Para buena parte de la ciudadanía las políticas de desregulación, globalización y la economía de la innovación son vistos como una verdadera amenaza que parece no beneficiar más que a un pequeño grupo de diplomados de las mejores universidades. Vivimos en un sistema económico y político que favorece la concentración de las riquezas y el poder, sin que beneficie l conjunto de la población. pero antes incluso que una cuestión de justicia, hay también un problema de comprensión; tras las protestas frente al nuevo capitalismo hay tanto una indignación moral como una irritación ocasionada por la perplejidad.
Esta evolución reciente del capitalismo forma parte de esa creciente virtualización del mundo que mucha gente no termina de entender. Se trata de un modelo económico que refuerza el poder de los dirigentes o del capital, mientras disminuye el valor del trabajo humano. Al igual que la producción en masa había desconectado al obrero de los talentos que eran antes necesarios para los artesanos, el marketing de masa desconecta ahora a los trabajadores de sus clientes. Tal vez el ejemplo más elocuente de esta desconexión lo encontramos en el oficio de banquero, despersonalizado y regido por fuerzas impersonales que operan a distancia del lugar de trabajo. Puede ser ilustrativo recordar a este respecto que en los Estados Unidos del siglo XIX estaba prohibido abrir una sucursal en una localidad diferente del lugar de origen de la casa central del banco. Para evaluar la fiabilidad de cualquier operación de préstamo e inversión, los banqueros tenían que ser capaces de mantener una relación directa con los prestatarios, y capacidad fundada sobre la experiencia practica de la comunidad. Hoy este conocimiento práctico del cliente ha sido reemplazado por los modelos algorítmicos, y el consejero bancario por la burocracia.
Esta intermediación y lejanía se verifica en otros muchos ámbitos en los que se está llevando a cabo una desmaterialización del mundo del trabajo. Lo está plantando de un modo muy interesante el filósofo americano Matthew Crawford, que reivindica, frente al capitalismo de casino y la economía especulativa, el mundo industrial e incluso artesanal, como prueba el hecho de que se defina a sí mismo como un filósofo y reparador de motos. (...)
Hay en todo ello mucha nostalgia y una visión romántica del viejo modelo industrial, una consideración demasiado negativa dela globalización e incapacidad de entender la transformación de la economía del conocimiento, que no necesariamente equivale a la especulación financiera.
Daniel Innerarity, La democracia según Trump, Claves de Razón Práctica nº 251, Marzo/Abril 2017