Thomas Jefferson y Adams |
Desde el pasado martes, un estremecimiento recorre el espinazo de nuestra racionalidad liberal. Si los norteamericanos son gobernados por el populismo es que todos estamos expuestos a él. La sombra de la democracia ha demostrado que puede oscurecerla si no se pertrecha frente a ella. El panorama de Occidente en la próxima década está expuesto a que se repita el fenómeno populista por doquier. La causa está en el colapso global de la Modernidad.
La democracia liberal y el mercado libre han perdido su capacidad de ilusionar. Esta pérdida ha generado un proletariado emocional de humillados, ofendidos y enfadados con las estructuras institucionales que clama venganza contra ellas.
Hoy en Estados Unidos, ayer en Reino Unido o Colombia, y mañana quizá en Italia, la emoción desnuda triunfa en las urnas sobre la razón. Así, los malestares silenciosos de muchos se transforman democráticamente en el griterío de un malestar colectivo que todos pagamos al ver cómo se hiere la democracia a sí misma. ¿Qué hacer? Confiar en que sobreviviremos al populismo y trabajar por devolver a la Modernidad política su prestigio. La democracia es una idea demasiado luminosa como para verla definitivamente oscurecida por la sombra populista.
Confiemos ahora en que los padres de la Constitución norteamericana hicieran bien su trabajo. Más de 200 años después, su arquitectura ha sido puesta a prueba en sus fundamentos. Aquellos que tensionan su legitimidad al atribuir el gobierno a la voluntad mayoritaria dentro de los límites que impiden su arbitrariedad. Esto llevará a que si la Casa Blanca desarrolla una agenda populista, la naturaleza compleja del Gobierno federal reequilibrará esa tentación con el contrapoder del imperio de la ley y el respeto judicial de los derechos individuales. Y es que, como decía John Adams, la democracia o es republicana o es la tiranía de la mayoría.
De ahí que la envoltura republicana de la democracia norteamericana sea ahora el principal cortafuegos frente al populismo. En aquélla y en el liberalismo que lo fundamenta están las garantías institucionales frente a la arbitrariedad del gobierno del mayor número. De manera que lo que protege a la democracia de sí misma estriba en que en Estados Unidos la democracia es el gobierno de las leyes y no de los hombres.
Estoy convencido de que el trabajo de Adams y Thomas Jefferson se impondrá al populismo. Confiemos en que el diseño institucional y legal que desarrollaron preserve la libertad de sus enemigos mediante el imperio de la ley. De los exteriores ya lo demostró en dos guerras mundiales y en la Guerra Fría. Ahora toca frente a los enemigos interiores. Ahora tiene que proteger la libertad de todos ante un pueblo que ha caído en la tentación emocional de gobernarse por el populismo.
José María Lassalle, Adams y Jefferson "versus" Trump, El País 10/11/2016