Las grandes nevadas y los atentados terroristas tienen puntos en común. Nos preocupan, nos hacen sentir débiles e indefensos. Querríamos que alguien nos garantizase una mayor seguridad. Los colapsos de tráfico producidos por los temporales de nieve de hace algunas semanas son un buen ejemplo de ello, y las peticiones de mayor previsión y seguridad que leímos en los medios de comunicación no fueron pocas. En cambio, Elisabet Viladomiu, directora del servicio de apoyo a la gestión de crisis del Institut Cerdà, hablaba del difícil equilibrio entre la previsión y lo que acaba pasando y de la necesidad de acabar aceptando el "riesgo de incertidumbre". Asimismo, Sergi Saurí, director del Centre d’Innovació del Transport (CENIT, consorcio entre la Generalitat de Catalunya y la UPC), consideraba que no tiene sentido hacer grandes inversiones para estar permanentemente preparados para afrontar grandes nevadas, insistiendo en que hay que valorar los costes asociados a luchar contra un fenómeno que sufrimos sólo una vez cada cinco años.
Coincido plenamente con el análisis de Sergi Saurí y con su planteamiento de saber vivir en el riesgo. Por desgracia, vivimos inmersos en el mito de la seguridad. Desde una falsa creencia en la omnipotencia de los que pretenden protegernos y en los artefactos que supuestamente nos garantizan una mayor tranquilidad, deseamos y pedimos el máximo nivel de seguridad sin percatarnos de que es una quimera, porque el coste de un riesgo nulo es infinito.
Veamos el caso de las nevadas de hace unos días. De vez en cuando nieva, y se bloquean algunas carreteras. Nos sentimos desprotegidos, rápidamente buscamos culpables (esto de buscar culpables es básico) y exigimos planes de prevención que garanticen una mayor seguridad. Pero ¿qué grado de seguridad deseamos?. Pensemos en tres alternativas: el plan de prevención actualmente vigente, un plan más sofisticado con más sistemas de coordinación y máquinas quitanieves, y el mejor plan actualmente existente en el mundo. Evidentemente, ninguno de los tres planes pueden garantizar un riesgo nulo, con total ausencia de nevadas en el futuro. Hagamos lo que hagamos, acabaremos teniendo algún colapso de tráfico por nevadas, aunque sea al cabo de cincuenta años. Y cuando ocurra, la gente protestará y pedirá mayor seguridad. ¿Qué debemos hacer? ¿Qué riesgos debemos reducir y cuáles no?. La respuesta nos viene de la mano de la estadística, que nos ayuda a conocer la probabilidad de aquellos sucesos "raros" que nos afectan de vez en cuando. Los sucesos independientes que nos afectan de vez en cuando siguen la llamada ley de distribución de probabilidad de Poisson, que sólo depende del número medio anual (por ejemplo) de sucesos. El razonamiento estadístico nos explica que debemos aceptar el riesgo inherente a la vida, siendo conscientes de que nunca podremos anular el riesgo de padecer colapsos de tráfico por grandes nevadas.
Lo interesante de todo ello es que el razonamiento estadístico en base a probabilidades sirve en todos los contextos de riesgo. Hagamos el ejercicio de repetir el párrafo anterior substituyendo "nevadas" por "atentado terrorista". Queda así: "De vez en cuando sufrimos un atentado terrorista, como en el caso del atentado a la revista Charlie Hebdo. Nos sentimos desprotegidos, rápidamente buscamos culpables (esto de buscar culpables es básico) y exigimos planes de prevención que garanticen una mayor seguridad. Pero ¿qué grado de seguridad deseamos? ... Hagamos lo que hagamos, acabaremos teniendo algún atentado terrorista, aunque sea al cabo de cincuenta años. Y cuando ocurra, la gente protestará y pedirá mayor seguridad. ¿Qué debemos hacer? ¿Qué riesgos debemos reducir y cuáles no?"
Si analizamos adecuadamente los riesgos y las probabilidades y si no nos dejamos engañar, veremos que la pretendida falta de seguridad en el mundo actual (hablo sobre todo del primer mundo) es falsa. Es la excusa para incrementar el gasto militar y el volumen de las fuerzas de seguridad, y para continuar fabricando armas. Los atentados terroristas generan miedo, el miedo irracional genera peticiones de mayor seguridad, la necesidad de más seguridad termina en más peticiones de armas, y estas nuevas armas terminarán en manos de gente violenta y terroristas. Para romper el círculo hay que entender bien donde hay riesgo y qué situaciones son en cambio menos peligrosas de lo que pensamos, racionalizando siempre nuestros miedos y reacciones.
La revista National Geographic nos presentaba hace poco la probabilidad que tenemos de morir por diferentes causas. En el gráfico del artículo, vemos en primer lugar la probabilidad que tenemos de morir: es del 100%. Todos moriremos. También vemos, con datos de Estados Unidos, que la probabilidad que tenemos de acabar muriendo de un ataque al corazón es de uno entre cinco (20%) y que la de morir como resultado de un cáncer es de uno entre siete (un 14%) mientras que la probabilidad de morir de forma violenta por arma de fuego es de uno entre 314 (un 0,3%). Y, evidentemente, la probabilidad de morir por arma de fuego en Europa es aún más baja.Fuente: nationalgeographic.com (Originally published in the August 2006 National Geographic)
¿Por qué nos inquieta tanto esta pretendida falta de seguridad (que implica un riesgo bajísimo) y en cambio pensamos mucho menos en nuestra dieta y en el riesgo de acabar muriendo de un ataque al corazón o de un cáncer? Probablemente porque nuestra percepción del riesgo es totalmente acientífica y se basa en mitos y en intuiciones equivocadas. Un análisis estadístico con espíritu crítico y con la cabeza fría nos demuestra que no deberíamos tener miedo a morir como consecuencia de actos violentos, que deberíamos temer más los viajes en coche que los que hacemos en avión, porque lo más probable es que acabamos muriendo por alguna malfunción de nuestro propio cuerpo.
Si somos capaces de adoptar una actitud más tranquila ante el riesgo de la posible violencia de los demás, estaremos rompiendo los argumentos de quienes hacen propaganda de la necesidad de mayor seguridad para terminar incrementando el gasto militar.
Pere Brunet, El mito de la seguridad, Plantea futuro. El País, 21/02/2014