Hay motivos para explicar esta buena disposición entre los jóvenes: mayor nivel de formación, una exposición menor que la de sus mayores a la demagogia nacionalista, una educación – aun mínima y sometida a vaivenes políticos – en los valores propios a una ciudadanía democrática y cosmopolita (tolerancia, aprecio por la igualdad y la diversidad, insistencia en el diálogo como modo de solventar conflictos, respeto por los derechos humanos, preocupación por el medio ambiente…), y una cierta experiencia, todavía minoritaria, y a veces obligada, de estudio y trabajo en otros países de la Unión.
En cualquier caso, si queremos afianzar una identidad europea libre de eurocentrismos xenófobos, populismos y nacionalismos disgregadores, hay que trabajarse más seriamente aquello que desde hace cincuenta años se viene llamando la «dimensión europea de la educación». Quizás sería bueno implantar ya, en colegios e institutos, un área o ámbito, e incluso un departamento didáctico, consagrado a la UE y que promueva y fortalezca ese sentido de identidad abierto al mundo que nos define como ciudadanos europeos.
¿Y de qué habría que tratar en esa materia o ámbito europeo de educación? Lo primero, como es obvio, de la fundamentación ética de los valores que tenemos en común, y sin los cuales no hay proyecto de integración que valga. Y subrayo lo de «fundamentación ética» porque uno de los valoresmás sutiles, pero más específicos, de la identidad europea es justamente el de la reconsideración crítica de todo valor. Diríamos que el «espíritu europeo» es tan alérgico a los dogmas que necesita reevaluar y refundar de continuo, ética y filosóficamente, sus pocas pero significativas certezas. De ahí el segundo de los asuntos fundamentales a tratar en una educación para el «ser europeos»: el del pensamiento crítico, esto es, el de la competencia para enjuiciar las creencias propias y de otros en orden a comprobar su validez racional y medir sus implicaciones morales y políticas.
El tercer objetivo de una materia en Unión Europeadebería consistir en una enérgica inyección de teoría crítica del conocimiento (tal como se hace, por ejemplo, en el Bachillerato Internacional), con objeto de «vacunar» al alumnado contra las cada vez más complejas estrategias de manipulación y desinformación que pululan, inevitablemente, en un sociedad abierta y plural como la nuestra.
Otro aspecto esencial del «espíritu europeo» es su radical diversidad, de manera que educar para ser europeo habría de consistir también en desarrollar la capacidad empática de comprender otras posiciones y costumbres políticas, morales o sociales, sin tener que dejar por ello de ser uno lo que ya es. A esto en filosofía se le suele llamar «dialéctica», y en términos más prosaicos se puede detallar como el ejercitarse en un tipo de identidad flexible, integradora y evolutiva que no niegue la diversidad como amenaza, sino como un motivo para crecer y perfeccionarse.
El quinto elemento de una educación paneuropea debería ser, sin duda, el de una formación teórica y práctica en el sentido de la equidad. No hay identidad ni sentimiento de pertenencia a una comunidad democrática y fundada en los derechos humanos si antes no se dan unas condiciones suficientes de igualdad y justicia en el acceso a la educación, el trabajo, la justicia, la participación política y los servicios y beneficios públicos.
En cuanto al sexto «tema» fundamental para reforzar nuestra identidad europea, este debería de ser, justamente, el de relativizarla y proyectarla al mundo; esto es: el de desarrollar una perspectiva global, transdisciplinar y sistémica de comprensión de problemas de naturaleza planetaria (la desigualdad, la guerra, las cuestiones ecosociales, el cambio climático…) como principal herramienta de una ciudadanía mundial capaz de hacer frente a los mismos.
Más allá de estos seis elementos básicos (la ética, el pensamiento crítico, el conocimiento, la dialéctica, la justicia y la conciencia global), ya solo restarían unas pinceladas acerca del patrimonio y las lenguas y, como algo completamente imprescindible, la participación efectiva (y afectiva) en el propio proceso de integración, por ejemplo, mediante la intensificación de los intercambios internacionales entre estudiantes (la generalización de las becas Erasmus en secundaria es una excelente iniciativa a este respecto). Ahí tienen ustedes la simiente de un curso, a completar durante toda la vida, sobre lo que fundamentalmente significa la Unión Europea.
Estos días de finales de invierno son siempre revoltosos. Al invierno le gusta despedirse con algún portazo. Es su naturaleza desabrida. Más de una vez, cuando creemos que ya se ha ido, regresa súbitamente con una nevada y arroja sobre nosotros el frío que se ahorró en enero. Durante el fin de semana nos ha regalado un epílogo de nubes densas y bajas, lloviznas caprichosas, intérvalos de chaparrones furiosos y unas esporádicas ráfagas de viento que, tal como ahora mismo estoy viendo, parecen empeñadas en arrancar de sus pinzas las ropas puestas a secar y convertirla en cometas del caos. Pero el espectáculo verdadero está en el mar, en esas olas blanquísimas que rompen en espumas dehiscentes, en ese horizonte remoto que se diluye en el cielo, en esos grises plateados que las olas le arrancan al agua. Son días estos para mirar por la ventana, con la nariz pegada al cristal, observando embobado lo indefinido y perdiéndose en vaguedades mientras el cristal se va empañando con tu aliento. En ese gesto vuelve también un poco el niño que fui, que sale de su escondite a acompañarme un rato.
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
El de la docencia es un oficio apasionante pero duro. Dar clases es solo la punta del iceberg. Por debajo están las tareas de coordinación, las tutorías, la atención a los alumnos, la planificación, la preparación de las sesiones, la elaboración de material, la evaluación, la formación, la investigación… No hay dinero que pague esto, ni que compense la enorme responsabilidad que supone guiar y formar cada año a cientos de niños, adolescentes y jóvenes. Por esto es esencial que aquellos que ejercen la docencia, sea al nivel que sea (y tan trascendental – ¡o más! – es la educación infantil como la universitaria), tengan una decidida vocación y sean los mejores entre los mejores.
¿Pero los mejores en qué? No es fácil definir con precisión el oficio de uno. Un docente no es solo un experto en la transmisión del saber, es también un referente cívico y personal para su alumnado y, si me apuran, para la sociedad entera. Por eso, para ser maestro o profesor no solo cuentan las aptitudes académicas o las habilidades didácticas; también importan, y mucho, la vocación, el carisma y la integridad personal, rasgos que, aun siendo decisivos para explicar los resultados más visibles del trabajo educativo, son en sí mismos imposibles de medir.
La aptitud académica no debe infravalorarse. No he oído nunca opinión más estúpida que aquella que afirma que un maestro o un profesor de secundaria “no tiene que saber demasiado”. Es del todo imposible transmitir o divulgar con eficacia nada que no se conozca con la mayor profundidad. Da igual la materia de la que se trate: el docente tiene que ser un experto de primer nivel en aquello que enseña. Por ello hay que aplaudir la propuesta ministerial de endurecer el acceso tanto a los grados de educación infantil y primaria como al máster de educación secundaria. Es lo que hacen otros países que se toman muy en serio la educación. Y es una pena que esta filosofía no se extienda también al proceso selectivo de ingreso al cuerpo, para que a la evaluación cada vez más decisiva de la competencia pedagógica le correspondida una exigencia mayor en el examen de la capacidad científica. Nadie entiende que se exija lo que se exige a un ingeniero de telecomunicaciones o a un notario, y no a quienes han de ocuparse de educar a los ciudadanos.
Otro aspecto a no despreciar es el didáctico. Los maestros y profesores son pedagogos, por lo que es incomprensible que los haya sin idea alguna de pedagogía, y que presuman, incluso, de no guiarse más que por la gramática parda de la clase magistral y el examen. Es como si hubiera médicos alardeando de no tener más conocimiento que el de los cirujanos barberos. Por ello, hay que alegrarse también de que se planteen medidas largamente demandadas, como la de las asignaturas didácticas en los grados, o el refuerzo de la formación práctica, que tendría que ser mucho más seria, guiada por tutores expertos y bien pagados, y realmente decisiva para acceder a la profesión.
En cuanto a lo demás y más importante – la vocación, el carisma, la integridad personal…– no hay grado en que se enseñen ni manera reglada de evaluarlo. Lo primero de ello, la vocación, debería ser la condición para afrontar con éxito las pruebas y demostrar el nivel de excelencia exigible para ejercer la docencia. En cuanto al tipo de carisma – ligado fundamentalmente a la sabiduría – y la integridad personal que caben esperar de un maestro, son dos de las cualidades que definen a los mejores ciudadanos. Ahora bien, ¿cómo atraer a estos a la enseñanza? La retribución importa, pero no es lo esencial. Lo decisivo es la satisfacción en el trabajo, es decir: el poder hacer bien las cosas. Y para ello se precisa una escuela bien dotada, una administración que dé al profesor la máxima autoridad y confianza, unas ratios que favorezcan el trabajo artesanal con cada alumno, y tiempo y facilidades para que el docente progrese, se forme e investigue en su disciplina y en la didáctica de la misma… Parece un sueño, sí. Pero es la única manera de hacer algo realmente decisivo por el sistema educativo.
Vuelvo a publicar, aunque corregido y muy ampliado (y esta vez llegará a las librerías), el libro que me encargó la Compañía Nacional de Teatro Clásico sobre el Siglo de oro. Se tituló El recogimiento y llevaba como subtítulo La aventura del yo. Ahora lo publicará la Editorial Rosamerón con el título de El eje del mundo y el subtítulo de La conquista del yo. El mes que viene estará en las librerías. Un adelanto: Termina con sor María de Ágreda. Hoy me he pasado el día corrigiendo el texto. A estas horas ya puedo decir, con confianza, que todo está en orden.
En la editorial las cosas marchan mucho mejor de lo previsto y para celebrarlo haremos una especie de fiesta inaugural en la Bodega Saltó de Poble Sec (Blesa, 36), el día 30 del presente mes de marzo. Tendrán cumplida información en los próximos días, pero ya les aseguro que están ustedes invitados.
Sigo sintiendo la necesidad, casi el imperativo moral, de entregar un artículo o una colaboración periodística varios días antes de la fecha que me han marcado. Y, si puedo, me adelanto varias semanas. La voz de mis padres insistiéndome en no dejar nada para el último momento, sigue viva en mí. Y siento que, con mi anticipo, me concedo a mí mismo un premio y les rindo un pequeño homenaje a ellos. Es un gozo íntimo y gratuito que me temo que no comprenderá mucha gente, pero que es real y se llama pundonor.
L’amor i la picadura de l’escorpí.
De Safo a Bad Bunny
Manuel Villar Pujol
Revista Cartografías, nº 5, febrer 2022
De l’amor, com de la vida, difícilment se’n surt il·lès. I si la vida s’entén com una línia recta discontínua en què es van entrevirant moments d’amor i moments de desamor resulta inimaginable que algú no s’hagi convertit en un col·leccionista de ferides infligides, autoinfligides o patides a causa de l’amor. Ni tan sols els déus estan exempts d’aquest turment. Si l’existència dels mortals és un “sin vivir”, la dels immortals és un “sin morir”.
“Ningú va tenir una visió tan clara d’aquest assumpte com Safo”, escriu Anne Carson[i]. Aquest “assumpte” és l’amor: “quan ens enamorem experimentem tot tipus de sensacions en el nostre interior, doloroses i plaents al mateix temps”. “Ningú va captar els seus trets adjectius amb adjectius més precisos” que aquesta poeta del segle VII abans de Crist. Safo va ser la creadora del neologisme glukupikron per definir l’amor, allò que és alhora dolç i amarg. En aquesta paradoxa s’amaga el sentit profund de l’amor.
La paradoxa, escriu Carson[ii], “és una forma de pensar que intenta assolir el final d’un pensament però que mai no l’assoleix”. Com en la famosa paradoxa d’Aquil·les i la tortuga de Zenó, el guerrer famós per la seva perícia atlètica mai no arribà a avançar l’animal. Cada cop que s’ho proposava la distància que els separava augmentava progressivament, fins al punt de fer-se infinita. En aquest exemple, l’amor i el pensar coincideixen; com en tot amor i en tot pensament en l’inici existeix el plaer que excita l’afany de posseir allò que no es té o que està absent, l’estimat o el saber, però també el temor que finalment no es posseirà del tot, que està fora del nostre abast o que mai no estarà del tot present. A explorar la paradoxa de l’amor, ens recorda Carson, Plató li va dedicar quatre diàlegs[iii].
En la nostra època, el filòsof Alain Badiou[iv]assenyala com una amenaça a l’amor els llocs de cites d’internet que es presenten com una mena d’assegurances a tot risc emocionals. Aquests coachings digitals sentimentals, amb pòlisses de sofriment-zero, pretenen extirpar l’ambivalència del nostre cos, la dolça-amargor de la que parlava Safo, allò que fa bategar el cor de l’amor. El diagnòstic de Byung Chul-Han[v]encara és més pessimista que el del filòsof francès. L’amenaça de la qual parla Badiou s’ha convertit en realitat: en una societat on tot és possible, com es defineix la “societat del rendiment”, l’amor ha mort. “L’amor es positiva avui per convertir-se en una fórmula de gaudi”, afirma el filòsof coreà. “Així que ha d’engendrar sobretot sentiments agradables. L’amor (per tant) queda reduït a una emoció i una excitació sense conseqüències”. Alliberat de tota negativitat, desapareix la possibilitat de la ferida i amb ella també la possibilitat del l’amor autèntic, conclou. El sociòleg Zygmunt Bauman[vi]ja va observar en el seu moment, en la societat que ell anomena “societat líquida”, el mateix símptoma que els dos pensadors anteriors: l’intent persistent de desactivar el gust amarg del xarop de l’amor. En un context social dominat per l’individualisme, d’una banda, es busca sufocar en les relacions amoroses les inseguretats provocades per la solitud i adquirir així el suport emocional que cal per tirar endavant i, d’altra, es prioritzen relacions caracteritzades per no ser especialment sòlides perquè en qualsevol moment puguin ser fàcilment desmuntades si s’experimenten com una sobrecàrrega excessiva per a la autonomia personal. El que s’espera d’aquest tipus d’amor, sosté Bauman, és degustar només la seva part més dolça i desfer-se dels bocins més amargs sense cap recança. Una sèrie francesa produïda per Netflix i estrenada al 2019, Osmosis, significa un pas més en les nefastes conseqüències descrites per Badiou. Osmosis, una empresa que fa bandera de l’optimisme transhumanista, promet al seu usuari que els seus implants l’ajudaran a trobar el seu gran amor, sota un entorn segur sense sofriments i desconfiances. Ana, un dels personatges de la sèrie, manifesta així la seva rebel·lia i el motiu del fracàs de l’empresa: “Em cansa aquesta tirania de la felicitat. Se us va oblidar una cosa crucial, l’amor de vegades fa mal” (Episodi 5)[vii]. L’amor millorat, aquesta és la tesi de la sèrie, no és el millor dels amors.
La sociòloga Eva Illouz[viii] atribueix els nostres fracassos en la nostra vida emocional a l’existència de “certs ordres institucionals”, i més encara, a la modernitat, en concret, al nucli dur cultural i institucional de la modernitat: “el contractualisme, la integració de homes i dones al mercat capitalista i la institucionalització del drets humans com a eix de la personalitat”, la causa del “malestar crònic, desorientació i fins i tot desesperança” que produeix l’amor.
Marina Garcés[ix]es pregunta: “com poder estimar-nos bé avui?” Contra el menú tancat d’altres èpoques, la societat actual ens ofereix una carta extraordinàriament variada de plats a escollir. Tanmateix, aquesta oferta tan atractiva genera ansietat i frustració entre la clientela davant la impossibilitat física d’atendre als il·limitats suggeriments del xef social. La solució, tal com la planteja Garcés, s’ha de fonamentar en una emulsió d’ingredients que sovint no lliguen bé: “llibertat i compromís, atenció i experimentació, vincle i descoberta, cura i passió, el jo i el nosaltres”. Una mena de quadratura del cercle gastronòmic-filosòfic. No es tracta simplement de fer molt l’amor i de qualsevol manera en un món alliberat d’entrebancs, sinó fer bé l’amor, o, amb les seves paraules, “fer de l’amor lliure un bon amor”.
Per a alguns filòsofs, en canvi, la confiança en l’amor no depèn d’una sàvia combinació de sabors creada per una representant de l’alta cuina filosòfica ni depèn tampoc d’un canvi infraestructural de les condicions socials, perquè l’amor per si mateix sent més realitzada la seva golafreria natural en un buffet lliure d’un restaurant de carretera que en un tres estrelles michelin i perquè l’amor, de natural, està mancat d’imparcialitat sigui quina sigui la base econòmico-emocional hegemònica. L’amor humà està fet així; és capriciós, discriminatori, injust, poc igualitari. Quan l’amor es converteix en l’únic fonament de les relacions personals acaba sent abusiu. Un excés d’amor per part de qui estima pot desembocar en una situació no volguda per la persona estimada. Per amor, amb les millor de les nostres intencions, podem fer molt de mal a qui estimem. Pot limitar o acabar amb la llibertat de l’altre. Pot significar rebre ajuda quan l’altre no se l’espera, quan ni tan sols l’ha demanat. “Hay amores que matan”, diu la dita popular. Com declara Ernst Tugendhat[x]: “l’amor necessita de la moral per no acabar sent una relació de poder”. Fernando Savater[xi] afirma que “tot el que l’ètica es proposa ho pot aconseguir sense proposar-s’ho l’amor. Però també és cert que tothom pot proposar-se ser ètic, però no tothom pot proposar-se estimar“. En una línia similar, poden trobar a Comte-Sponville[xii] que diu que si “amb l’amor n’hi hagués prou no caldria la moral”. La moral, continua el filòsof francès, és un succedani de l’amor, “la moral demana que et comportis com si estimessis”. Si som honestos, tal com ho plantegen aquests últims pensadors, l’amor manifesta les seves limitacions a l’hora d’incorporar-se a la categoria de principis morals universalitzables. L’imperatiu categòric kantià, si funciona en algun cas, només pot funcionar en l’amor en un sentit negatiu. No podem estimar a tothom, perquè no volem que tothom ens estimi, (només uns quants). En l’amor s’acostuma a ser molt selectiu. L’amor per a ser moral hauria de trair la seva particular essència.
De la mateixa manera que s’ha de barrar l’aspiració de l’amor de convertir-se en un principi moral, tampoc no l’hem de criminalitzar tractant-lo com un dels principals promotors del mal en el món, sobretot, quan es detecta la seva absència. En un llibre d’Ernst Tugendhat[xiii], que acostumava a utilitzar en les meves classes d’ètica a 4t de l’ESO, El llibre del Manel i la Camil·la, apareix aquest problema moral: es pot considerar responsable l’individu que, sense saber que ha ferit una altra que li estimava en secret, inicia una relació amorosa amb una altra? Aquest comportament es podria considerar similar al malestar que pot provocar el desenllaç d’una partida d’escacs a qui perd o a la condemna de la loteria per aquells que no són premiats amb la grossa. La persona que ha mantingut en secret el seu amor té dret a titllar de cruel i de comportament reprovable a aquella persona que desconeixia els seus sentiments? És just el seu ressentiment? Qui ha guanyat la partida d’escacs ha de demanar perdó a qui ha perdut? Caldria prohibir la loteria perquè només una minoria surt agraciada? El dolor en aquest casos és producte de la intencionalitat o de la negligència dels agents que l’han provocat? Si no és així el dany és inevitable i les queixes no tenen valor moral perquè no hi ha raons acceptables per atribuir la responsabilitat a qui fa l’acció. Un dels personatges del llibre, la Camil·la, afirma que “ni tan sols en un món ideal es pot eliminar totes les formes de sofriment”. Tugendhat defensa que la moral no té com a objectiu acabar amb el patiment en el món (i menys el provocat pels malentesos amorosos), l’únic que ens pot servir és per evitar els patiments innecessaris si i només si són evitables.
La mateixa Marina Garcés[xiv] en un altre article, a diferència de l’anterior, mostra el seu escepticisme davant de la possibilitat d’eliminar del tot el dolor generat per l’amor. Fa ús d’una cita de l’anarquista italià Errico Malatesta, en la qual el revolucionari admet que fins i tot en la societat més lliure i perfecta els humans continuarem patint dels mals d’amor. Malatesta estava d’acord amb els filòsofs esmentats abans: “estimar tothom s’assembla molt a no estimar ningú. L’amor singularitza i ens singularitza”. I va més enllà en la seva reflexió sobre la crueltat íntima de l’amor: què passa amb els que “no són estimats mai, per ningú. O molt poc, o tan remotament que ja ni se’n recorden”?. “Aquesta possibilitat existeix, encarnada en les vides de moltes persones que ens envolten i que viuen en silenci la seva falta d’amor”. L’article acaba d’aquesta manera: “Malatesta sabia que (el dolor provocat per l’amor) cap revolució no podria resoldre(‘l) del tot”.
Com el picar està en la naturalesa de l’escorpí, fer mal també està en la naturalesa de l’amor. Repudiem l’amor perquè de tant en tant d’ell sorgeix la possibilitat de provocar dolor? És legítim afirmar que l’escorpí és dolent perquè la seva picadura fa mal? Per a l’escorpí picar és inevitable, com és inevitable que l’amor ocasionalment mossegui. Arribar a entendre aquesta obvietat va ser letal per a la granota de la faula. L’experiència de la cara dolorosa de l’amor és una font inesgotable d’apostasies en l’actualitat. Com a mostra, Soy peor[xv], una cançó interpretada per Bad Bunny, J. Balvin, Ozuna i Arcangel, on es fa una declaració coral a ritme de trap contra el culpable de les seves desgràcies, un homenatge a la innocent granota que va imaginar-se per un moment lliure de la picadura de l’amor.
No me dediques estados en Facebook porque no los leo
Ni me tires por Snapchat, lo tuyo yo nunca lo veo
Tú me hiciste peor, y del amor ateo
Me cago en tu madre y en la de cupido
A los dos yo les saco el dedo
Barcelona, 19 de desembre de 2021
[i] Carson, Anne, Eros, el dulce amargo, Buenos Aires, Fiordo Editores, 2015, pp. 217-233
[ii] op.cit., p. 116
[iii] op.cit., pp.13-25
[iv] Badiou, Alain, entrevistado por Nicolás Tuong, Elogio del amor, versión epub, base vl.2, 2009
[v] Han, Byung-Chul, La agonia del Eros, Barcelona, Herder 2014
[vi] Bauman, Zygmunt, Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2005, pp. 8-10
[viii] Illouz, Eva, Por qué duele el amor. Una explicación sociològica, Buenos Aires, Katz Editores, 2012, pp. 13-24
[ix] Garcés, Marina, “Amor lliure”, Ara, 20/09/2015
[x] Tugendhat, Ernst, Diálogo en Leticia, Barcelona, Gedisa, 2001
[xi] Savater, Fernando, El contenido de la felicidad, Madrid, Ediciones el País, 1986
[xii] Comte-Sponville, André, entrevistado por Delia Rodríguez: “La pareja feliz es la que ha pasado del deseo a la alegria”, Huffington Post, 23/11/2012
[xiii] Tugendhat, Ernst, El llibre del Manel i la Camil·la, Barcelona, Gedisa, 2001, Capítol 3
[xiv] Garcés, Marina, “Mal d’amors”, Ara, 12/04/2015
Viaje ayer por la tarde a Santpedor, al norte de Manresa, a pasar un rato con un grupo de profesores en la escuela Llissachs que acabó con una cena serena y cordial. Mucho podría hablar de estos docentes, pero lo que quiero resaltar es el texto que me encontré sobre la puerta de entrada: "Para alcanzar la verdad es necesario hablar bien y razonar correctamente". Efectivamente son cosas elementales como estas las que hoy es imprescindible recordar. Un consejero de educación me pidió recientemente mi opinión sobre lo que debería de hacerse en las escuelas. "Back to basics", le respondí.
Al terminar la cena eché una mirada al móvil. Tenía un mensaje de José Ángel González Sainz. Ya les decía ayer que a Soria siempre se vuelve. Entre otras cosas me decía: "Hablamos de tu, nuestra, Sor María de Agreda. Si te apeteciera, estaría encantado de poder contar contigo para un LEER a Sor María de Agreda".
Es posible dudar de muchas cosas. De hecho la historia de Europa es (también) la de la metamorfosis de sus dudas, de Pirrón para aquí; pero es difícil negar que estás a gusto en la compañía de alguien cuando la buscas precisamente por el bienestar que te proporciona. Con la edad vas descubriendo que merece la pena seguir el rastro de las personas luminosas tanto por lo que te iluminan por sí mismas como por la luz que reflejan de otras personas luminosas con las que te ponen en contacto. En definitiva, que si los amigos de Encuentro Castellón me dicen "Ven", lo dejo todo. Sé que volveré a casa con las alforjas a rebosar de buenos recuerdos.
Llegué a Castellón, con retraso, el sábado a las 16:15 de la tarde y ya me estaba esperando un coche que me llevó al casino, donde Ferran Riera, en la puerta, mostraba impaciencia por mi tardanza. Mantuvimos los dos un diálogo muy cordial y creo que honesto ante una audiencia que, por su atención, se merecía alguien con más carisma que nosotros que les multiplicase el pan y los peces de la caridad. Nosostros solo pudimos darles un bocadillo de mortadela.
¡Qué gente más admirable! Tras el diálogo, una entrevista y cena en Benicasim, en una casa situada cerca del que, para mí, es uno de los hoteles más bonitos del mundo, el Voramar. Llegué a mi hotel en Castellón, muy tarde. Me costó dormirme y me desperté muy pronto. En el restaurante del hotel me encontré con J. A. González Sainz, que estuvo hablando en Encuentro de su admirable libro La vida pequeña. Congeniamos pronto y quedamos en que, tarde o temprano, iría a Soria (a Soria siempre se vuelve) a hablar de la correspondencia entre sor María de Ágreda y Felipe IV. Volví a casa a mediodía, con el tiempo justo para despedirme de mi mujer que partía a Pamplona.
Culture wars. Els nord-americans van manllevar aquest terme de l’alemany Kulturkampfa inicis del segle XX. Avui entenem les guerres culturals com la batalla pel discurs entre sensibilitats polítiques —dit a l’engròs, entre conservadors i progressistes, o tradicionalistes i liberals—. Als Estats Units, les qüestions candents han anat variant dècada a dècada. Algunes es mantenen perennement divisòries, com ara l’avortament, el dret a les armes i el rol social de la religió. Els últims anys han vist l’auge de la qüestió del gènere, la transsexualitat i l’anomenat racisme estructural. Aquestes qüestions han estat cabdals en els discursos polítics de la nova generació de demòcrates i han esdevingut temes de capçalera als mitjans liberals.
Cancel culture. Com el gat de Schrödinger, la cultura de la cancel·lació és alhora viva i morta. Mentre les seves suposades víctimes asseguren que els ha destrossat la vida, revistes de capçalera dediquen assajos a declarar-la inexistent. Els qui la neguen diuen que la cultura de la cancel·lació és la veu del poble fiscalitzant actituds abans intocables per hegemòniques. És a dir: quan una empresa acomiada un treballador per un tuit problemàtic, o una editorial es nega a publicar un llibre, es tracta d’una democratització del contingut. Sigui com sigui, la cultura de la cancel·lació és una vara útil per mesurar l’estat de les guerres culturals. Des de fa uns anys, i amb un pic a l’estiu de 2020, grans empreses generadores de contingut han tendit a cedir a la més lleu crítica online; és millor cancel·lar una sèrie abans que semblar desfassats. Pot ser que el cas recent de Spotify i Joe Rogan marqui un canvi de tendència. Davant la campanya que exigia a Spotify que eliminés el podcast de Rogan —el més escoltat del món—, pel seu escepticisme antivacunes, la plataforma ha donat un cop sobre la taula: els 200 milions de dòlars que van pagar per distribuir el podcast bé valen uns quants tuits enfadats.
TERF. Terme nínxol dels moviments feministes primigenis, en circulació des dels anys setanta i que va reviure a l’internet dels 2000. Originalment, les feministes transexcloents (TERF per les inicials en anglès) eren aquelles feministes radicals que no creien en la inclusió de les dones trans en el moviment. Sovint en feien mofa i negaven la seva existència, al·legant que eren homes disfressats de dones. Avui, TERF és un terme paraigua que engloba un ventall d’actituds crítiques envers discursos i legislacions referents a les persones trans. Si bé l’etiqueta TERF pot ser una drecera útil per als qui estan molt ficats al safareig digital, sovint s’utilitza per desacreditar arguments ad hominem i limitar el debat a postures moralment acceptables. La TERF per excel·lència és J. K. Rowling, autora de la saga de Harry Potter, qui ha despertat un odi tal a les xarxes que fins i tot el New York Times l’ha capitalitzat finançant una campanya contra ella.
Cultural appropriation. Com tants altres termes de l’univers woke, el concepte d’apropiació cultural neix a l’acadèmia i s’infiltra al debat públic. Denomina qualsevol absorció, per part d’un grup majoritari, d’un tret cultural d’una minoria o d’una cultura que no li és pròpia. Alguns exemples clàssics: una persona caucàsica fent-se rastes o disfressant-se de mariachi per les festivitats del Cinco de Mayo. Una versió nostrada va ser acusar Rosalía d’haver adoptat l’estètica gitana i el cant andalús. A l’hora de repartir tiquets d’apropiacionisme cultural, és important no caure en l’absurd: vivim en un món globalitzat, i sovint costa determinar quina apropiació és fruit d’un intercanvi sa i inevitable i quina de la voluntat de burla.
Toxic masculinity. La idea que hi ha una sèrie de trets propis de la masculinitat que són inherentment novius, tant per als homes com per a la societat. Es tractaria d’una versió exagerada de l’agressivitat, la possessivitat, la voluntat de competir. És la mateixa masculinitat que plany Eric Zemmour i que l’Ajuntament de Barcelona voldria erradicar amb el centre de noves masculinitats. La pregunta què omplirà el buit un cop eliminada la noció de virilitat, i com evitar que sigui igualment tòxica per la banda de la passivoagressivitat.
Anna Pazos, Benvinguda, M. Butler, El País 05/03/2020
En la inefable LOMLOE se estableece (articulo 10, punto 3) que en educación primaria se impartirán a los alumnos "contenidos referidos a la ciudadanía mundial". Me pregunto cómo demonios debemos interpretar hoy esto.
Filosofía significa algo parecido a “deseo de saber”. Pero quien desea algo es porque no lo posee. Es más: en este caso no puede poseerlo, porque quien lo hiciera dejaría de ser filósofo para ser simplemente sabio, poseedor legítimo de un conocimiento positivo. Que la filosofía no ha dado hasta la fecha el paso desde el deseo de saber hasta la ciencia plena lo prueba el hecho de que este nombre haya pervivido durante dos mil quinientos años, en lugar de haber sido sustituido por otro que denotase la completa realización de sus aspiraciones. Y por si acaso esta razón suena meramente nominal, digamos también que hay un fundamento objetivo para esta pervivencia, y es que aquello de lo que la filosofía quiere saber –ese ámbito que abarca nada menos que “todas las cosas”, tanto las relativas a la naturaleza como las que tienen que ver con la libertad– es algo de lo que no puede haber ciencia.
Sin embargo, comprender que la filosofía no es un saber positivo no equivale a su derogación. Sócrates no se consideraba sabio ni hablaba contra los ignorantes –de cuyo número admitía formar parte–, sino contra los que desconocían u ocultaban su ignorancia fingiendo un saber ilimitado e irrefutable y se presentaban como expertos en aquello de lo que no puede haber expertos. Por eso consagró la práctica totalidad de su vida a combatir a los sofistas, no porque él tuviese más ciencia que ellos, sino porque la conciencia de su ignorancia le bastaba para mostrar a todos que el pretendido saber total de la sofística es solo palabrería que nubla el pensamiento; algo que había aprendido al experimentar la facilidad con que la propia filosofía se convierte en vaniloquio cuando rechaza su carácter irremediablemente tentativo. Platón llamó a este combate “arte del diálogo”. Aristóteles lo denominaba “técnica peirástica”, práctica que consiste en someter a prueba los argumentos mediante la discusión pública para refutar a quienes impiden la libre discusión. Y esto mismo es lo que, desde la Ilustración, llamamos crítica.
A quienes atacan o defienden a la filosofía deleitándose en declarar que no sirve para nada hay que responderles que, en efecto, ella no sirve para construir proposiciones científicas, y mucho menos teorías, pero es muy solvente a la hora de refutar las afirmaciones inverosímiles y las seudoteorías sofísticas. Y a quienes se lamentan de que hoy ya no haya “grandes filósofos” como en el pasado hay que recordarles que la filosofía no es nada más –y nada menos– que un interminable combate contra la sofística y a favor de la lucidez y que, por tanto, no le falta en la actualidad el material sobre el que ejercer su actividad crítica. Ahora bien, la crítica solo puede ejercerse a condición de que haya libertad de pensamiento o, lo que es lo mismo, derecho a la libre expresión pública del pensamiento. Los sofistas de hoy, aunque disfrazados de científicos sociales, solo prosperan, como los de ayer, minando la independencia intelectual de los interlocutores, restringiendo la libertad de expresión y atentando contra la posibilidad misma de argumentar para imponer su charlatanería. Por eso, aunque se llamen “filósofos”, son enemigos de la filosofía.
José Luis Pardo, Filosofía y libertad de pensamiento, Letras Libres 01/03/2022
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Santiago Alba Rico, La fi del món (comú), Barcelona Metropolis octubre 2020
Santiago Alba Rico, La fi del món (comú), Barcelona Metropolis octubre 2020
Santiago Alba Rico, La fi del món (comú), Barcelona Metropolis octubre 2020
L’abril passat, durant el moment més sever del confinament a Itàlia, una parella veneciana de mitjana edat es va desplaçar il·legalment fins a Palerm, a Sicília, on es van vendre el cotxe per comprar una barca. Dies més tard van haver de ser rescatats al mar pels guardacostes en un estat lamentable: assedegats, exhaustes, a punt de naufragar. On volien anar? Terraplanistes convençuts, volien verificar a ull nu els límits del planeta, un finis terrae que, segons les llegendes medievals, es trobaria a l’illa de Lampedusa. Van errar el rumb i van ser recollits a Ustica, prop de Palerm, i els van obligar a fer quinze dies de quarantena al port. Les conviccions de la parella, però, eren fermes, i el seu valor, militant, admirable en si mateix, digne d’una causa millor. Dues vegades van intentar escapar i reprendre la seva aventura, i dues vegades, immobilitzats pels corrents, van haver de ser salvats del naufragi. Quan finalment es van relaxar les mesures sanitàries i van tornar a Venècia —per a la tranquil·litat de Salvatore Zichichi, responsable portuari de Sanitat— es van endur a casa, si altra cosa no, la prova que tenien raó. És veritat que no havien vist la vora del disc terrestre, però no l’havien vist perquè els carrabiners i els guardacostes, amb l’excusa de rescatar-los, els havien impedit arribar-hi.
Santiago Alba Rico, La fi del món (comú), Barcelona Metropolis octubre 2020
Por otro lado, cada uno de nosotros tiene deseos que si se siguen hasta sus últimas consecuencias serían peligrosos para nosotros y para los demás. Lo mismo ocurre en el nivel correspondiente a toda la sociedad: la mimesis descontrolada hace que los deseos se extiendan y colisionen porque la mayoría deseamos las mismas cosas. Caeríamos en lo que Girard llama una crisis mimética.
Girard observó que durante miles de años los seres humanos han dispuesto de una forma específica del protegerse de las crisis miméticas: converger en una persona o grupo a la que expulsan o eliminan. Este mecanismo tiene el efecto de unir al grupo y de proveer una salida para la violencia. Los individuos se protegen a sí mismos de lo que quieren -de sus deseos miméticos que les han llevado al conflicto de unos con otros- dirigiendo su deseo de vencer a los demás a un punto fijo. Alguien que se ha convertido en un sustituto de todos sus enemigos, alguien que no se puede defender…un chivo expiatorio.
Girard encuentra que, a lo largo de la historia, los humanos han recurrido al sacrificio para detener el conflicto o la crisis mimética. Cuando las sociedades se ven amenazadas por el desorden, utilizan la violencia para ahuyentar la violencia. Expulsarán o destruirán a una persona o grupo y esta acción tendría el efecto de prevenir una extensión mayor de la violencia. Es decir, se contiene la violencia por medio de la violencia. Girard llama al proceso por el que esto ocurre el Mecanismo del Chivo Expiatorio. El mecanismo del Chivo Expiatorio convierte una guerra de todos contra todos en una guerra de todos contra uno. Esto trae temporalmente la paz porque la gente olvida sus conflictos miméticos por un tiempo al descargar toda su ira sobre el chivo expiatorio.
Girard encuentra ejemplos de este mecanismo en todas las culturas antiguas. El chivo expiatorio es elegido al azar, a veces, pero siempre es percibido como diferente, marcado con alguna característica distintiva de un forastero o extranjero, algo que les hace distintos. Los chivos expiatorios son a menudos miembros del grupo que se considera que han violado la ortodoxia o los tabúes del grupo. Su conducta les convierte en una amenaza para la unidad del grupo (lo ocurrido durante esta pandemia con los no vacunados es una buena ilustración del fenómeno). Se les llega a ver como un cáncer o unos monstruosos extraños que ha violado y destruido los vínculos sociales que mantienen al grupo unido. Eliminar al chivo expiatorio es la forma en la que el grupo recupera la unidad. Nadie está libre de ser convertido en un chivo expiatorio porque durante las crisis miméticas hay una distorsión de la percepción. La gente proyecta sus miedos sobre los chivos expiatorios en lugar de hacer frente a la crisis. En la imagen veis los pasos que llevan al Mecanismo del Chivo Expiatorio:
El Fenómeno del Chivo Expiatorio tiene características muy interesantes que vemos todos los días en las redes sociales. Vemos que las acusaciones, como las lapidaciones, son peligrosamente miméticas y contagiosas. Lo más difícil es hacer la primera acusación o tirar la primera piedra. ¿Por qué? Porque no hay un modelo para ella. Pero una vez que se hace la primera acusación las siguientes son mucho más fáciles porque se cambia la percepción de la realidad. Y con cada nueva acusación hay más modelos. La ira se extiende más rápido que otras emociones -como la alegría- porque se disemina fácilmente cuando los lazos entre la gente son débiles, como ocurre en las redes sociales. Una turba es un organismo hipermimético en el que los miembros individuales pierden su agencia individual. El contagio mimético destruye las diferencias individuales y la psicología de la masa es diferente a la psicología individual. La violencia de la masa se ve como justa. Ellos no la empezaron, sólo están administrando justicia. El Mecanismo del Chivo Expiatorio no se basa en la culpabilidad o inocencia del chivo expiatorio. Se basa en la capacidad de la comunidad para usar un chivo expiatorio para conseguir su resultado deseado: la unificación, la curación, la purga, la expiación. El chivo expiatorio cumple una función religiosa.
A lo largo de la historia los chivos expiatorios han compartido una serie de características comunes. Son personas que por una razón u otra se diferencian de la masa y pueden ser fácilmente identificados. Bien tienen personalidades extremas o neurodiversas (autismo), o están en los márgenes de la sociedad (pobres o vagabundos), o tiene conductas desviadas por su estilo de vida o sexualidad, etc. Pero todos los chivos expiatorios tiene el poder de desactivar el conflicto mimético y de unir al grupo. Los sacrificios sustitutorios impregnan toda nuestra cultura. Girard consideraba el Mecanismo del Chivo Expiatorio como el prototipo de un acto religioso o sagrado. El sacrificio siempre parece justo y apropiado. Nuestra violencia es buena violencia; la violencia del otro bando es siempre mala.
El problema del Mecanismo del Chivo Expiatorio es que controla el desorden social y el conflicto mimético y une al grupo por un tiempo. Pero tarde o temprano tiene que volver a repetirse siguiendo el ciclo que veis en la imagen. En la civilización occidental moderna el Mecanismo del Chivo Expiatorio ha perdido efectividad, como una droga que induce tolerancia. Esta debilidad la podemos observar en los ciclos de 24 horas de las noticias, de la TV y de las redes sociales. Solo hace falta que pasen unos días, o incluso a veces sólo unas horas, después del sacrificio de un chivo expiatorio para que se vuelva a pedir más sangre y destrucción.
Sabemos que los niños necesitan estabilidad, no necesitan que los padres estén casados o sean heterosexuales, pero necesitan un hogar estable. La estabilidad es lo que nos permite hacer nuestro mundo predecible y, por tanto, controlable. La pregunta que me hace se relaciona con los adultos y se trata de averiguar si lo que sabemos sobre los niños es aplicable a los adultos. Creo que sí. Hace falta movilizar grandes recursos psíquicos para dominar la incertidumbre. Nos sentimos fundamentalmente más cómodos cuando conocemos las reglas, tenemos un sentido de seguridad psíquica y la capacidad de comprender cómo se desarrollará lo que va a venir. Privarnos de todo esto es privarnos de una parte importante de lo que constituye nuestro bienestar. Las relaciones inestables pueden ser honestas, sanas, pero no creo que puedan satisfacer la necesidad de seguridad psíquica. Pero mire el mercado [de la economía capitalista]. De alguna manera nos hemos adaptado a las condiciones de extrema inseguridad generada por él, especialmente desde la década de 1970, cuando los grandes sindicatos colapsaron, cuando había mucha menos protección social, cuando las personas eran despedidas de forma rutinaria después de 20 años de servicio en una empresa. Esta inseguridad psíquica es la fuente de los principales movimientos sociales en todo el mundo. La modernidad se basa en una tensión entre libertad y seguridad. En el periodo de la posguerra pudimos reconciliar las dos. Hoy es la libertad sin regular la que parece predominar.
Isabel Valdés, entrevista a Eva Illouz: "Hay que renegociar la relación entre hombres y mujeres desde un punto de vista feminista", El País 04/03/2022 [https:]]Comida cordialísima en el antiguo restaurante Rilke, que ahora tiene un nombre del que no quiero acordarme. ¡Ojalá sean así todas las comidas de empresa! Estamos viviendo un momento dulce y es hermoso paladearlo. Las ventas van muy bien, el nombre de la editorial se va haciendo un hueco y nos llegan manuscritos muy interesantes hasta de México. Tenemos buenas perspectivas para los próximos meses y vemos con orgullo de padres primerizos cómo el proyecto va tomando cuerpo. Queremos ser, sin embargo, sumamente realistas e incluso un poco conservadores. Me imagino que esto es como los primeros meses de vida en común de unos recién casados que han entrado a vivir en un piso sin muebles y poco a poco van comprando sus primeras sillas, su primera mesa, su primer colchón de espuma, sus primeros cubiertos... En los momentos fundacionales no hay tiempo para las rutinas. Somos a la vez humildes y ambiciosos. Humildes porque sabemos dónde estamos, pero ambiciosos porque sabemos cuáles son nuestros puntos fuertes y qué es lo que debemos hacer.
El radioastrónomo Frank Drake (colaborador estrecho de Carl Sagan, que también fue un gran activista antinuclear) enunció una célebre ecuación para calcular la probabilidad de encontrar civilizaciones avanzadas en el Universo. Uno de los factores que tiene en cuenta es, precisamente, si esas supuestas civilizaciones extraterrestres a descubrir han generado una tecnología lo suficientemente desarrollada como para crear armas nucleares, es decir, para autodestruirse. Contra lo que podría parecer, una tecnología muy desarrollada no garantiza mayor supervivencia o bienestar, sino una mayor probabilidad de destrucción. La Paradoja de Fermi (propuesta por el físico Enrico Fermi, participante de la construcción de la bomba) se extraña de que no veamos a más civilizaciones avanzadas en el Universo: su respuesta es que estas civilizaciones tienden a autodestruirse en guerras nucleares si superan lo que Sagan llamó la “adolescencia tecnológica”. En la Guerra Fría se acuñó el concepto de overkill: la posibilidad por parte de las grandes potencias de eliminar al enemigo, o a la humanidad entera, varias veces. Esa posibilidad tan bruta permanece.
“Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”. Fueron las épicas palabras del texto sagrado hindú, Baghavad Gita, que le vinieron a la cabeza al físico Robert Oppenheimer cuando presenció, en 1945, la explosión de la primera bomba atómica, cuya construcción él había liderado, en una prueba en el desierto. La bomba atómica tiene esa mística: el relato de una fuerza fundamental de la naturaleza que ha sido desatada por el ser humano, que, como Prometeo robando el fuego, enciende la furia de los dioses. El final de la especie más soberbia del Universo conocido aniquilada por una tecnología creada por ella misma, víctima de su propia desmesura. Bien mirado, no es la peor manera de que todo esto acabe, al menos encierra algunas trazas de poesía perversa. Con razón se utiliza con frecuencia la hipnótica imagen del hongo atómico como símbolo del final de los finales.
Sergio C. Fanjul, El miedo a la bomba, Retina
Escrito por Luis Roca Jusmet
Un modo de subjetivización política es, para mí, una nueva forma de división de lo sensible común, de los objetos que este sensible contiene y de la manera en que los sujetos pueden designarlos y argumentar sobre ellos. El punto fundamental de la relación entre política/policía radica efectivamente en la constitución de los “datos” de la comunidad. Una subjetivización es un dispositivo de enunciación y de manifestación de “un” colectivo- asumiendo que este colectivo es una construcción, la relación de un sujeto de enunciación con un sujeto manifestado por la enunciación. No creo que el pensamiento teórico de Foucault se haya preocupado por este problema Foucault se interesó por la relación entre las técnicas del poder y las técnicas de sí. En una primera fase, lo hizo analizando las grandes máquinas productoras en las que los individuos pueden relacionarse “consigo mismos” Después analizó las técnicas de sí a un nivel ético... En ninguna parte vemos que Foucault considere una acción concreta de actos que podríamos llamar actos de la subjetivización política. No creo que el interesara nunca en definir una teoría de la subjetivización política en el sentido que yo la entiendo, a saber, como una reconfiguración polémica de los datos comunes. Lo que le interesa no es lo común polémico sino el gobierno de sí y de los otros. Es el poder en el sentido de lo que un sujeto puede hacer que otro haga o crea. Habla así de puntos de resistencia que se anudan en las relaciones de poder. Pero, en su teorización, no hay lugar en el que podrían encontrarse racionalidades antagónicas. He aprendido mucho de Foucault, de su manera de constituir los problemas revocando las distinciones disciplinarias y de pensar las relaciones entre lo visible, lo decible y lo pensable. Pero mis intereses son diferentes.
Jacques Rancière
Podríamos considerar que Jacques Rancière (1940) pertenece a la generación posterior de la de Michel Foucault (1926) . Digo podríamos porque la referencia a los límites generacionales es relativa. La infancia y la adolescencia de este último está marcada por el peligro de la guerra, Jacques Rancière vivirá, en cambio, una adolescencia marcada por la postguerra. Foucault nace en una ciudad francesa de provincias, hijo de una burguesía media provinciana con capital cultural. Nace casualmente en Argel (donde solo vivirá dos años) y es hijo de un funcionario, pero no sabemos gran cosa de sus orígenes familiares, que no acostumbra a explicar. Sabemos sí, que desde joven quiere ser profesor y se matricula ( al igual que Foucault unos años antes ) en la Ècole Normale Supérieure, aunque su intención originaria era la de ser arqueólogo. Louis Althusser ejercerá una influencia sobre los dos y que esta será para ambos su vía de entrada al marxismo. Al igual que le ocurre a Foucault, vivirá un poco de lejos los acontecimientos de mayo del 68, aunque aunque ambos quedarán igualmente muy impactado por sus efectos4. En concreto, la creación de la Universidad París VIII le hará a Rancière replantearse muchas cosas y romper con Althusser y con el marxismo, al igual que a Foucault.
De una manera muy fecunda Jacques Rancière plantea que la política está siempre referida a lo común y es es un defensor radical de la igualdad política y de la emancipación colectiva. Pero lo colectivo no hace a una clase social predeterminada. Es un colectivo excluido por un determinado Estado, que es el que distribuye los lugares de cada cual. Son los sin-lugar, los que no tienen un espacio propio por la distribución que hace el poder de los espacios y de las formas de percibir, de pensar y de decir.
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Pero es siempre un colectivo formado por sujetos que encuentran su emancipación en la acción
Lo que reprocha Rancière a Foucault es que éste no se ocupa de la política. La cuestión de la política, dice Rancière, empieza cuando se trata del sujeto que es aparato para preocuparse de la comunidad. El error de Foucault resulta evidente cuando identifica la biopolítica y el poder, donde política y poder vienen a significar lo mismo. Pero la política, insiste Rancière, no tiene que ver con el poder, o mejor dicho, no del todo. El poder entendido, por supuesto, como el que se manifiesta a través de unas relaciones de dominio o de gobierno. Tampoco, en sentido afirmativo, como el contrapoder de las formas de afirmar la diferencia individual y colectiva. Aquí hay un rastro deleuzianao en el planteamiento. Será la lucha de las minorías para afirmarse frente a un poder que no les deja hacerlo: homosexuales. O de las que se resisten a ser anuladas, como los locos o los presos. O los individuos que no tienen derechos reconocidos por el Estado, como los disidentes de los países del Este. O las mayorías que no son reconocidas por el Estado, como en la revolución
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iraní. Es decir que hay una primera manera de entender la política en Foucault como lo que Rancière llama la policía. Rancière matiza que aunque en la conferencia Omnes e singularum utiliza la palabra policía y el mismo Rancière se refiera a ella en su cita a Foucault, pero marcando que no quieren decir exactamente lo mismo. Porque Foucault lo considera como un dispositivo institucional que participa en el control de la vida y los cuerpos. Y Rancière le da un sentido mucho más amplio porque lo considera como la lógica del orden establecida desde el poder, donde a cada cual se le asigna un lugar dentro de la comunidad y se gestiona la vida la vida de las poblaciones y los individuos. Pero nos podríamos preguntar aquí que diferencia hay entre el movimiento emancipatorio de los homosexuales, locos, presos ,disidentes o el pueblo iraní de los que habla Foucault de la lucha de los “sin-parte” de los que habla Rancière, La diferencia es precisa : los colectivos, grandes o pequeños d ellos que habla Foucault, lo que hacen es reclamar la voz para hablar y para exigir derechos. Todos aceptan lo que son pero quieren ser reconocidos como tales. Lo que formula Rancière es muy diferente. Los obreros en lucha que ha consultado en los archivos de la historia francesa no son obreros que reivindican su dignidad o sus derechos. Son obreros que quieren dejar de serlo. Este trabajo lo complementa con la teoría de la emancipación intelectual de Jacobot. Por esto lo llama subjetivización política, porque hay una nueva constitución de unos sujetos a través de una acción común en la que expresan la voluntad radical de vivir de otra manera, no de que les dejen vivir tal como son ( homosexuales) o reconociendo sus derechos ( países del este, Irán, presos, locos ). El sujeto de la política es el sujeto creado por la acción política misma en una enunciación y una manifestación colectiva. La identidad no es, por tanto, previa: somos los homosexuales, los locos, los presos, los disidentes, el pueblo, la clase obrero. El nosotros no se refiere a una identidad particular de grupo sino a algo que se va formando en esta acción colectiva. Este nosotros es, entonces, para Rancière, abierto a cualquiera.
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Volvamos al Mayo del 68 como ejemplo de subjetivización política. Una cosa que señala Rancière es que la liquidación de la herencia del movimiento, tal como normalmente se hace, no hay que atribuírsela a Nikolas Sarkoy sino al Partido Socialista Francés. Lo que manifestó el mayo del 68, dice Rancière, fue algo inquietante, que es que el Orden de nuestras sociedades, aparentemente garantizado por múltiples dispositivos económicos, políticos e ideológicos, podía derrumbarse en cualquier momento. En mayo del 68, en Francia, se cuestionaron las estructuras jerárquicas que organizaban la actividad intelectual, económica y política. La izquierda francesa reconvertida en los años 80 desfiguró el sentido del movimiento planteándolo como un movimiento juvenil por la libertad sexual y de costumbres. Faltaba el último golpe, que era considerarlo finalmente como un victoria del capitalismo: era el individualismo consumista que había roto todos los lazos sólidos que quedaban en las sociedad ( la familia, al escuela o la religión). Lo que fue er realidad fue un movimiento anticapitalista de masas, dice Rancière.
El concepto de sujeto en Foucault es complejo y la idea de subjetivización ética aparece a principios de los ochenta. Es una idea emancipatoria ligada a la práctica de la libertad, en el sentido de no ser ni un esclavo de uno mismo ( sujeto a las propias pasiones) ni un esclavo del otro ( sujeto a unas relaciones de dominio).
Foucault, a finales de los 70, manifiesta simpatías hacia el el ala autogestionaria de Michel Rocard del Partido Socialista Francés, al que detesta Rancière.
En el curso del año 1982-3 ( el Gobierno de sí y de los otros ) Foucault desarrolla fundamentalmente el concepto de parresia. Lo hace vinculando sus dimensiones ética y política, ya que se trata de una ética de la verdad pero planteado como el coraje de interpelar al poder. La parresia implica siempre un riesgo, un jugársela porque le estás diciendo la verdad a quien no quiere oírla, ya que se está denunciando al poderosos que comete una injusticia, un abuso contra alguien más débil. Hay cuatro elementos que están entonces interrelacionados. Por una parte la democracia, entendida ésta como las condiciones formales que permiten la libertad de palabra. Democracia que se da, de todas maneras, en un juego político, en unas relaciones de poder. Relaciones de poder, de todas maneras, en las que no hay una jerarquía, es decir en las que las relaciones de poder no adquieren un carácter cerrado en las podríamos hablar de relaciones de dominio. Esta sería la condición de hecho. Por parte del sujeto de la parresía hay dos condiciones, que son la veracidad y una cualidad moral que es el coraje. Esta es la buena parresía de la democracia, el que las personas que hablan son capaces de decir la verdad, asumiendo sus consecuencias y sin buscar un beneficio personal. La mala parresía es cuando los que hablan lo hacen para manipular, diciendo lo que se quiere oir y buscando un interés personal17.
La parresia supone una situación política, que es la isegoria, que es la igualdad delante de la ley. Pero es, en sí mismo, un principio ético-político. Principio propio del buen ciudadano, del que
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realmente tiene un compromiso democrático, y que es opuesto a la retórica, que es el arte de la palabra : no se trata de hablar bien sino de decir la verdad.18 Foucault entra entonces en lo que llama la ontología del discurso de la verdad preguntándose que es un discurso verdadero. Lo que podemos plantear aquí es que si para Foucault el discurso verdadero, incluido este sentido de parresía, es el discurso de la filosofía entonces concluimos que la forma de vida filosófica implica un compromiso político. El filósofo piensa bien y esto quiere decir que es veraz, pero también debe tener el coraje de defender lo que piensa, incluso arriesgando su vida, como Sócrates nos enseñó de manera ejemplar. Pero la filosofía no se ocupa de la política sino del sujeto de la política, dice Foucault en este curso. Esto quiere decir que no es el problema de la justicia o la injusticia sino de la acción del ciudadano, del súbdito o del soberano. Es decir,del sujeto libre, del esclavo o del gobernante. En este sentido también Foucault, al igual que Rancière, habla aquí de subjetivización política aunque ya veremos que no exactamente en el mismo sentido que Foucault.
El año 1983-4 Michel Foucault da su último curso en el Collège de France, poco antes de su muerte. El curso es una continuación del anterior y continúa profundizando en el tema de la parresía como el coraje moral de decir la verdad. La parresía es lo contrario d ella retórica, punto por punto. La retórica es una técnica en la que se deshace el lazo entre lo que se dice y como se dice porquesolamente interesa lo segundo. En la parresia lo que importan es el decir veraz, el hablar franco y no importa la manera como se dice. En la retórica lo que se quiere es manipular al oyente y por tanto mantener un lazo entre el que habla y el que escucha, mientras que la parresía puede romper este vínculo al interpelar al oyente, que se el poderoso. En el primer caso se establece una relación d epoder y en el segundo se rompe. Pero la parresía se opone también a la profecía, ya que en esta el que habla dice una verdad que no viene de sí mismo, que viene de otra parte. Y también lo hace porque en la profecía se habla del futuro, mientras que la parresia denuncia algo que ha pasado o está pasando. Pero lo más interesante aquí es como opone la parresía a la sabiduría. El sabio se mantiene muchas veces en silencio, o habla por enigmas y lo hace siempre sobre la naturaleza de las cosas. El parresista habla, interpela constantemente y lo hace con la máxima claridad posible. Se dirige a los individuos no para revelar lo que son sino para ayudarles a reconocerse a sí mismos a través de sus defectos, de sus contradicciones o de sus imposturas. El maestro no es un parresista porque enseña algo que sabe. Aquí volvemos a Sócrates como personaje paradigmático, que siempre decía que no enseñaba nada que cada cual debía encontrara la verdad en su interior. Pero también lo encontramos en Diógenes, afirmación a partir d ella cual veremos como Foucault va desplazando el interés de los estoicos hacia los cínicos.
Entramos aquí en el elemento clave para definir la última manera como Foucault acaba entendiendo la relación entre ética y política, que viene determinada por su apuesta por los cínicos a partir de la elaboración del término parresía. Sócrates es el sujeto ético que tiene el coraje d einterpelar al poder a partir de la verdad. La interpelación que efectúa la parresía no es únicamente desde lo que se dice sino desde lo que se hace. Foucault quiere mantener la idea de la filosfía como forma de vida de vida a través de esta afirmación. No se trata de un sujeto que vive como los otros pero que es capaz de criticar a los que detentar el poder. Lo que Foucault quiere proponer es un sujeto puede construirse a partir de la parresía fundamentalmente. Este desplazamiento desde los ejercicios espirituales ( que incluyen a la parresía pero no como elemento central) hacia la vida verdadera ( donde todo gira alrededor d ella parresía) es desde luego esencial para entender la manera como Foucault va orientando su proyecto. Se trata de una propuesta de subjetivización ética a otra de subjetivización ético-política, pero no exclusivamente política como plantea Rancière.
Subjetivización entendida como emancipación de un sujeto que es capaz de afirmarse resistiendo a las redes del poder establecido. Subjetivización que para Rancière la establece un grupo que quieren construir un espacio político propio al que llama político o democrático. Pero, aunque Rancière insiste en que para él la cuestión central de la política no es la manera de gobernar lo que sí está planteando es que este sujeto político colectivo establece maneras de gobernar diferentes. Lo que quiero analizar ahora es si Foucault, al dejar de mostrar a Sócrates como este resistente individual y ver en los cínicos el mejor ejemplo de vida verdadera, está planteando algo similar a lo ha venido defendiendo Rancière. ¿Por qué los cínicos? Foucault lo explica de manera precisa. Lo que hacen los cínicos es manifestar, a través de su simplicidad, de su desnudez, de su impertinencia, la verdad. Hacen del propio cuerpo la manifestación visible de la verdad. de lo que es la vida, la verdad de la vida. Los cínicos ni tan siquiera tienen que hablar porque el decir veraz es el de su propia vida. El cinismo es la forma de vida en el escándalo de la verdad que ha atravesado toda la cultura occidental de manera transversal. No se trata entonces, para Foucault, de limitarse al fenómeno del cinismo en la Antigüedad tardía sino de ver como ha sobrevivido en la modernidad.
Con el texto de Foucault bajo el título “Qué el la ilustración”podemos seguir el hilo de la posición del filósofo francés respecto a la relación entre ética y política. Comprobamos que murió con muchas ambivalencias y ambigüedades sobre el tema, que no eran producto únicamente de sus contradicciones internas sino también de los matices, la complejidad y la riqueza de sus análisis.
Foucault se manifiesta en este texto, de manera sorprendente, como un seguidor del proyecto ilustrado de Kant22. Aquí plantea claramente lo que entiende por emancipación: la capacidad de pensar por uno mismo y el poder trabajar la propia libertad. Esto implica, dice, una serie de condiciones ético-espirituales, por una parte, y político-institucionales por otra. Pero ciertamente que las político-institucionales se subordinan a las ético-espirituales, ya que lo que deben hacer estas últimas es favorecer las primeras. Hay que continuar el trabajo iniciado por Kant. Por una parte asumir su definición de los límites pero por otra sustituir las estructuras universales que constituyen nuestro mundo por unas históricas. El entenderlas como históricas podemos captar la posibilidad de transformación. La apuesta kantiana, que hay que retomar, pasar por la capacidad de la técnica, pero sobre todo de la libertad humana. La arqueología nos permite ver esta dimensión histórica de las maneras de ver, de pensar y de hacer y la genealogía su contingencia y con ella la posibilidad de ver, pensar y hacer las cosas de otra manera. Las relaciones con los otros son producto de lo que somos, de nuestras actitudes. Pero no nos olvidemos de la importancia que da Foucault a la amistad. Para él viene a ser casi un enlace entre la ética y la política. La amistad es una forma de comunidad. Elogio de la amistad que no deja de estar ligado a su homosexualidad, a la reivindicación de su homosexualidad. La relación entre hombres, la relación entre mujeres, la relación entre hombres y mujeres siempre ha preocupado a Foucault. La amistad es un encuentro entre cuerpos que comparten experiencias. No sólo ni básicamente el placer sexual, sino todo lo que implica lo mejor de las relaciones humanas. Amistad que teje una red afectiva que hace que se vaya construyendo una comunidad. Comunidades que son reivindicativas cuando se afirman frente al dominio. Comunidades que quieren decidir sobre sus vidas: esto también es política.
¿Cuál es el papel de la estética en Foucault ? Foucault está influenciado por el arte. Algo por la poesía, especialmente René Char. Pero sobre todo por el lienzo, por la pintura, que le permite profundizar en la visión, en la mirada, sobre todo a partir de Magritte24. Su amigo Pierre Boulez, gran compositor, glosa igualmente el interés de Foucault por la música.
Pero la visión de la estética en Foucault está ligada a la ética del cuidado de sí, que también llamará estética de la existencia. Pero incluso en su último curso le da una dimensión política. Es la tercera vertiente de lo que llama el cinismo moderno., que me parece la más significativa, que es la vida del artista. Aquí Foucault planteará que no solamente está reivindicando una estética de la existencia sino también una vida verdadera, que sería la de este tipo de artistas. Da como ejemplo otra vez a Baudelaire ( junto a otros como Flaubert y Manet) y considera la vida del artista como la manifestación de algo sumergido, excluido y no visible de la sociedad. El arte como manifestación de lo desnudo de la existencia, con Samuel Beckett y William Burroughs como ejemplos contemporáneos más claros. El artista es así antiplatónico y antiaristotélico porque rechaza las formas adquiridas, es el cinismo de la cultura vuelta contra ella misma.
La posición de Foucault es una posición ética ligada a la estética pero con implicaciones políticas. El año 1984 Michel Foucault responde a una entrevista que trata precisamente sobre ética y política26. La ética es la preocupación del último Foucault, que la define como la práctica de la
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Pasemos ahora a la manera como Jacques Rancière aborda la estética desde la política. Se trata de trabajar la estética, al igual que la política, como maneras de emancipación de cualquiera, formas de recuperar la igualdad que nos ha quitado la policía ,que ha impuesto la desigualdad. Me centraré en tres de sus libros (El reparto de lo sensible. Estética y política El espectador emancipado y El malestar de la estética)
Partimos de la definición de Rancière de la estética como configuración del mundo sensible común, como la que tiene que ver con la percepción de los cuerpos. Hay que plantear desde la estética otro marco de lo visible, de lo enunciable y de lo factible, pero sabiendo que los efectos son imprevisibles, no son manipulables. Lo que sí hay que hacer es desplazar el equilibrio de los posibles y la distribución de las capacidades. Es la acción y no sus efectos futuros lo que debe ser transformador. Rancière se refiere a la propia experiencia del movimiento obrero para señalar cómo esto fue posible en algunos momentos. Se trata de modificar en definitiva, el reparto de lo sensible y cuestionar la evidencia sensible comú. La lucha emancipatoria es, para Rancière, una lucha por el presente, no por el futuro, una lucha para hacerse visible, para aparecer en el escenario social, para buscar nuevas maneras de percibir, de sentir, de pensar, de hacer. La política es la búsqueda de un lugar propio por parte de los excluidos, un intento de organizar el mundo de una manera diferente a como se lo han encontrado. Es también el intento de superar la división entre el trabajo intelectual y el trabajo manual. Se trata de liberar las propias capacidades en una acción común, compartida. La estética está ligada a la política porque trata justamente del reparto de los sensible, de las maneras
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Rancière recurre a su propia experiencia generacional para analizar el gran error que ellos cometieron al querer emanciparse sin cuestionar la frontera entre el intelectual y el obrero. Era la relación entre un supuesto poseedor del saber teórico (el estudiante-intelectual) y un supuesto del saber empírico ( el obrero). Muchos jóvenes estudiantes franceses del mayo del 68 vivieron este fracaso, el de intentar aprender con los obreros lo que era la explotación mientras pretendían enseñarles lo que sería la
revolución. La cuestión, dice Rancière, era más sencilla: eliminar la frontera entre estudiantes y obreros y plantear que es cada cual el que habla desde su experiencia, sin clasificaciones previas. ¿Y porqué no eliminar también la frontera entre actor y espectador, entre narrador y traductor ? Deberáimos hacerlo porque todos somos traductores, ya transformarmos constantemente lo que nos viene dado en experiencia propia. Hay que empezar cuestionando las diferentes maneras que han sistematizado para manipular al espectador, desde el teatro de la distancia de Bretch, hasta su contrario, el de la identificación de Artaud. ¿Porqué no dejamos en paz al espectador? sugiere Rancière, ¿ Porqué considerar que su posición es inmóvil? ¿Porqué considerar que el espectador del teatro debe hacer algo interactivo y no considerarlo igual que al espectador de la televisión? ¿No será también un prejuicio considerar a éste pasivo y acrítico? Hay que romper la dicotomía entre la palabra y la imagen. Las imágenes comportan siempre figuras retóricas y poéticas, es decir lingüísticas. Y el lenguaje comporta imágenes y la misma fonética lo es.
Hay muchas preguntas interesantes: ¿Cuándo una imagen es intolerable? ¿Cuándo una imagen es pensable ?. Cuestionemos la superioridad intelectual de los que desprecian las imágenes en nombre de las palabras. ¿No será justamente el problema atribuir la palabra y la lectura al ciudadano crítico y las imágenes a la masa consumista ?. El sistema, continúa Rancière, no nos proporciona imágenes para anular la capacidad crítica que encierran las palabras, como nos advertía hace unos años de manera apocalíptica Giovanni Sartori. Lo que hacen los mass media es reducir, seleccionar y manipular imágenes en el marco de un discurso que les da sentido.
Aparece, junto con el odio a la democracia, el odio a un régimen común del arte. Es el mismo discurso : unas masas idiotizadas por las imágenes y una élite ilustrada separada de ellas. Aunque las imágenes tampoco son armas para el combate, como ingenuamente pensábamos al considerar que algunas imágenes impulsarían a la acción combativa. Pero si pueden ser maneras de trastocar lo visible. El problema de la tradición crítica, dice Rancière, es que ha sido fagocitada por su propia dinámica. El mismo arte crítico, por ejemplo, se ha desmantelado a sí mismo como proyecto transformador, Porque los artistas críticos han acabado presentando a los revolucionarios como si formaran parte del espectáculo de la sociedad que critican. Surge así la izquierda melancólica que denuncia tanto al sistema como a la ilusión de transformarlo. Esto lleva a un callejón sin salida porque el trabajo crítico queda así anulado, integrado en un discurso nihilista que como tal es inofensivo porque no tiene capacidad transformadora. Hay que volver a una concepción del arte como proyecto
transformador dirigido a todos, a cualquiera. Pero no un arte militante sino un arte que permita romper este consenso que reparte lo sensible en un orden policial, sea éste autoritario o liberal.
Cuestiona también el reparto de lo sensible que hace la estética. La relación entre política y estética es, entonces, la de cuestionar como se recortan y limitan los espacios y los tiempos, los sujetos y los objetos, lo común y lo singular. El arte y la política son formas de relacionarse los cuerpos singulares en un determinado espacio y tiempo específicos. Pero el arte no debe servir para explicar a los oprimidos su opresión. Los oprimidos ya lo saben, lo único que les falta es entender que las cosas pueden transformarse. Que es posible el cambio. El arte debe hacer propuestas en cuanto a esta reconfiguración de lo sensible. Rancière analiza, en concreto, lo que llama la mezcla de los heterogéneos como muestra de arte contemporáneo. Esta mezcla lo hace a través de lo que llama el juego, el inventario, el encuentro y el misterio.
La hipótesis que me interesa aquí en Rancière es la manera como niega la ética desde la política y la estética. El giro ético de la estética y de la política, que no es hoy para Rancière un giro moral, en el sentido de buscar criterios normativos a partir de los cuales hacer juicios morales de la política y la estética. Es otra cosa. Se trata de diluir el derecho en el hecho, por un lado, y de disolver la política y la estética en una comunidad consensuada. Es el dominio del consenso de una ley única totalizadora: la Ley del Otro.
Vayamos directamente a la comparación entre Foucault y Rancière, que podemos hacer desde diferentes bandas. Foucault acaba defendiendo la militancia revolucionaria, a partir del siglo XVIII, como una manifestación del cinismo, que es la opción con la que parece identificarse al final. La revolución en el mundo moderno ha sido una forma de vida a través de la militancia, una de las formas contemporáneas (básicamente en el siglo XIX y XX) de cinismo. La militancia, continúa Foucault, adopta tres formas. Una es la de una sociedad secreta, la segunda de una organización visible que manifiesta sus objetivos de manera visible y, finalmente, como una forma de vida. Esta es la que le interesa a Foucault porque es aquella en la que el militante quiere dar un testimonio, a través de su propia vida, de esta verdad que defiende. Foucault plantea, de todas maneras, que en el caso del Partido Comunista Francés se ha invertido esta tendencia, porque ofrece a los militantes es un modelo de vida convencional. Foucault pensaba así en organizaciones como Gauche Proletarienne, con la que mantuvo vínculos en años anteriores y del que formaba parte su pareja, Daniel Defert. Aquí podemos volver a la comparación con Rancière, que si había militado en esta organización29 Pero cuando este último refexiona sobre su paso por la organización nunca lo reivindicara en el sentido que plantea Foucault. Más bien lo hará en sentido contrario. Es decir que sí Foucault reivindica su sentido como una organización separada mientras que para Rancière su valor radicaba en que estaban inmersos en la organización. Es decir que aquí Foucault cae en la contradicción ( no paradoja, porque es una contradicción real) de defender el vanguardismo, que no deja de ser una manera de gobernar la conducta de los otros.
Jacques Rancière defiende la política como forma de emancipación común. Considera que solamente en este terreno es posible. Deja de todas maneras claro que no defiende un comunitarismo sino un conjunto de sujetos políticos que actúan conjuntamente. Michel Foucault acaba defendiendo un sujeto ético con implicaciones políticas y que acaba incluyendo a la estéticas en esta subjetivización ética. Son dos filósofos con trayectorias diferentes pero no paralelas porque hay coincidencias en campos de influencias y de experiencia.
La radicalidad de Rancière, su politización global de la experiencia humana ( incluso la estética) no es en absoluto compartida por Foucault. Para este último la emancipación es ética y su dimensión política pasa por la resistencia y por defender la opción política que permita hacer la vida más soportable para todos ( en este no se pierde en un individualismo) y que permita que cada cual gobierne su vida. Resistirse contra el totalitarismo, sea fascista o estalinista. básicamente.
Esta es la diferencia básica, concluyendo, entre Michel Foucault y Jacquesd Rancière : la subjetivación del primero es ética y la del segundo política
Tras una serie de llamadas telefónicas de gente con altas responsabilidades en el mundo educativo, cada una más estrafalaria que la anterior, he llegado a la conclusión de que nuestra educación se sostiene gracias a que en realidad nadie hace lo que le mandan y la mayor parte de los que mandan, lo saben.
A veces se necesita la contundencia de un enemigo para saber quiénes somos y, sobre todo, quiénes tenemos que ser. La mirada de enemistad, como la mirada erótica, tiene la capacidad de dotarnos de una figura concreta. Son acicates del autoconocimiento, porque nos fuerzan a preguntarnos qué tengo yo que me hace objeto de semejante mirada.
En ambos casos me pregunto también qué tengo en mí para corresponder a quien me mira y, sobre todo, qué debo tener para o merecer el amor o protegerme contra la enemistad.
Sí, efectivamente, estoy pensando en la Unión Europea, Ucrania y Rusia.
Ilustración de Daniel Gil Segura |
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
«¿Qué somos los seres humanos?» Se trata de una pregunta de eterna actualidad. Si no tuviera sentido o respuesta tampoco lo tendrían la mayoría de las cosas que nos preocupan. «¿Quién eres?» – pregunto a cada alumno al comenzar el curso –. Todos responden diciendo su nombre, su condición de estudiantes, si son chicos o chicas… ¿Pero es eso lo que son? Nuestra identidad no está en el nombre, ni en lo que habitualmente hacemos, ni en los rasgos del cuerpo. La cultura, los genes o el género importan. Pero una vez nos ha despuntado la conciencia nuestro ser no está ya ahí. La prueba es que podríamos trastocarlo todo (nombre, lugar, ocupación, sexo, género…) y seguir siendo, de una forma u otra, la misma persona.
Ya sé que no está de moda depreciar el cuerpo, pero lo que somos (y tal vez dejando aparte la sesera) no forma parte de él. Por eso, si queremos saber quién era alguien ya extinto no buscamos examinar su cadáver ni sus huesos, ni su ADN, ni las imágenes de su cerebro, sino entender los signos (palabras, gestos…) que nos dejó su psiquegrabados aquí o allá. No somos un montón de vísceras, sino aquello que nos pasa por la mente o, si quieren, por ese fabuloso descubrimiento o invención suya que es el cerebro.
Ahora bien, por la mente pasan muchas cosas (sensaciones, emociones, deseos, decisiones, sueños, ideas…). ¿Cuál de ellas determina lo que somos? En general, las ideas mandan. Percibimos, sentimos o queremos en función de las ideas con las que entendemos el mundo, interpretamos lo bien o mal que nos va en la vida o concebimos nuestros mejores propósitos.
Pero las ideas, sean innatas o aprendidas, discurren también en la mente de los animales. ¿Qué nos diferencia entonces de ellos? Una idea que siempre me convenció es que lo que nos hace específicamente humanos es la asociación entre las ideas y una cierta manera de usar el lenguaje. Es innegable que los animales disponen de sistemas de comunicación muy sofisticados, pero solo los humanos podemos utilizar el lenguaje para viajar con él por el tiempo y el espacio, y hasta para explorar mundos distintos al mundo, desde el de las matemáticas al de las ficciones literarias. Con el lenguaje, los humanos podemos hacer cuentas y contar cuentos y, con ellos, dar y darnos cuenta de lo que pasa y lo que somos.
El siglo pasado, el psicólogo evolutivo Jean Piaget investigó el extraño fenómeno por el que los niños, durante cierta fase de su desarrollo, hablan solos o con sus juguetes imitando en ocasiones el diálogo que sostienen con otras personas. Casi al mismo tiempo, el psicólogo soviético Lev S. Vygotsky postuló que los niños, al crecer, interiorizan este uso egocéntrico del habla en la forma de un diálogo íntimo y silencioso consigo mismos. Este machadiano soliloquio sería el origen de la consciencia humana, ese insólito fenómeno por el que nos reconocemos como la primera persona del relato con que vamos dando cuenta de todo; un relato en el que el narrador, el público y el protagonista son el mismo tipo: nosotros.
Ahora bien, para ser quienes somos tal vez no baste una simple narración interna de lo que pasa y nos pasa. Una de las condiciones de la identidad es la continuidad. La frase «yo soy yo» solo significa algo si los dos yoes ahí escritos son en algún sentido el mismo. Esto descarta inmediatamente que nuestra identidad resida en el cuerpo, todas y cada una de cuyas partículas cambian y envejecen a cada instante, pero tambien que se ancle en la mente o la consciencia, donde todo se hace y deshace igualmente en el tiempo. ¿En qué «lugar» de mí mismo mantengo entonces mi mismidad? ¿En qué se fundamenta la creencia de que somos siempre el mismo bañista en el heracliteano río de los días?
En uno de sus fantásticos cuentos describe Michael Ende a una caravana de vagabundos saltimbanquis que caminan confiando en que su errático viaje a ninguna parte dibuje sobre el mundo una palabra que desvele el sentido de sus pasos. Tal vez sea este anhelo lo que nos define. De hecho, y aunque las palabras – esas perras negras, que diría Cortázar – correteen sin parar dentro nuestro, hay algo entre ellas a veces – una forma, una estructura armoniosa y coherente, una «redondez» narrativa y hasta una sublime espiral poética o filosófica – que las hace convertirse en uno de esos luminosos cuentos en los que el sentido trasciende y sobrevive a todo lo que transcurre en ellos. ¿Será esa forma lo que somos?
Somos el animal que cuenta cuentos. En eso consiste toda nuestra cultura y también nuestra manera específica de ser conscientes. Pero solo si ese discurrir íntimo adquiere la unidad y el sentido de las buenas historias, podremos decir que rozamos esa cima casi imposible de la propia identidad: el alma o forma inmortal del cuento mismo que nos cuenta.
Uno de los fenómenos más curiosos de nuestro tiempo es el de los muchos notarios que han viajado al futuro y han vuelto para decirnos qué competencias se necesitarán en el 2030, en el 2050 o no importa en qué año. El caso más notable de estos viajeros del tiempo es el de la Agenda 2030.
En educación, las llamadas competencias son cajas de muñecas en las que debemos encajar la escuela presente para que dé de sí, bien moldeados, a los alumnos del futuro. Lo que no cabe en esas cajas, se considera irrelevante, porque los futurólogos no es que hayan visto el futuro, sino que han visto, sobre todo, lo que realmente importará en el futuro. La LOMLOE es, fundamentalmente, la obra de estos visionarios. Por supueesto, los argumentos que usan para convencernos de la inmaculada bondad de las competencias que ellos han seleccionado como pertinentes, no es que sean buenas en sí mismas, sino que si no nos amoldamos a ellas, nos quedaremos anticuados.
El caso es que los viajeros al futuro muy perspicaces no se mostraron con respecto a la Covid, y no se puede decir que haya sido un acontecimiento menor. Y ni tan siquiera han sido capaces de prever la chulería guerrera de Putin, que parece estar a punto de introducir la competencia ofensiva como competencia elemental del siglo XXI.
No me molestan las nuevas tecnologías. Al contrario, me gustan. Y me gusta también que mis nietos se familiaricen con ellas. Al fin y al cabo son solo cacharros que nos sirven como prótesis antropológicas. Lo que me inquieta es la mentalidad tecnológica que se cree capaz de derivar de una determinada y muy sesgada visión del futuro, el orden geométrico que debe regular nuestra educación presente.
A veces me parece que las identidades políticas en España se viven de forma diferente que en otros países –de ahí, quizá, esa extraña lealtad del voto conservador a partidos profundamente corruptos–. También me fascina la conexión entre identidad política, genealogía y postura ante el pasado. A veces creo percibir un patrón allí –una identidad política asumida como algo heredado, una visión del franquismo siempre sobredeterminada por la historia familiar, asumida casi como deuda moral–
Guillem Martínez, entrevista a Sebastiaan Faber: "Toda Europa tiene un pasado fascista y un presente fascista", ctxt 19/02/2022
Estamos muy lejos de pensar la esencia del actuar de modo suficientemente decisivo. Sólo se conoce el actuar como la producción de un efecto, cuya realidad se estima en función de su utilidad. Pero la esencia del actuar es el llevar a cabo. Llevar a cabo significa desplegar algo en la plenitud de su esencia, guiar hacia ella, producere. Por eso, en realidad sólo se puede llevar a cabo lo que ya es. Ahora bien, lo que ante todo «es» es el ser. El pensar lleva a cabo la relación del ser con la esencia del hombre. No hace ni produce esta relación. El pensar se limita a ofrecérsela al ser como aquello que a él mismo le ha sido dado por el ser. Este ofrecer consiste en que en el pensar el ser llega al lenguaje. El lenguaje es la casa del ser. En su morada habita el hombre. Los pensadores y poetas son los guardianes de esa morada. Su guarda consiste en llevar a cabo la manifestación del ser, en la medida en que, mediante su decir, ellos la llevan al lenguaje y allí la custodian. El pensar no se convierte en acción porque salga de él un efecto o porque pueda ser utilizado. El pensar sólo actúa en la medida en que piensa. Este actuar es, seguramente, el más simple, pero también el más elevado, porque atañe a la relación del ser con el hombre. Pero todo obrar reside en el ser y se orienta a lo ente.
Martin Heidegger, Carta sobre el humanismo, Madrid, Alianza 200, p. 259