22120 items (21928 unread) in 44 feeds
En una entrevista reciente decía el
filósofo Pascal Bruckner que la pandemia había revelado una alergia al trabajo
en el mundo occidental, y creo que tiene toda la razón. Es un secreto a voces
que parte de la gente vivió con alegría el confinamiento, al menos al
principio: gracias a él se les pagaba por quedarse en casa y disfrutar de un
reposado y ocioso modo de vida. De hecho, la mayoría pudimos vivir bastante
bien (no faltaba comida en los supermercados, ni series en la tele, ni nóminas
en nuestra cuenta bancaria) sin tener que ir a trabajar.
Este milagro económico y político, que volvió a desvelar por un momento (aunque se olvidara enseguida) el papel esencial del Estado, nos ha vuelto más receptivos a la extraña creencia de que podemos reducir drásticamente las horas y días de trabajo, o incluso abolirlo o convertirlo en algo estrictamente voluntario. Las teorías sobre la renta universal, las reivindicaciones en favor de un disminución tajante de la jornada o la edad de jubilación, o las utopías cibernéticas de un mundo movido por androides en el que no tengamos que pegar un palo al agua, crecen como las setas, unidas, además, a cierta conciencia ecológica sobre lo malo que es producir y lo necesario que es «decrecer».
Pero todo esto parece esconder un enorme autoengaño y revelar una monumental hipocresía. El autoengaño es el mismo que el de los niños que lo quieren todo; en este caso producir y cotizar menos, pero seguir ganando y consumiendo al ritmo acostumbrado. Queremos trabajar menos (o nada) pero seguir comprando a capricho, conduciendo un coche, viajando a placer o yendo cada fin de semana al teatro o al restaurante de moda. Es como el sueño liberal de pegar el «pelotazo» y retirarse a los cuarenta, pero en la versión de la izquierda infantilizada, consistente en querer convertirnos a todos en ricos rentistas a cargo del Estado (es decir, de los impuestos de los que – ¡malditos capitalistas! – siguen produciendo para nosotros).
La hipocresía de todo esto no es menos sangrante. Todos nos apuntamos a la idea de un trabajo mínimo o vocacional (la universidad está llena de millones de chicos y chicas que, lógicamente, quieren ser artistas, filósofos, periodistas, arqueólogos…) mientras que la obra, el taller, la barra del bar, el camión de la limpieza o la recogida de aceitunas se lo dejamos a los inmigrantes. Es fácil abolir el trabajo, como decía alegremente el otro día un famoso escritor en este periódico, mientras tengamos una línea marítima de pateras con mano de obra que parasitar a precio de saldo.
El ideal de trabajar lo menos posible sería posible (o al menos consistente) si la gente estuviera dispuesta a vivir de una manera tan austera que, por mucho que se quiera idealizar románticamente, sería insoportablemente triste y desagradable para casi todos. Contrariamente a lo que piensa mucho pijoprogre, los pobres, por mucho que les sonrían cuando hacen «turismo solidario», no son más felices, ni más sabios, ni más libres que ellos. Más bien todo lo contrario. Lo averiguaran de primera mano sus nietos, cuando la ilusión estalle, y haya que ponerse manos a la obra para sobrevivir a la miseria material y moral que les estamos dejando.
Luis Roca Jusmet
Una secta es algo habitual, normalizado y aceptado en nuestra sociedad. Al darle a la palabra un sentido tan extremo, destructivo y negativo nos privamos de una palabra/idea que es fundamental para entender las dinámicas de nuestra sociedad. Una secta es un grupo cerrado, con una jerarquía interna que se considera en posesión de la verdad y con una propuesta salvadora, en el sentido que sea. Los partidos, las iglesias, muchos círculos en torno a unos textos que se asumen como dogmas tienen tendencias sectarias. Las sectas siempre polarizan por las certezas sobre las que se constituyen y porque los miembros se identifican con ellas, les da un sentido de pertenencia y una identidad.
Por otra parte, están los grupos de poder económico y corporativo que se mueven por intereses particulares y quieren imponerlos, por la fuerza o manipulando. Tanto uno como otro son tendencias antidemocráticas de una sociedad democrática.
Lo único que puede neutralizarlas a nivel político son las leyes, las instituciones y
la separación de poderes. La idea de un Estado de Derecho que debe garantizar los derechos de todos los ciudadanos que pertenecen a él. La idea de que los sujetos del Estado son todos y cada uno de los ciudadanos. Es decir, lo universal y lo singular (todos y cada uno) contra lo particular (lo grupal). Y una aceptación del pluralismo que va contra estas tendencias sectarias y que implica la aceptación del otro como adversario con el que competir no como un enemigo a destruir.
A nivel cultural me parece que el pluralismo pasa, no por la competencia, sino por la cooperación. No por la tolerancia del multiculturalismo sino por la apertura de un diálogo intercultural. Porque los grupos culturales cerrados, homogéneos, también son sectas. Pienso que algo que tiene de bueno la globalización, aparte de ir hacia un derecho común, como antes he apuntado, es la creación de un espacio intercultural, en el que cada tradición cultural huye tanto de la arrogancia como de la culpa y del victimismo, y es capaz de reflexionar críticamente sobre sí misma, potenciando lo bueno y excluyendo lo malo. ¿Desde qué perspectiva? Desde la defensa de la universalidad de los derechos humanos y la búsqueda de un espacio compartido desde lo intercultural. Pero sobre todo desde esta reivindicación de lo singular, de este sujeto capaz de construirse éticamente y trazar su propio camino.
Hay en la modernidad una tensión entre lo universal y lo singular en contra de lo particular. Lo particular es lo grupal, propio de las sociedades tradicionales premodernas y que hoy, como he dicho al principio, se conserva en forma de sectas. Todos tenemos múltiples influencias culturales y una la compartimos con unos y otras con otros. No hay una identidad única con la que identificarnos. Pero la propia modernidad ha generado particularismos muy peligrosos, como el nacionalismo, que me parece algo contra lo que también hay que luchar. No un patriotismo razonable, una identificación relativa con una nación política sino una identificación absoluta con lo que bien se llamó “una comunidad imaginaria”. Y el otro particularismo es el totalitarismo, que esto si coincide con la peor expresión de lo sectario.
Aquesta antologia del poeta romanès Paul Celan (1920-1970), supervivent dels camps d'extermini, va ser publicada fa dos anys per Edicions Reremús i la Fundació Angelus Novus, amb seu a Portbou i dedicada a la difusió de l'obra i la memòria del filòsof alemany Walter Benjamin (1892-1940). Es tracta d'una col·lecció de setze poemes de Celan traduïts per Antoni Pous (1932-1976), i acompanyats a més d'un assaig de l'escriptora romanesa Maria Mailat, que ofereix interpretacions molt valuoses sobre l'obra poètica de Celan i la seva connexió amb la filosofia de Benjamin. El darrer dels poemes de Celan que trobem al recull, "Portbou - alemany?", està dedicat a Benjamin i el seu últim viatge, i connecta directament amb el seu pensament, de forma que ambdós autors, tot i que separats generacionalment, acaben revelant una complicitat intel·lectual a l'hora de caracteritzar el llenguatge i la memòria com a inquietuds principals de la producció literària davant dels horrors polítics del segle vint. La poesia de Celan, d'una concisió extrema, s'ha d'interpretar a través de la raó de les paraules rere les imatges evocades, que no són mai fortuïtes i per tant, més enllà del gaudi estètic, esdevenen tot un desafiament interpretatiu malgrat la seva aparent simplicitat.
Aquí és on l'anàlisi que en fa Mailat resulta imprescindible per després poder apropar-nos als poemes i comprendre una mica millor el que s'hi esdevé. Els punts de connexió entre l'obra de Celan i el pensament de Benjamin, a qui Celan va llegir atentament, ajuden a traduir el sentit dels poemes, i a veure la imatge que s'amaga rere la lletra de cada paraula triada. Per a ambdós autors, la traducció era una dimensió fonamental de la seva aproximació al llenguatge: tots dos eren poliglots, i per a ells les correspondències entre paraules de diferents llenguatges reflectien una unitat subjacent en totes elles. L'interès per l'estudi de la càbala també era compartit, i revela la traducció com una preocupació encara més profunda pel sentit últim de les coses: traduir, per a ells, esdevé un procés substitutori d'uns signes per uns altres, en què el sentit de les paraules les precedeix. Així és com s'entenen els jocs de paraules que crea Celan entre un mateix significant i les diferents connotacions i sentits que pot adoptar en diverses llengües. De la mateixa forma, Antoni Pous justifica la seva traducció i l'opció que fa per la "llengua pelada" al seu prefaci a les traduccions de 1976, que també s'inclou al llibre: per a Pous, la millor opció per traduir sense trair és la més fidel possible, quasi una transposició paraula per paraula: en aquest cas sembla una opció més que justificada en vista d'aquesta inquietud de Celan per anar al cor de la significació de les paraules.
Un altre punt de trobada entre Celan i Benjamin és la seva forma d'interpel·lar el moment històric davant l'aplanament de significat que implica el totalitarisme durant el segle vint i la seva manipulació restrictiva del llenguatge. En els seus poemes, Celan es mostra preocupat pel llegat del nazisme com a celebració d'una suposat substrat mític teutònic - que ell resumeix amb la paraula nibelungs - i que s'entrega a la glorificació de la desfilada dels vencedors, per expressar-ho també en paraules de Benjamin. Ara bé, els nibelungs flanquegen l'esquerra tant com la dreta, i Celan queda atrapat entre dos totalitarismes - el nazisme i l'estalinisme - que acabaran abandonant-lo a la solitud existencial i a un desplaçament vital que esdevé també lingüístic: per a Celan l'alemany esdevé una llengua dislocada, i la seva aposta per escriure en alemany es pot llegir com un acte de contestació a aquest ús totalitzador i aplanador de la identitat (alemanya, en aquest cas) com a arma llancívola. Així és com Celan ataca els intel·lectuals de postguerra que reneixen del conflicte "purificats", és a dir, simpatitzants o còmplices directes del nazisme que adquireixen un estatus incontestat d'intel·lectuals durant la segona meitat del segle vint, i que mai van arribar a retractar-se d'aquestes simpaties o a disculpar-se'n. De seguida venen al cap noms com Martin Heidegger, Ernst Jünger o Emil Cioran.
I què fa l'àngel de la història, mentrestant? Ambdós autors també coincideixen a conjugar la memòria com a "instant de perill", per continuar citant Benjamin. En el pensament de Benjamin, l'instant de perill és el moment en què passat i present es connecten, en què la memòria pren el seu sentit apel·lant el seu intèrpret en el moment present i, conseqüentment, la memòria que no és present no és memòria - tan sols oblit. Celan és perfectament fidel a aquest deure de mantenir la memòria vivent en el present com a pregunta oberta i com a veu que prové del passat per incomodar i interrogar sense descans, defugint definicions monolítiques de la identitat i suspenent la potencial resposta sempre entre el sí i el no, com correspon a la zona grisa que Celan ha de reivindicar, necessàriament, com a supervivent. És així que en els seus poemes la paraula esdevé sovint un quequeig, una fallada del llenguatge que desmantella aquesta desfilada triomfal de la mort que no sols va victimitzar Celan directament, sinó que també el va condemnar al silenci i a la frustració dins del món intel·lectual i cultural de després de la guerra. Els seus poemes són profundament negatius i afirmatius a la vegada, i en aquesta paradoxa inherent rau el geni creatiu de Paul Celan: enmig de la desolació dels camps d'extermini, la memòria i la paraula continuen assenyalant, apuntant els culpables, revivint els morts i oferint un testimoni sempre precari i vulnerable de l'horror de la humanitat.
Continguts: Els setze poemes de Paul Celan, traduïts per Antoni Pous, que se'ns presenten en aquest volum venen acompanyats d'un assaig per part de Maria Mailat, en què ens ofereix pistes per interpretar la poesia de Celan a la llum del pensament de Walter Benjamin, i revela connexions importants entre els textos d'ambdós autors. També s'inclou un text d'Antoni Pous sobre la traducció de Celan, que esdevé una reflexió molt atractiva sobre el fet de traduir.
M'agrada: Ha estat tota una descoberta: hi he arribat per Benjamin, però he aconseguit aprofundir una mica més en l'obra de Paul Celan.
Le comenté a mi dilecto Ferran Sáez que vi en El Callao, el barrio más humilde de Lima, una enorme pintada que decía: «Aprender a aprender: Esfuerzo y perseverancia». Y le añadí: «Aún hay pobres con conciencia de clase»
Respuesta de Ferran: «Fíjate, amigo, que cuando dices "conciencia de clase" en este contexto estás haciendo un magnífico juego de palabras pedagógico: clase en el sentido social y clase en el sentido educativo»
Este artículo fue publicado originalmente por el autor en El Periódico Extremadura
Estaba guardando la ropa de verano y las fundas de mis trajes me recordaban las que se usan como sudario para envolver cadáveres. Me pareció ver esas fundas-sudario en la televisión, colgadas de una barra preparada para ir «envasando» púdica y rápidamente los cadáveres de los migrantes devueltos por las olas. Desde entonces no puedo dejar de pensar en las tráqueas embutidas de agua de esos cuerpos amortajados. Ni de imaginarme su agonía. Ni de preguntarme que hubiera sido de mi si hubiera nacido en Senegal, Mauritania, Malí, Marruecos…
Los datos cardinales para explicar la tragedia migratoria están claros: la ruptura del orden mundial (y su secuela de guerras descontroladas); la crisis climática (y su reguero de sequias y desastres); el cierre de fronteras (requisito para la precarización de la mano de obra que llega a los países ricos); y una creciente desigualdad económica global. Vamos con lo último.
Un reciente informe de Oxfam confirma que no más de tres mil familias (un 0,000X de la humanidad) controla el 13% del producto interior bruto mundial, unos 4.666.666.666 (¿será cosa del diablo el número?) por familia, mientras que el 50% de la población, unos cuatro mil millones de personas, subsiste con menos de siete dólares diarios (muchos con menos de dos o tres).
Este grado brutal de desigualdad, fruto de cuarenta años de desregulación económica, lo condiciona todo. El mundo entero se mueve al ritmo de los intereses de la oligarquía que lo provoca. La necesidad de rentabilizar contantemente el capital de esas tres mil familias no solo determina el número y rumbo de las pateras, también condiciona el paisaje campestre, los precios del super, el índice de paro, la deuda nacional, el acceso a la vivienda, la contaminación del aire, las producciones de Hollywood y el curso de las guerras que seguimos, como una serie más, a través del telediario.
¿Por qué nos conformamos con el poder de esta oligarquía de ultrarricos? No es fácil responder. En la Edad Media era Dios quien justificaba las desigualdades. ¿Y ahora? ¿Es por la fuerza? ¿Cómo, si somos ocho mil millones contra casi nadie? ¿Es porque reconocemos sus méritos? Tampoco. Por ingenuamente que nos creamos la fábula meritocráticoliberal, nadie es tan tonto como para creer que esas tres mil familias sean un millón de veces mejores que nosotros (tanto como su patrimonio respecto al nuestro). ¿Entonces?
La respuesta más certera es que ese olimpo de milmillonarios representa el sueño de la inmensísima mayoría, y nadie se rebela contra lo que sueña, por absurdo e irrealizable que sea. Tengan por seguro que, mientras no exista un sueño mejor, esa mezcla de ilusión insensata y codicia será la que siga moviéndolo todo para que nada se mueva; para que lo que para unos son fundas donde guardar la ropa, para otros sea el único y último abrigo que les depara este mundo atroz.
Aquest relat de 2017 de l'autor francès Éric Vuillard, guardonat amb el premi Goncourt, és una curiosa aproximació a la intrahistòria que recorre una de les etapes històriques més decisives per al segle vint a Europa. Rere els grans moviments polítics, les purgues ideològiques, les suspensions de la democràcia i els genocidis incipients, hi ha tota una sèrie d'anècdotes que semblen insignificants a simple vista, però que elevades a categoria ofereixen un retrat despietat en tota la seva fredor i veritat sobre les complicitats, silencis i assentiments que requereix el projecte totalitari per tal d'acomplir els seus objectius polítics i geoestratègics. El relat gira al voltant d'una data decisiva per al que seria l'expansió del règim nazi fora de les seves fronteres: l'annexió d'Àustria, el 13 de març de 1938, al projecte d'imperi alemany. El que es va vendre com a assentiment sense fissures per part de la nació austríaca no és res més, en realitat, que la culminació d'un llarg projecte previ d'eliminació de l'oposició interna i de repressió ideològica, que havia portat a l'establiment d'una dictadura de tall pangermanista en aquest país. Quan el president de la república austríaca i el seu canceller van voler fer valer la seva sobirania nacional davant l'annexió proposada, que el govern hitlerià els va presentar com a fet acomplert, el camí de les concessions venia de tan enrere que no hi va haver res més a fer.
Així doncs, la microhistòria, de vegades, o la història anecdòtica, pot ser infinitament més eloqüent que el relat oficial que trobem als llibres d'història. La invasió militar d'Àustria per part de l'exèrcit alemany es va vendre retòricament com una missió de rescat instada pel nou ministre d'interior austríac, Seyss-Inquart, nomenat directament per Hitler, mentre que, en realitat, va ser una representació teatral en què Alemanya presentava la seva força militar a una població austríaca extasiada davant d'aquest suposat salvament. Amb una censura fèrria a la premsa i la llibertat d'expressió, poca cosa més es podia esperar. Tanmateix, la setmana que va precedir l'annexió amb Alemanya es van produir centenars de suïcidis a tot el país. L'ordre del dia és un recull d'aquestes anècdotes, que ens mostren com a fil conductor la política d'apaivagament de les principals potències europees amb el poder creixent del règim hitlerià. Vuillard ens condueix per les reunions diplomàtiques que van tenir lloc dies abans de l'Anchluss, en què el canceller austríac del moment, Schuschnigg, es va veure obligat a cedir a totes les exigències alemanyes o, també, els moviments diplomàtics que van tenir lloc a la Gran Bretanya, que va decidir accedir a les exigències territorials alemanyes a canvi de la promesa de no entrar en guerra. De la mateixa manera, el llibre obre i tanca amb els moviments tàctics dels grans empresaris alemanys, que van fer substancioses donacions al partit nazi abans de 1933 i que, durant els anys de la segona guerra mundial, es van beneficiar a bastament de la mà d'obra esclava que proporcionaven els camps d'extermini.
Ara bé, si tota aquesta matèria primera podria donar per a la construcció d'una ficció fascinant, el llibre de Vuillard m'ha deixat amb el regust de l'oportunitat malaguanyada. Massa breu per poder-se anomenar novel·la, i massa esquemàtic per poder conformar un assaig interessant, L'ordre del dia es queda a mig camí entre la ficció i la no-ficció, i resulta un esforç massa desmenjat i mandrós com per excel·lir en cap dels dos camps. De fet, el subtítol de l'obra en l'original francès ens informa que ens trobem davant d'un récit (narració) més que no pas d'un roman (novel·la). Va bé que, almenys, comenci amb un exercici d'honestedat ja que, per més que Vuillard mostri un bon domini del llenguatge literari, amb una sensibilitat especial per a metàfores inesperades però sorprenentment acurades, el resultat final no està a l'alçada de l'ambició del projecte. D'una banda, l'aproximació al fet històric és massa superficial i tot sovint cau en el tòpic d'equiparar tots els moments històrics els uns amb els altres, i en l'error tècnic de llegir la història cap endavant i no cap enrere, defecte habitual en la historiografia de divulgació que dota aquest tipus de reflexions d'un to excessivament alliçonador i autocomplaent. Els moviments tàctics i polítics de l'any 38 no adquireixen la seva rellevància o el seu significat últim a la llum de Nuremberg l'any 46, pel simple fet que l'hora dels judicis no havia arribat encara, i sobre la taula encara no hi havia ni vencedors ni vençuts clars. A propòsit d'això, també és curiós que Vuillard s'entretingui especialment en els moviments diplomàtics per part d'Àustria i de Gran Bretanya, però passi de puntetes per la política francesa del moment.
D'altra banda, l'altre defecte que li he trobat és més aviat literari, i potser no m'hauria cridat tant l'atenció si l'obra no hagués rebut el premi Goncourt de ficció. L'ordre del dia no acaba de trobar el seu to ni el seu gènere, i es llegeix més aviat com a recull de textos inconnexos que ni tan sols arriben a trobar una coherència interna. Al meu parer, el que podria haver estat una bona novel·la sembla que quedi en material preparatori per a una bona novel·la: el fil dels industrials alemanys es podria haver explorat fins a fer-ne una saga familiar de l'estil Els Buddenbrook: 70 anys després, o el fil de la supressió de l'oposició interna a Àustria podria haver portat a un relat apassionant de resistència i persecució política amb tocs de thriller, per exemple. Fins i tot l'exploració de la vida personal dels capitosts alemanys que van ser executats a Nuremberg podria haver portat a una mena d'estudi biogràfic coral. Però sembla que Vuillard no s'acabés de decidir per cap idea en concret, i ens deixa tustant-nos l'esquena amb l'alleujament de veure-hi més clar que els protagonistes del seu récit. En definitiva, em sembla una lectura recomanable per a interessats en el període històric, però que de totes totes es queda massa curta a l'hora de donar-li el tractament que mereixen els fets narrats.
Sinopsi: La narració s'inicia amb una reunió, el 1933, entre els dirigents del partit nazi i un conjunt de vint-i-quatre industrials alemanys que els donen suport econòmic. A continuació, ens porta a través de les reunions diplomàtiques que precedeixen l'annexió d'Àustria per part de l'Alemanya nazi el 1938, i els detalls de la invasió d'Àustria per part de l'exèrcit alemany i, d'altra banda, la política d'apaivagament per part de les altres nacions europees, especialment la Gran Bretanya. Tots aquests fets històrics se'ns van descrivint sobretot amb atenció a les anècdotes i els detalls.
M'agrada: La selecció d'episodis històrics és intel·ligent a l'hora d'enfocar la microhistòria dels esdeveniments que posa de manifest les esquerdes més evidents de la versió oficial dels fets. El seu accent en la complicitat i l'assentiment, més que en l'oposició fèrria per part tant dels governs de les democràcies europees com dels ciutadans mateixos, pinta un retrat molt més desagradós del que és habitual sobre la cooperació necessària dels implicats per tal que un projecte totalitari tiri endavant.
No m'agrada: El to autocomplaent, i excessivament alliçonador en certs passatges, que revela a moments una lectura massa superficial i simplista de la història.