas de izquierda y derecha, resulta insuficiente frente a un poder que trasciende las fronteras nacionales y las estructuras políticas convencionales. La verdadera batalla que se avecina no será entre conservadores y progresistas, sino entre quienes defienden la autonomía humana y quienes abrazan la visión aristocrática del elitismo tecnocrático.
El transhumanismo siempre ha sido, paradójicamente, un movimiento anti humanista, su formulación parte de un rechazo visceral a uno mismo, un desprecio por lo que significa ser humano, por ello busca trascender nuestras supuestas debilidades gracias a la singularidad tecnológica. Pero con esta creencia aparece también su reverso, todo lo que sea aceptación de lo que somos, de la vulnerabilidad compartida que define la esencia de la condición humana, se convierte, repentinamente, en un acto de resistencia activa.
Mientras el tecnolibertarismo persigue la abstracción, el control algorítmico y la búsqueda obsesiva de optimización y eficiencia, la resistencia se encuentra en la creación activa de significado. Frente a la Tecnocracia del vacío, surge la posibilidad de una Semiocracia: un sistema que prioriza la creación y la distribución de abundancia de sentido por encima de la mera acumulación de poder y datos, reconociendo que el verdadero progreso se basa en el crecimiento personal, la dignidad compartida y en un sentido profundo de comunidad.
Alberto Barreiro, Un nuevo futuro: Trump, Musk y el aceleracionismo tecnolibertario, retinatendencias.com
En muchas universidades, en lugar de tener baños para mujeres y baños para hombres, tienen uno indiferenciado. Pero las chicas tienen experiencias en el baño que se vuelven muy embarazosas si hay chicos. ¿Y qué se gana? Hacer sentir a gusto a las pocas personas trans, en perjuicio de las chicas, más numerosas. Y esto pasa en todos los sectores. Se ha pasado un límite del sentido común para no discriminar a las personas de la llamada identidad fluida. Es una tradición teórica que se inspira en los primeros libros de Judith Butler y que cuestiona que haya dos sexos. Se vuelve incorrecto decir que hay dos sexos, masculino y femenino, porque es imponerlos, lo llaman binarismo. En inglés se llama autoidentidad, es decir, no tengo un sexo biológico, ni siquiera un género cultural, el género es lo que percibo de mí mismo. Así pues, estamos en el terreno del individualismo desenfrenado, con el que no tengo ninguna objeción.
Mi objeción es que la autopercepción de estas minorías se convierte en el paradigma que debe aplicarse a todos. En mi época, el enemigo común del feminismo y de la izquierda era el sistema patriarcal, que era una cara del sistema capitalista. Ahora, para la extrema izquierda y estas minorías LGTBI el enemigo ya no es el capitalismo o el patriarcado, sino el binarismo y la heterosexualidad. Es una maniobra antirrealista, incluso metafísica, más allá de la naturaleza. Sabemos bien que el hecho de que haya dos sexos es un hecho biológico, no concierne solo a los humanos, sino también a los animales. Por lo que es algo abstracto, se impone una construcción ideológica sobre los hechos. Y si dices que los hechos no coinciden con ella, que hay machos y hembras, una mayoría heterosexual y la heterosexualidad es un medio obvio de la naturaleza para propagar la especie, que son cosas tan obvias que lamento tener que decirlas, si dices que su teoría no se corresponde con los hechos, contestan: peor para los hechos, los hechos son fascistas.
Iñigo Domínguez, entrevista a Adriana Cavarero: "El enemigo de las feministas era el patriarcado ...", El País 24/11/2024
Sabem quin és el mite original de Prometeu en la versió més habitual: és el creador dels homes a partir de l’argila o, simplement, un benefactor de la humanitat. Castigat pels déus arran d’una befa que Prometeu els fa en un banquet, aquests retiren als homes el foc, fonamental per a la preparació dels aliments; però Prometeu els el roba i el torna a donar als homes. Per aquest robatori els déus castiguen Prometeu a ser lligat en un escull i que una àliga se li mengi el fetge, que es regenera sempre i permet que l’àliga se’l mengi cada dia: un turment. Després Zeus el perdona, perquè Prometeu, al cap i a la fi, era del llinatge dels Titans, com ell.
Què va fer Mary Shelley amb aquest mite antic? Només una cosa, però de gran importància: Frankenstein modela —amb ossos, carn i pell d’altres éssers humans— el seu monstre, però no és capaç (o no hi ha pensat, o no ha pogut fer-ho) d’oferir-li una consciència moral; de manera que el dia que el monstre és motiu de rebuig i violència entre una colla d’exiliats francesos, en una pobra cabana, s’hi torna amb tota la maldat que hom es pugui imaginar. Era molt bona persona, va salvar una noia de morir ofegada; però l’horror que causa el seu aspecte —Boris Karloff, per exemple— el porta, de cop i sobte, a deixar el camí del bé i enfilar el del mal, sense la capacitat de discernir entre les dues coses, qüestió de debò enrevessada a les societats laiques, ja sense l’antic fonament teològic del comportament. La moral “natural” no basta, com bé sabia Hobbes. El codi civil, tampoc.
Shelley no va explicar els embulls psicològics de les mutacions del comportament del monstre, potser perquè volia donar a entendre que Frankenstein no havia pogut crear un ésser amb una ànima o una ment tan desenvolupades com per ser capaç de discernir entre el bé i el mal. Així ve a tomb considerar que, després d’aquesta obra —que, en part, també està inspirada pel desenvolupament imparable de la ciència i la tècnica, inclosos els autòmats del segle XVIII—, els humans no han parat de construir màquines cada cop més semblants a aquell monstre, sense haver estat capaços, ai las!, d’oferir-los no solament moviment i una certa intel·ligència (artificial), sinó també la capacitat d’establir una diferència entre la bondat i la maldat. D’altra banda, ja el mite medieval del Golem, originari de l’era talmúdica, presentava la creació d’un ésser “inacabat” (golem vol dir “cosa inacabada”, “informe”) que acaba devorant el seu inventor per haver aquest impostat la capacitat creadora, única, de Jahvè.
I així anem ara. Hi ha cap déu que avui ens pugui castigar per fer aquesta mena d’entremaliadures, bo i creant, entre altres ginys, uns robots que ens porten el menjar a taula o guien un cotxe, o uns programes informàtics molt complexos, capaços de modelar un sonet a l’estil gongorí? No n’hi ha cap, almenys a les societats més avançades. De manera que l’ésser humà acabarà suplantat per una màquina, i aquesta, com el monstre de Frankenstein, podrà —el poder, paraula molt reveladora en aquest llibre — més que tot ésser proveït d’intel·ligència natural.
Jordi Llovet, 'Frankestein', Prometeu modern, El País 28/11/2024
La teoría de Csiksentmihaly contiene algo más que una descripción de nuestras limitaciones agentes: una consecuencia normativa de su teoría del flujo que se ha convertido en uno de los componentes nucleares de las transformación del orden del trabajo y en general de la existencia en el capitalismo avanzado que consideramos posfordista. Observa este autor que el juego es el prototipo de acción donde niños y adultos se concentran en la tarea y se sienten felices por sus acciones. De esta constatación, el psicólogo social infiere que habría que convertir las acciones en juego, especialmente las acciones significativas en la vida social: el trabajo, las instituciones y la educación. Schiller en sus Cartas sobre la educación estética de la humanidad (1795) y Johan Huizinga Homo ludens (1938) habían propuesto algo similar. Csiksentmihaly no podía saber que sus deseos se harían realidad en un giro de los sistemas de control de las prácticas sociales hacia la gamificación.
El término “gamificación” se extendió por el mundo en la segunda década de este siglo, surfeando las olas de la crisis financiera popularizado por innumerables gurús. Por “gamificación” se entiende la extensión de técnicas y narrativas de los videojuegos a contextos que no son de juegos como la empresa, el márquetin y la fidelización de la clientela, el aula y las formas de educación. Hay un punto de vista práctico y metodológico en la “gamificación”, que podría pensarse como una nueva forma de “gubernamentalidad” y organización de la existencia, y un punto de vista ontológico y epistemológico que alude al carácter lúdico de la cultura, al que me he referido en el párrafo anterior y que, para distinguirlo de la gamificación guardaré el término “ludificación”.
La metodología de la gamificación se asienta sobre el prototipo de la narrativa de un videojuego: se propone una tarea que ha de llevarse a cabo individual o colectivamente a través de escenas distintas en las que se consiguen herramientas o puntos que permiten ir ascendiendo niveles de dificultad hasta lograr el objetivo final. Para bien o para mal, la traslación de esta narrativa al entorno del trabajo o la educación contiene una forma de estructuración de los espacios y tiempos que tratan de reflejar esta composición de escenas, premios y castigos y logros. El objetivo estratégico es la implicación y fidelización tanto de trabajadores como de clientes, y en el caso del alumnado, del compromiso con la asignatura y la vida del aula. Ha llevado a una cultura del proyecto, en donde se abandonan los modos repetitivos y se organiza el tiempo en forma de objetivos, “timing”, logros y control del cumplimiento a través de la monitorización constante del desarrollo.
El punto central de la gamificación no es, como los gurús propagan, la diversión y creatividad, sino la implicación, la fidelidad y el compromiso. Los sistemas de puntos, de logros y acreditaciones, que reestructuran la vida cotidiana, desde los viajes en avión a la elaboración de los currículos son los instrumentos que modelan la agencia contemporánea en el contexto de miedo al aburrimiento y el tedio. La obsesión por la creatividad y la diversión pertenecen a los aspectos superficiales y propagandísticos, pero la fidelización corresponde a un modo de subjetivación que tiene que ver con la conformación de las temporalidades de lo cotidiano bajo la vorágine del capitalismo avanzado.
Fernando Broncano, La gamificación de la existencia, El laberinto de la identidad 30/11/2024
I
Todos intentamos encajar nuestra vida vivida en nuestra vida pensada, pero algunos lo hacen con tanto ahínco que reducen toda su vida vivida a casi nada. Fue el caso del filósofo Derek Parfit, que para no restarle tiempo a su dedicación a la filosofía, pedaleaba desnudo en su bicicleta estática leyendo filosofía; comenzaba a cepillarse los dientes leyendo filosofía y se olvidaba de sus dientes y su cepillo, por lo que se pasaba horas en esta operación; cada día desayunaba lo mismo (mueslis y yogur) y cenaba lo mismo (zanahorias, queso, lechuga y apio) porque hacer de su alimentación una rutina le facilitaba pensar en filosofía mientras se alimentaba; se hacía café directamente con el agua caliente del grifo para no perder tempo calentándola; tomaba una mezcla de vodka y pastillas cada noche para poder dormir... y así dejar de pensar en filosofía.
Conclusión: una vida demasiado examinada, deja de de ser una vida.
II
En los últimos días de su vida la reina Mariana de Austria alimentaba a su hijo, Carlos II, el Hechizado, con cucharaditas de leche y rocío.
Y aquí no se me ocurre ninguna conclusión.
III
Sábado. El sol entra a raudales por mi ventana y es tan agradable bañarse en su luz... La luz como medida del tiempo.
I
De vuelta a casa, ayer por la noche. En la plaza de Cataluña sube cercanías que me trae a El Masnou un buen número de personas agotadas después de su jornada laboral. Varios no tardan en quedarse dormidos, unos apoyando la cabeza en el cristal de la ventanilla y otros en el hombro de su vecino. ¡Qué diferencia entre volver de viaje y volver del trabajo! Hay cansancios y cansancios. Aunque a las 23:19 abrí la puerta de mi casa, decidí no venir aquí a quejarme. No tengo motivos para ello.
II
Hoy he llevado a uno de mis nietos al colegio y durante el resto de la mañana me he limitado a vegetar, aprovechando este generoso sol de otoño que nos ha regalado el día.
III
He intentado rematar el artículo sobre el estoicismo, pero me he puesto a ello con una voluntad tan sutil, que se me ha deshilachado al segundo párrafo. De Maistre asegura en Les Soirées de Saint-Pétersbourg que no hay filosofía sin el arte de despreciar las objeciones. Así es. Aquello en lo que nos detenemos a pensar es aquello que ha conseguido traspasar el cedazo de nuestro desprecio. Y ahí está el sesgo inevitable.
IV
Acabo de decidir de qué tratará mi próximo artículo en el ARA: de la invasión de lo emocional-identitario en el arte de esta última década. La emotividad identitaria está parasitándolo todo.
I
Viaje larguísimo en tren, de León a Barcelona. Me cansa, pero no me disgusta... si viajo en confort. Ahora ya ha oscurecido, pero las tierras de Burgos bañadas por los tonos pasteles del atardecer han compensado con el milagro de su aparición, la monotonía del triqui-traca.
II
En Miranda de Ebro, lo juro, ha subido una chica que parecía el doble de nuestro Carlos II, el Hechizado. La misma cabeza, la misma nariz, los mismos labios, el mismo pelo...
III
En Vitoria he notado que algo se movía entre mis pies. Mi inquietud ha sido grande, porque temía que fuese una rata... pero era un perro que ha salido de la cesta en la que viajaba un par de asientos delante de mi.
IV
Alsasua. 1966. Allí estaba yo, con once años, en un internado, intentado hacerme un hombre de provecho, me decían. Lo que más me inquietaba era el dormitorio colectivo, tan grande en la noche susurrante de ruidos. Más de una vez me levanté de la cama cuando todo el mundo dormía e intentaba escaparme. Lo tenía todo planificado: me bastaba con seguir la vía del tren para llegar a Pamplona, y de Pamplona a mi pueblo... Dios proveería. Como no encontraba medio de escapar, porque todo estaba cerrado a cal y canto, me iba a la despensa a comer chocolate. Nunca oí que nadie echase en falta todo el chocolate que me comí. Una vez fui al cuarto de la televisión, encendí el aparato, cuidando de que la voz estuviese muy baja, y me encontré con que habíamos llegado a la Luna. Me despertaban los trenes de que pasaban cerca del internado, Durante el día eran sorprendentes la nubes compactas de vapor blanquísimo que expelían; por la noche su esforzado avanzar por los raíles helados era tan intenso en su renqueo que parecía que el ttren estaba entrando en nuestro dormitorio. Ahroa, tantos años depsués, yo, viajero de este ttrren he visto por la ventanilla lo que queda de aquel edificio. Es labor del tempo dejar a nuestros recuerdos sin referentes claros.
V
Vuelvo de León con un agradable sabor en la memoria. Tengo la sensación de que nada ha terminado, sino que algo ha comenzado. Y vivir es ver comenzar.
VI
Carlos II habla a gritos por el móvil. Le está gritando a su padre (¡pobre Felipe IV).
I
Estoy en León, cordialidad a raudales y frío previsible, con momentos de un sol tibio y acogedor. La ciudad -el casco antiguo, en realidad- me gusta mucho, porque, entre las muchas delicadezas que le ofrece al visitante, está la de unas puestas de sol dignas de merecer un lugar privilegiado en las guías turísticas de la ciudad.
II
Esto, amigos, está muy lejos. Per aquí parecen firmemente convencidos de que lo que está lejos es Barcelona. No sé yo...
III
No podemos vivir sin la intimidad que nos proporcionan los espacios reducidos y familiares, pero tampoco parece que seamos capaces de vivir solo en ellos y necesitamos -necesito- salir a espacios abiertos, a paisajes diferentes en los que soy un visitante fugaz y voraz y a los que no estoy seguro de regresar. Ya no me queda tiempo para volver a todos los lugares a los que quisiera.
IV
Salí en tren de Barcelona a las 9:05 y llegué a León a las 18:30. Me dio tempo para hacer muchas cosas. Incluso casi acabé el artículo sobre los estoicos. Pero qué largo...
V
Estoy alojado en la Real Colegiata, sobre las murallas romanas, al lado de San Isidoro, a cinco minutos de la catedral. Todo está en su sitio. Todo está bien.
VI
Mañana visito la Fundación Sierra-Pambley.
Este artículo fue publicado por el autor en El Periódico Extremadura
La encarnizada lucha por el poder que escenifican sin disimulo (de hecho, convertida en espectáculo) nuestros actores políticos está llegando a tal punto de obscenidad y marrullería que ha dejado de importar con qué se golpee ni qué se destroce con ello. Tal es así, que los únicos que están conquistando terreno en este batalla son las facciones populistas que invitan taimadamente a romper la baraja del juego democrático.
Y nada podía contentar más a estos populistas antisistema que la ocurrencia del presidente Mazón de nombrar a un general retirado como «vicepresidente para la reconstrucción» de la Comunidad Valenciana. Nombrar a un exmilitar como responsable técnico es perfectamente legítimo. Lo preocupante para nosotros (y estimulante para los extremistas de la «antipolítica») es nombrarle vicepresidente. Ser vicepresidente supone detentar un enorme poder político. Y ser, o haber sido, militar no solo no garantiza ser competente en el ejercicio de ese poder, sino que lo relaciona con un imaginario ideológico e histórico que nos trae muy malos recuerdos.
No ignoro que a mucha gente le parezca muy oportuno sustituir a políticos por técnicos (los partidos, que se han percatado de esto, suelen fichar a «profesionales independientes» para decorar sus listas electorales). Pero la política no es un saber técnico sino, a lo sumo, práctico, como lo es también la moral. Y la competencia para este saber práctico no se adquiere específicamente en ninguna facultad o escuela técnica (tampoco mediante adiestramiento militar), sino participando libremente en la vida pública y adquiriendo un conocimiento profundo de lo que son (y deben ser) los seres humanos en toda su rica y compleja diversidad.
Nada garantiza, pues, que un militar, por capacidad logística que demuestre, vaya a ser un buen político. Menos aún si declara, como ha hecho Gan Pampols, que no está dispuesto a recibir «directrices políticas» de nadie (que esto lo diga un exmilitar, por muy retirado que esté, en un país como el nuestro, pone los pelos de punta). Ahora bien, si Pampols no recibe directrices políticas, ¿bajo qué criterio va a decidir cómo se reconstruyen los pueblos e infraestructuras arrasadas por la DANA? ¿En orden a qué noción de justicia va a establecer la distribución de los recursos? ¿Desde qué principios políticos va a dar más o menos prioridad a la seguridad o a los intereses privados a la hora de rehabilitar las zonas inundables?...
Si Pampols no se da cuenta de que lo que le toca como vicepresidente es hacer política, es que está promoviendo, aún sin intención de hacerlo, la peor política posible: la de los tiranos y los líderes populistas que presumen de «no meterse en política» (como decía nuestro último general al mando) mientras secuestran nuestra soberanía y pretenden gobernar sin control alguno.
Mixtificar la figura de los militares como salvapatrias es enormemente peligroso; no ya porque sea de una ingenuidad o falsedad manifiesta (en el ejército también hay ineficacia, corrupción o conflictos por el poder, como en cualquier otra institución u organización humana), sino por todo lo que algunos pretenden glorificar con ello: el caudillismo, la obediencia ciega, el ordeno y mando, las «soluciones fáciles» … Por presuntamente eficiente que esto fuera (y no creo que lo sea en absoluto), nada de ello justificaría el sacrificio de la más mínima cuota de libertad y democracia – sin duda imperfectas – que hemos logrado construir sobre el poso de nuestra última dictadura militar.
En política, el cinismo quizás puede ser útil para competir, como la historia —incluso la más reciente— nos recuerda. Pero para gobernar, es terrible. Vuelve a los gobernantes insensibles, necios y arrogantes. Y su desapego de la responsabilidad o la realidad es el principio del fin. Una característica dramática de los cínicos en política es su desconexión moral y ética respecto de las consecuencias que sus acciones tienen —casi siempre como un coste o un castigo inmerecido— para sus gobernados.
«Un cínico es un hombre que conoce el precio de todo y no da valor a nada», escribió Oscar Wilde. Con la precisión luminosa del poeta, Wilde describe este desapego impúdico a lo que vale e importa para los demás y para todos. Su relativismo moral es parte de su indolencia y es la esencia de su peligrosidad.
Los cínicos confunden sus victorias electorales con aceptación obsecuente y claudicante de los electores. Pero esas victorias son un arma de doble filo. Les hacen sobreestimar su desempeño, subestimar el del rival y, lo que es peor, alimentan el ego vanidoso de creer que ganan porque tienen la razón. O son elegidos por los dioses más que por los seres humanos. En política, a veces, uno es solo un instrumento del electorado para que el rival no gane; no para que lo hagas tú por tus supuestos méritos o argumentos.
El cínico no tiene vergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables. Le resbala. Su descaro es irritante. Los cínicos saben que mienten, pero no les importa. Es más, disfrutan de su poder, que sienten como intocable por el voto popular. El cínico no es solo peligroso por su obscenidad, sino por el uso que hará de la legitimidad recibida, que usará como un aval sin límites.
Hay un aroma hiriente en los cínicos: desprecian a sus rivales. Es un desprecio profundo, hondo, denso. También desprecian los códigos y las normas que son garantías para todos. Ajenos al dolor que causan, o al padecimiento personal o colectivo, el cínico cree que el derrotado políticamente y los perdedores o desfavorecidos en nuestra sociedad tienen, en definitiva, su merecido.
Henry Lewis Stimson, un político norteamericano de larga trayectoria, y que fue presidente de la delegación de EE.UU. en la Conferencia de Desarme de Ginebra de 1932, creó la doctrina Stimson como resultado de la invasión japonesa de Manchuria: EE.UU. se negaba a reconocer cualquier situación o tratado creado como resultado de una acción agresiva. «El único pecado mortal que conozco es el cinismo», afirmaba. Creía firmemente que la agresión nunca debería constituir derecho ni derechos.
Los cínicos con poder son una amenaza. O bien ejercen el poder sin pudor o bien su indiferencia con la vida colectiva –humana y natural– es incompatible con el interés general.
Su acción o su inhibición son, paradójicamente, las dos caras de la expresión de la «brutalidad en estado puro», como decía Javier Marías.
Antoni Gutiérrez-Rubí, Cinismo y poder, gutierrez-rubi.es 26/11/2024
TEXT6: Friedrich Nietzsche, Sobre la veritat i la mentida en un sentit extramoral
Pregunta i: Expliqueu el text breument (al voltant de 70-110 paraules) (2 punts)
I
Contestándole un mensaje a Jorge Freire me emerge espontáneamente de no sé donde, pero directo y contundente, el adjetivo "perillán", que no utilizaba desde hace decenios. Y de repente la memoria me ha comenzado a hervir con recuerdos de mi infancia en mi pueblo, cuando "perillán" era un término común, uno de esos que sin ser un halago, todos queríamos merecer, porque el perillán es el pícaro, el tuno, el bachiller... astuto al que sus fechorías le salen endiabladamente bien. Hay -o había- un maquiavelismo de aldea que ha sido muy nuestro, pero que se ha ido quedando sin nombres.
II
Escribo en un artículo el adverbio griego "exaiphnês" (de repente). Y a las pocas horas recibo un correo de una institución cultural que me indica que puede ser de mi interés un artículo académico titulado «Conference: Now, Exaiphnês, and the Present Moment in Ancient Philosophy». Bien por el artículo, que es interesante, mal porque el envío pone de manifiesto que no conozco los ojos que me vigilan.
III
Posiblemente no haya progreso sin pérdidas.
IV
Recibo la invitación a escribir un artículo sobre las razones por las que se ha puesto tan de moda el estoicismo. Lo acepto encantado. Lo primero que pienso es que lo que se ha puesto de moda no es el estoicismo, que fue una filosofía de sutilezas, sino algunos fragmentos del estoicismo imperial, que fue el estoicismo de personas tan poco estoicas como Séneca. Lo que parece estar en auge es un estoicismo fragmentario, de citas sueltas, carente del rigor dialéctico con el que los estoicos genuinos pensaban sobre las tres partes de su filosofía, la física, la lógica y la moral, que en conjunto formaban un sistema coherente al que daban el nombre de Logos (o de Dios: de un Dios inmanente al mundo físico). La inquebrantable voluntad de sistema que caracterizó a los estoicos no está, en modo alguno, de moda.
Escrito por Luis Roca Jusmet
Es interesante pensar la diferencia entre una relación por vía virtual o por via…¿presencial ? No me parece un término preciso porque si estableces una relación virtual también estás presente. Tampoco podríamos decir que cambia lo simbólico o lo imaginario. Nos relacionamos a través de palabras que emitimos desde la voz y tenemos, a través de la mirada, una imagen del otro.
En un encuentro virtual somos sujetos con un cuerpo que nos relacionamos con el otro a través de una pantalla. El cuerpo es el soporte desde donde hablamos y percibimos. Pero nuestro cuerpo podría reducirse a un cerebro. El
protagonista de “Johnny cogió su fusil” podría tener encuentros virtuales. Pero es un caso terrible que roza lo insoportable. Quizás hoy podría tener prótesis.
Lo cual nos da una primera pista, que es la distinción entre un cuerpo y una máquina, que es justamente la que no contemplaba Descartes. Desde una concepción dualista como la suya la diferencia entre una relación virtual y no virtual sería secundaria. Porque la mente puede estar tan activa en un caso
como en otro. Incluso los afectos. Podríamos tener una relación virtual cotidiana mucho más interesante e intensa que una no virtual (que todavía no hemos sabido nombrar).
La pregunta es clara. ¿Qué es entonces lo que perdemos en una relación virtual? Perdemos el cuerpo en su dimensión real. Queda el cuerpo simbólico, es decir el cuerpo que habla y del que hablamos. Queda el cuerpo imaginario, es decir el cuerpo-imagen que podemos ver e imaginar. Pero el centro se desplaza a otro lugar. Se desplaza a la mente como el centro desde el cual nos
relacionamos. Es el sujeto-mente el que interactúa. Es la concepción cartesiana radicalizada. Un sujeto-mente que utiliza máquinas, desde su cuerpo hasta su ordenador.
Este cuerpo real que perdemos en lo virtual es el cuerpo como centro de nuestra experiencia. Como decía Spinoza somos cuerpo con una idea de sí mismo, que es la mente. Que la mente es idea del cuerpo no quiere decir que
la mente sea la representación del cuerpo, como interpreta Antonio Damasio.
Quiere decir que somos una potencia que se manifiesta como mente y como cuerpo. ¿En una relación virtual disminuye la potencia del cuerpo? Porque esto ocurre
también cuando leemos un libro, cuando escuchamos música o cuando miramos una película. Entonces no hemos de considerar lo que ocurre con el cuerpo en términos de movimiento/reposo ni en términos de contacto desde la piel. Es algo más profundo y enigmático lo que se pierde. Algo relacionado con el cuerpo como misterio. Porque quizás es en el cuerpo donde se resumen
todas las preguntas sobre la existencia y la condición humana. Algunos filósofos, como Schopenhauer, Nietzsche, Merleau Pony o Michel Foucault han
querido llevar la filosofía de a la corporalidad. Igual que hicieron, a su manera, Freud y Lacan.
En todo caso hay que ir de la idea de un sujeto con cuerpo, propia de Descartes, al un cuerpo subjetivado, que va del planteamiento de Spinoza al de Merleau-Ponty. O al del interesante biólogo Francisco Varela cuando habla del cuerpo. El budismo zen, escuela soto, centra su práctica en el zazen. Es el cuerpo, en una determinada posición, con una precisa gestualidad y respirando
la base de esta meditación.
Algo se pierde y este algo tiene relación con el cuerpo real, cuerpo del goce y del padecimiento, cuerpo desde el que experimentamos lo vivido. Sobre esto
que se pierde hay que reflexionar en profundidad y con matices.
Luis Roca Jusmet
Las identidades culturales en la modernidad son ilusorias. No vivimos en comunidades cohesionadas por tradiciones. Vivimos en sociedades abiertas y en la que todo lo cultural se mezcla. La identidad política debe basarse en un patriotismo constitucional, es decir en la lealtad con una Constitución que esté en la base de un Estado democrático y social de Derecho. Tenemos todos
identidades culturales plurales y reivindicar una identidad cultural única es la base para la negación de la disidencia interna en el grupo, del sectarismo hacia
los otros y, en el límite, de un fundamentalismo que acaba justificando la violencia. Son las dinámicas tribales.
Pero parece que se mantiene como algo deseable y correcto propuestas políticas que se basan en esta ficción. Una es vieja, la del multiculturalismo, y otra más nueva, la del Estado plurinacional. El multiculturalismo parte de estas identidades culturales supuestamente homogéneas y pide respeto y buena convivencia entre ellas. No se da cuenta de que justamente esa potenciando
Un “nosotros y ellos” ; que tiene los peligros que antes he mencionado. Si algo tiene de bueno la modernidad es esta idea de ciudadano sin atributos al que el Estado le facilita vivir según unos derechos y le exige cumplir unas
obligaciones. Como sujeto individual que forma parte de una sociedad, no como miembro de una comunidad. Este es el punto de partida. A partir de aquí puede formar parte de muchas comunidades, las que elija. Pero en un contexto intercultural. Comunidades abiertas, no cerradas. Mezclarse siempre ha dado mejores resultados que encerrarse en un grupo. Las tradiciones, como tales, no son buenas ni malas. Pero no pueden imponerse. A esta en propuesta la llamará “nterculturalismo”, no “multiculturalismo”.
Hablemos del Estado plurinacional y lo haré desde mi experiencia española. La noción me parece, ya de entrada, contradictoria. Porque si defendemos el
Estado de derecho y una sociedad basado en lo civil, es decir en la que el sujeto de derechos y deberes es el ciudadano, entonces la única identidad de un Estado es política. La noción habermasiana de “patriotismo constitucional” es bastante útil. Uno es patriota en la medida en que se identifica con un país cuya constitución defiende la libertad y la seguridad de todos. En España los
nacionalismos periféricos se han ido imponiendo en las comunidades autónomas estipuladas en la Constitución. Rompiendo la lealtad a la nación cívica. Potenciando una fobia a la lengua española y eliminando el pluralismo
lingüístico interno. Reclamando un supuesto “derecho a decidir” que solo es aplicable a las colonias y no a las zonas ricas de un país. Hablando de Cataluña o de Euskadi como naciones y de España como un Estado opresor (
incluso pretendiendo sustituir de forma ridícula la palabra “España” como “Estado espanyol”. Lo que hay detrás es un nacionalismo étnico en la que implícitamente se considera pueblo a los que se identifican con unas
determinadas prácticas y creencias. El Estado plurinacional es una vertiente más del nacionalismo, en la que este se define por características culturales.
Llegamos así a la democracia “iliberal” de tipo nacionalista que defienden Trump, Bolsonaro y en Europa todo el nacionalismo populista de extrema
derecha.
La izquierda no puede entrar en estos discursos. Debe defender un Estado que sea realmente de derecho, incluyendo los derechos económicos para unas
condiciones de vida digna dignas para cualquier ciudadano. Y un ciudadano es un sujeto de derechos y deberes sin atributos. Es un sujeto vacío porque puede
serlo cualquiera. El multiculturalismo y el plurinacionalismo se basan en una idea de identidad que se basa siempre en elementos culturales y que es, por
tanto, excluyente. Habla de comunidades y con ello potencia lo particular (grupo) frente a lo singular ( individuo) y lo universal ( lo común). Si hay algo
bueno en la modernidad es justamente esta posibilidad del sujeto de seguir un
camino que vamos trazando y no está estipulado, con los otros y desde el derecho común de todos.
Luis Roca Jusmet
Cuando estudiaba en la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación, el curso 1981-2 tuve a un profesor muy brillante que me resultó muy estimulante. Era Miguel Morey y su asignatura era “Teorías del sujeto en el post-estructuralismo”. Su clase era un diálogo con Gilles Deleuze, que me parecía sugerente pero al que no acababa de coger el hilo, y con Michel Foucault, al que empecé a leer de manera sistemática. Sobre todo estuve trabajando a fondo el primer volumen (“La voluntad de saber”) de su Historia de la sexualidad, que acababa de publicarse traducido al español.Me pareció un ensayo muy renovador y original ( en el buen sentido de la palabra). Leí también “La historia de la locura en la época clásica” y “El nacimiento de la locura”. Eran unos temas que siempre me habían interesado y el punto de vista de Foucault abría un horizonte crítico muy fecundo. Aunque me pareció que utilizaba una escritura demasiado barroca. Pero me pareció muy riguroso por su parte el que evitara que sus trabajos se pusieran al servicio de modas como “la antipsiquiatría” o “la antimedicina”. Foucault no quería dar respuestas, ni mucho menos recetas ideológicas. Quería dar la palabra a los enfermos y a los locos y cuestionar el poder institucional de médicos y psiquiatras. También me impresionó la lectura de “Vigilar y castigar” y su compromiso de dar la palabra a los presos comunes. Recordaba como cuatro años antes los presos comunes de la Modelo de Barcelona, coordinados en la C.O.P.E.L. ( Presos en lucha) con el resto de España, habían iniciado un motín que dió mucho que hablar. Su método genealógico, entendido cómo un buscar desde el presente unos precedentes en el pasado que nos permita entenderlo mejor. No contra la historia, que intenta reconstruir el pasado, pero tampoco como ella. Aceptando que buscamos un hilo conductor en una línea determinada. Menos me interesaba su teorización sobre la arqueología del saber ( y “Las palabras y las cosas”). Lo cierto es que Foucault me había dejado una marca en mi manera de pensar. Pasaron unos veinte años hasta que mis lecturas de Pierre Hadot me llevaron de nuevo, de manera inesperada, a Michel Foucault. Mi descubrimiento de Hadot tenía que ver con su visión de la filosofía como forma de vida y como ejercicio espiritual de transformación de sí. Es decir a la filosofía como cuidado de uno mismo y de los otros, y también a la recuperación del estoicismo. ¿ Qué tenía esto que ver con Foucault? Parecía que nada, ya que las trayectorias biofilosóficas de Hadot y de Foucault, aunque fueran de la misma generación, no tenían absolutamente nada que ver. Pero Foucault era un espíritu libre, no estaba subordinado a su imagen ni a las demandas de sus seguidores. De esta manera había dado un giro muy importante a sus planteamientos, por mucho que hubiera, cómo insiste en decir, un hilo conductor en sus investigaciones. Hilo conductor que, según dice el propio Foucault, que no tiene que ver con el poder sino con la relación entre sujeto y verdad. Hay que leer las últimas entrevistas para ver esta coherencia La cuestión es que en junio de 1984 Foucault había muerto de SIDA. Poco antes de morir había publicado el segundo y el tercer volumen de su Historia de la sexualidad: “El uso de los placeres” y “La inquietud de sí”. Eran libros que yo no había leído. Es en estos textos donde se comprueba el encuentro con Pierre Hadot. Pero lo realmente importante para mí fue la publicación póstuma de las transcripciones de los cursos que dió Michel Foucault en el Collège de France entre 1970-1 a 1983-4, el mismo año de su inesperada muerte a los 57 años. Estos cursos son un ejemplo de libertad y a la vez rigor en la investigación. Dos de ellos me parecen imprescindibles. Uno es el que dió enel curso 1977-8, “Seguridad, territorio, población” y otro el curso 1981-2, “La hermenéutica del sujeto”. El primero es clave para entender la lógica del Estado moderno en las sociedades liberales, que pasan de la lógica del poder disciplinario ( este que tanto había estudiado en sus estudios de microfísica del poder) al poder de la sociedad del control. “La hermenéutica del sujeto” ha sido para mí un libro totalmente inspirador en mis investigaciones sobre lo que significa hoy construirse como sujeto ético. Y muy importantes también las críticas de Pierre Hadot a la manera como Michel Foucault quiere recuperar las propuestas éticas de las escuelas alejandrinas y romanas. Desgraciadamente la muerte de Foucault no le permitió conversar con Hadot sobre sus apreciaciones, por otra parte muy respetuosas. A raíz de ello escribí mi libro “Ejercicios espirituales para materialistas. El diálogo (im) posible entre Pierre Hadot” y Michel Foucault”. Finalmente publiqué el año pasado “Manifiesto para una vida verdadera” con una buena dosis de mis lecturas de Foucault. Todo mi agradecimiento hacia él: me ha permitido abrir los horizontes de mi pensar. Todo esto supone que para mí Michel Foucault fue realmente una caja de herramientas, como él pretendió ser. Y lo fue para otros muchos. El mejor ejemplo, que yo conozca, son las investigaciones del sociólogo inglés Nikolas Rose. O mucho más cercano, el filósofo español Francisco Vàzquez García. Lo que nos aporta Foucault es un trabajo en curso, en el que cada cual coge lo que le interesa. Los peores obstáculos para apreciar este rico legado de Foucault me parece que son bastantes. Diré cuatro. En primer lugar el convertirlo en un objeto académico que lo desmenuza hasta hacer de él un cadáver. En segundo, hacer de él un ideólogo del LGTB. Foucault siempre problematizó las identidades, sean binarias o trans. También los antifoucaultianos se han alimentado de los tópicos y malentendidos y la mayoría ni siquieran han hecho una lectura seria de sus textos. Dejo de lado la sordidez de las acusaciones de los que quieren ganar prestigio a cambio de acusaciones de las que no puede defenderse. Finalmente el mal que le hacen los “foucaultianos” que quiere construir una escolástica en torno a su obra. Celebremos con alegría no la muerte de Foucault sino la herencia que nos ha dejado que, como todas, hay que saber administrar y transformar en algo diferente.
No hay razón para pensar que el universo tiene un interés benévolo hacia el bienestar humano. Por naturaleza, las cosas tienden a ir peor. Por muchas razones. Una es la ley de la Entropía: si lo dejas solo, todo se desordena y empeora. Otra es la evolución: la naturaleza es un sistema competitivo y otros organismos evolucionan constantemente para derrotarnos, y así tenemos las pandemias. Otra razón es la propia naturaleza humana: no evolucionamos para ser perfectamente racionales y cooperativos, tenemos muchos sesgos cognitivos. Razonamos desde la anécdota, no desde la evidencia, y siempre pensamos que tenemos razón. Así que la pregunta no es por qué el progreso no ha solucionado todos los problemas, sino cómo ha sido posible que haya habido progreso.
(Pues) Porque los humanos, con todos nuestros sesgos cognitivos, tenemos raciocinio y hemos creado instituciones como las universidades, los gobiernos democráticos o el periodismo responsable para tratar de reducir errores y promover la verdad. El progreso es una batalla constante entre las fuerzas del desorden y la destrucción y la racionalidad y la empatía humana.
Josep Catá Figols, entrevista a Steven Pinker: "Entender que la utopía es imposible permite que haya tolerancia y democracia", El País 05/1172024
I
En las últimas décadas del siglo XIX vivió en Oviedo un hidalgo llamado don Pepito Alegre, considerado unánimemente como «cumplido caballero, honra y prez de enamorados».
En su mocedad se enamoró y tan excelsa le pareció la experiencia que decidió mantenerla viva como «amor de enamorados». No permitiría que su amor se rebajara a las oscuras maniobras del deseo. Fue este amor puro y limpio lo que dio un sentido omnipresente a su vida.
Cada tarde, a las siete en punto, después de dar un paseo por el balneario de las Caldas, don Pepito se dirigía en coche a un portal de la calle de Gastañaga, donde esperaba la aparición de su novia que, siempre acompañada, se dirigía a él apoyada en un fino bastón. El amor se mantenía intacto, pero la edad no, y a los 70 años era imprescindible la ayuda de alguna prótesis para encarar el ideal.
Don Pepito la recibía ceremoniosamente, con gestos invariables. En la mano izquierda sujetaba su sombrero y su bastón, mientras con la derecha le entregaba a su amada un ramo de flores. Y a continuación repetían, idénticas, las palabras de cada tarde:
- ¡Ah! ¿Qué horas son estas de llegar, mi señor don José?
- La tarde estaba deliciosa, mis señora Margarita. Me entretuve en el jardín. He aquí que os traigo la recompensa por mi tardanza.
Pasaban media hora justa en la chocolatería y tras beber medio pocillo de chocolate, los sexagenarios se despedían hasta el día siguiente.
Encuentro esta historia de amor, que reescribo con cierta libertad, en la biografía de Clarín escrita por Juan Antonio Cabezas, que la concluye así: «Fue el de don Pepito y doña Margarita un amor perdurable a fuerza de intentar no serlo".
II
En realidad la Luna simplemente no oye a los perros.
III
Una cita de Clarín: «No, no desesperemos; los pueblos no deben ser viejos; no deben contar sus años, aunque deben amar su historia; no está probado que no sea posible una resurrección».
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
Mucho se habla de la extinción de las
abejas o los gorriones, pero muy poco de la de los niños. Si se fijan, se han
volatilizado de nuestras calles y plazas sin apenas advertirlo. Ahora solo los
ves tras el cristal oscuro de los coches, llevados de una actividad a otra por
padres que parecen más «coaches»
que padres, o tras la verja de las urbanizaciones o
el parapeto de las zonas de juego, como animales casi extintos vigilados por
una tribu de celosos progenitores.
¿Será bueno que ya no haya niños y niñas solos por las calles, corriendo a todo meter entre los transeúntes, dando balonazos a las farolas, trasteando en los escampados o jugando a las prendas en un banco? No lo sé. Y lo último que quisiera es inventarme un paraíso perdido y analógico. Pero mucho me temo que sin niños hechos a habitarlo, el espacio común que son las plazas y calles esté condenado a desaparecer (en cuanto se vayan los ancianos que aún hoy lo ocupan), es decir: a reconvertirse del todo en lugares puramente comerciales o turísticos.
Que los niños ya no revoloteen como vencejos por las plazas no es solo motivo de nostalgia, sino también síntoma de que la calle ya no es el lugar de sociabilidad y educación que siempre ha sido, especialmente en las culturas del llamado «sur global». Los que somos más viejos recordamos que en la calle aprendías rudimentos básicos de economía (y moral) haciendo recados, de geografía yendo solo al cole, o de matemáticas y ciudadanía cambiando cromos o discutiendo sobre los avatares del juego. Esas eran nuestras «situaciones interdisciplinares de aprendizaje». No había que incubarlas arficialmente en clase porque las cultivábamos naturalmente fuera. Igual que el trabajo en equipo (necesario para jugar y hacer trastadas), la convivencia con gente distinta (en la calle nos mezclábamos más o menos todos) o la autonomía personal, competencia suprema que se lograba gracias a que tu andabas por ahí (sin móvil ni marcado con un chip como los perros) y tus padres en su casa y a sus cosas.
Es cierto que los niños de hoy en día también juegan; y tal vez a juegos más educativos e interesantes. Pero me parece que lo hacen menos, ocupados como están en mil actividades formativas. Y que juegan más solos, ni con amigos ni con hermanos (si es que los tienen). Y, sobre todo, que lo hacen en entornos privados: el cuarto de juegos, el parque de la urbanización, las redes y escenarios virtuales creados por empresas tecnológicas… Juegan, en suma, «en» (y «a») un mundo que, a diferencia del de las calles, ya no es el mundo compartido por el común de la ciudadanía, sino, a lo sumo, por un determinado tipo de cliente (el del nicho urbanístico de referencia, el de la plataforma de entretenimiento favorita…).
¿Es todo esto bueno? Pues depende. Si lo que queremos es una sociedad-hormiguero de productores-clientes inermes ante el poder y sin apenas vínculos sociales o políticos (ni siquiera los de la familia, también en decadencia) seguramente sí. Pero si lo que preferimos es una sociedad de ciudadanos acostumbrados a convivir y comunicarse con gente diferente, a confrontar opiniones con naturalidad, y a conocerse y cuidarse unos a otros desde la infancia, mucho me temo que la respuesta tenga que ser negativa.
I
Respuesta de Rémi Brague al periodista que le pregunta cómo logra un estilo tan claro: «El bolígrafo rojo de mi mujer»
II
Viaje casi relámpago a Mallorca que, sin duda alguna, ha merecido mucho la pena. Ha sido un placer viajar con Sergio Vila-Sanjuán y ser introducido por él en la Fundación Juan March y me voy con un recuerdo agradabilísimo del clima que conseguimos crear. Podría mentar también la comida y la cena...
III
He aprovechado la ida y la vuelta para darle un buen bocado a la biografía de Clarín de Espasa-Calpe, irregular, pero, en conjunto, muy interesante. A los autores de estas biografías parece a veces que les pagaban por hoja, pero, en conjunto, son ejemplares.
IV
Si los latinos decían que «Aquila non capit muscas», Clarín, más poético pensaba que si bien estaba en la naturaleza de los perros ladrar a la Luna, ésta, la Luna, nunca ha considerado necesario ladrarle a un perro.
I
Día tranquilo. Una entrevista por zoom a las 11:30, un par de artículos adelantados, unas páginas de una biografía de Clarín.
II
Hace unos días me llegó por correo una tarjeta VISA. Me puse a activarla y acabé eliminándola. Así que pasé por la oficina a pedir una nueva. Ayer la recogí y le pedí a la persona que me atendió que me la activara ella. Sentí una íntima satisfacción cuando se equivocó. La equidad en la ineptitud, aunque sea circunstancial, tiene también fomenta la autoestima.
III
Al volver a casa con mi mujer, pasado ya el mediodía, nos sorprendió un cielo de un azul tan nítido, tan hermoso, tan acogedor que parecía una invitación a la ascensión. Somos seres que nos dejamos seducir facilmente por la verticalidad. Un cielo así, tan obviamente bello, desmiente con su contundente presencia a Bartolomé Leonardo de Argensola -¿recuerdan?: «Pues ese cielo azul que todos vemos / ni es cielo ni es azul. ¡Lástima grande / que no sea verdad tanta belleza!»
IV
Dentro de unas horas me subiré a un avión que me llevará a Mallorca. Sergio Vila-Sanjuan me lleva a la Fundación Juan March. Hablaremos, comeremos, beberemos y volveremos mañana a casa. Mientras escribo estas últimas palabras recuerdo a R. L. Stevenson: «Nos enamoramos, bebemos mucho, corremos aquí y allá sobre la tierra como ovejas asustadas».
I
El folclorista norteamericano Gershon Legman resume lo que aprendió de su trato con las cosas humanas de esta manera en su libro «Love and Death: A Study in Censorship» (1949): «El asesinato es un crimen. Describir un asesinato, no. El sexo no es un crimen. Describir conductas sexuales, sí».
II
Viene lo anterior a cuenta de mis espías. Caridad Mercader continúa asaltándome en los recodos más inesperados del camino para dejarme constancia de que su historia sigue viva y de que aunque asesinar a Trotsky estuviera mal, somos muchos los que nos hemos ganado honorablemente algún cuarto hablando de este crimen.
III
Sé muchas cosas de Caridad Mercader y no hay año que no me entere de alguna cosa más, pero son muchas más las que no sé. Por ejemplo: Lee Oswald, el asesino de Kennedy, entró el 1 de octubre de 1963 en la embajada cubana de México, donde se reunió con una íntima amiga de Caridad, Teresa Proenza. Curiosamente, a la salida de la embajada se cruzó con Pedro Gutierrez Valencia, que había sido carcelero de la prisión de Lecumberri. Aparentemente, Pedro Gutiérrez Valencia había impedido la fuga de Ramón Mercader. En la práctica le daba permiso para salir de la cárcel e ir, por ejemplo, a cenar con sus amigos, siempre que se lo pedía.
IV
Me han enviado algo que no esperaba, una historia en cómic de Caridad Mercader. Está en proceso y me gusta. Me he comprometido a escribir un pequeño prólogo.
I
En una entrevista que le hizo el inolvidable Joaquín Soler Serrano -¡aquellas impecables entrevistas en la televisión en blanco y negro!-, Juan Larrea dejó ir esta confesión: «Uno no es más que un balón, recibe patadas de un lado y de otro hasta que alguien un día grita gol»
II
Yo me siento desde hace algún tiempo ese "uno" del que habla Larrea. Recibo las propuestas más dispares para participar en proyectos interesantísimos... pero no me da la clepsidra para tanto.
III
Hoy he mantenido una reunión, muy agradable, con unas personas que utilizaban el verbo "prototipar" con tanta liberalidad que he acabado desconfiando de ellas.
La amenaza del tedio tiene mucho que ver con las temporalidades de la modernidad, con la estructuración entre trabajo asalariado y tiempo de ocio. El ocio y el miedo al tedio parecen estar estrechamente relacionados: las conquistas de las clases trabajadoras en términos de horario de jornada y jornadas semanales, vacaciones y jubilación se han traducido en la más grande de las industrias contemporáneas, la de la modelación del tiempo de ocio en tiempo de atención controlada por dispositivos de fascinación.
Fue en este contexto, y en los primeros momentos de la digitalización de la cultura, cuando aparecieron los videojuegos. De hecho el videojuego y el desarrollo del ordenador y de internet están estrechamente entrelazados. Las fuerzas más poderosas de los primeros momentos del computador personal estuvieron representadas por los jugadores y diseñadores de videojuegos. Nació así una nueva narrativa, una estructura formal que todos reconocemos: marco de juego, objetivos, puntuación, niveles, ... Personales o colectivos, más o menos miméticos, más o menos sofisticados, los videojuegos impusieron una narrativa que fluyó y contaminó a los bestsellers, películas y series.
En los momentos álgidos de la primera crisis económica del capitalismo producida en y por el entorno digital, 2008, nació también la extensión de esta narrativa a todos los momentos de la vida: el orden gerencial del trabajo, la propia configuración de proyectos, el mito de la educación como juego. La gamificación (sigo usando el neologismo a pesar de que la RAE recomiende "ludificación", para preservar la distancia entre una concepción lúdica y una concepción gamificada). La nueva gerencia organizó las empresas como si fueran entornos de juego: el fordismo se dividió en proyectos, la competitividad en puntuación, las viejas órdenes del jefe en objetivos, las emociones de aburrimiento en la empresa se tradujeron en una suerte de diversión obligada por la jerarquía. Así, una y otra vez nos repiten el mismo mantra en el contexto de la educación: hacer del tiempo del aula un tiempo de diversión, competencia, logros, éxito.
Fernando Broncano, Tedio, políticas del goce y gamificación, El laberinto de la identidad 16/11/2024
I
Hoy he llegado puntualísimo a la cita a la que ayer llegué con un día de antelación. He salido de casa al mismo tiempo, pero he ido andando desde la estación de Sant Adrià hasta mi destino, la sede de Enciclopèdia Catalana, en Venezuela 105, y he vuelto de la misma manera, pero caminando a paso lento, porque así lo requería mi amigable compañía.
II
Las casas se habitan y como se habitan se degradan. De repente una puerta cierra mal. Al principio te molesta y te dices que hay que llamar a alguien para que la arregle, pero pasa el tiempo y te acostumbras a la puerta que cierra mal... como te acostumbras a la ducha que gotea cuando quiere, a la bombilla que ya no obedece al interruptor, a la cisterna que se muestra caprichosa, a esa madera que necesita un carpintero, a la marca en la pared que dejó un nieto... y así, sin darte cuenta, tu casa se convierte en la casa de los abuelos, que es la casa en la que todo funciona sui generis, cada vez más sui generis.
III
Hay como una solidaridad empática en el envejecimiento entre tu casa y tú. Nos comprendemos mutuamente y nos reconocemos en nuestros mutuos achaques.
IV
Pero hay goteras a las que hay que poner arreglo por el riesgo de que vayan a más. Hoy ha venido un albañil de confianza. Ha mirado lo que tenía que mirar con ojo de escrutador avezado y ha decidido que la causa de la gotera y la humedad del techo del cuarto de la lavadora estaba en una bajante del tejado. Se ha subido, ha estado escudriñando y ha aparecido con una pelota de fútbol casi completamente desinflada que tapaba la entrada de un desagüe y que ya había dado lugar al crecimiento de varias plantas, cuyas raíces parecen ser la causa inmediata de las humedades. La causa remota son, claro está, mis nietos.
I
Cono soy un neurótico, he cogido el tren de las 9:30 en Ocata para llegar con holgura de tiempo a la reunión que tenía prevista a las 11:30 en la sede de Enciclopedia Catalana, en la calle Venezuela de Barcelona. Para las 10:10 ya estaba en la puerta. Como la mañana era una de esas espléndidas mañanas de otoño que parecen de primavera, he aprovechado para desayunar (mal) en un bar y dar una vuelta por el barrio. A las 11:30, con rigurosa puntualidad, he hecho acto de presencia. Puntual, sí, pero con un día de adelanto. La reunión no era el jueves sino el viernes. Me pasan cosas de este tipo con frecuencia. Gracias a Dios peco de un marcado exceso de puntualidad y no de impuntualidad. Para sacarle partido a la mañana me he cortado el pelo, me he arreglado la barba y he ido andando hasta la estación de Sant Adrià.
II
A resaltar los juegos de sombras de los plátanos medio deshojados proyectadas sobre las paredes de las casas y la superficie de las aceras.
III
Necesitaría una semana entera de plácida indolencia, en una cabaña en la montaña con vistas maravillosas, nubes rimbombantes pasando sobre mi cabeza y mañanas regaladas como la de hoy. Y no leer, no escribir, no contestar al teléfono, y dedicarme por entero a ver pasar nubes, como Rousseau en el lago de Brienne, de famosas aguas cristalinas. Dicen que esas aguas alivian penas y amarguras, aligeran el espíritu y esponjan el alma.
IV
Vivo estos cambios turbulentos de la presión atmosférica con molestias diversas en el estómago y en los oídos. Las gotas frías pasan por mi cuerpo como una onda radiactiva y me dejan encogido y triste... pero no he de dejar que me venzan. El mejor argumento contra la derrota es una agenda activa.