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Qué hoy vivamos especialmente envueltos en una nube de «noticias» falsas es una «noticia» falsa o, cuando menos, cuestionable. Desde los albores de la historia han existido mitos, cuentos chinos e «información» al servicio de intereses políticos, económicos o bélicos. Unas más que otras, apenas hay sociedad humana que no se haya fundado sobre bulos y creencias irracionales – no hay más que escuchar el discurso de cualquier nacionalista –. Es cierto que los bulos se difunden ahora más rápida y masivamente que antes, pero también las culturas eran antes más pequeñas y estáticas, por lo que los bulos venían a cundir lo mismo.
Con esto no quiero decir, ojo, que los bulos no sean peligrosos. Lo son, y mucho. Ante todo, porque lastran el desarrollo pleno y libre de las personas y las sociedades, manteniéndolas en un estado de inopia, idiotez y minoría de edad.
Ahora bien, igual que el efecto más pernicioso de los bulos se da en las personas, la causa de su éxito intemporal está también en ellas. Es innegable que a la gente le gustan las «noticias» falsas; y la razón es que estas son aparentemente más interesantes, emocionantes y psicológicamente placenteras, especialmente si están hechas a medida de nuestros prejuicios. Es siempre más cómodo y satisfactorio aceptar «información» objetivamente dudosa, pero acorde con nuestras ideas e intereses, que arriesgarnos a cambiar de opinión (o de forma de vivir). En cierto modo, los bulos llaman al agradable e irresistible autoengaño de tener razón a toda costa (nos va mucho en ello). Por eso, para vencerlos no bastan las leyes, ni el celo de los periodistas, ni el conocimiento de los poderes que controlan a los medios. Hace falta, más que nada, incidir en la educación de la gente.
Es por ello que la OCDE ha propuesto introducir en los planes de estudio contenidos dirigidos a la «alfabetización mediática e informacional»; y que algunos países, como Finlandia, o recientemente España, incorporan dichos contenidos de manera transversal en diversas materias y etapas educativas. Pero con esto tampoco basta. Aprender cómo se elabora un bulo o cómo se manipulan datos estadísticos es insuficiente cuando la gente está decidida a creerse lo que le hace más feliz. Es necesario algo más drástico: es preciso rescatar el espíritu filosófico y la actitud inquisitiva y crítica que (algunos mitómanos) suponemos en la raíz misma de nuestra cultura.
Sócrates pensaba que una vida sin reflexión no valía la pena. Platón nos enseñó a distinguir entre opinión y conocimiento. Los grandes filósofos modernos (Descartes, Hume, Kant…) tuvieron a la «duda sistemática» como condición de todo desarrollo intelectual y moral. En general, la filosofía nos impele a priorizar la búsqueda de la verdad sobre la mera satisfacción psicológica o el interés privado, y nos muestra que lejos de esa búsqueda no es posible una vida digna y plena. Si una buena porción de la población estuviera convencida de todo esto, los bulos tendrían mucha menos acogida.
I
Ayer volví a escuchar a un importante neurólogo sostener que "somos nuestro cerebro".
II
Esta afirmación, tan rotunda, requiere, como condición de posibilidad, de una radical reducción del mundo de la vida, porque de manera espontánea, en la propensión natural de nuestra cotidianeidad, nadie se siente como su cerebro.
III
Por otra parte, los mismos neurólogos no tardan en poner en cuestión la rotundidad de su tesis cuando nos insisten en que la evolución de un cerebro tan maleable como el nuestro no es, ni mucho menos, independiente, de nuestras interacciones con el medio.
IV
Yo no me atrevería a decirle a mi mujer "mi cerebro te quiere".
V
En realidad somos en el encuentro de mi yo con mi circunstancia. Ortega lo explicó muy bien. Me siento distinto cuando estoy frente a mi mujer, frente a mis nietos, frente al vecino del 5ºA (el que va dejando un reguero siempre que baja las basuras), frente a mi imagen en el espejo, frente a un dolor de muelas...
VI
Yo soy yo y mi circunstancia porque soy en la "y". Lo que vivo espontáneamente es ese ser ahí, en la "y" de la relación. Por eso insiste Ortega en que si quiero salvarme a mí, debo salvar a mi circunstancia que es, en el fondo, lo que dicen también los neurólogos cuando hablan de la relevancia de nuestra interacción con el medio.
I
Ayer fue uno de esos días en que reconfirmas tu irremediable ignorancia en la inmensa mayoría de campos científicos.
II
Invitado por Pilar García de la Granja, a quien conocí hace algún tiempo en una cena en casa de Ana Palacio, asistí en la Fundación Rafael del Pino de Madrid, a las V Jornadas Neurocientíficas y Educativas, enfocadas a enfermedades neurológicas infantiles y trastornos del lenguaje. El año pasado también me invitó y me escaqueé como pude, considerando que hay cosas sobre las que no estoy capacitado para hablar en un foro científico. Pero este año Pilar insistió e insistió y, finalmente, cedí, pensando que, admitiendo tus límites, tampoco puedes ir por la vida evitando retos.
III
Participé como intruso en una muy selecta mesa redonda sobre los retos de la neurodiversidad con personas amables, sabias y asequibles y, desde luego, muchísimo mejor informadas que yo, como María José Mas (responsable de la Unidad de Neuropediatría de la Xarxa Sociosanitaria Santa Tecla de Tarragona), Iria Rodríguez (Psiquiatra Infanto-Juvenil), Beatriz Gómez Gil (maestra de educación especial), Álex Sans Carranza, padre de un niño con necesidades educativas especiales.
IV
Después hubo dos conferencias realmente magistrales, de esas que te dejan con la boca abierta y acabas pensando en cuánta razón tenía don Hilarión cuando en la Berbena de la Paloma canta aquello de "Hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad". La primera corrió a cargo de Álvaro Pascual-Leone, Profesor de neurología en la Harvard Medical School (y miembro de un montón de instituciones científicas relevantes), que nos habló de la resiliencia cerebral, y, la otra de Rafael Yuste, Profesor de Ciencias Biológicas en la Universidad de Columbia, que disertó de manera muy directa y asequible de las nuevas tecnologías y sus implicaciones para la medicina.
V
A pesar de las obvias diferencias de jerarquía científica que existen entre Álvaro Pascual-Leone y yo, encontré en su exposición mi tesis sobre la pedagogía como práctica clínica, aunque desarrollada de manera magistral. Por supuesto, hay que beber de las fuentes del saber sin complejos, así que a la noche, en el hotel, estuve rehaciendo mis esquemas gracias a lo mucho aprendido.
VI
Dentro de un rato comienza la segunda jornada, que no me pienso perder... aunque tengo que encontrar tiempo para visitar la Feria del libro viejo de Madrid.
I
Esta mañana, mientras hacía como que leía en la plaza de Ocata, se ha ido levantando una niebla en el mar que ha ido poco a poco viniendo hacia el pueblo. Me imagino que para los acostumbrados a convivir con la niebla esto es una nimiedad. Pero para los adeptos a la luz mediterránea, tiene algo de insólito y no diría que inquietante, pero... casi.
II
Llevo todo el día de hoy con una frase zumbándome en la mente: "La vida es un simulacro".
III
Es, en realidad "el" simulacro porque consigue cumplir con su función perfectamente, que es la de hacernos olvidar aquello que el simulacro oculta. Y que nunca estará visible. Lo que queda es actuar con verosimilitud intentando representar papeles de una cierta entidad.
IV
Por algún sitio habla San Agustín del teatro y dice que un buen actor no es el que representa, por ejemplo, a Hércules, sino el que nos hace olvidar que él no es Hércules.
V
Voy traduciendo muy, muy lentamente La vida de Plotino escrita por Porfirio. Me gusta hacerlo, pero no puedo dedicarle más que ratos perdidos, por la cantidad de urgencias que se me acumulan. Pero es claro que hubo un tiempo en que la filosofía era un modo de vida.
VI
Tras las generosas lluvias de estos días, se ha producido una explosión floral, que es la forma que tiene la naturaleza de celebrar su caducidad. Este esplendor gratuito en pocos días caerá marchito, pero caerá conforme a reglamento, dejando tras de sí sus propias semillas en espera de otras lluvias. Todas estas cosas de los ciclos naturales, la hoja seca, la flor que se asoma al ritual de la primavera, los pétalos de la frágil flor del almendro arrancados por una corriente de aire, etc., todo esto es, en el fondo, de una trivialidad mecánica. Y, sin embargo, nos deja boquiabiertos.
II
Media hora de radio dan para mucho y en No es un día cualquiera, con Pepa Fernández, dan para más. Me gusta esta mujer, con su voz cadenciosa que sabe dejar la última sílaba de una pregunta en el aire como hacía la Caballé y, sin darte cuenta, ya has caído preso de las sirenas.
III
Ayer por la tarde estuve con un grupo de exalumnos. Fueron alumnos míos cuando estaban en la pubertad y ahora algunos ya son abuelos. Me gusta reencontrarme con ellos y saber qué es de sus vidas, porque las sorpresas pueden ser mayúsculas. La vida está más abierta de lo que sospechábamos, para bien y para mal. Me cuentan de los que ya no están, de los que están muy mal, de los que van bien y de los que van fenomenal. En algunos casos intuí el futuro; en otros, no acerté ni una.
IV
¿Quién decía que uno no es más que un balón, que recibe patadas de un lado y de otro hasta que alguien un día grita gol?
No puedo recordarlo, pero puedo añadir que jugamos en la niebla y nunca estamos seguros de haber metido gol en la portería adecuada.
El Homer del futuro. En una escena del episodio 467 de los Simpsons, Homer se está comiendo un tarro de mayonesa mezclada con vodka. Entonces dice: «Esto es problema del Homer del futuro. ¡No me gustaría estar en su pellejo!». De hecho, si pensamos que la continuidad de consciencia es una ilusión, ya que nuestra consciencia va haciendo barridos de forma discreta cada pocos milisegundos, nuestro yo desaparece a cada momento ¡Morimos contínuamente! Entonces, lo que le pase a mi yo del futuro no debería importarme mucho ya que será una persona diferente a mi yo del presente. Yo no creo demasiado en esa idea porque, en cualquier caso, si mi continuidad es una ilusión, en tanto que ilusión es muy real para mí. Pasa como con el libre albedrío. Aunque no sea cierto que elijamos libremente no podemos vivir de otra forma ¿Cómo se pueden tomar decisiones sin creer que se están tomando decisiones? De la misma manera, creo que mi yo de hace diez minutos era yo aunque no lo fuera, y mi yo del presente se preocupa un poco (quizá menos de lo que debería) de mi yo del futuro. De todas maneras, cuando uno está demasiado agobiado por las infinitas obligaciones de la vida adulta, siempre es saludable posponer ciertas preocupaciones y dejárselas a nuestro Homer del futuro.
Santiago Sánchez-Migallón Jiménez, Herramientas cognitivas IV, La máquina de von Neumann 27/04/2024
Cap al far és una novel·la de l'autora britànica Virginia Woolf (1882-1941) que es va publicar per primer cop el 1927, i suposa un dels més clars exponents de la narrativa modernista en llengua anglesa. Es considera una de les novel·les més reeixides de l'autora, que en aquest cas aconsegueix un equilibri quasi perfecte entre l'ús de la tècnica - amb el seu domini del canvi de perspectiva i els salts temporals - i el contingut - una reflexió elegíaca sobre els antics valors del món victorià que estaven ja a punt de desaparèixer de la cultura britànica, encarnats en aquest cas pel matrimoni protagonista, el senyor i la senyora Ramsay, inspirats força fidelment en els pares de l'autora. L'argument és molt senzill, repartit en dos blocs narratius separats per una breu secció que actua d'intermedi: l'any 1909, el matrimoni Ramsay estiueja en una casa llogada a l'illa d'Skye amb els seus vuit fills i un grup d'amics i convidats de la família. Deu anys després, alguns d'ells es retroben en el mateix escenari, reflexionen sobre el passat, el present, i tot el que han perdut, i la fallida excursió al far de deu anys enrere s'acaba realitzant, aquest cop amb un potent sentit d'anticlímax.
La novel·la presenta una càrrega autobiogràfica molt potent i, segons sabem pels diaris de Virginia Woolf, la seva escriptura li va resultar catàrtica a l'hora de processar els sentiments de dol per la pèrdua dels seus pares i de dos dels seus germans en un període força curt de temps. També ens ofereix una reflexió valuosíssima sobre el precari equilibri entre l'art i la vida a l'hora d'oferir quelcom de perdurable a la posteritat: una competició que acaba revelant el seu caràcter fal·laç a mesura que la visió artística de la pintora Lily Briscoe es va reconciliant amb els termes i les condicions imposades tant per la seva pròpia vida com pel seu art. Ara bé, més enllà del seu contingut, la novel·la atrapa i fascina per la seva textura narrativa, que ens va transportant d'un a l'altre d'aquesta complexa constel·lació de personatges, a través dels seus punts de vista particulars explicats en tercera persona, i no a través del flux de consciència que resulta emblemàtic en l'obra de Woolf. La narració es fa realment dinàmica a l'hora de connectar cada situació amb la percepció de diversos personatges que viuen el mateix moment des del seu punt de vista particular. Per exemple, un fragment de conversa entre dos personatges pot aparèixer en un determinat moment i, després, moltes pàgines després, tornar al present des del punt de vista d'un altre personatge que passava per allà. De la mateixa manera, a l'escena central de la novel·la, que retrata un sopar que la família ofereix als seus convidats, la senyora Ramsay entra i surt d'una escena del seu passat que ha quedat congelada a la seva memòria.
Tanmateix, la novel·la tampoc no s'entendria sense el seu context històric i la reflexió política que Woolf ofereix en les seves pàgines: l'argument ens situa ben bé des del principi en el conflicte generacional que s'estableix a l'època eduardiana entre els antics valors conservadors de la societat victoriana, encarnats pels pares i els amics d'aquests, i una forma més moderna de percebre les relacions socials, encarnada per la generació dels fills. El senyor i la senyora Ramsay s'erigeixen en els patriarques perfectes de l'època victoriana. Ella és una mestressa de casa exemplar, l'autèntic estereotip de l'àngel de la llar: rere la seva façana de preocupació altruista per cada mínim detall de la llar, dels fills i del servei, exerceix una fascinació i una admiració sobre els membres de la casa que amaga un pòsit de manipulació i control. D'altra banda, el senyor Ramsay representa la imatge del patriarca desvalgut: exerceix la seva autoritat amb mà de ferro, almenys a ulls del seu fill petit de sis anys, però exigeix la compassió i l'atenció dels altres com si es tractés d'un vassallatge que sent que se li ha de retre de forma natural. Ambdós es troben profundament pertorbats per la seva incapacitat de deixar qualsevol llegat perdurable: el senyor Ramsay pressent que la seva obra filosòfica no el sobreviurà, mentre que la senyora Ramsay intenta assolir la perdurabilitat modelant el futur dels seus fills, i el dels joves que té al voltant, a la seva imatge i semblança.
Les relacions entre els personatges es van bastint poc a poc a través de de les seves múltiples rivalitats i conflictes soterrats, que tothom té ben presents de forma més conscient o inconscient, però que ningú arriba a discutir mai obertament. En aquest context, qualsevol comentari, per més innocent que soni, per exemple una predicció casual sobre el temps que farà demà, es pot convertir en una arma carregada de significat dins dels jocs de poder i dominació que s'estableixen dins la família. Hi ha un rerefons freudià força evident dins d'aquesta estructura familiar, especialment pel que afecta el fill petit, que entra en un triangle d'amor-odi amb el seu pare i la seva mare, molt similar al que Proust planteja per al protagonista al primer volum d'A la recerca del temps perdut. A la segona part de la novel·la, el triangle es replica en una situació diferent, però davant la decadència del pare, ja molt envellit, ara el fill acaba obtenint una reafirmació pel part del patriarca que, possiblement, no sabia que necessitava. De la mateixa manera, cada personatge es revela o s'amaga en funció del poder que és capaç d'exercir sobre els altres: un exemple paradigmàtic n'és el llastimós senyor Tansley, un jove alumne universitari del pare que, d'una banda, esdevé el seu imitador grotesc i, de l'altra, no pot evitar sentir-se ressentit per l'evident menyspreu amb què el tracten els fills de la família. Ara bé, el seu conflicte intern se'ns presenta en tota la seva perspectiva quan ens n'adonem que pertany a un estrat social més baix, i és el seu propi esnobisme el que alimenta la seva masculinitat fràgil.
En certa mesura, tots els personatges queden atrapats per una mena de dilema emocional entre les necessitats, igualment imperants, d'escapar del domini patriarcal i de reproduir-lo a la vegada, assumint el rol dominant per a la propera generació. És així com s'entén el conflicte interior del senyor Tansley, o les recances dels amics d'edat més avançada, com el senyor Carmichael o el senyor Bankes, i les expectatives socials que recauen en els fills: les noies han de reproduir les habilitats domèstiques de la mare i esdevenir perfectes mestresses de casa, mentre que personalment potser desitgen fer altres coses amb la seva vida, mentre que els nois esdevindran els futurs soldats, jutges, funcionaris, científics i intel·lectuals, en últim terme destinats a perpetuar l'hegemonia de l'imperi britànic sobre el món. La doble vara de mesurar amb què la mare jutja els fills i les filles és un exemple molt colpidor i directe d'aquesta necessitat. Però és la Lily Briscoe qui té una perspectiva més àmplia sobre tot el que estem presenciant, potser perquè és artista i té una percepció especial respecte de la realitat que l'envolta, i també, possiblement, perquè esdevé l'alter ego de l'autora mateixa dins el relat. La necessitat que sent la Lily d'alliberar-se d'aquestes constriccions la porta a resistir-se al matrimoni i a la vida convencional que se li proposa, i és a través d'aquest personatge que Virginia Woolf explora les seves pròpies ambivalències respecte del món dels seus pares: a través de les successives revelacions que pateix la Lily, i el desplegament de la seva visió, veurem el profund amor que l'autora sentia pels seus pares, confrontat a la necessitat que sentia d'alliberar-se de la seva influència per poder dedicar la seva vida a l'escriptura.
La visió de la Lily acaba revelant-nos una veritat molt més mundana i aparentment irrellevant que qualsevol altre missatge que poguéssim haver esperat de la lectura: no cal esperar que es presenti la veritat en majúscules quan l'experiència quotidiana ens confronta al present en tota la seva bellesa i la seva desolació, i a la necessitat de seguir vivint i aguantant per la presència dels vius i el record dels morts. El seu rebuig final de la perdurabilitat en el futur va en la direcció d'aquesta acceptació última del moment present: la Lily no treballa per a una posteritat que, en realitat, no depèn d'ella mateixa, sinó per a la seva pròpia felicitat en el present, per més intranscendent que aquesta pugui semblar. De la mateixa manera, el far es transforma al llarg de la lectura en significant buit que va suggerint diverses interpretacions que els lectors podem anar provant, però que en cap cas es fan definitives. Igual que el món d'antics valors i certeses que s'esfondra definitivament amb la primera guerra mundial, el far s'erigeix, al rerefons de la narració, com una veritat inabastable però que continua temptant amb la seva presència sempre elusiva però inescapable.
Sinopsi: La novel·la consta de dues seccions que descriuen dos moments diferents en les vides de la família Ramsay, connectades per una secció intermèdia que descriu el pas del temps des del punt de vista de la decadència que s'apodera de la casa entre els dos moments. A la primera secció, "La finestra", assistim a un vespre de les vacances de la família Ramsay a l'illa de Skye. Mentre els joves es diverteixen jugant i passejant per la costa, l'excursió del petit James en barca al far, que estava planejada per l'endemà, es veu frustrada per la predicció de mal temps que li fa el seu pare. La senyora Ramsay intenta consolar-lo llegint-li un conte i, més tard, quan els petits ja són a dormir, els grans sopen amb tots els seus convidats, en el moment àlgid de la primera part de la novel·la. La segona secció, "El temps passa" ens mostra la decadència de la casa a través dels deu anys en què la família no la visita, des del punt de vista del servei que s'ha d'ocupar de mantenir-la en bon estat. Com si es tractés d'una seqüència cinematogràfica, l'inici d'aquest intermedi connecta amb la darrera escena de la primera secció, en què ja és fosc i els joves van a fer una passejada nocturna abans d'anar a dormir, mentre que el final d'aquesta secció ens situa ja a l'inici de la tercera part, amb la Lily Briscoe despertant-se de bon matí en el mateix escenari, però deu anys després. Durant aquest intermedi, han mort la mare i dos dels fills Ramsay: l'Andrew a la primera guerra mundial i la Prue per complicacions relacionades amb l'embaràs. A la tercera part, "El far", el senyor Ramsay torna a la casa d'estiueig amb tres dels seus fills, el seu amic el senyor Carmichael i la Lily Briscoe, que continua soltera. Mentre el senyor Ramsay i els seus dos fills més petits emprenen l'excursió al far, que ha quedat posposada deu anys, la Lily reprèn el quadre que havia deixat inacabat deu anys enrere, aconseguint plasmar en la seva pintura, finalment, la seva visió artística.
M'agrada: Particularment, l'habilitat de Woolf en aquesta novel·la per manipular la percepció del temps, amb menció especial al viatge temporal de la senyora Ramsay durant l'escena del sopar al final de la primera part, i a l'intermedi central, que connecta la secció inicial i la final d'una forma inigualable. M'ha recordat molt, en aquesta relectura, el que després farà Priestley a El temps i els Conway. Les petites revelacions (n'hauria de dir il·luminacions) que va deixant la novel·la al seu pas, més en especial en els petits detalls i els personatges secundaris que no pas en la imatge de conjunt. La complexitat quasi inesgotable de paral·lelismes i simbologies entre personatges i motius dins del text, que estableixen connexions en totes les direccions possibles.
II
Me gusta esta expresión: "la vista cansada". Cansada... ¿de qué? No de mirar ni de ver sino de mirar y ver mal, pendiente de la pantalla del ordenador. Los ojos se cansan como la tierra cuarteada por la sobrexposición al sol. Esta mañana el oculista me ha dicho que vuelva a visitarlo dentro de unos días y que el día anterior no abriese el ordenador, para ver si entendía lo que me pasaba. Veo las letras como si se sobrepusieran un poco borrosamente unas sobre otras. Vivi inmerso en una ligera neblina.
III
Esta tarde tengo que asistir a un acto conmemorativo. No me gustan esos actos que miran hacia atrás y te dejan el alma con tortícolis. Corres el peligro de convertirte en una estatua de sal. Pero a veces hay que hacer lo que no gusta. Especialmente si tu agente provocador se empeña en ello.
IV
Esta mañana en el tren una adolescente con la cabeza apoyada en el cristal de la ventanilla parecía dormida. Muy guapa, con el pelo rubio, largo y un poco enredado. Su belleza estaba resaltada por un aire de fragilidad que resultaba muy llamativo en medio de un vagón a rebosar de pasajeros condenados a intimar físicamente. Llevaba un teléfono móvil entre las manos. El tren ha parado en Masnou, Montgat Nord, Montgat Sud... y no se ha despertado. En Badalona me he bajado yo y ella seguía durmiendo. La he visto unos segundos desde el andén. ¿Se despertará en el lugar al que quiere llegar?
V
Me invitan a colaborar periódicamente en un diario catalán. Tengo que pensarlo.
Helena Camps interpreta tema de Maria del Mar Bonet.
I
Ayer descubrí un par de librerías de viejo en Madrid, no muy lejos de la Tatiana, y volví a una de las librerías más interesantes de la ciudad, la del BOE, que edita libros magníficos, tanto por su contenido como por el exquisito cuidado de la edición, y, para mi sorpresa, me encontré a mí mismo en venta:
Tras la magnífica conferencia de Javier Borràs en la Tatiana, fuimos a cenar a un restaurante cercano con María Blanco y Josefina Stegmann. Fue una cena amena que podría haber durado toda la noche, pero a las 5:00 tenía programado el despertador. Me suelen decir que hago muchas cosas. Yo lo veo de otra manera: hago lo que me gusta y haciéndolo me siento manejando las riendas de mi vida y creo que. nunca me he sentido más libre. En resumen: quizás haga muchas cosas, pero todas ellas son aventureras.
III
El martes que viene acude al seminario un grande, José Luis Pardo. Para mí es uno de los pocos pensadores españoles que merecen el título de filósofo y no solamente de profesor de filosofía. Nos hablará de las vacas negras, de Hegel a Deleuze.
IV
He venido a Barcelona esta mañana en un vagón del Iryo, el 2, en el que único no japonés creo que era yo. Nadie ha hablado en voz alta por teléfono, nadie se ha movido del asiento que tenía asignado, nadie ha alzado la voz. Todo el mundo ha seguido escrupulosamente las instrucciones y solo nos hemos levantado para coger nuestro equipaje cuando el tren, efectivamente, ha parado. La salida del vagón ha sido un desfile. Después, en la planta de arriba de la estación de Sants, el caos. Por primera vez en mi vida he sentido un enorme deseo de ser japonés.
Carta a Georges Bernanos[1]
(¿1938?)
Estimado señor:
Por ridículo que resulte escribirle a un escritor que, dada la naturaleza de su profesión, siempre está inundado de cartas, no puedo evitar hacerlo después de leer Los grandes cementerios bajo la luna. No es la primera vez que un libro suyo me conmueve: el Diario de un cura rural es a mis ojos el más bello, al menos de los que he leído, y verdaderamente un gran libro. Sea como fuere, el hecho de que me hubieran gustado otros libros suyos no me daba motivos para importunarlo comunicándoselo por escrito. Pero algo distinto ocurre con el último: yo he tenido una experiencia que se corresponde con la suya, aunque mucho más breve, menos profunda, situada en otro lugar y vivida aparentemente –solo aparentemente– con un espíritu por completo distinto.
Aunque no soy católica –lo que voy a decir, dado que no lo soy, sonará sin duda presuntuoso para cualquier católico, pero no puedo expresarme de otra manera–, lo cierto es que jamás me ha parecido ajeno lo católico, lo cristiano. A veces me he dicho a mí misma que si simplemente se pusiera en las puertas de las iglesias un cartel que prohibiese la entrada a cualquier persona con una renta superior a tal o cual pequeña suma, entonces yo me convertiría inmediatamente. Desde la infancia, mis simpatías han estado dirigidas a los grupos que afirman pertenecer a las capas despreciadas de la jerarquía social, hasta que me he dado cuenta de que tales grupos desalientan por su naturaleza todas las simpatías. El último que me inspiró algo de confianza fue la CNT española. Yo había viajado un poco por España antes de la guerra civil, poco pero lo suficiente para sentir el inevitable amor a sus gentes; había visto en el movimiento anarquista la expresión natural de sus grandezas y de sus defectos, de sus aspiraciones más y menos legítimas. En la CNT y en la FAI había una mezcla asombrosa; cualquiera era admitido y, en consecuencia, la inmoralidad, el cinismo, el fanatismo y la crueldad se codeaban con el amor, el espíritu de fraternidad y, sobre todo, esa reivindicación del honor que resulta tan hermosa entre los hombres humillados; me pareció que quienes llegaban allí movidos por un ideal prevalecían sobre aquellos impulsados por su afición a la violencia y el desorden. En julio de 1936 me encontraba en París. No me gusta la guerra, pero lo que siempre me ha horrorizado más de ella es la situación de quienes se hallan en la retaguardia. Cuando comprendí que, a pesar de mis esfuerzos, no podía dejar de participar moralmente en esa guerra, es decir, de desear cada día, a todas horas, la victoria de unos y la derrota de otros, me dije que París representaba para mí la retaguardia, y tomé el tren a Barcelona con la intención de alistarme. Eso fue a principios de agosto de 1936.Un accidente hizo que mi estancia en España fuese corta. Estuve unos días en Barcelona, después en el campo aragonés, a orillas del Ebro, a unos quince kilómetros de Zaragoza, en el mismo lugar por el que recientemente las tropas de Yagüe cruzaron el Ebro; luego en el palacio de Sitges transformado en hospital y después otra vez en Barcelona; en total pasé en España unos dos meses. Salí de allí en contra de mi voluntad y con la intención de regresar. Pero después, de manera deliberada, no hice nada al respecto. Ya no sentía ninguna necesidad interior de participar en una guerra que no era, como me había parecido al principio, una de los campesinos hambrientos contra los terratenientes y contra un clero cómplice de estos, sino una guerra entre Rusia, Alemania e Italia.
Conozco ese olor de guerra civil, sangre y terror que desprende su libro; lo he respirado. Debo decir que no he visto ni escuchado nada que alcance el grado de ignominia de algunas de las historias que usted cuenta, esos asesinatos de viejos campesinos, esas juventudes fascistas italianas que hacían correr a los viejos a porrazos. Pero lo que escuché fue suficiente. Estuve a punto de presenciar la ejecución de un sacerdote; durante los minutos de espera, me pregunté si simplemente me quedaría mirando o si me dispararían al intentar intervenir; todavía no sé qué habría hecho si una feliz casualidad no hubiera impedido la ejecución.
Cuántas historias abarrotan mi pluma… Pero se haría demasiado largo contarlas todas; además, ¿para qué? Bastará con una. Me encontraba en Sitges cuando regresaron derrotados los milicianos de la expedición a Mallorca. Habían sido diezmados. De los cuarenta jóvenes que habían salido de Sitges, nueve habían muerto; nos enteramos cuando regresaron los otros treinta y uno. A la noche siguiente se llevaron a cabo nueve expediciones punitivas, y nueve fascistas o supuestos fascistas fueron asesinados en esta pequeña ciudad en la que en julio no había sucedido nada. Entre esos nueve estaba un panadero de unos treinta años, cuyo delito, según me dijeron, era el haber sido miembro de un somatén; su anciano padre, de quien era hijo único, y único sostén, se volvió loco. Otra historia: en Aragón, un pequeño grupo internacional de veintidós milicianos de todos los países apresó, tras una escaramuza, a un joven de quince años que luchaba como falangista. Tan pronto como lo cogieron, temblando al ver morir a sus compañeros junto a él, dijo que había sido reclutado por la fuerza. Lo registraron y encontraron una medalla de la Virgen y un carné de falangista; fue enviado ante Durruti, jefe de la columna, quien, tras explicarle durante una hora la belleza del ideal anarquista, le dio a elegir entre morir o alistarse inmediatamente en las filas de quienes lo habían hecho prisionero, para luchar contra sus camaradas de la víspera. Durruti le dio al muchacho veinticuatro horas para que se lo pensase; pasado el plazo, el joven dijo que no y lo fusilaron. No obstante, Durruti fue en algunos aspectos un hombre admirable. La muerte de este pequeño héroe no ha dejado de pesar en mi conciencia, aunque no me enteré de lo ocurrido hasta más tarde. Y una historia más: en un pueblo que rojos y blancos habían tomado, perdido, reconquistado y vuelto a perder no sé cuántas veces, los milicianos rojos, tras haberlo reconquistado definitivamente, encontraron en los sótanos a un puñado de seres despavoridos, aterrorizados y hambrientos, entre ellos tres o cuatro hombres jóvenes. Y razonaron así: si estos jóvenes, en lugar de venirse con nosotros la última vez que nos retiramos, se quedaron esperando a los fascistas, es porque ellos mismos son fascistas. Por lo tanto, los fusilaron de inmediato, y después dieron de comer a los demás y se creyeron muy humanos. Una última historia, esta de la retaguardia: dos anarquistas me contaron una vez cómo, con otros camaradas, habían cogido a dos sacerdotes; uno fue asesinado en el acto, en presencia del otro, de un disparo de revólver; después le dijeron a ese otro que podía irse. Cuando estaba a unos veinte pasos de distancia, lo abatieron. El que me contó la historia se sorprendió mucho al no verme reír.
En Barcelona, una media de cincuenta hombres eran asesinados cada noche en las expediciones punitivas. Proporcionalmente, eran muchos menos que en Mallorca, ya que Barcelona es una ciudad de casi un millón de habitantes. Además, durante tres días tuvo lugar allí una sangrienta batalla callejera. Pero quizá los números no sean lo principal en este asunto. Lo esencial es la actitud ante el asesinato. Ni entre los españoles ni entre los franceses que habían ido allí a luchar o a darse una vuelta –estos últimos eran casi siempre intelectuales aburridos e inofensivos–, vi yo jamás a nadie expresar, ni siquiera en la intimidad, repulsión, desagrado o incluso desaprobación ante la sangre derramada innecesariamente. Usted habla del miedo. Y sí, el miedo tuvo algo que ver con estos asesinatos; pero donde yo estuve, no vi que tuviese el peso que usted le atribuye. En una comida presidida por la camaradería, hombres aparentemente valientes –vi con mis propios ojos el coraje de al menos uno de ellos– contaron con una sonrisa fraternal cómo habían matado a sacerdotes o a “fascistas” –término este con un sentido muy amplio–. Por lo que a mí respecta, tuve la sensación de que, cuando las autoridades temporales y espirituales colocan a una categoría de seres humanos al margen de aquellos cuyas vidas tienen un precio, no hay nada más natural para el hombre que matar. Cuando se sabe que es posible matar sin correr el riesgo de ser castigado o culpado, se mata; o al menos se rodea de sonrisas alentadoras a quienes matan. Y si por casualidad se siente al principio un poco de asco, entonces se guarda silencio y pronto se sofoca tal desagrado, por miedo a parecer falto de virilidad. Hay ahí un impulso, una embriaguez a la que es imposible resistirse sin una fuerza del alma que debo considerar excepcional, ya que no la he visto en ninguna parte. Me encontré con franceses pacíficos, a quienes hasta entonces yo no despreciaba, a los que no se les habría ocurrido por sí mismos ir a matar, pero que disfrutaban visiblemente de esa atmósfera impregnada de sangre. Jamás podré tenerles ningún respeto en el futuro.
Semejante atmósfera borra de inmediato el objetivo mismo de la lucha. Porque solo podemos formular el objetivo reduciéndolo al bien público, al bien de los hombres –y los hombres resultan aquí irrelevantes, carecen de valor–. En un país donde los pobres son en su gran mayoría campesinos, el objetivo esencial de cualquier grupo de extrema izquierda debe ser el bienestar de dichos campesinos; y esta guerra ha sido quizá sobre todo, al principio, una guerra por y contra el reparto de tierras. Sin embargo, esos pobres pero magníficos campesinos de Aragón, que tanta dignidad han conservado bajo las humillaciones, no eran para los milicianos ni siquiera un “objeto de curiosidad”. Sin insolencias, sin injurias, sin brutalidad –al menos yo no vi nada parecido, y sé que los robos y las violaciones, en las columnas anarquistas, se castigaban con la muerte–, un abismo separaba a los hombres armados y a la población desarmada, un abismo bastante similar al que separa a pobres y ricos. Ello se manifestaba en la actitud siempre algo humilde, sumisa y temerosa de los unos, y en la desenvoltura, despreocupación y condescendencia de los otros.
Uno parte hacia España como voluntario, con la idea del sacrificio, y se encuentra en una guerra que se parece a una guerra de mercenarios, con mucha más crueldad y menos respeto hacia el enemigo. Podría continuar con estas reflexiones indefinidamente, pero debo ponerles un límite. Desde que estuve en España, he escuchado y leído todo tipo de consideraciones al respecto, pero no puedo citar a nadie, aparte de usted, que, hasta donde se me alcanza, haya estado inmerso en la atmósfera de la guerra de España y haya resistido. Usted es monárquico, un discípulo de Drumont.[2] ¿Qué me importa? Me resulta incomparablemente más cercano que mis compañeros de la milicia aragonesa, esos camaradas a quienes, sin embargo, yo amaba.
Lo que usted dice sobre el nacionalismo, la guerra y la política exterior francesa después de la guerra me ha llegado también al corazón. Yo tenía diez años cuando se firmó el Tratado de Versalles. Hasta entonces había sido patriota, con toda esa exaltación que los niños manifiestan en tiempos de guerra. El deseo de humillar al enemigo derrotado, que entonces (y en los años siguientes) se desbordaba de manera tan repugnante por todas partes, me curó de una vez por todas de ese patriotismo ingenuo. Las humillaciones infligidas por mi país me resultan más dolorosas que las que este pueda sufrir.
Temo haberle importunado con una carta tan larga. Solo me queda expresarle mi profunda admiración.
S.Weil3, rue Auguste-Comte, París (distrito VI)
P.D.: He escrito mi dirección de forma mecánica. Porque, para empezar, supongo que tendrá usted mejores cosas que hacer que contestar a las cartas. Además, pasaré uno o dos meses en Italia, adonde quizá no me llegaría una carta suya, al quedar retenida esta en la aduana.
Notas:
[1] Publicada por primera vez en 1950, en el Bulletin de la Société des amis de Georges Bernanos, e incluida con posterioridad en Écrits historiques et politiques, Gallimard, París, 1960.
[2] Édouard Drumont (1844-1917), periodista, escritor y político católico francés, célebre por su antisemitismo y su nacionalismo.
Este texto forma parte del libro La guerra de España. Textos escogidos, que, con prólogo de Alexandre Massipe y traducción de Luis González Castro, acaba de publicar la editorial Página Indómita.
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Durante estos días ha habido un montón de elucubraciones no solo sobre lo que iba a hacer Pedro Sánchez, sino también sobre lo que le pasaba por la cabeza: ¿era sincero? ¿Era todo una artimaña política? ¿Se quedará por el PSOE? ¿Se quedará porque no quiere soltar la silla? ¿Se querrá ir a alguna silla de la Unión Europea?
Los que acertaron en que continuaría en el cargo pueden pensar que analizaron correctamente la situación. Y a lo mejor es verdad. Pero no necesariamente:
A lo mejor tuvieron suerte y su creencia no estaba justificada por nada, aunque resultó ser correcta.
O a lo mejor su creencia estaba justificada, resultó ser correcta y, aun así, tuvieron suerte.
A veces creemos que sabemos algo, esa creencia está justificada y acertamos. Pero incluso así, puede ser que no tuviéramos ni idea. Y por eso hoy hablamos de los problemas de Gettier.
Ejemplo:
Supongamos que mi compañero Pablo y yo nos enteramos de que la directora quiere nombrar un subdirector nuevo y, en un exceso de optimismo, nos presentamos al cargo.
Sé que Pablo tiene 5 euros en el bolsillo porque se los acabo de dar (se los debía) y me ha dicho: “Gracias, no tenía ni un céntimo”.
Uno de los directores adjuntos se me acerca y me dice: “Me ha dicho la directora que el cargo de subdirector es para Pablo”.
Teniendo en cuenta todo esto, yo puedo llegar a la siguiente conclusión:
El cargo de subdirector se lo llevará una persona con un billete de 5 euros en el bolsillo.
Pero, a pesar de todo lo dicho, resulta que la directora me escoge a mí para ser subdirector. Cuando me entero de la noticia, saco mi cartera para invitar a todo el mundo a una cerveza y me doy cuenta de que solo tengo un billete de 5 euros.
Resulta que mi conclusión era una creencia verdadera, pero no puedo decir que se tratara de conocimiento.
Este ejemplo está sacado (y adaptado) de un artículo del filósofo estadounidense Edmund Gettier (1927-2021), publicado en 1963: Is Justified Belief True Knowledge? (¿El conocimiento justificado es conocimiento verdadero?", en pdf). En este artículo, Gettier explica que tener una creencia justificada no es suficiente para hablar de conocimiento.
Jaime Rubio Hancock, Estoy seguro: ganará el candidato más alto, Filosofía inútil 30/04/2024
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
Todo el mundo critica el irrespirable ambiente político del país, pero nadie propone medidas concretas para mejorarlo. Y el violento «diálogo» de sordos que protagoniza la vida pública, y que es similar en las instituciones y en la sociedad, no parece que vaya a detenerse.
Es cierto que exigir a los políticos que debatan en un tono más mesurado y constructivo parece ingenuo. Al fin, lo que ocupa a la mayoría de ellos es la lucha por el poder, y entre esto y el servicio a consignas, intereses y fidelidades partidistas, poco tiempo y capacidad les queda para debatir de forma objetiva y desinteresada sobre los asuntos públicos.
¿Pero qué pasa con el resto de la sociedad? Los ciudadanos que no hacemos carrera política no tenemos que pelearnos por el poder, ni servir a nadie, ni repetir medias verdades o argumentarios ad hoc; podemos, pues, dialogar de forma honesta, independiente y racional. Si es verdad que cada sociedad tiene los políticos que se merece, ¿por qué no hacemos algo como sociedad para merecer unos políticos mejores?
Ahora bien, para conseguir que proliferen socialmente pautas de comportamiento más edificantes es imprescindible adoptar medidas educativas de calado. Medidas que hasta la fecha nadie se ha tomado muy en serio. Enseñar a los más jóvenes a dialogar racionalmente, a argumentar con corrección, y a analizar con profundidad y sin prejuicios los problemas éticos y políticos que conforman el debate público, es esencial para generar una ciudadanía madura e inmune al espectáculo de la trifulca partidista.
Leo en la prensa que, desde el último informe PISA, a las familias les preocupa que sus hijos no reciban una enseñanza de calidad y estén en desventaja en un mundo global, tecnológico y ultracompetitivo. Pero ese mismo mundo podría irse al garete si, además de matemáticas, informática o idiomas, no enseñamos a los futuros ciudadanos todo aquello que garantiza una convivencia pacífica y democrática: la educación en valores comunes, la reflexión ética, el desarrollo de la capacidad argumentativa y dialéctica, el pensamiento crítico frente a la multiplicación de bulos y falacias…
La democracia es un caldo de cultivo perfecto para la controversia. Esta es su mayor virtud, pero también su mayor debilidad. Para que sea más virtud que debilidad es imprescindible educar para afrontar esa controversia; esto es: para formar una ciudadanía capaz de compartir, comprender, analizar y enjuiciar puntos de vista diferentes sin tener que darse de garrotazos. ¿Comprenderemos esto antes de que el proceso de descomposición social en que estamos inmersos sea irreversible?
Aquí, la interesante conversación con Alejandra Herrero en Uniminuto Radio a propósito de la compleja relación entre ética y educación cívica y en valores. Siento la aureola mística que nimbó mi intervención; no era el sol de la verdad, sino un atardecer primaveral especialmente incisivo. :-)
Aquí, por cierto, el artículo que se comenta en la entrevista.I
Paseo en solitario por Medina de Rioseco a primera hora de la tarde, en el silencio denso de las calles desiertas. Las ciudades castellanas siempre sorprenden porque están empapadas de una historia más grande que su presente. Hay en ellas como una desavenencia entre lo actual y lo inactual. Vienen de un tiempo en que tuvo razón de ser su manera de ser y ahora su manera de ser es un reclamo turístico y, por lo tanto, una autopsia de la piedra. La historia es impía porque salta por encima de sí misma e intentando sobrevivir se traiciona.
II
Naturam expellas furca. Tamen usque recurret.
III
Castilla, a mi manera de ver, no es la amplitud de los campos mesetarios, es la pequeñez de esa amplitud bajo un cielo cercano, de nubes omnipotentes y compactas que dan una singular movilidad al paisaje. Castilla es la síntesis entre la horizontalidad y la verticalidad, es decir, entre la historia y la naturaleza. Siempre estuvieron aquí esos cielos y esos campos tan verdes como cabal medida del pasar de lo humano.
IV
Tengo el hotel en Valladolid, a donde llego muy cansado. Como me resisto a meterme en la cama a las 8 de la tarde, decido dar un paseo por la Plaza Mayor y comer un bocadillo. Entro en un bar. Un bocadillo de serrano y una cerveza puede estar bien. Y sentarme en la terreza a contemlar el show transeúnte.
- Perdone que le moleste... -me dice un hombre que ha entrado detrás de mí- ¿Es usted Gregorio Luri?
- Lo soy.
- Permítame que le invite.
Dicen que los castellanos son adustos y ariscos. Yo no he conocido ninguno que responda a ese esquema.
V
Me llama mi mujer y me dice que en El Masnou no para de llover y que hay goteras en el cuarto de baño. El desperfecto es la manera que tiene la naturaleza de vengarse de la historia, de esa ilusión de permanencia que es toda caída en el tiempo, toda biografía.
I
Domingo. Comida en familia (no al completo) y arroz "socarrat" y de postres, pastas de Xàtiva.
II
Me gusta la languidez de las primeras horas de la tarde, cuando todo empuja a abandonar tu dignidad sobre el sofá y caer en él como en los brazos de una amante acogedora, sin prejuicios ni manías. Ese desorden tan humano de la desidia circunstancial. Y, además, afuera lloviznaba.
III
Solidaridad inmensa, oceánica, sideral, con mi nieto B. que tiene deberes pendientes. Una cosa así asesina vilmente cualquier tarde de domingo. No estamos hechos para eso.
IV
Hay sitios de los que vuelves pero no vuelves entero, algo tuyo se ha quedado prendido de aquel lugar. En este caso no es nada concreto... ¿el callejeo lento, quizás? Es un bienestar en el que el interior y el exterior se acoplan bien, sin roces ni rebabas. Sí, y también la luz de la mañana mientras ascendía al castillo, y las sombras sorollescas sobre las paredes blancas, y el sentir que en ese momento, cuesta arriba, no podrías estar haciendo nada mejor... Pero faltaba el Agente Provocador.
IV
El atardecer me pilla leyendo Las disertaciones y juicios literarios de mi don Juan Valera, por tantas cosas admirado y querido. La literatura no va de leer libros. Va de hacerse un mundo y para ello hay que aprender a ser selectivo. Hacerse un mundo tan poderoso que nos proteja de cualquier posible melancólica tarde de domingo.
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I
Un día en Xàtiva da para mucho: saludos, besos, abrazos, conferencia, cena, paseo nocturno por la ciudad vieja, desayuno perfecto, ascensión a pie (obviamente) al castillo y patearlo de cabo a rabo, visita al sorprendente museo de la ciudad y, posteriormente, al arqueológico, callejeo menudo, un par de cervezas, comida, lectura de algunos textos de Valera, traducción de un par de páginas de La vida de Plotino, de Porfirtio...
II
La ciudad sorprende cuando la miras de cerca. El casco viejo bien merece dedicarle una atención expectante, y los museos... guardan motivos más que sobrados para la admiración
III
Hacer muchas cosas dilata el tiempo. Parece que llegué aquí hace una semana y ahora estoy escribiendo esto en la estación, esperando el tren que me llevará a Barcelona, con la imaginación desbordante de imágenes y de los sonidos saltarines del valenciano.
IV
Giner de los Ríos ensayó una pedagogía del paisaje... que se quedó en ensayo. Merecería la pena desarrollarla porque el paisaje, como decía Amiel, es un estado del alma.
V
Lo imprescindible para que un paisaje comience a hablarnos es, primero, obviamente, tener algún conocimiento de historia que te permita hacerle preguntas, y amarlo. Los paisajes solo hablan a quien los ama. Les gustan los requiebros.
La societat de l'espectacle del filòsof francès i ideòleg del situacionisme Guy Debord (1931-1994) és un text programàtic del moviment situacionista, que es desmarca del discurs estructuralista dominant al món acadèmic francès als anys seixanta, i planteja una crítica de la societat contemporània tal com ha estat construïda a través de la competició entre els discursos del marxisme i el neoliberalisme. Es va publicar el 1967 per primer cop i, de fet, és considerat un dels motors ideològics de la revolta francesa de maig del 68. És un text força breu de llegir i el seu raonament és fàcil de seguir, per més que la seva exposició sigui densa i es basi a fer dialogar textos filosòfics de la tradició occidental des de Hegel fins als anys seixanta. Debord hi presenta una radiografia sense precedents del món contemporani com a societat de consum, en un moment històric en què ja es considera el sistema capitalista com a triomfador definitiu i sense alternativa possible a aquesta batalla d'ideologies que té lloc durant el segle vint.
Encara que el bloc soviètic no hagués caigut en el moment en què Debord escrivia el text, l'autor fa una crítica exhaustiva al marxisme durant tota la seva història, i diagnostica els problemes principals que l'han portat a aquest fracàs a la pràctica: d'entrada, l'assumpció per part de Marx dels objectius de la burgesia dins la lluita de classes, per la qual les classes obreres han d'aspirar al control dels mitjans de producció en comptes de pretendre canviar totalment el sistema i, ja després de la revolució russa, l'organització d'estats burocràtics dictatorials articulats al voltant de l'administració econòmica i el control social. Ambdós blocs de la guerra freda, per tant, són tan sols dos reflexos del mateix fenomen econòmic, social i cultural que articula la vida humana: l'espectacle com a forma bàsica de tota manifestació d'activitat.
El sistema econòmic que afavoreix la riquesa i el poder de les classes dominants ha triomfat definitivament en el moment que absorbit la classe treballadora com a consumidora dels seus propis productes: el sector serveis, lluny d'alliberar els treballadors de la seva alienació dins del sistema industrial, els subordina al sistema de distribució de béns no necessaris. El món es transforma, així doncs, en un aparador infinit de productes - i experiències - per al consum: un espectacle constant a la vista dels nous consumidors/espectadors, a qui s'ofereix una aparent llibertat d'elecció entre tots aquests productes. I és una elecció aparent, una il·lusió de llibertat, perquè l'única elecció possible que trencaria amb aquest cicle infinit de producció i consum, la de sortir del propi sistema, és l'única que roman impossible i impensable. Qualsevol crítica a aquest sistema, o qualsevol possibilitat de pensar més enllà d'aquest, ja sigui a través de la filosofia o de l'art, queden cancel·lades de la mateixa manera. Mentre que les societats occidentals capitalistes ofereixen un espectacle difús, és a dir, un catàleg inacabable de múltiples opcions de consum; els països socialistes i neocolonials ofereixen el que Debord anomena un espectacle concentrat, és a dir, una única opció (la de la lloança al sistema polític, al líder i totes les seves bondats) que colonitza tots els aspectes de la vida social i política. En aquest sentit, Debord ja preveu l'adveniment del neocolonialisme amb una lucidesa que possiblement no era tan present dins dels mateixos moviments anticolonials i marxistes de l'època.
De fet, la política de partits tal com la coneixem avui dia esdevé una manifestació exemplar d'aquesta societat de l'espectacle: en cada nova elecció, votem dins d'un ventall tancat d'opcions que no arriben a realitzar mai un canvi real de les condicions de vida. Un altre exemple en serien la indústria artística i cultural, que entra en una relació dialèctica entre la necessitat de criticar el sistema social i econòmic del present i, alhora, haver de dependre del finançament econòmic del propi sistema per poder ser produïda i arribar al seu públic, de la mateixa forma que els béns produïts arriben als seus consumidors i espectadors. Per no parlar de la publicitat, que ens bombardeja constantment des de qualsevol altaveu disponible per vendre'ns un estil de vida que mai no se'ns presenta de forma neutral, sinó sempre des de les pressions culturals, socials i estètiques proposades per la societat de consum. De la mateixa manera, Debord descriu el culte a les celebritats o les estrelles com a un reflex d'aquest model de vida que se'ns presenta com a desitjable des de dalt: aquestes persones esdevenen els aparadors o models de l'estil de vida opulent al qual tots els consumidors podríem aspirar si triem els productes adequats. En realitat, ja no depèn ni tan sols del poder adquisitiu: la indústria de la moda es basa a replicar versions assequibles del que en un determinat moment es considera exclusiu o luxós.
Debord planteja tots aquests exemples sense haver arribat a conèixer el món de les xarxes socials i el seu constant aparador de formes d'imitació i consum - la mateixa paraula influencer ens hauria de fer reflexionar en aquest sentit - ni tampoc l'auge de les vendes online, la moda ràpida, les plataformes de streaming o els vols low-cost, amb la subseqüent democratització del turisme a escala global, i les conseqüències mediambientals més profundes que comporten tots aquests fenòmens. Tots aquests exemples apunten a la vigència del text encara avui dia, quasi seixanta anys després de la seva publicació, que ens ofereix un retrat acuradíssim del món en què vivim encara ara. Pel que fa a les possibilitats de futur, el text roman optimista respecte a la capacitat de resistència i contestació a aquest sistema - de fet, l'autor parla en un moment de fortes tensions socials que acabarien explotant en el maig del 68 - encara que es fa més difícil ser optimista avui dia, amb aquests seixanta anys de distància. Tot i així, és un llibre que val la pena llegir per la seva lucidesa i per la precisió amb què diagnostica les contradiccions més flagrants de la societat contemporània.
Continguts: El primer capítol, "La separació acomplida", posa les bases teòriques del text sencer, definint el concepte d'espectacle i els seus efectes en la societat contemporània. El segon capítol, "La mercaderia com a espectacle", desenvolupa l'anterior raonament a partir del concepte marxista del fetitxisme de la mercaderia, i descriu la forma com afecta les tradicionals relacions de classes, absorbint els treballadors, ja convertits en consumidors, dins les bases ideològiques del sistema dominant. El tercer capítol, "Unitat i divisió dins l'aparença", explora les aparents contradiccions en què cau el mateix sistema capitalista, per revelar-les com a meres aparences, de fet. És a dir, el que semblen contradiccions des d'un punt de vista superficial no són sinó afirmacions d'una i la mateixa hegemonia d'abast mundial. Al capítol quart, "El proletariat com a subjecte i com a representació", Debord explora l'evolució històrica del marxisme per dedicar-li una crítica directa als seus pressupòsits teòrics fonamentals, així com a les conseqüències pràctiques que ha comportat la seva realització. El capítol cinquè, "Temps i història", s'endinsa en la filosofia de la història per revelar la desactivació de les lluites històriques a través del triomf de la societat mercantil. El capítol sisè, "El temps espectacular", continua el fil de l'anterior capítol en descriure la falsa consciència del temps de l'actual societat de consum. El capítol setè, "La planificació del territori", descriu com la societat capitalista ha organitzat - i banalitzat - l'espai a través de la globalització del turisme i la planificació urbanística. El capítol vuitè, "La negació i el consum dins la cultura", s'endinsa en la reflexió sobre el paper contradictori de la cultura i l'art dins la societat de consum. El darrer capítol, "La ideologia materialitzada", descriu el triomf de la ideologia capitalista com a cancel·lació aparent en el discurs de tota ideologia que, precisament perquè es presenta com a absent, esdevé una presència més perillosa que mai.
M'agrada: La seva claredat i la vigència de les idees exposades encara avui dia.
No m'agrada: És un text força esquemàtic, que prioritza la concisió i la claredat per sobre de l'aprofundiment de la seva anàlisi. Per això de vegades pot caure en generalitzacions, sobretot a l'hora d'analitzar moments històrics.
I
Decía Leo Strauss que la política tiene un fuerte componente infantil. Duele darle la razón, pero los políticos (o sea, todos nosotros) nos empeñamos en dársela. Por algún lugar se pregunta también -y esta pregunta se la trasladé el martes a Guillermo Graíño- quién es más enemigo de la filosofía si el sofista o el pueblo. Sin duda, el pueblo, porque es político.
II
Mientras la filosofía buscaría la sustitución de la opinión (la doxa) por la verdad, la política no puede renunciar a la opinión porque renunciaría a su ecosistema natural. A lo que quiere renunciar la política es a la filosofía.
III
Esta tarde doy una conferencia sobre educación en el pueblo en el que vivo, El Masnou, que por alguna razón poco razonable, me resisto a llamarlo "mi" pueblo. Intento preservar el "mi" para el pueblo de mi infancia. Pero ya he vivido aquí muchos más años que en mi pueblo y, de hecho, soy más de aquí que de ningún otro sitio. ¿Cuántos días aguantaría viviendo en mi pueblo?
IV
¿Están tratando en los institutos a los adolescentes como si fueran chicas deficientes?
L'expressió s'està posant de moda. La trobo en el subtítol d'un llibre antifeminista que proposa "solucions" "assenyades" per a després del MeToo, i també en l'anunci d'unes xerrades en el marc del CCCB titulades Instàncies de violència.
Les dues referències mencionades, i d'altres que fan servir l'expressió "contracte sexual" donen a entendre que homes i dones establim o hauríem d'establir la nostra relació, especialment pel que fa a la sexualitat, a la manera d'un contracte, és a dir, d'un compromís entre individus lliures i iguals, segons el qual acorden certs drets i deures recíprocs.
Aquesta expressió sembla provenir d'ecos de la important obra de filosofia política The Sexual Contract, de Carole Pateman. Tanmateix, s'equivoquen radicalment en el què és, segons Pateman, el "contracte sexual", perquè donen a entendre que el model contractual és la millor expressió de la relació entre éssers humans en les societats contemporànies. Res més lluny de la concepció de Pateman, a qui la SEP considera precisament representant del subversive contractarianism.
Pateman sosté que el patriarcat contemporani no és una estructura immemorial caduca, sinó que té els seus origens en la modernitat. L'organització sociopolítica de les societats modernes ha estat fonamentada pels teòrics contractualistes, tant clàssics (Hobbes, Locke, Rousseau, Kant) com contemporanis (Rawls). En la seva formulació clàssica, imagina que la civilització, amb la consegüent desaparició de la guerra de tots contra tots que es produïa en estat de naturalesa, comença en el moment que els homes lliures i iguals acorden cedir el seu poder i la seva llibertat a la comunitat per tal de constituir la societat civil.
Pateman critica aquest relat fundacional en dos aspectes. El primer, que el pacte deixa fora les dones, i per tant segueixen en estat de naturalesa i fora també de l'àmbit públic, quedant relegades a l'àmbit privat. D'aquí també la consideració de les dones com a més properes a naturalesa. En segon lloc, i aquí la justificació del títol del seu llibre, el contracte social amaga un pacte anterior, que és el contracte sexual.
El contracte sexual és el que realitzen els homes entre sí per tal de repartir-se les dones. I es relata així: derrotat el vell patriarcat en el moment que han matat el pare, que és qui tenia accés a totes les dones (no se li podria dir pare si abans no hagués accedit sexualment a una dona) els germans acorden no barallar-se per les dones i repartirse-les. Aquest pacte fratern explica la institució del matrimoni i la família. Un cop fet el contracte sexual, els homes acorden el contracte social. El poder del pare ha estat substituït pel poder fraternal i amb ell s'ha creat el patriarcat modern. I les dones han quedat subordinades als homes com a col·lectiu, per la subordinació política, i també individualment, subordinada cadascuna a un espòs. És el sentit literal de l'emblema "llibertat, igualtat, fraternitat".
Aquests contractes, segueix Pateman, són l'origen i el model de les relacions socials en les societats modernes: acords entre individus racionals, lliures i iguals. Però les dones només són reconegudes com a individus lliures i iguals en el moment de signar el contracte matrimonial. Immediatament després de consentir al matrimoni, han tornat a l'àmbit privat. Han signat la seva subordinació al marit: els béns que tenien passen al marit, la seva representació política la té el marit, no poden administrar bens, etc. A més del contracte matrimonial, tot analitzant l'esclavatge, els contractes de treball, el matrimonial, el de prostitució i el de ventres de lloguer, fa veure que tot contracte entre desiguals és un contracte de subordinació.
Pateman fa un paral·lelisme entre la servitud de les dones i els esclaus, recordant com es va fer una defensa contractualista de l'esclavatge a les plantacions americanes: quan es va difondre el contractualisme, es va justificar l'esclavatge en un suposat contracte on l'amo es comprometia a la manutenció i la persona esclava a prestar servei. També Pateman compara aquest contracte amb els contractes de treball. La diferencia és que s'era esclau de per vida, mentre que el contracte de treball no era vitalici. El contracte matrimonial, en canvi, era una esclavitud de per vida. Fins i tot autors com Mill, a diferència de Harriet Taylor, desaprovaven el divorci, tot i que no va ser fins ben entrat el segle XX que va anar estenen-se l'aprovació del divorci en alguns països. Recordem que al nostre estat no hi comença a haver legislació igualitària fins la Constitució, tot i que el divorci o la despenalització de l'adulteri femení per exemple, encara van trigar.
Com en el contracte matrimonial, la prostitució sempre, i els ventres de lloguer actualment, es fonamenten en la consideració de les dones com a individus racionals i iguals que lliurement signen contractes. Aquests contractes tenen, però, una diferència amb els contractes d'esclavitud i els de treball: en aquests no es ven la força de treball a canvi de manutenció o salari, sino que s'acorda la possessió -temporal- del cos de la dona. I el cas del ventre de lloguer, el contracte amaga el que d'altra manera seria un cas de venda d'infants.
Pateman sosté que la reivindicació del contracte en les relacions homes-dones (ja proposat pel que fa al matrimori per Olympe de Gouges) que fan certs feminismes liberals no apunta a l'abolició del patriarcat, perquè ignora la diferència sexual. La prostitució, els ventres de lloguer i el matrimoni són contractes que es fan específicament per a l'accés al cos de les dones, i la teoria liberal del contracte no fa més que justificar aquest patriarcat.
Segons tot això, crec que no es poden entendre les relacions entre dones i homes si no és contextualitzant-les en el patriarcat. No podem defugir aquesta estructura. Òbviament, la situació de les dones en els països considerats democràtics és millor, i sovint molt millor, que la de les dones d'altres països o èpoques. Però les dones dels segles XVII, XVIII, XIX que tenien un marit paternalista potser vivien millor que una dona actual assetjada sexualment en el seu treball precari i amb un home maltractador de parella.
Essent conscients d'aquest context, potser en comptes de concebre les relacions sexuals entre dones i homes com un contracte, hauríem d'interpretar-les (play) com un procés dialèctic d'exploració i de tempteig mutu entre desig i plaer. Per descomptat tenint sempre en compte que només si és si, però això ja és una qüestió legal. Òbviament, els aspectes que van més enllà d'allò que comparteixen sexual i afectivament dues persones, està bé que es reguli de mode contractual.
PS: Per cert: L'edició espanyola de l'obra de Pateman a l'editorial Ménade, feta sobre una anterior de l'editorial Anthropos, és molt deficient. Conté imprecisions i errors, alguns bàsics. Per exemple, en referirse a relat imaginari dels contractes sexual i social, tradueix reiteradament story (relat) per "historia" que en anglès és history. El contracte sexual i el social són construccions imaginàries, són supòsits, no fets històrics.
Són llibres que poden cridar l'atenció, de vegades, pels motius equivocats. Porten esvàstiques a la portada i per això t'ho penses dues vegades abans de llegir-los al metro. N'hi ha alguns de sorollosos, d'altres de més discrets o oblidats, però en tot cas ens parlen del nazisme perquè els seus autors creuen que val la pena no desestimar la seva veritat històrica, i us avisen que si no aneu amb compte i cuideu la democràcia una mica cada dia, la història es repetirà, i no necessàriament com a farsa. Perquè us els trobareu entre vosaltres, seran tema de discussió a les tertúlies polítiques, i faran titulars als informatius i a la premsa escrita: portaran altres noms, esgrimiran altres banderes, acusaran els altres dels seus propis pecats, els antics llops amb noves pells de xai. Tingueu els ulls ben oberts.
Cartell antinazi per a les eleccions presidencials alemanyes de 1932 (Font) |
Dels assajos més reposats i informatius a les novel·les més vehements, passant per distòpies i ucronies realment inquietants:
Eichmann a Jerusalem de Hannah Arendt. L'any 1963 l'estat d'Israel jutja el criminal de guerra i antic dirigent dels camps d'extermini Adolf Eichmann, que fins al moment havia viscut amagat a Argentina. El judici es transforma en una escenificació de força per part del nou estat israelià, un judici propi com a resposta als judicis de Nuremberg. Hannah Arendt s'ho mira tot des de fora, com a corresponsal per a The New Yorker, i presenta una crònica desapassionada i increïblement crítica amb els procediments, així com un dolorós relat de la història de la seqüència legal de la solució final a cada un dels països ocupats pel règim nazi. El concepte de la "banalitat del mal" apareix aquí per primera vegada per fer-nos reflexionar sobre els engranatges i ressorts ocults de la maquinària totalitària. Els orígens del totalitarisme de Hannah Arendt. Publicada el 1951, es considera l'obra magna de Hannah Arendt, en què l'autora sistematitza el concepte de totalitarisme polític, per tal de poder explicar els horrors del nazisme i l'estalinisme durant el segle vint i il·lustrar-ne la singularitat històrica. El punt fort de l'anàlisi és, precisament, que es tracta d'un relat d'orígens, i l'exposició que en fa Arendt ens remuntarà a la història de l'antisemitisme a Europa, als antecedents imperialistes de les polítiques totalitàries, en què la violència s'exercia fora de casa i, finalment, a les conseqüències polítiques d'importar la política imperialista, combinada amb el discurs nacionalista, fins al continent europeu. L'anàlisi pot patir algun punt cec, però això en cap cas li resta mèrit a la proposta.
El Tercer Reich dels somnis de Charlotte Beradt. Igual que Hannah Arendt, la periodista Charlotte Beradt també es va traslladar d'Alemanya als Estats Units fugint de la persecució nazi. De fet, influïda per les idees d'Arendt sobre el totalitarisme, en aquest llibre ens ofereix un cas pràctic esgarrifós sobre els efectes que té un sistema polític totalitari sobre la psique dels seus ciutadans: el volum recopila els testimonis de somnis que va anar recollint durant el govern nazi, dels anys 1933 a 1939, i els agrupa seguint diversos eixos temàtics. A través de l'exposició, anirem veient com els pensaments i emocions mateixos dels ciutadans alemanys es veuran colonitzats per les estructures de control i vigilància del règim nazi, de forma que exerciran l'autocensura - fins i tot en el terreny del pensament i el llenguatge - com a única via possible d'escapada. Modernitat i Holocaust de Zygmunt Bauman. Ja als anys 80, Bauman presenta una anàlisi força exhaustiva sobre les conseqüències sociològiques i filosòfiques de l'Holocaust, i diagnostica les seves arrels en la modernitat il·lustrada. La seva anàlisi té moltes coses en comú amb la de Hannah Arendt, però Bauman és fins i tot més pessimista que la seva predecessora a l'hora d'analitzar els horrors de l'Holocaust com a lògic desenllaç de la dinàmica històrica de la racionalitat moderna. Per a Bauman, la política totalitària no va ser una desviació o una anomalia dins d'aquest camí traçat per occident, i per això la seva anàlisi és tremendament crítica en aquest sentit. Tanmateix, l'anàlisi sociològica aporta el contrapunt positiu en la incapacitat de predir un tipus o perfil determinat per a les persones que van resistir els impulsos totalitaris de les seves societats.
Tiempo de magos de Wolfram Eilenberger. No sé si li fa justícia considerar-lo un llibre amb esvàstica, però és cert que hi ha una esvàstica gegant que s'intueix al rerefons de l'exposició històrica, l'elefant al menjador de la història de la filosofia contemporània: es tracta de l'adhesió del filòsof alemany Martin Heidegger al partit nazi, que mai no va afectar el prestigi de la seva figura pública ni la consideració que tenen les seves idees dins la història del pensament del segle vint. Eilenberger encara precisament aquest problema, i analitza el famós enfrontament dialèctic que Heidegger va mantenir a Davos amb Ernst Cassirer, per tal d'il·lustrar l'ambient de creixent relativització dels valors democràtics en el context d'una afeblida república de Weimar. Els perfils biogràfics de Walter Benjamin i Ludwig Wittgenstein, que tampoc es van alinear mai obertament a favor de la democràcia, completen la imatge de conjunt. Maus d'Art Spiegelman. Un autèntic clàssic de la novel·la gràfica que esdevé, a la vegada, un testimoni insubstituïble de l'horror de l'Holocaust tal com el va viure el pare de l'autor, supervivent d'Auschwitz. Spiegelman aposta per un concepte gràfic trencador que presenta els personatges en forma d'animals antropomorfs, amb els jueus com a ratolins i els alemanys com a gats. Lluny de caure en simplificacions i caricatures, però, el relat és una crònica esfereïdora de les vicissituds del protagonista als camps d'extermini, així com també del procés creatiu de l'autor mateix, que haurà d'enfrontar-se al trauma dels seus pares i al seu propi paper com a transmissor d'aquest llegat. Quan Hitler va robar el conill rosa de Judith Kerr. No porta una esvàstica a la portada, però l'esment de Hitler al títol hauria de qualificar-la igualment, més en una novel·la adreçada al públic infantil i juvenil. Aquesta novel·la autobiogràfica de l'autora Judith Kerr relata el periple d'una família alemanya-jueva que abandona Alemanya el 1933, davant l'amenaça de la persecució política. Tot i que estigui dirigida al públic infantil, la novel·la en tot moment fa un retrat molt viu i directe sobre aquesta situació d'angoixa i repressió política, i per això pot ser un bon camí d'introducció al tema per als més joves. La vida de la protagonista canviarà radicalment quan hagi d'acostumar-se a viure en un nou país - primer a França i després a Anglaterra - després que la seva vida passada i la seva infantesa quedin definitivament enrere. Mefisto de Klaus Mann. Una novel·la fascinant sobre la classe intel·lectual i artística alemanya durant els anys anteriors a l'esclat de la segona guerra mundial, i basada en fets reals que l'autor va presenciar i que afectaven la seva pròpia família. El protagonista, l'actor Hendrik Höfgen, és una estrella emergent als teatres de províncies, que s'adona que congraciar-se amb el règim nazi podria portar-lo a triomfar definitivament a Berlín. Per això repensarà la seva relació amb els seus amics de tota la vida i farà els ulls grossos a la persecució política que està tenint lloc al seu voltant. La novel·la és una sàtira despietada sobre aquells individus que es transformen en còmodes engranatges del sistema totalitari, i que demostren que la seva originalitat creativa o intel·lectual és tan sols una façana per a un impuls d'assentiment i servilisme amb els que ostenten el poder. L'home al castell de Philip K. Dick. Entrant ara al terreny de la distòpia, aquí Dick ens ofereix una ucronia que planteja uns Estats Units ocupats per Alemanya i Japó després de la victòria d'aquestes potències a la segona guerra mundial. En aquest ambient opressiu i decadent, es posa en circulació una novel·la subversiva que planteja què hauria passat si haguessin estat els aliats els que haguessin guanyat la guerra. Reconec que no recordo gairebé res de la trama sencera, força complexa en les seves anades i vingudes, com és característic de Dick, i que sempre acaba portant l'argument en direccions inesperades. Recordo que em va agradar el desenllaç, que acabava revelant qui era l'home que vivia al castell. El complot contra Amèrica de Philip Roth. Aquesta és una altra novel·la que també hauria d'anar rellegint, perquè la impressió general és que em va agradar molt, tot i que no en recordo gaires detalls. És el relat d'una nissaga familiar inspirada en la infància de l'autor, però aquí ens planteja la possibilitat que un candidat simpatitzant del nazisme acabés imposant-se contra Roosevelt en les eleccions de 1936, provocant així la neutralitat dels Estats Units durant la segona guerra mundial i desencadenant a la vegada la persecució política dels jueus dins del territori estatunidenc. Així, Roth ens ofereix les seves habituals reflexions sobre la identitat jueva dins dels Estats Units, explicada des del punt de vista de les famílies immigrants de classe baixa i treballadora i, per tant, molt allunyada de la imatge que ens n'arriba avui dia. La nit de l'esvàstica de Katharine Burdekin. Publicada sota pseudònim el 1937, aquesta novel·la ucrònica ens presenta la possibilitat que els nazis guanyessin la segona guerra mundial. La trama, però, se situa segles després d'aquests fets, de forma que la cultura i la societat que se'ns retraten no tenen res a veure amb qualsevol context històric que puguem conèixer. L'originalitat de Burdekin en aquest cas rau a retratar la relació entre les idees dels nazis i la dominació patriarcal, presentant-nos un món en què les dones són considerades ciutadanes de segona i utilitzades només amb finalitats reproductores. Si bé és cert que el plantejament de la trama acaba fent-se poc plausible, i que el xovinisme britànic típic de l'època es fa més que present, és una novel·la que es gaudeix més per la seva exploració de les idees polítiques que no pas per l'argument en si mateix. L'Onada de Todd Strasser. Aquesta novel·la juvenil es basa en uns fets reals que van tenir lloc en un institut californià als anys seixanta, tot i que se'ns presenten totalment ficcionats. Un jove professor es proposa fer entendre als seus alumnes per què el govern nazi va poder triomfar a Alemanya sense oposició per part de la ciutadania, i ho fa a través de la recreació de les característiques d'un moviment totalitari a l'aula. Al principi, els alumnes queden enlluernats amb els aspectes aparentment més positius i innocus de l'experiment, com la disciplina i el sentiment de pertinença al grup. Ara bé, les conseqüències més inquietants i perilloses van apareixent de formes força més subtils i amagades, i no serà fins al final que acabin descobrint els riscos més pertorbadors a què s'exposen.
I
"No sé a quién votar", me dice alguien que fue un importante político catalán. No le contesto nada. ¿Qué he de decirle yo? Creo que hay dos grandes motivos para cambiar de opinión sobre un tema político: que la expansión de tus conocimientos te abra nuevos horizontes o que su reducción te encierre en tus prejuicios.
II
Día de preparar conferencias: El Masnou, Xàtiva, Medina del Río Seco, Valladolid, Madrid. Y en el horizonte próximo, dos más en Pamplona. Disfruto con lo que estoy haciendo. No sé si alguna vez he sido más libre y, al mismo tiempo, he estado más ocupado. Sé que estoy vivo y esa certeza es muy gratificante.
III
Ayer me impresionó Guillermo Graíño en la Tatiana. Tengo que tratar más con los jóvenes filósofos. Viven en un mundo que no es el mío, pero el que me apetece visitar de vez en cuando. Se aprende mucho con las visitas.
IV
Mi nieto pequeño cumple 10 años. Asusta ver a qué velocidad crecen los nietos. Los hijos lo hacían a una velocidad humana, pero los nietos... Te das la vuelta y ya han crecido un palmo.
V
Ha cambiado Sant Jordi. Han desaparecido aquellas entrañables señoras que si te veían sin firmar, acudían a darte compañía.“¿Usted qué hace, escribe también?” “Igual es que no sabe explicarse.” “Lo que tiene que hacer es comprar un libro de esos que firman tanto y aprender”. "Si no le importa, me voy a estar un ratito con usted. ¿Es usted de aquí?”, etc.Confieso que lo he vivido.Mueve al filósofo el deseo de retornar a la frontera en la que, por arrancar a hablar, se separó de su mera animalidad, convirtiéndose en animal de razón. Y ello no para retornar al otro lado, para identificarse a su mera animalidad, sino para venir a ser espejo de tal frontera y contemplar el desarraigo intrínseco respecto a la condición natural que la misma supone. Y aquí el segundo propósito.
Asumiendo que la razón y el lenguaje son el marco al que se adapta todo lo que acontece para el hombre y todo proyecto que este emprende, mueve al filósofo la exigencia de apurar las potencialidades de los mismos, aspirando a alcanza ese extremo simétrico de lo que constituyó el origen en la animalidad: aspiración paradigmáticamente encarnada en el proyecto platónico de encontrar la matriz del campo eidético, el soporte último de la red de ideas que filtra nuestra existencia global: tanto nuestra percepción del entorno natural, como el lazo con los otros seres de razón y el “diálogo consigo mismo” que da pie al sentimiento de subjetividad.
Esta segunda aspiración encierra quizás la misma dificultad que el proyecto de alcanzar el horizonte. Y ello por razones intrínsecas a las que se añade aquello que el mismo Platón denominaba “la cárcel del alma”, el hecho de que nuestra animalidad frena en la tarea, de que, por su origen en la carne “el verbo se despeña” y, en consecuencia, no ignorando ser tierra (de nuevo Octavio Paz) “saberse desterrado en la tierra”:
“Atónita en lo alto del minuto/la carne se hace verbo-y el verbo se despeña/ Saberse desterrado en la tierra, siendo tierra/ es saberse mortal. Secreto a voces/ y también secreto vacío sin nada adentro:/ no hay muertos, solo hay muerte madre nuestra/ Lo sabía el azteca, lo adivinaba el griego:/ el agua es fuego y en su tránsito/ nosotros somos solo llamaradas”.
Victor Gómez Pin, Desterrado en la tierra, El Boomeran(g) 19/04/2024
... descubrí es que siempre estaba equivocado en un 99,5 %. Vamos a ver esta idea. ¿Tenéis dos folios, dos papeles por ahí? Gracias. Imagina, Diego, que este folio representa toda la información que hay ahora mismo en este lugar. Es decir, las ondas electromagnéticas del espectro visible que podemos ver, las ondas acústicas que podemos oír, la temperatura que podemos sentir… Toda esa información y también toda la que no podemos percibir a través de los sentidos también está aquí. Por ejemplo, las ondas de radiofrecuencia que utiliza tu teléfono móvil. Por ejemplo, los rayos cósmicos que vienen del espacio. Toda esa información que no tenemos sentidos capaces de captar está dentro de este folio. Si yo me pregunto cuánta información, cuánta cantidad de información es mi organismo capaz de recibir, de captar a través de los sentidos, siendo muy, muy, muy benevolentes estaríamos hablando de que mi cerebro solo es capaz de captar el 5 % de la información que ahora mismo está aquí, alrededor nuestro. Estaréis conmigo en que si yo doblo este folio por la mitad, esto sería el 50 % de la información. Si yo lo vuelvo a doblar, estaríamos hablando del 25 %. Si yo lo vuelvo a doblar, estamos en el 12,5 %. Si lo vuelvo a doblar, estaríamos en el 6 % de información, ¿vale? Como hoy me he levantado de buen humor, en lugar de un cinco, vamos a dejarlo en un seis.
Ahora bien, el 90 % de los procesos que ocurren en nuestro cerebro son procesos inconscientes. Y eso quiere decir que nosotros no podemos acceder a esos procesos de manera voluntaria. Por lo tanto, yo, de este 5 % de la información que mi cerebro es capaz de captar, tengo acceso consciente a aproximadamente un 10 % de esa información. Entonces estaréis conmigo en que si de este papelito que mi cerebro puede captar, yo lo doblo por la mitad, sería un 50 %, ¿sí o no? Si lo vuelvo a doblar, sería un 25. Si lo vuelvo a doblar, sería un 12,5. Vamos a dejarlo ahí. Esto de aquí, que es el 0,5 % de toda la información que nos rodea, es lo que yo uso, Diego, para determinar si tú me caes bien o mal. Es lo que yo uso para iniciar una guerra. Entonces, lo primero que la ciencia me enseñó es que todo el tiempo mi cerebro está dejando el 99,5 % de la información de lado. Es en base a esta información que yo decido si estudiar peluquería o si decido estudiar biología. Y esto es muy fuerte, porque significa, por ejemplo, que si mi cerebro lanza la propuesta de “David, eres infeliz”, ese pensamiento también está en un 99,5 % equivocado. Y aquí descubrí mi ignorancia.
La ciencia me permite acceder a ese 99,5 % de la información que David, que el cerebro de David no ve. Es decir, la ciencia, con sus dispositivos, con sus electrodos, con sus cacharros, con sus pruebas me permite acceder a un campo de información que David no ve. Y ese es el verdadero potencial de la ciencia.
David del Rosario, Deja en paz a tu cerebro, aprendemosjuntos.bbva.com
C. Monet leyendo y fumando en pipa (Renoir 1872) |
Gran Bretaña es el primer país que, más allá de informar de lo malo (para la salud) que es fumar, prohibirá completa y gradualmente la venta de tabaco a partir de 2027. A las escasas protestas frente a esta medida (probablemente celebrada por mafias y traficantes) el gobierno británico replica que, dado que los fumadores no son dueños de su voluntad, lo mejor es que el Estado les impida hacer lo que no son capaces de evitar por sí solos.
El argumento es terrible. Implica que los ciudadanos son incapaces de decidir libremente sobre su salud y que, por ello, hay que protegerlos de sí mismos privándoles de esa misma libertad. Es el mismo razonamiento que se hace con los niños y los locos, pero aplicado a toda la ciudadanía (a los fumadores y a los que podrían elegir serlo). A este paternalismo humillante se añade el dogma moral que antepone la salud a cualquier otro valor, como el placer o la libertad misma. Que un individuo elija correr el riesgo de vivir menos por mor de vivir como él entiende que es mejor es un anatema. Y de nada sirve que se fume solo, sin perjudicar a nadie, o que se pague una fortuna en impuestos (el 80% o 90% del precio de cada cigarrillo) para costear futuros y probables gastos sanitarios; da igual: el gobierno nos obliga a morir puros, sin vicios y sanos como robles.
Y cuidado que si tragamos con esto no habrá nada que objetar a futuras prohibiciones en nombre de nuestra salud o seguridad. ¿Cuál será la próxima: la del alcohol, el juego, la promiscuidad sexual… todos ellos vicios adictivos (de buenos que son a quienes le gustan) y poco «saludables»?
Yo, si fuera uno de estos nuevos monjes inquisidores, muchos de ellos expertos en salud (pero ignorantes en ética), iría pensando en envolver con advertencias y fotos dantescas – destinadas a asustarnos como a niños – no solo los paquetes de tabaco, sino también los botellines, los décimos de lotería o los condones. Y ya puestos, también los móviles, los coches, los contratos de trabajo, los televisores, las tarjetas de crédito o las crampones de alpinista… ¿O es que Internet, los accidentes de tráfico, el estrés laboral, la teletienda o los deportes de riesgo no son también adictivos y/o peligrosos para nuestra salud?
Kant, el filósofo cuyo tricentenario celebramos este año, pensaba que la peor y más peligrosa adicción era dejar – por cobardía, gregarismo y pereza – que otros pensaran y decidieran por nosotros. Claro que Kant – uno de los padres de la ética y la idea moderna de libertad – era un pertinaz fumador de pipa. ¿Qué iba a saber él de lo que de verdad conviene a las personas?