La fe en el progreso es una superstición. Para el humanismo liberal tiene el mismo poder que antes tenía la religión revelada. La cosmovisión laica es un pastiche de ortodoxia científica y esperanzas devotas. Todo esto nos dice John Gray en un libro ya clásico que ahora reedita Sexto Piso. La idea no es nueva, fue agriamente debatida por Naphta y Settembrini en aquella montaña mágica. Lo que sí es nuevo es el empeño de desenmascarar a cristianos viejos tras la careta del humanismo. Liberales que nunca se cansan de predicar que somos libres de vivir como queramos. Para Gray, la idea de que el libre albedrío nos diferencia de los animales es una herencia (nefasta) del cristianismo. Y lo mejor sería desembarazarse de ella. La doctrina cristiana de la salvación se ha transformado en un proyecto de emancipación humana universal.
La ciencia, al aumentar el poder humano, aumenta al mismo tiempo los defectos de la naturaleza humana. Y eso empieza a ser un problema. No es lo mismo ser ambicioso con un tirachinas que con un ordenador cuántico o armas biológicas y genéticas. La idea del progreso descansa en la creencia de que el incremento del conocimiento produce un avance de la especie. En esa falacia hay un peligro real y una amenaza para la libertad, que es el meollo de todo lo vivo.
Al inglés, que tiene nombre de pintor, le gustan también el taoísmo, el hinduismo y el animismo, donde todos los seres están emparentados. “El error esencial del cristianismo es considerar a los humanos diferentes del resto de los animales”. Pero no identifica que el origen de esta idea (que detesta) lo encontramos en el Génesis y en Descartes. Frente a la physis animista y pagana de Aristóteles, el francés apostó por una physis mecanicista. De ahí el triunfo de la física. Desde entonces, los perros y el resto de los animales son máquinas, mientras que los humanos son libres y pensantes.
Gray advierte, como hacen hoy muchas otras voces, que la humanidad nunca llegará a dominar la tecnología. No es la competencia de los Estados lo que hace a la tecnología ingobernable, sino la propia tecnología. “La capacidad de diseñar nuevos virus para su uso en armas genocidas no precisa enormes recursos de dinero”, escribe en 2003. Los gobiernos son cómplices de su propia impotencia, al ceder el control sobre la tecnología al mercado. El capitalismo tiene estas cosas. “Aunque se prohíba la modificación genética en cultivos, animales o humanos, en determinados países seguirá adelante”. Y cuando sea posible clonar humanos, se desarrollarán prototipos de combate en los que ciertas emociones como la compasión estarán inhibidas. “La ingeniería genética podrá erradicar enfermedades antiguas, pero se convertirá en el arma favorita de futuros genocidas”. Ignorar el potencial destructivo de las nuevas tecnologías supone ignorar la historia. El progreso de la técnica deja un único problema sin resolver: la debilidad de las pasiones humanas. Mientras tanto, “los fundamentalistas científicos seguirán afirmando que la ciencia es la búsqueda desinteresada de la verdad”.
Juan Arnau. El paganismo, la vía de escape, El País 17/02/2024
La expresión IA es equívoca porque estos algoritmos ni son inteligentes, ni son tan artificiales. Naturalmente, estamos lejos de saber con precisión qué es la inteligencia, pero sí sabemos que los llamados seres inteligentes, nosotros mismos, somos capaces de comprender, razonar, pensar, hacer abstracciones, atributos que no parecen poseer los nuevos productos de la IA. En realidad, «no hay evidencia ni matemática, ni física, ni se conoce la existencia de ningún prototipo equivalente a las capacidades pensantes de un cerebro humano» (Etxebarria 2023), y ni siquiera sería acaso inteligente la atractiva OS2, Samantha, de Her, que perturba a Theodore y tanto lo ama. Por poner algún ejemplo revelador, un algoritmo dirigido por buenas instrucciones (prompts) puede demostrar un teorema pero, según dicen los matemáticos, no puede inventar un teorema. Es cierto que estos algoritmos tienen algo así como inteligencias, mejor sería decir capacidades, específicas, sistemas que generan respuestas, identificaciones que producen avances: identifican áreas en el ADN que pueden causar enfermedades, pueden sintetizar y reconocer voces, pero no poseen inteligencia general. Y no son tan artificiales porque los algoritmos los inventan humanos (aunque puedan automodificarse). Asimismo, no olvidemos que en los modelos generativos trabajan personas (turks), humanos subcontratados que revisan sus producciones y evitan que tengan sesgos o digan demasiadas tonterías.
Los seres humanos estamos dotados de una capacidad cognitiva única, una «competencia lingüística» que nos permite no solo construir oraciones bien formadas sintácticamente, y a partir de ahí hacer discursos con una cierta coherencia, sino ser capaces de «comprender / entender», «explicar», «evaluar», «improvisar», «juzgar», entre otras cosas. Mediante el lenguaje expresamos y atribuimos intenciones, formulamos objetivos, suscitamos el reconocimiento de estados de la «mente» de los otros, hacemos inferencias, expresamos relaciones causales, tenemos una percepción de la comprensibilidad (por eso escribimos diez veces un texto hasta que diga lo que queremos decir), deducimos cuál es el point de nuestro interlocutor/a, hacemos chistes, podemos ser rápidos e ingeniosos (witty), tenemos «retranca», en general nos damos cuenta de qué es relevante, disponemos de formas diversas de manifestar deseos, emociones, dudas, certezas. Y todas estos, llamémoslas así, estados de la mente / cerebro o acciones (cuando externalizamos), los expresamos con inmediatez y con una relativa solvencia, mediante el lenguaje. Todas estas actividades requieren pensamiento, razonamiento, comprensión y conocimiento.
Un filósofo pensará que esto es justamente lo que significa ser inteligente, tener inteligencia general no inteligencia orientada a un objetivo, y tener «consciencia» (sea lo que sea la consciencia, que muy pocos se atreven a definir). Por otro lado, la comprensión, el diálogo, o la utilización tanto creativa como funcional del lenguaje implica poder manejar y resolver vaguedades, dudas, presuposiciones que hacen que la actividad lingüística codifique un nivel alto de sugerencia, incertidumbre, duda, cuestiones todas que plantean un problema serio para cualquier «simulación» de la competencia y la actuación lingüística. ¿Cuáles son los argumentos que asientan la suposición de que la sustituibilidad entre lenguaje humano y modelos grandes de lenguaje no es nada obvia?
Los algoritmos que pudiesen hablar con nosotros, «comunicarse», ser discursivos y capaces de actos de habla, tendrían que ser objetos intencionales que capten las intenciones de los otros y actúen con una gran labilidad a estos respectos, como nos sucede a los humanos. Los seres intencionales advierten, o deberían advertir ―para qué engañarnos y olvidarnos de los sesgos cognitivos―, qué es lo relevante en cada momento. No se me ocurre que la IA lingüística / comunicativa pueda ser capaz de definir bien qué es relevante y qué irrelevante en una situación comunicativa cuando sus actuaciones están regidas por un algoritmo que les hace buscar en un universo de datos enormes los tokens más cercanos e irlos engordando progresivamente.
Creatividad es una palabra muy utilizada y cuya definición no es fácil. La creatividad se tiene, se mejora y se potencia, es un don y una práctica. Como bien indica Aladro (2023), la creatividad implica un uso disruptor de los códigos y lenguajes habituales. La saco a colación no porque esté directamente conectada con el lenguaje (aunque algo está, como diré) sino para señalar que los modelos grandes de lenguaje proporcionan una visión deforme de la creatividad. Hacen creer que crean porque generan ensayos o textos. Pero si suponemos que la creatividad es hacer lo que no se ha hecho antes: transportar visiones de unos campos a otros; ampliar los campos de saberes; abstraer y generalizar debidamente; entonces los sistemas de la IA son casi la antítesis de la creatividad. En palabras de Aladro (2023) «La inteligencia artificial no puede generar información nueva ni usar el lenguaje para generar nuevos pensamientos jamás concebidos por los seres humanos, porque su base de trabajo es lo “ya sabido”… la información universalmente compartida en la red». Cuando los algoritmos hacen de escritores tienen el máximo de creatividad que les permite la imitación sin pensamiento. Si la literatura no depende de la gramática (Borges) menos aún depende de la combinatoria probabilística. Sin embargo, muchos llaman «crear» a lo que hacen estos algoritmos.Pensar algo no es delito ni en la dictadura más sanguinaria que podamos imaginar. Decir algo tampoco suele serlo en una democracia, salvo en casos extremos de odio o difamación, cuando te puede costar un multazo o una temporada a la sombra. Pero el mero pensamiento es inimputable, en el sentido jurídico de que no hay nada que imputarle. “You are innocent when you dream”, cantaba Tom Waits, eres inocente cuando sueñas. ¿Pero lo eres de verdad?
En las parejas tradicionales, el mero hecho de desear a otra persona suele generar mal rollo. Si una aspirante a un empleo piensa quedarse embarazada, lo mejor es que su empleador no lo sepa, porque lo más probable es que no la contrate así tenga un premio Nobel. El empleador, por cierto, tampoco querría que su intención de discriminar a la candidata se pudiera leer en su cerebro.
La razón de que todos estemos tan seguros de que nuestros pensamientos son privados es en realidad un error filosófico que llevamos puesto de serie: el dualismo, el mito de que la mente es una cosa distinta del cerebro. El culpable más famoso es Descartes, aunque lo único que hizo el pobre fue codificar un automatismo atávico que todos padecemos. Por desgracia para el chauvinismo sagrado de nuestra especie, la mente es el cerebro. Cuando piensas, sientes, recuerdas, planeas o lamentas algo, es porque el prodigio neuronal que llevas puesto en el cráneo se activa y reconfigura. No hay alma, no hay magma informe, no hay nada más. Sé que esta es una idea perturbadora, pero no está escrito en las estrellas que la realidad deba adaptarse a nuestros prejuicios.
La consecuencia inmediata de lo anterior es que tu alma se puede leer desde fuera de tu cráneo. Si estás pensando engañarme, yo lo puedo saber sin más que registrar la actividad de tu corteza cerebral. Lo mismo vale si estás planeando difamarme, robar mis ideas, aprovecharte de mis sentimientos o darme un garrotazo en la cabeza. La privacidad de tus pensamientos no es un fenómeno fundamental, sino una mera consecuencia de nuestra limitación tecnológica. Nada más que un problema técnico. Y ese problema técnico se está disipando a gran velocidad.
Hasta ahora, la privacidad del pensamiento ha estado garantizada por la imposibilidad de leerlo. Ahora tendremos que protegerla con leyes.
Otra cuestión es si realmente queremos que nuestros pensamientos sean privados. Yo, por poner un ejemplo tonto, estaría encantado de que un neurólogo me explicara lo que estoy pensando, por muy inconfesable que sea. Tal vez la privacidad mental solo les preocupe a los delincuentes y a los adúlteros. Al fin y al cabo, los novelistas se ganan la vida desnudando su mente.
Javier Sampedro, ¿Seguro que tus pensamientos son privados?, El País 24/0272024
Conscientes de que la búsqueda de la felicidad es un asunto central para la naturaleza humana, los filósofos llevan milenios analizando el asunto con su lupa analítica de alta precisión. Han identificado dos categorías muy diferentes en este apartado de apariencia tan simple. La primera es el hedonismo, la recomendación clásica de priorizar el placer, la estabilidad y el disfrute sobre otras consideraciones. Y la segunda, llamada a veces eudaimonía, aconseja buscar un significado a la vida, tener un propósito, una devoción, un espíritu virtuoso. Ya sé que comprarías los dos paquetes enteros, pero el problema es que hay que elegir entre uno y otro. Ambas filosofías de vida persiguen la felicidad por caminos contradictorios. No se puede ser Bertrand Russell y Frank Sinatra al mismo tiempo, y solo se vive una vez.
Javier Sampedro, Traficantes de felicidad, El País 17/02/2024
La ética de la consideración se apoya en una filosofía de la existencia que arroja luz sobre la condición humana y, por tanto, determina las invariantes. Su particularidad es que se basa en una fenomenología de la corporeidad.
Considerada a la vez como vulnerabilidad y como dependencia con respecto a los elementos y los ecosistemas, la corporeidad del sujeto revela su condición terrestre y su pertenencia a una comunidad biótica. Sea cual sea nuestra cultura, vivimos del aire, del agua, de los alimentos y de las relaciones. En Les nourritures. Philosophie du corps politique [Los alimentos. Filosofía del cuerpo político] (2015), extraje las consecuencias políticas de esta transitividad de la vida: vivir siempre significa “vivir de” y “vivir con”. Al comer, al vivir en algún lugar, siempre tengo un impacto en los demás, humanos y no humanos. Tengo necesidad de los demás y de cuidados, debido a mi vulnerabilidad original, y los alimentos de los que vivo, que son a la vez naturales y culturales, dan testimonio del entrelazamiento de mi vida con la vida de los demás, incluso con las vidas de otras generaciones y de otros seres vivos. Por tanto, la ética empieza por la forma en que como y utilizo los recursos que llamo alimentos, para no reducir la comida a combustible ni el entorno a su valor instrumental.
La protección de la biosfera y la justicia para los animales y para las generaciones futuras se convierten en fines políticos, al igual que la seguridad y la reducción de las desigualdades. Sin embargo, una vez que se ha concebido un nuevo contrato social, ¿cómo reducir el desfase entre la teoría y la práctica, que es flagrante en el ámbito ecológico? La toma de conciencia de la gravedad del calentamiento global no ha ido seguida de cambios sustanciales en los patrones de consumo y las políticas públicas. Es más, cuando la ecología se reduce a prohibiciones u obligaciones, la gente se debate entre el deber y la felicidad: ve el bien, lo ama, pero hace el mal.
La ética de la consideración intenta resolver esta paradoja describiendo las etapas de un proceso de subjetivación e individuación que puede ayudarnos a fomentar de manera democrática un modelo de desarrollo más sostenible y justo. Esta ética concebida como la transformación de uno mismo también nos lleva a definir una educación moral que nos ayude a afrontar las emociones negativas asociadas al calentamiento global, en lugar de reprimirlas refugiándonos en el consumismo o eligiendo a líderes nacionalistas que crean una ilusión de omnipotencia.
Lo que la hace especial es que vincula la ética a un plano que puede denominarse espiritual porque está ligado a lo inconmensurable. Sin embargo, esto último no es Dios, como en De consideratione, de Bernardo de Claraval, sino el mundo común. Cuando nazco, me acoge un mundo más grande y antiguo que yo; compuesto por todas las generaciones y el patrimonio natural y cultural, este mundo compartido es trascendencia en la inmanencia. Da a nuestra existencia un sentido que nos sobrepasa: vivimos para nosotros mismos, pero nuestras elecciones también tienen un valor que depende del hecho de que contribuyen a preservar el mundo común.
La consideración significa tener el mundo común como horizonte de nuestros pensamientos y acciones. En ella se funden las tres dimensiones del vivir: “vivir de”, “vivir con” y “vivir para”. Definida por la transdescendencia, no es un ascenso hacia el más allá (transascendencia), sino un movimiento de descenso al interior de uno mismo que amplía la subjetividad: al profundizar en el conocimiento de uno mismo como ser engendrado, vulnerable y mortal, la conciencia de su pertenencia al mundo común se convierte en una evidencia que cambia su relación consigo mismo, con los demás y con el mundo. Surgen nuevas aspiraciones, como el deseo de transmitir un mundo habitable, y afectos como la gratitud y la compasión. En lugar de ejercer nuestro poder sobre los demás (power over), sentimos lo que nos une a ellos y nuestra capacidad de actuar (power to, poder para) se intensifica.
La consideración no es una virtud, sino la actitud global generada por este proceso de individuación que afecta al intelecto, las emociones y las capas arcaicas de la psique. Permite que florezcan virtudes como la templanza, la justicia y la prudencia, e impide que el valor se convierta en temeridad. Esta capacidad de mantener las cosas en perspectiva no es definitiva y, sobre todo, está condicionada por la humildad, que no es una virtud, sino un método que recuerda al ser humano su condición engendrada y mortal, sus límites y su falibilidad, y lo ayuda así a no caer en la omnipotencia y el orgullo.
La transición ecológica es la traducción en el plano político de la consideración, que implica una forma de habitar la Tierra y de convivir con los demás que preserva el mundo común y fomenta la creatividad. Pero ¿cómo puede difundirse más allá del ámbito individual o local? En Les Lumières à l’âge du vivant [las luces en la era de lo viviente] (2011), que forma una trilogía con Les nourritures(2015) y Ética de la consideración (2018), intenté mostrar cómo sería un proyecto de emancipación que implicara la supresión del esquema de la dominación y la aparición de políticas de la consideración.
Un esquema designa el principio organizador de una sociedad, las representaciones conscientes e inconscientes que explican las elecciones económicas y políticas e impregnan la vida instintiva y social. El esquema actual es el de la dominación, que transforma todo (la agricultura, la ganadería, el trabajo, la política) en guerra. Basándome en el vínculo entre subjetivación y política, en la intersección de los modos de ser y las estructuras sociales, he mostrado que esta dominación que se ejerce sobre los demás y sobre la naturaleza exigía reconciliar al ser humano con su corporeidad, su vulnerabilidad y su finitud. La relación con los animales, la alimentación y la agricultura ocupa un lugar estratégico en la promoción de esta nueva Ilustración ecológica. Esta defiende los principios cardinales y el espíritu de la Ilustración del pasado, superando al mismo tiempo sus fundamentos antropocéntricos y las dualidades naturaleza/cultura y humanos/animales, responsables de la autodestrucción de la razón y de la transformación del progreso en regresión, como ponen de manifiesto las tragedias del siglo XX, la deshumanización y los riesgos actuales de colapso.
Corine Pelluchon, ¿Cómo vivir sin ser depredador?. El País 25/02/2024
Para una especie tan intrínsecamente social como el Homo sapiens, equipada con increíbles redes cerebrales que permiten a la gran mayoría de nosotros entender intuitivamente cómo se sienten los demás, lo que facilita el desarrollo y mantenimiento de vínculos sociales saludables, yo diría que la predisposición predeterminada es no pecar. Si el entorno social en el que se cría una persona falla, al no exhibir una evidencia clara de cuánto más se puede ganar persiguiendo resultados prosociales por encima de la ganancia personal, entonces es más probable que los comportamientos antisociales resultantes caigan en la categoría de pecado. Por lo tanto, en mi opinión, un pecador se hace, no nace. Nuestra predisposición es a aprender los beneficios de actuar de manera justa en nuestro trato con otras personas de nuestro entorno. Esto siempre ha sido esencial para la supervivencia de los miembros de nuestra especie. Ser una parte aceptada de un grupo siempre conduce a mejores resultados que hacerlo solo. Los jugadores de equipo, que se benefician de la cooperación social de los demás, viven lo suficiente como para transmitir sus genes. Aquellos que son rechazados por su comunidad debido a los extremos de comportamiento antisocial, generalmente, no lo hacen.
Raúl Limón, entrevista a Jack Lewis: "Un mínimo de pecados capitales es perfectamente sano y moralmente apropiado", El País 27/02/2024
Pues desde luego es perfectamente probable que a un animal no se le escapen elementos diferenciales que formen parte del espectro de lo que por naturaleza está llamado a percibir, mientras que sí escapen a un ser humano, precisamente porque, quizás, en éste, la percepción se halla mediatizada por algo que introduce variables distorsionadoras de lo que la naturaleza o el artificio ofrecen a los sentidos. No habría en esto nada extraño, de ser cierto que en el ser humano el mero percibir implica ya juicio (según la sentencia de Aristóteles) y si el juicio se halla intrínsecamente vinculado al lenguaje. Pues el lenguaje, empapando la naturaleza la filtra y eventualmente la distorsiona.
Víctor Gómez Pin, La disputa sobre la singularidad humana: ¿cultura artística en primates?, El Boomerang 29/02/2024
Otra forma de preguntar lo mismo es: ¿en qué consiste la creatividad humana? Darwin se había tirado cinco años de travesía en el HMS Beagle estudiando fósiles, tortugas y pinzones, y fue solo tras regresar a suelo británico que, leyendo por casualidad un libro del reverendo Thomas Malthus, dio con una de las mejores ideas de la historia, la selección natural: nada dirige la adaptación de los individuos; es simplemente que el que no se adapta palma, y la población en su conjunto, formada por los supervivientes, se vuelve más adaptada por definición. ¡Qué increíblemente estúpido no haber pensado en ello! Hagamos ahora un segundo ejercicio de historia-ficción: ¿qué habría pasado si Darwin no se hubiera topado con el libro de Malthus?
La creatividad humana consiste precisamente en hallar esos vínculos inesperados, pero requiere un conocimiento previo y detallado de cada uno de los dos sectores que van a ser vinculados.
En el fondo, nuestra creatividad es una caja tan negra como la inteligencia artificial. Ambas encuentran nexos entre cosas dispares, pero no tenemos la menor idea de cómo lo hacen.
Javier Sampedro, La caja negra del pensamiento, El País 02/03/2024
II
¿Te puede dar tu mujer una prueba de amor más grande e incondicional que dejarte el mando a distancia de la televisión y no protestar por pasasrte dos horas zapeando?
III
No sé dónde he leído hoy que la vida en pareja está sobrevalorada. Depende de la pareja. Yo no me aguantaría a mí mismo mucho tiempo.
IV
Alguú antojo muy pasajero de ponerme a trabajar.
IV
Benditos domingos.
Los japoneses tienen un término para este concepto: Kotodama, la creencia de que el lenguaje encierra un poder místico. Puede ser traducido como «alma del lenguaje», «espíritu del lenguaje», «poder del lenguaje», «palabra mágica» y «sonido sagrado». Es decir, los sonidos pueden influir mágicamente en la materia (una forma de animismo), y el uso ritual de las palabras puede afectar nuestro entorno: cuerpo, mente y alma. La palabra moldea la realidad. Toda vida termina por ser una narrativa más o menos definida, más o menos tangible, de una sucesión de estados intransferibles y en definitiva indecibles.
La poesía es acción, es un ente transformador. «Operación capaz de cambiar al mundo, la actividad poética es revolucionaria por naturaleza… La poesía revela este mundo; crea otro», al decir de Octavio Paz. A través de la palabra, Dios y los poetas crean. El poeta es, sin lugar a dudas, un ser particular; un elegido y un crucificado. De su pluma brota vida, es la fuente primigenia de mitos y religiones, lega a los mortales la eternidad.
Este poder sagrado mora implícito en la etimología de la misma palabra «poesía»: derivada del latín poēsis, que a su vez viene del griego ποίησις (poíesis), que significa «hacer» o «materializar». Pensemos en la palabra inglesa spell, con dos significados divergentes pero la misma raíz etimológica. Proviene del germánico spellian, que significa «contar» o «relatar». Pero también la usamos para hablar de un «encantamiento» o «hechizo» (to put under a spell o to cast a spell). Esto en tanto elocuente. Como verbo, to spell significa escribir o, más precisamente, deletrear.
Juan Ignacio Espel, El evocador poder del lenguaje, El vuelo de la lechuza 03/03/2024
Fuerza de la desesperación, fuerza de la guerra, fuerza de las palabras: rescato ahora de entre las conversaciones de estos días tres puntos de actualidad del pensamiento de Simone Weil.
A diferencia del marxismo, que nos enseña a ver por debajo de las declaraciones y las retóricas humanistas la dura realidad de los intereses económicos, Simone Weil nos enseña a ver por debajo de los intereses económicos otra realidad más decisiva y más determinante: la materialidad de los afectos, la embriaguez de la guerra. ¡Lo económico disimula lo pulsional!Esta embriaguez recuerda el mecanismo (a la vez racional y pasional) que el general Von Clausewitz llamó “escalada hacia los extremos” y que define como tendencia toda guerra. Un juego recíproco de ataques y represalias que, en una espiral enloquecida e incontrolable, amenaza con llevarse todo y a todos por delante. El vencedor reina finalmente sobre un territorio devastado, es siempre rey del desierto.
Este es el fondo de la famosa carta que dirigió Weil al escritor George Bernanos tras volver del frente de Aragón. Bernanos, después de haber aplaudido primero el levantamiento franquista, se distancia luego horrorizado tras asistir a la represión franquista en la isla de Mallorca. Simone Weil se presenta en su carta como una horrorizada del otro bando, que ha visto a los compañeros anarquistas, tomados ellos también por la embriaguez de la guerra, ejecutar fría y brutalmente a sacerdotes o falangistas jóvenes.
Esta pasión de absoluto se opone punto por punto a la concepción del mundo de Weil: como un entramado de relaciones, una malla de vínculos, que nos exige sobre todo un arte de las mediaciones. Vivir es como navegar: hay que contar con lo que tenemos alrededor: los vientos, las corrientes, la tierra. La pasión guerrera de absoluto es por el contrario como un barco que pretendiera avanzar destruyendo el medio mismo donde se mueve.
Pero no hay “victoria total”, enseña Weil leyendo La Ilíada, los “héroes” que creen manejar la fuerza son en realidad manejados por ella como patéticos títeres, y acaban siempre siendo arrastrados ellos mismos por el polvo.Palabras mayúsculas, palabras mortíferas, por las que se mata y se muere. ¿Qué palabras son esas? Weil cita y analiza las siguientes: Nación, Seguridad, Capitalismo, Comunismo, Fascismo, Orden, Autoridad, Propiedad, Democracia. No muy diferentes, como puede verse, de las palabras dominantes actualmente en el lenguaje político.
Pero más que tales o cuales palabras, lo mortífero es un tipo de efecto, de operación, de uso. El carácter mortífero no es sólo una propiedad de la palabra en sí, sino un tipo de funcionamiento. Toda palabra puede cristalizar en fetiche y palabra mortífera.
La palabra mortífera es, en primer lugar, una palabra absoluta. Entidad autosuficiente, independiente de toda condición, de toda correspondencia con lo real, de toda medida o proporción, de toda posibilidad de verificación.
Pensemos en el uso que se hace hoy de la palabra “democracia” entre nuestros políticos. Como una cuestión absoluta, no relativa a algo: proceso, medida, condiciones. Designar una realidad como “democrática” significa que no se puede discutir, cuestionar, verificar. Es así, y punto.
La palabra absoluta es una palabra vacía que se refiere a todo y a nada, no remite a algo preciso, contrastable, observable y palpable. No admite réplica, contestación, dialéctica, diálogo. Son palabras-monólogo que expulsan al otro, lo destituyen como interlocutor crítico, zanjan toda discusión. La palabra absoluta tiene siempre laúltima palabra.
La palabra mortífera es, en segundo lugar, una palabra moralizante. Distribuye el Bien y el Mal. Me identifica con el Bien, te identifica con el Mal. Me da toda la razón, te la quita. El otro no tiene razón ni razones, nada que merezca la pena ser escuchado, discutido, ninguna legitimidad en su relato. Es puro Mal.
El uso que hace hoy la derecha global del término “terrorismo” es el ejemplo más evidente. Sirve para designar cualquier cosa porque no significa nada, pone al otro fuera de la discusión, invita a su eliminación. Pero también la izquierda tiene sus propias palabras mortíferas, su uso mortífero de ciertos términos, quizá la más llamativa hoy es “fascista”, “facha”. Una etiqueta que se usa como arma arrojadiza, que inhabilita toda escucha de lo que no es políticamente correcto, todo diálogo con lo diferente, todo atisbo de revisión de las propias ideas.
Hay palabras que habilitan la relación, tienen en cuenta al otro y lo otro, lo diferente y cambiante. Son palabras relativas, relativas a algo, relativas a alguien. Hay otras palabras, sin embargo, que impulsan el avance de ese barco que destruye todo a su paso. Son palabras mayúsculas, palabras mortíferas, palabras que contagian la guerra y su pasión de absoluto.
Combatir la guerra pasa por desactivar el carácter mortífero de las palabras. “Aclarar las ideas, desacreditar las palabras congénitamente vacías, definir el uso de las otras mediante análisis precisos, ése es, por extraño que pueda parecer, un trabajo que podría preservar existencias humanas”.
Amador Fernández-Savater, El método Simone Weil ..., ctxt 10/02/2024El 8 de febrero 2016 se cumplieron 150 años de la presentación de los trabajos de Mendel, publicados al año siguiente. Llegada esta fecha se renuevan algunas de las críticas ya hechas a Mendel durante el siglo XX. Por ejemplo, se le acusa de que “maquilló” demasiado los resultados de sus experimentos, llegando a sugerirse incluso que pudiera falsificarlos. Sin embargo, de Mendel hay que destacar que fue uno de los primeros biólogos -si así se le puede llamar- que utilizó el método científico experimental moderno de forma paradigmática.
FASE 1: LOS EXPERIMENTOS
FASE 2: LA HIPÒTESIS (DE LOS CARACTERES-GENES)
FASE 3: LA FALSACIÓN
FASE 4: LA GENERALIZACIÓN DE LA HIPÓTESIS
Manuel Ruiz Rejón, Mendel: un científico paradigmático, BBVA open mind 07/02/2024
Poner el cuerpo para pensar fue una constante en la vida se Simone Weil. Ingresar en una fábrica para pensar la condición obrera. Vivir como miliciana para pensar la guerra. Militar como sindicalista para pensar la revolución. Sólo haciendo experiencia se nos entrega la verdad de un fragmento de mundo. “La verdad no es sólo una obra nacida del pensamiento puro (…) Una verdad es siempre la verdad de algo, el esplendor de la realidad (…) Desear la verdad es desear un contacto directo con la realidad”.
El cuerpo de Simone Weil, de quien se dice que murió virgen, fue un cuerpo-esponja capaz de registrar los detalles más nimios y pensar desde ellos las tendencias ocultas de la época. La base material de su método. Un cuerpo poderoso es un cuerpo sensible, recogido en sí mismo y a la vez abierto, capaz de detectar como un sismógrafo los menores temblores de tierra. No necesariamente un cuerpo liberado o expansivo pero sin vulnerabilidad, sin fisura, sin herida que lo conecte al mundo.
Fuerza de la desesperación, fuerza de la guerra, fuerza de las palabras: rescato ahora de entre las conversaciones de estos días tres puntos de actualidad del pensamiento de Simone Weil.
A diferencia del marxismo, que nos enseña a ver por debajo de las declaraciones y las retóricas humanistas la dura realidad de los intereses económicos, Simone Weil nos enseña a ver por debajo de los intereses económicos otra realidad más decisiva y más determinante: la materialidad de los afectos, la embriaguez de la guerra. ¡Lo económico disimula lo pulsional!¿La igualdad existe? Es probable que muchas voces a ambos lados del arco político respondan negativamente a esa pregunta. A la derecha, porque creen que la desigualdad nos define como individuos y, por tanto, la igualdad no existe, ni puede existir; a la izquierda, porque la desigualdad es tan evidente que sólo admitiéndola podrá lucharse por la verdadera igualdad el día de mañana. Contra ese acuerdo colectivo, la obra y la vida del filósofo Jacques Rancière responde de forma tan sorprendente como elegante: la igualdad existe, por supuesto, aquí y ahora, y la emancipación consiste en demostrarla, no en buscarla. El movimiento de la igualdad se demuestra andando.
La tesis sobre la igualdad de las inteligencias la encontró en la aventura de un maestro francés en el exilio. Joseph Jacotot (1770-1840), revolucionario y diputado, tuvo que exiliarse tras la restauración borbónica y acabó enseñando francés en Bélgica en 1808. Pero ni él sabía flamenco, la lengua de sus alumnos, ni ellos sabían francés. Una edición bilingüe de Telémaco publicada por entonces en Bruselas apareció como lo único en común, y a través de un intérprete emplazó a sus estudiantes a que leyeran la versión francesa comparándola con la flamenca. A final de curso, escribían en francés mejor que muchos franceses de cuna.
Habían aprendido cómo se aprende cualquier lengua: prestando atención, repitiendo, imitando, sin explicaciones. Explicar es simplificar para los inferiores. Jacotot se limitó a verificar que repetían acertadamente el modelo, y comprendió algo inasumible para el orden del sistema explicativo: si todo el mundo aprende por su cuenta a hablar y razonar, la igualdad de las inteligencias es el punto de partida, no la meta. “Rancière se dio cuenta de que cualquier igualdad programática acaba reproduciendo al infinito la distancia que pretende suprimir”, resume al teléfono Javier Bassas, autor de Jacques Rancière: ensayar la igualdad (Gedisa).
Rancière desarrolló la lección de Jacotot en El maestro ignorante(1987; edición en español, Libros del Zorzal, 2022), y aplicó esa mirada a la política. “La igualdad no es un derecho, no es algo sustancial, antropológico, del ser humano: es una hipótesis. Los derechos tampoco los llevamos encima, existen cuando se llevan a cabo”, comenta Bassas, coautor de El litigio de las palabras (Ned Ediciones), un libro de conversaciones con Rancière, al que también ha traducido.
El resultado es una concepción de la democracia, no como una forma de gobierno, sino como “el poder de cualquiera” que desde la Grecia del siglo V antes de Cristo lleva interrumpiendo el orden habitual de la desigualdad, con la igualdad que ejerce sin permiso. “El poder del demos no es el poder de la población ni el de su mayoría, es más bien el poder de cualquiera. Todo el mundo tiene el mismo derecho a gobernar que a ser gobernado”, afirma la politóloga Kristin Ross, comentando la confluencia de Jacotot y Ranciére, en Democracia en suspenso (Casus Belli). El pueblo de la democracia es sólo una figura que en cada época los insumisos llenarán de palabras para redefinirla como sujeto de la política: de los sans culottes a los obreros, de las mujeres a los sin papeles.
Braulio García Jaén, Jacques Rancière, el filósofo que piensa desde la igualdad de las inteligencias, El País 10/02/2024
Al amparo de la democracia ateniense, Aristóteles definió a los humanos como seres sociales, animales cívicos inseparables de las redes de afectos, vínculos, intercambios, solidaridades y sueños compartidos que nos anudan y sostienen. En su Política, argumentó que un individuo no logra ser feliz en una ciudad infeliz: las penalidades de tus vecinos son también tu desgracia. “Quien es incapaz de vivir en comunidad o quien nada necesita por su propia suficiencia no es miembro de la ciudad, sino una bestia o un dios”. El ideal de independencia y arrogante autonomía puede ofrecer una vida divina o fiera, pero en todo caso inhumana. También había sombras en la comunidad imaginada por Aristóteles; las mujeres y esclavos quedaban excluidos de la ciudadanía. Sin embargo, un mensaje poderoso late en sus palabras: todos los seres humanos somos políticos, y no solo los profesionales del gremio parlamentario.
Loables o detestables, las decisiones del poder nos afectan siempre. Quizá por eso, los griegos llamaban ‘idiota’ —cuya raíz significa “propio”— a quienes se desentendían de los asuntos públicos, pendientes solo de sus intereses particulares. En tiempos de sobresalto, la política se vuelve sospechosa y las sociedades se fragmentan en archipiélagos de esfuerzos aislados, privados —de aliento colectivo— y desconfiados. En esos momentos, cuando se ignora lo que nos anuda y abundan los idiotas, suben al poder quienes se las saben todas.
En uno de los más famosos diálogos de Platón, el filósofo Protágoras —portavoz intelectual de aquella joven democracia— se pregunta cómo logramos convivir en sociedad, pese a los conflictos y los exabruptos. Para explicarlo, cuenta un mito donde las ideas respiran, tienen carne, músculo y rostro. Cuando los dioses crearon el mundo, encargaron a dos titanes, Prometeo y Epimeteo, distribuir dones entre la multitud de seres vivos. Y, ay, el atolondrado Epimeteo —cuyo nombre significa “el que actúa primero y piensa después”— insistió en ocuparse a solas del reparto; como todos los grandes incompetentes, estaba muy seguro de sí mismo. Empezó por los animales: a unos dio garras y dientes afilados; a los más débiles, velocidad para huir o un hábil camuflaje. Sin embargo, olvidó reservar un regalo para la especie humana. Ahí quedamos, inermes, torpes, sin alas ni aletas, patilargos, cabezones, vulnerables… una calamidad. Para resolver el desastre, Prometeo robó del cielo la chispa del fuego y así aprendimos a encender hogueras. Apiadándose de nuestra especie desvalida, el dios Zeus nos regaló la justicia y el sentido político. Protegidos de la oscuridad y el frío por ambos dones –el fuego y la palabra que une–, inauguramos las veladas en torno al círculo hospitalario de luz para contar cuentos, coser y cantar, crear comunidad. Al amor de la lumbre, incluso antes de inventar las mesas, la humanidad practicó las sobremesas.
De esa manera, aunque seamos débiles por separado, nos hicimos fuertes al colaborar. No tenemos zarpas, pezuñas, aguijones o caparazones, pero aprendimos a tejer sociedades. Solos valemos poco, nuestra verdadera ventaja competitiva es el talento para cooperar. La filósofa María Zambrano nos definía como “soledades en convivencia”. En Persona y democracia reclamó “una sociedad humanizada donde lograr que la historia no se comporte como una antigua deidad que exige inagotable sufrimiento”. Frente al desamparo que siempre nos acecha y, a falta de colmillos, nos protege actuar como animales políticos, capaces de compartir, cuidarnos y divertirnos juntos. Gracias a los dioses, tenemos chispa. Y en la densa oscuridad, somos breves fulgores que se buscan.
Irene Vallejo, Animales, dioses idiotas, El País semanal 11/02/2024
I
Vuelta a casa. Día gris, Paisajes tristes. Pueblos encogidos. En el vagón del Iryo tenemos todos algo de ejército derrotado en una guerra de mentirijillas. Algunos duermen y más de uno se despertará con el cuello dolorido. Doy alguna cabezada. Leo un par de interesantes reseñas de un libro de Abigail Shrier titulado Bad Therapy: Why the Kids Aren't Growing Up. Me gusta.
II
Esta mañana, desayuno lento en el Hotel 4 Postes, frente a una gran cristalera. La camarera tiene ganas de hablar; yo, de mirar. En primer término, árboles en flor, levantando la bandera de la vida en pleno invierno. Más allá la ciudad. Ávila, la estoica. La vista es muy hermosa, aunque un poco triste, por la sensación de frío.
III
Después, charla en la UCAV y visita a Alonso Fernández de Madrigal, el Tostado. Vengo a verlo cada vez que paso por esta ciudad. Me gusta su gesto: las manos sobre el libro, como guardando la línea que acaba de leer, y la mirada en otro sitio, como rumiando lentamente una frase.
I
He amanecido en Madrid, a las 4:00. Y ya no me he podido dormir. Desvelado en una habitación de hotel, lo único que puedes hacer es intentar leer algo de manera intermitente y dar vueltas como una croqueta en una cama extraña.
II
Me he levantado temprano y he desayunado copiosamente. A las 8:30 ha venido Gloria Gallego para llevarme a la facultad de Humanidades del CEU, donde he pasado la mañana muy, muy a gusto. Los alumnos, atentos, educados, inteligentes. Les he dicho que por el respeto que me merecían no pensaba ponérselo fácil. Y he cumplido. La mañana ha terminado con una intervención magnífica de Tania Alonso, los ojos más luminosos de la pedagogía hispana.
III
Comida amena y carretera y manta, hasta Ávila, ciudad que siempre sorprende. A esta ciudad el frío le sienta tan bien...
IV
Estaba callejeando cuando me ha llegado un mensaje del mexicano Xavier Guzmás, que me vuelve a confirmar que mis espías siempre vuelven:
I
Reconocí ayer en X que me había gustado El sentido de consentir, de Clara Serra, no porque estuviera del todo de acuerdo con ella -cosa que a ella le importará un pimiento- sino porque me parece un fino ejercicio de libertad intelectual. Añado ahora que todo aquel que sabe que la prudencia no es una virtud intelectual es de los míos.
II
Clara Serra analiza exactamente lo que dice el título de su libro, el sentido del consentimiento, teniendo como fondo de su reflexión la famosa ley del Solo sí es sí.
III
En el Fedón de Platón y en la Primera carta de Juan el amor es “logos + filantropía".
IV
"Logos - filantropía" sería la ciencia pura: las matemáticas y, en general, el saber autista.
V
¿Y qué sería "Filantropía - logos"? Si interpretamos restrictivamente la filantropía como deseo del otro, la respuesta podría ser: "El deseo erótico".
VI
Las dificultades con las que se enfrenta la ley del “solo sí es sí” son las propias del intento de legislar un deseo sin logos.
VII
La casuística cristiana, que era consciente de estas dificultades, animaba a matar al deseo cuando estaba surgiendo, porque "quien evita la ocasión, evita el peligro" y "más vale revenir que lamentar".
VIII
Pero hoy, por una parte, estimulamos incondicionalmente el deseo (véase su uso como reclamo publicitario, la moda, el consumo de pornografía o algunas charlas de "educación sexual" [sic] que se imparten en las escuelas) y, por otra, le exigimos un procedimiento burocrático para su satisfacción.
IX
Eros sabe de artimañas, no de procedimientos. Para el Platón del Banquete Eros es un cazador terrible.
X
Me respondió Clara Serra: "Muy bueno", me dijo. Y nos hemos hecho "amigos" en X.
I
Ayer se me pasó el día volando. Tanto, que no me acordé de cumplir con mi precepto precepto de "nulla dies sine linea". Y no es que pasaran pocas coas. Hice unas albóndigas sublimes y una sopa de las caseras de chup-chup, con huesos de ternera, gallina y verduras, que nos alegrará el alma durante varios días. El sopero es un arte sutil y polícromo que requiere cariñosa paciencia.
II
Libro terminado... pero no.
III
Cada vez que acabo un libro tengo la sensación de que no he escrito ni una línea interesante. Todo me parece banal, insustancial y escrito con estilo de notario pobre. La experiencia me enseña que debo dejarlo dormir durante un mes y volver a él con la mirada descansada.
IV
Desayuno esta mañana, en la cafetería de la librería Laie con una persona a la que es un lujo conocer: Javier García Cañete. Hemos picoteado en mil temas, nos hemos reído mucho y hemos hecho planes para noviembre. Javier dirige con sabiduría pundonorosa la Fundación Botín. Intento convencerle para ir a Hornachuelos y recorrer a pie aquella parte de Sierra Morena, pero aunque e dice que sí, me está diciendo que no.
V
Esta tarde salgo para Madrid. Mañana tengo una conferencia en la Facultad de Humanidades de la San Pablo-CEU y el sábado otra en Ávila. La de Madrid se titula: "El logos filológico y el logos filantrópico" y la de Ávila, "¿Son evidentes las evidencias?" Me refiero a las evidencias pedagógicas, claro.
VI
Platón:
Oí una vez que la función principal de los espejos es dulcificar la percepción del tiempo. Si uno solo viera reflejado su rostro ocasionalmente, en lugar de hacerlo cada día, se pegaría unos sustos morrocotudos. ¿Quién diablos es ese tipo que me está mirando, pensaríamos frente a la imagen repentina de nuestra vejez?
Algo similar nos pasa a los que abandonamos hace mucho el lugar en que crecimos y volvemos a él de tarde en tarde. Al no percibir los cambios de esa manera amable y gradual que presta la rutina, la ciudad, barrio o pueblo al que retornamos nos parecen a veces lugares desconocidos. Tanto, que podemos llegar a sentirnos como extranjeros recorriendo las viejas calles familiares sin reconocer nada ni a nadie.
Esto es normal. Los lugares y las generaciones se renuevan, y ni la vejez ni la melancólica sensación de ser el rebalaje de un ola, sin reconocerte en la que viene, son cosas nuevas o evitables. Pero hay algo extraño e inédito en todo esto. La extrañeza de la que hablo ya no se produce al comprobar como los más jóvenes nos sustituyen, llenando de savia nueva los lugares en los que crecimos (¡ojalá fuera eso!), sino al salir a la calle y no ver más que el ir y venir de turistas anónimos, ese reciente espécimen humano que, sin ser ciudadano, vecino, ni tener vínculo generacional con nosotros, se ha convertido en el nuevo habitante de nuestros pueblos y ciudades.
Fíjense que de un tiempo a esta parte, ni tan rápido como para que nos alarmemos, ni tan lento como para que nos hagamos a la idea, los centros de nuestras históricas y hermosas localidades han cambiado la vida de sus calles, la alegre familiaridad de sus tabernas, el recuento vecinal de las plazas, y el tiempo meloso y lento de novios, niños, ancianos y pandillas, por el vagabundeo frenético de visitantes macilentos, o forzadamente entusiastas, ejercitando el cansadísimo oficio de hacer turismo; ese simulacro de aventura consistente en fotografiar monumentos, comprar souvenirs, estragarse en restoranes, consumir espectáculos y volver agotado el hotel tras completar el circuito completo.
Y hay que recalcar que se trata de turistas, no de viajeros o visitantes con los que quepa confraternizar y hacer vida en común. El viajero o visitante se integra allí donde va; el turista se limita a cumplir con el programa, sin necesidad ni tiempo de conocer nada, ni más relación social que la que tiene con sus proveedores de información, entretenimiento y baratijas. Los viajeros habitan el lugar y nos dejan el poso de sus vidas y, a veces, de su obra; el turista, ocupante fugaz de casas y calles, carne de franquicia y espectáculo a granel, es pieza intercambiable de un engranaje industrial que los expulsa, exprime y retira cada fin de semana, sustituyéndolos por otros idénticos a los que se fueron.
Miren, si no, como van convirtiendo los centros históricos de Barcelona, Madrid, Sevilla, Cádiz, Granada, Cáceres, Mérida, o los pueblos más bonitos de la Vera o el Jerte (por no hablar de comunidades enteras, como Baleares o Canarias) en inmensos parques temáticos plagados de pisos turísticos y habitantes de opereta en los que, definitivamente, nadie conoce ya a nadie, y en los que, por cierto, cada vez será más frecuente pagar por simplemente dar un paseo, como pretenden hacer en la Plaza de España de Sevilla.
No sé a ustedes, pero a mí me parece vivir en un mundo de gente cada vez más profundamente desarraigada (antes que nada de sí misma). Un ejército de muertos de aburrimiento que van y vienen sin cruzarse ni dejar huella en ningún sitio, ni fuera ni dentro de sí, limitándose a acumular simulacros de vitalidad de los que al cabo de un mes se acordarán tan poco como de la penúltima película que vieron en Netflix.
Y no es esto una simple expresión de «turismofobia» (esa razonable manía que le tiene la gente a la especulación urbanística, la imposibilidad de descansar o la locura de levantar casinos o campos de golf en mitad de una dehesa), sino de algo más profundo: de la constatación de la enorme impostura en que, sin un espejo o reflexión que la delate, nos vamos sumiendo todos. La distopia de un mundo en que nadie parece estar ni en sí mismo ni en ningún sitio, y donde todos, obligados a simular una vitalidad que no tenemos, nos empeñamos en movemos aparatosamente de aquí para allá para que nada (salvo esa inmensa nadería que es el dinero) se mueva realmente hacía ningún lado.
Frente a este cosmopolitismo de cartón piedra que es el turismo, y su cultura de folleto satinado, siempre acabo por recordar a sir James Frazer, y lo que disfruté viajando por las páginas de La Rama dorada. En esta obra suya, que se convirtió en un hito de la antropología cultural, describía e interpretaba, con todo lujo de detalles, una incalculable y fascinante cantidad de ritos, mitos, relatos y costumbres de todos los lugares de la Tierra. Y todo ello sin apenas salir de la de la biblioteca de su universidad. Yo no creo que haya un solo turista, por vueltas, selfis y destinos exóticos que se haya marcado, que tenga, ni por asomo, más mundo que el que tuvo sir James.
I
Día completamente improductivo, perezoso, indolente, laxo. La imaginación se me va de aquí para allá, a su aire, y me deja de caprichoso observador de mí mismo. No está mal. De vez en cuando estos días saben muy bien.
II
Los estados de ánimo siempre se presentan sin llamar. Se apoderan de tu casa y se quedan a vivir allí. Lo bueno de la jubilación es que puedes entregarles tranquilamente el mando. No pasa nada porque estén un día entero de okupas.
III
Me llama Leticia Lombardero. Sigue creciendo el número de inscritos en la Tatiana para el seminario de filosofía.
IV
Esta mañana he recibido una propuesta tan insospechada como halagadora. Me proponen de una universidad española el cargo de director académico de un máster de humanidades. He agradecido muy sinceramente la invitación, pero yo ya solo estoy para mis caprichos y mis estados de ánimo.
V
La bombilla sigue sin aparecer. Esta mañana la hemos buscado mi mujer y yo con denuedo. Pero nada. Debe de haber en mi habitación un duende caprichoso.
I
Esta mañana he escrito un buen capítulo. Básicamente, trataba de las dificultades de escribir un buen capítulo. Y me he quedado tan satisfecho. He comenzado a redactarlo temprano en la plaza de Ocata y lo he acabado cuando daban las 14:00 en la Plaza de les Dones, entre cafés. Después he comprado una bombilla. Una bombilla. He entrado a mi cuarto con ella en la mano. Lo recuerdo muy bien. Pero no sé dónde la he dejado y no tengo manera de encontrarla.
II
Me escribe Leticia Lombardero de la Fundación Tatiana. La preinscripción en el seminario Después de la orgía va viento en popa. Hay ya más de 30 solicitudes. De todos los preinscritos se seleccionará un grupo de unas 20 personas. Colaborar con la Tatiana es un lujo.
III
Aquí delante, en la azotea de una casa blanca del otro lado de la calle ha salido un joven a fumar. Fuma lentamente, pero con grandes caladas, mientras pasea de un lado a otro como un tigre enjaulado. Observo sus movimientos fascinado por no sé qué y me pregunto quién observará los míos.
IV
Comienzo a leer una de esas cosas que no me gustan pero que creo que hay que leer para saber cómo va el mundo: Viure com els ocells, de la filósofa Vincianne Despret. Para mi sorpresa me está gustando, pero no porque comulgue, ni mucho menos, con la tesis de la autora, sino porque me muestra con detalle hasta qué punto cuando intentamos aprender algo de la naturaleza lo que hacemos es proyectar sobre la naturaleza la lección que queremos aprender.
V
Veo en mis nietos todo lo que vi en mí hace tantos años y que sus padres no pueden ver todavía. Y lo que veo me produce tanta ternura... son exploradores del mundo en busca de ese junco verde que Colón, cansado de tanta agua, descubrió un día flotando a la deriva. La tierra estaba cerca.
VI
Me escriben de la Editorial Trota. Siempre le estaré agradecido a Alejandro Sierra, porque él publicó mis primeros libros. Me comunica los derechos de autor que han devengado durante el año pasado dos libros que publiqué hace años: Prometeos y Guía para no entender a Sócrates. Total a cobrar: 39.15€. Es poca cosa, pero no se pueden hacer ustedes la alegría que me da comprobar que se siguen, aunque gota a gota, vendiendo.
VI
Videoconferencia con las buenas gentes de la Fundación Pere Tarrés. ¡Qué labor más admirable desarrollan!
VII
Me acaba de llegar:
I
Finalmente parece que ha dejado ver su cara el invierno, pero lo ha hecho de una manera tímida, como si se avergonzara de sí mismo. O sea, hace fresco.
II
A punto de terminar un capítulo, me salta de forma inesperada una frase a la pantalla del ordenador que dice, exactamente, lo contrario de lo que acabo de decir hace dos párrafos. Por una parte me enfado conmigo mismo, porque así no hay forma de acabar el capítulo; pero, por otra, me felicito, porque me he dado la oportunidad de pensar mejor las cosas. El problema es que siempre hay un pensamiento mejor sobre todo. Lo que creo definitivo marca solo los límites de mi inteligencia.
III
La pedagogía moderna parece creer en la existencia de competencias generales a todas las asignaturas. Es cierto. La competencia más general es el arte de hincar los codos. De volver sobre lo escrito, por ejemplo, y dejar aflorar eso que intuyes que sabes pero no sabes formular con precisión porque no acabas de saberlo bien.
IV
¿Por qué los niños muertos en la franja de Gaza causan en Europa mucha más indignación que los niños muertos en Ucrania?
V
Hay que mirar cara a cara a la política, con todo lo que tiene de patio de colegio, y aceptar que eso infantil, rudo, sofístico y sesgado es, ni más ni menos, la filosofía primera.
I
Día de nubes algodonosas y bajas sobre un fondo de azul casi añil. Ahora, al atardecer, las cosas se iluminan con tonos pasteles y el pueblo parece tocado por un punto de irrealidad. Las jacarandás que tengo delante de la ventana de mi cuarto se mueven con una elegancia perezosa. Han caído cuatro gotas, pero estas nubes llevan agua. Al cielo le ha dado por partirse en franjas, a lo Rothko.
II
Me escribe mi querida y añorada Lourdes Sánchez, directora de los coros juveniles de Venezuela. Viene a España y coincidimos el día 19 de marzo en Madrid. ¡A ver si nos podemos ver! Tenemos muchas cosas que contarnos.
III
Mañana productiva en ideas pero parca en páginas. Cada vez que la búsqueda de una palabra me detiene, sé que el problema no es de esa palabra, sino de confusión de ideas. Hay, pues, que parar y rumiar en busca de claridad y distinción. Nietzsche decía que había que leer como las vacas, rumiando. Es cierto; pero aún es más cierto que hay que escribir también rumiando. Esto último lo decía Llull.
IV
Comienza a llover con más fuerza. Quizás podamos revivir una tormenta. Las jacarandás cogen ritmo.
V
Páginas de Ortega sobre Leibniz, preparando el seminario de Madrid. Ortega es profundo y claro. Y esa claridad confunde a no pocos lectores que creen entenderlo todo. Pero la claridad de Ortega solo se entiende cuando se lee con hambre de claridad. A Zubiri se lo respeta más... y yo creo que es porque se lo entiende menos.
VI
Hace algunos años, en el bar del Círculo de Labradores de Sevilla, le oí decir al añorado Aquilino Duque que Calvo Serer le desaconsejaba leer a Ortega porque se podía leer en el tranvía. En cambio, añadió, a Zubiri nadie le discute el título de filósofo grande. Por algo decía don Américo Castro, su suegro, que tenía la habilidad de añadir oscuridad a las tinieblas.
I
He ido a recoger el coche al taller. En la entrada, bien visible, están expuestas las cosas bien claras: 127,05€ por hora. Más las piezas de recambio. Conclusión: el próximo que me pida que escriba un artículo gratis o que de una charla por amor al arte, se va a enterar.
II
Ayer recibí una invitación del ayuntamiento de un pueblo de Lérida para dar una charla. Les he dicho que si tengo que presentar factura electrónica, ni hablar. No hago facturas cuya confección me me lleve más de 2 minutos. No me han contestado. ¿Aún?
III
Día largo, con un ligero dolor de cabeza intermitente e imágenes dolorosas, espantosas, del incendio de Valencia. El miedo ancestral al fuego desbocado es lo que revive en estas llamas. El fuego nunca será completamente domesticado. Esta es la esencia del mito de Prometeo.
IV
Leo por ahí que un memo anda rebuznando que el arte de Velázquez era esclavista. La excentricidad se ha envalentonado y la excepción se ha convertido en tribunal de la norma.
V
Esta mañana, al levantarme, he visto esperanzadoras gotas de lluvia colgando de las ramas deshojadas de la jacarandá de la calle. Pero ha sido una lluvia de paso, tímida y sin nervio. Protocolaria. Después, a lo largo del día, sol y viento a ráfagas. Y un cielo limpio, inmaculado.
VI
He leído poco y no había escrito nada hasta ahora. El precepto de "Nulla dies sine linea" ha de ser cumplido en este Café de Ocata.
I
Termino, con cierto cansancio, los Ensayos sobre filosofía política de Philipp Mainländer. He subrayado pocas cosas. Recuerdo esta: "Para la mayoría de los hijos, sus padres viven demasiado tiempo; si no lo dicen, al menos lo piensan".
II
He llevado esta mañana el coche a revisar y a cambiarle las ruedas. Una fortuna. Cuando lo llevaba pensaba que este será mi último coche. Cada vez conduzco menos. Pueden pasar semanas sin que lo saque del garaje. Y cada vez siento con más claridad que mis reflejos no son lo que fueron. Nada grave, pero lo evidente se impone.
III
Larga siesta. De esas en las que la existencia te arropa y te da un beso en la frente para que caigas dulcemente en la placidez de la nada. La siesta es la experiencia de la nada rica.
IV
Ayer un millonario me decía que hay ricos pobres.
- También pobres ricos, yo soy uno de ellos -le contesté-.
IV
Me llaman de un medio porque quieren saber mi opinión sobre la introducción de la robótica y del lenguaje computacional en la escuela. No sé muy bien lo que he dicho, porque me han despertado de la nada.
V
I
A las 9:50 me subía al tren Iryo en la estación de Sants y a las 12:35 me bajaba del tren en la estación de Atocha de Madrid. Como se anunciaban atascos fenomenales con la llegada de los tractores, he ido en metro hasta Nuevos Ministerios y de allí a Castellana/Joaquín Costa, donde había quedado con todo un leonés de pro, Secundino González, la facundia cordial.
II
La Fundación Fomento del Diálogo me invitó a comer y a hablar de educación en el Jai Alai. El lugar bien merece una visita, pero hablar y comer es tarea bien compleja para un humano, especialmente si se siente rodeado de gentes serias y sesudas, que saben de la vida mucho más que él, un pobre platonista. Claro que Secundino ha demostrado una caballerosidad impecable e implacable conmigo que es muy de agradecer.
III
Lo principal en estos casos es no aburrir, no estropearle la digestión a nadie, y decir lo que se piensa. De vez en cuando Secundino, al quite, decretaba "pausas de hidratación", porque nada hay que combine mejor con la palabra que el vino. Ha estado bien. El torno de preguntas ha sido vivo e interesante y hemos acabado todos tan amigos.
IV
Entre los presentes me he encontrado con una sorpresa muy agradable: la de la presencia de Marta Fernández Munárriz, navarra de Pro. Me cae muy bien esta mujer. Tiene una risa franca, acogedora, sin malicia y una amabilidad inagotable.
V
El leonés de Pro querían acompañarme hasta el tren, pero yo necesitaba silencio y soledad y he preferido ir andando hasta Atocha. Una hora de camino no es nada que no haga habitualmente en El Masnou.
V
En la Puerta de Alcalá me he encontrado con los tractores y los agricultores, que ocupaban la calle Alfonso XII en dirección al Ministerio de Agricultura. Siento una íntima solidaridad con estos campesinos, porque uno de ellos bien pudiera haber sido yo, si la vida no se hubiese entrometido para torcer lo que parecía un destino elemental.
VI
He llegado a la estación con 20 minutos de adelanto. Con tranquilidad me he dirigido al control de entrada. No me han dejado pasar. Me había sacado el billete de vuelta para ¡¡¡el 21 de marzo!!! Sin embargo se han portado conmigo con suma amabilidad y he conseguido un asiento en el último minuto. Desde él, mientras la noche se cierra sobre Castilla, pongo punto final a esta crónica. A las 21:00 está previsto que llegue a Barcelona.
VI
Me gusta el tren. Por las razones que sean, me resulta fácil escribir en él. Las ideas circulan sin problemas y las hojas van llenándose, aunque ya veremos qué me parecen cuando las relea.
Lo comentaba el otro día con un amigo y
colega de fatigas docentes: ¿Qué hacemos con el alumno o alumna que se toma en
serio la encendida defensa del pensamiento crítico que hacen las leyes
educativas? ¿Pueden ser críticos también con sus profesores o sus padres, o
solo con sus iguales, los influencers de Youtube o las letras de
reguetón? Cuando pienso en la de veces que he visto alabar al alumno dócil y calladito,
y denostar al que mostraba una mínima actitud crítica, me entran las dudas… «¡Cuidado,
que ese es de lo que te contestan!» – he escuchado en multitud de
ocasiones—; o de «los que te lo cuestionan todo» – he oído otras tantas –…
En ocasiones he tenido que confesar a mis alumnos que por mucho que en los temarios se diga que hay que desarrollar la competencia crítica, el esforzarse en ello no siempre acarrea el premio merecido… Diga lo que se diga (les digo), a muy poca gente le agrada la crítica. Y en esto casi da igual que esta sea argumentada, respetuosa y constructiva, o furibunda e insultante (como las que abundan en las redes). ¡Casi diría que puede ser peor la primera, pues obliga a tomarse la crítica en serio y, a veces, a algo tremebundo: a cambiar públicamente de opinión!
Algunos compañeros más sabios, y quizá escarmentados, me dicen que a los alumnos hay que enseñarles también a diferenciar lo ideal de lo real: lo ideal es que sean críticos y lo cuestionen todo, pero la cruda realidad es que en ocasiones, y si no quieren problemas, «estarán más guapos con la boca cerrada». Como consejo no está mal. El problema es que en el ámbito de la filosofía esto de lo ideal y lo real no está tan claro. Platón, por ejemplo, decía que hay que tender a lo ideal y no cejar en la crítica razonada, cueste lo que cueste (¡qué se lo digan a Sócrates!). Y Kant, otro filósofo que se enseña en clase, decía que la ética consiste en actuar según principios, y no movido por ningún cálculo de costes y beneficios. ¿Entonces? ¿Animamos a los chicos a ser siempre críticos? ¿O solo cuando conviene?
El propio Kant esbozó una sugerente teoría política al respecto. Él pensaba que una nación sería cada vez más justa e ilustrada si en ella se enseñaba a los ciudadanos a criticar libre y públicamente lo que quisieran, siempre que se guardaran de hacerlo durante el ejercicio de su función o cargo profesional. Así, un militar, un profesor, un inspector fiscal, etc., deberían poder criticar libre y razonadamente como ciudadanos (fuera de su horario laboral por así decir) a las instituciones para las que trabajaran, siempre que en el desempeño de su cargo cumplieran fielmente sus obligaciones y se ajustaran a la doctrina imperante (y mientras esta no fuera totalmente contraria a sus principios, claro). Esto permitiría que la sociedad progresara – gracias a la actitud crítica de la ciudadanía – sin que peligrara el orden social.
Kant solo hacía una excepción a su regla. Había un solo oficio en que el Estado debería permitir la misma crítica sin restricción que se permitía en el ámbito cívico: el de filósofo. La razón es que este oficio es el único que consiste, justamente, en cuestionarlo todo. Kant pensaba que un régimen que quisiera ser ilustrado habría de tolerar, e incluso desear, ese grado radical de crítica interna. Un régimen fundado en la razón solo podría legitimarse permitiendo que se razonara sobre y desde sí mismo.
¿Qué les parece? Reparen, por cierto, en que Kant publicó estas revolucionarias ideas allá en la Prusia del siglo XVIII y bajo la monarquía de Federico el Grande, quien parece que se mostraba de acuerdo con el filósofo («Razonad sobre todo lo que queráis, pero obedeced» era su lema, según Kant). ¡Ya quisieran los iranies, los chinos o los rusos actuales (que se lo digan a Alexéi Navalni) vivir en un régimen como el de este déspota (ilustrado) de hace tres siglos!
¿Y en cuanto a nosotros? ¿Qué respuesta deberíamos dar a la pregunta del principio desde nuestras modernas democracias liberales? ¿Deberíamos empeñarnos en enseñar a niños y adolescentes a ser ciudadanos libres y críticos?... Parece obvio que sí (más aún si el Estado, como es nuestro caso, ha dispuesto a la filosofía como materia troncal del sistema educativo). Esos alumnos y alumnas criticones y respondones deberían ser, pues, el modelo a imitar (y no a denostar), los primeros de la clase, los hijos e hijas a exhibir ante las visitas…
Tal vez por ese camino llegáramos algún día a vivir en democracias plenas, en las que no solo los filósofos (y sus alumnos) tuvieran el privilegio de criticarlo constantemente todo, sino también, y sin más límites que los de su saber o ciencia, el resto de intelectuales, científicos, periodistas... Aunque para ello tuvieran que ser algo parecido a funcionarios. No habría gasto mejor justificado para un Estado que el de tener en nómina (y a salvo de los gobiernos de turno) a aquellos tábanos encargados de mantenernos despiertos a todos…
I
Me llama la atención la manera como nos desentendemos de las consecuencias desagradables de lo que nosotros mismos no dejamos de provocar. Pienso en el uso de los móviles por parte de los niños.
II
No dejamos de fomentar, de manera incondicional, las nuevas tecnologías, pero nos asusta que esos mismos niños a los que animamos continuamente a ser autónomos las usen a su manera.
III
No dejamos de estimular el deseo sexual. No sé si ha existido alguna vez una sociedad más exhibicionista y sexualizada que la nuestra. Pero queremos que aquello que se exhibe incondicionalmente se exprese de manera protocolaria.
IV
Hablamos mucho a los niños en las escuelas de educación sexual, sin pararnos a pensar que los adultos ponemos el acento en "educación" y los niños se quedan con "sexual". Estimulamos su curiosidad a edades más tempranas que nunca, pero queremos que no satisfagan su curiosidad autónomamente en las pantallas, no sea que vean pornografía.
I
¿Pasará Sánchez a la historia como un robusto ejemplar de "puer robustus"?
II
Betty me envía un vídeo en el que Régis Debray confiesa que "La vieillesse est un sauvetage, parce qu'on va à l'essentiel."
III
Si, es así, la vejez nos salva de lo accidental, de ese andar saltando de rama en rama, intentando no dejar sin explorar ningún brote del árbol de la vida, que es inalcanzable. Poco a poco vas apreciando el nido que tienes en la horquilla de dos ramas y el placer de ver, desde allí, la fronda sacudida por el viento. Disfrutar de un café en la terraza de un bar en una pequeña plaza descubierta al azar en tu paseo por una ciudad desconocida puede ser más satisfactorio que seguir con voracidad las indicaciones de la guía turística a la caza de fotos de lo reseñable. Uno acepta que el bien vivir también es perder con serenidad multitud de cosas reseñables... para ganar el lujo de un buen café en una plaza pequeña de una ciudad en la que estás de paso.
IV
Ayer, diez páginas. No está mal. Ya veremos qué hago con ellas al releerlas hoy. Avanzo. No siempre en la cantidad, pero sí en la claridad conceptual. Escribir no es solo una forma de transmitir ideas. Es, sobre todo, una forma de tenerlas.
I
Los domingos están hechos para los jubilados.
II
Te levantas con aquella levedad festiva de cuando trabajabas y aún tenías el día por delante, pero tras la comida no te atrapa esa miserable tristeza de las últimas horas del fin de semana, insoportables, que nos recuerdan que no hay redención.
III
Cuando estás jubilado las tardes de los domingos son como las de los sábados y las de cualquier otra tarde de la semana: la redención.
IV
En la Historia de la decadencia escribe Cioran palabras definitivas sobre esta sombra negra que se cuela en las casas acompañando la llegada del atardecer del domingo: "La única función del amor es hacernos soportables las tardes de domingo, crueles e inconmensurables, que nos dejan heridas que nos hacen daño durante el resto de la semana, e incluso durante toda la eternidad".
V
No leo apenas prensa y cuando, inevitablemente, choco con la actualidad noticiable, me da la sensación de que se trata de acontecimientos de una realidad de la que solo parcialmente formo parte.
VI
La política es, sin embargo, la filosofía primera. Y por eso cuesta aceptar todo cuanto tiene de infantil. Pero acabas aceptando, con el paso del tiempo, que lo infantil y sus tragicomedias son la realidad primera.
I
"La educación amplía la individualidad, pero de manera negativa: suprimiendo las limitaciones que impone el temor". (Philipp Mainländer). Exactamente es esto a lo que me refiero cuando digo que la persona educada es aquella que puede presentarse en cualquier sitio.
II
Este mediodía caía sobre la plaza de Ocata un Sol desbocado, excesivo y contumaz. Un alud de sol. Pero no había ni una sola sombra a la que poder acogerse. He aguantado.
III
Después se han presentado los de los tambores. Es obvio que estas cosas gustan, sirven para socializar y hacer amigos, divertirse, relajarse, etc. ¡Pero qué tabarrón! ¡Qué estruendo! ¡Qué ensañamiento dinamitando el silencio! Cuantas personas hay en la cárceles por delitos ecológicos menos graves! No he podido aguantar.
IV
Sigo avanzando despacio con la escritura. Mi ritmo: escribir, borrar, reescribir, ampliar, reducir--- ¿borrar?
V
¡Que rico me ha salido hoy el arroz"
I
Día calmado, de trabajo intenso y poco adelanto. Tocan días así de cuando en cuando.
II
En estos días, me pongo escribir y acabo creando un laberinto de conceptos del que no sé salir. La única solución es tirar todo lo que he escrito a la papelera y comenzar de nuevo.
III
Mantengo a media tarde una muy grata conversación con Ferran Riera. Hablamos del dolor alegre. El día 8 de marzo nos veremos en Vic. Ferran es una de esas presencias capaces de alterar la gravedad ética de todo lo que se encuentra a un radio de 5 metros de distancia. Un vórtice cordial. Tengo que darle alguna vuelta a esta idea de las presencias éticas. En Vic estarán también Miguel Ángel Tirado, inspector de educación al que admiro, y Marta Zaragoza, inefable, como todo ser singular.
IV
He pasado demasiadas horas infructuosas delante de la pantalla del ordenador. Me duele la cabeza e intuyo que no voy a dormir bien. Ha comenzado a caer una lluvia limosnera que no calmará la sed de Cataluña.
V
He ido a la iglesia, al Via Crucis. Pocos, entrados en años (a todos nos cuesta arrodillarnos) y, además, desafinamos cantando. Pero quizás un Via Crucis genuino tenga que ser así.
VI
Desde hace años el Viernes Santo es para mí San Nihilismo. Creo que la manera honesta de vivir la Semana Santa es como la vivieron los apóstoles, sin esperar el domingo de resurrección. La alegría del domingo no es verdadera alegría si no hay verdadero nihilismo el viernes.
I
Soy de una generación que recibió muchas broncas en la infancia por la adicción, incuestionable, que tuvimos a los tebeos, que nos impedían estudiar lo que debíamos. Con el tiempo los tebeos pasaron a llamarse cómics y alcanzaron respetabilidad cultural. Ahora están en las bibliotecas escolares.
II
Después, como padre, viví con bastante tranquilidad aquellos años en los que los juegos de rol se demonizaron y eran la fuente de todos los peligros de la adolescencia. Ahora se llaman "escape room".
III
Más adelante el mal pasó a llamarse "videojuego". A mí me gustaron y me gustan y los he defendido públicamente. Hoy hay toda una filosofía del videojuego.
IV
Por supuesto hay cómics, juegos de rol y videojuegos moralmente condenables. ¡Pero es que en el hombre todo es cuestión de grados!
V
Ahora cuando el demonio es la pantalla, lo que me pregunto es qué necesidad han venido a cubrir. ¿Qué es aquello a lo que la pantalla ha dado respuesta? Pienso que son una respuesta no demasiado inteligente a lo insoportable que se nos ha vuelto la espera. Y de eso las pantallas no son culpables, aunque en modo alguno contribuyan a su solución. La espera no dejara de ser insoportable sin móviles.
VI
Hay algo de una sinceridad cínica y terrible en las pantallas. Pienso en esas parejas que en la mesa de un restaurante están pendientes del móvil y, por lo tanto, diciéndole de hecho al otro: "Esto me interesa más que tú". Y como el otro responde de la misma manera, no pasa nada. Lo importante es lo que pueda haber tras la cena. La cena es solo un ritual de espera.
I
Masnou, donde. vivo, es un pueblo singular. ¿En qué otro sitio del mundo la cajera del supermercado te lanza, a botepronto, esta pregunta: "¿Cómo hace un filósofo para soportar el mundo en que vivimos?"
II
Un poco antes la dependienta de la carnicería se ha estado dedicando a ordenar su parada pasando olímpicamente de mí, que estaba de pie, delante de ella, como un pasmarote. Finalmente me he dado media vuelta y me he ido.
III
La respuesta que le he dado a la cajera: "Valorando más en tu paso por el supermercado el trato de la cajera que el de la carnicera".
En el prefacio del De disciplinis escribe Vives: "Si encontráis algo de verdadero en mis escritos seguidlo, no por ser mío, sino por ser verdadero. Sed discípulos y secuaces de la verdad donde quiera que la encontréis".
No encuentro esta cita en Vives, sino en un libro escrito por un joven de 17 años, Eloy Bullón Fernández, titulado El alma de los brutos (Madrid 1897).
II
Ayer presentamos la biografía de Platón en la No llegiu:
IV
Que haya un día de los enamorados es un poco cursi, pero en las cosas del amor, lo cursi es moneda corriente y tampoco hay que desaprovechar ninguna ocasión para ser en ellas razonablemente cursi.
V
No leo la prensa, pero cuando, por casualidad, caigo en la debilidad de leerla, me encuentro con la evidencia de que la prensa española se ha convertido en prensa de combate.
Menudo cambalache, que dice el tango. Los pequeños y medianos agricultores clamando contra lo mismo que puede salvarlos de las garras del mercado y los efectos del cambio climático, mientras la derecha, copromotora de los tratados de libre comercio, de los privilegios de las distribuidoras y del reparto injusto de las subvenciones, subiéndose al tractor a ver qué cae en las urnas gallegas y europeas…
Las quejas de los agricultores y ganaderos contra las exigencias medioambientales son desconcertantes, pues es de tales exigencias de lo que depende precisamente su futuro. Por muchos controles que se apliquen, los productos de los países extracomunitarios, cuya mano de obra puede ser hasta cinco o diez veces más barata, serán siempre más competitivos. Es por ello por lo que hay que proteger el único valor añadido de nuestra agricultura y ganadería: su calidad y la garantía que ofrecen para la salud (la nuestra y la del planeta, que vienen a ser la misma); algo que supone, obviamente, someter a más controles la actividad agropecuaria. Es eso, junto a la educación de la ciudadanía en las virtudes de un consumo sostenible y responsable, lo único que puede salvar el campo europeo. Eso o cerrar fronteras, reivindicar la autarquía e irse a Davos a gritar con los ecologistas y la izquierda alternativa contra los males de la globalización…
Y un apunte sobre la burocracia: los agricultores y ganaderos europeos están entre los más protegidos del mundo. Entre pagos directos y ayudas al desarrollo rural la UE invierte casi el 40% de su presupuesto en un 4.5% de la población, generadora de apenas un 1.6% del PIB, siendo España el segundo país receptor de estos fondos. Se pagan subvenciones y ayudas públicas frente a todo tipo de contingencias, algo impensable en casi ningún otro lugar del planeta. Y es obvio que a todos nos parece esto muy bien. Pero este gigantesco esfuerzo económico – que proviene de nuestros impuestos – implica trámites burocráticos, que no se imponen para torturar a nadie, sino para asegurar que los fondos llegan sin corruptelas a quienes lo necesitan. Y para cuidar de la seguridad alimentaria de todos, no se nos olvide. ¿O es que nadie se acuerda ya de cuántos desastres sanitarios han estado relacionados con la relajación del control burocrático sobre productos agrícolas y ganaderos? ¿Se acuerdan del aceite de colza, de la enfermedad de las vacas locas, de la peste porcina, del coronavirus…?
Otro tiro disparatado de los agricultores es el que apunta a la Agenda 2030, una relación de objetivos liderados por la ONU en la que se apuesta literalmente por duplicar la productividad agrícola, aumentar los ingresos de los productores de alimentos a pequeña escala y apoyar a los agricultores y ganaderos familiares. ¿Nos subimos a un tractor para poner a parir un proyecto que viene a subrayar el valor de nuestra agricultura y ganadería tradicionales frente al avance imparable de las macrogranjas y el monocultivo industrial controlado por grandes corporaciones? Eso no hay quien lo entienda.
Si los indignados autónomos y pequeños empresarios agrícolas y ganaderos quieren tomar un rumbo coherente deben dirigir sus quejas y tractores (como excepcionalmente hacen) a otro sitio: a las multinacionales de la distribución, a los fondos de inversión que especulan con la tierra y los precios, o a las sedes de aquellos partidos políticos que defienden sin condiciones los tratados y convenios bilaterales de libre comercio. Denunciar esos tratados, exigir la aplicación estricta de la Ley de la Cadena Alimentaria o demandar medidas para que no sean los grandes propietarios quienes arramplen con el 80% del dinero que llega desde la UE, son algunas de las cosas concretas por las que sí que tendría sentido cabrearse y sacar el tractor a la calle.
Es cierto que exigir medidas regulatorias y de control del mercado son cosas de esos malditos rojos de la izquierda (al menos, de la que no está entretenida con las bobadas de la guerra cultural), pero ¿quién sino la izquierda habría de defender a los que están abajo alimentando los beneficios astronómicos de los de arriba – esos que, más que urbanitas o gente de pueblo, son nativos de islas privadas y paraísos fiscales –?
Mientras no se entienda todo esto, me temo que lo recorrido y bloqueado no habrá servido para casi nada, salvo para que se suban al carro, disfrazados de salvapatrias, aquellos que no tienen otro propósito que el de liberalizar aún más el sector primario, aunque eso suponga reconvertir y vaciar del todo la España rural.
I
Me encuentro en la cafetería de la Laie con Francisco Martínez (encuentro de trabajo). He pasado antes por la librería. Cojo los Ensayos sobre filosofía política de Philipp Mainländer. Abro el libro. Comienza así: "Desde siempre mi estilo ha sido no huir del diablo, sino mantenerme firme y mirarlo fijamente a los ojos, cogiéndolo por los cuernos; y, cuando este ígneo compañero se atravesó en mi camino, tampoco dejé de retirarle la capa para poder ver bien sus pezuñas". Ya no lo suelto.
II
No con el diablo, pero sí con el infierno es con lo que me encontré en el repleto cercanías que me llevó hasta Masnou. La intimidad era eso. En esta marabunta de carne cansada la lucha por la vida se convierte en lucha existencial por un asiento. El tren iba tan lleno que al llegar a mi destino me costó salir. Estábamos todos encajados, como las piezas de un puzzle humano.
III
Háganme caso: la higiene es un buen invento.
IV
Cena: tortilla de patatas y un vaso de vino. La felicidad.
Descartes, segona Meditació