La manía de la predicción, hay ansiedad por anticiparse y modelar el futuro, caracteriza las élites de hoy. El reciente debate en las Cortes sobre el derecho a decidir de los catalanes desencadenó un frenesí por avanzar resultados. Y no para de especularse sobre qué pasará en los seis meses que nos separan del 9/N. Las cábalas, especulaciones y autoprofecías —que quieren autocumplirse— son lo normal en la vida de estas élites políticas. Como si avanzar el futuro diseñara un hoy que ya es pasado. Hay prisa loca. El para qué es un lugar común. Impulsores y detractores de la independencia de Cataluña dan por hecho, desde hace al menos dos años, que el pueblo catalán es independentista per se. Lo saben mucho antes de preguntárnoslo. ¿No es magnífico?
La manía de la predicción es el último invento de los consultores políticos, esa raza guay de seres entregados y agudos que abren paso a sus jefes (ver Quai d'Orsay, obra maestra de Bernard Tavernier, para entender el espíritu de sacrificio de tal profesión). Ya que las encuestas fallan (engañar a las encuestas es un it) científicos del marketing político norteamericanos y españoles descubren los “mercados de predicción” (sic) como arma infalible para saber qué pasará.
Las posibilidades de esos mercados son múltiples: algunos lo fían todo a la “sabiduría (innata) de las multitudes” (¡socorro!). Otros priman estasabiduría permitiendo apostar, dando incentivos, sobre la probabilidad de que la opinión común se decante por A por B (¡S.O.S.!). La última tecnología permite mil combinaciones en esa ciencia que hoy se expande (ver Antoni Gutièrrez-Rubí en Alternativas económicas, marzo 2014). Empresas españolas ya ofrecen sus servicios sin reparos, si bien un experto dice que “opinamos sobre ideales pero apostamos sobre creencias”. ¿Lo sabían nuestros devoradores de futuro que hoy anticipan lo que votaremos dentro de seis meses?
La predicción más clásica se basa en dos elementos pedestres: la ignorancia y el olvido. Ignorar que los hombres más antiguos sentían la misma necesidad por predecir y modelar el futuro que hoy sienten quienes han sido incapaces de asimilar los avances culturales y sociales producidos tras siglos de civilización es apostar a ciegas sobre la sabiduría de las masas. Pero entrar en cómo se forma la sabiduría y la ignorancia de masas e individuos obliga a debatir sobre educación y propaganda, lo dejo para otro día.Si las ultimísimas ciencias sociales descubren la pólvora predictiva deberían volver a los clásicos y al oráculo de Delfos (siglo VIII a C.): pura religión. Pero, efectivamente, el siglo XXI cree que sistematizando los datos sobre cada uno de nosotros se podrá acabar sabiendo qué haremos el año que viene. Parece magia pero es tecnología.
El olvido, en cambio, es habitual entre nuestros contemporáneos:gadgets, prótesis y saberes tecnológicos urgentes compiten por nuestro tiempo. Hay que apresurarse tanto para estar el día que nos olvidemos de cosas calificadas de menores y anticuadas de nuestro pasado, como fue el “asedio al Parlament” el 15 de junio de 2011 por los del 15-M. Eso fue lo que yo pensé al leer los periódicos y ver las televisiones al día siguiente: todos coincidían en hablar de “asedio por primera vez al Parlament”. Dudé sobre mi propio recuerdo: aquello yo lo había visto antes. Pero los déjà vu son a menudo espejismos, así que lo olvidé.
Al resucitar ahora el tema con el juicio, en la Audiencia Nacional nada menos, donde Artur Mas declaró (por videoconferencia) que “nunca había visto una protesta como la del asedio al Parlament” volví a pensar en el déjà vu que todos seguían sin recordar. Esta vez quise comprobar mi propia memoria: removí archivos y hablé con gente que el 30 de mayo de 1984 vivieron otro asedio al Parlament con una importante diferencia, entonces no se llamó asedio sino manifestación, que algunos calificaron de “patriótica”. Artur Más olvida también que entonces colaboraba en una empresa de los Prenafeta y (desde 1982) con el Departamento de Comercio de la Generalitat.
Ese día de mayo del que pronto se cumplirán el 30 años, las crónicas hablan de una manifestación de entre 50.000 y 300.000 personas, según los convocantes, que en desagravio por su inclusión en la querella que el fiscal general del Estado presentó sobre Banca Catalana, acompañaron a Pujol hasta la Generalitat. Viejísima historia, épica eterna. La Guardia Urbana acordonó el Parlament y policías ymossos no intervinieron, ni siquiera cuando los diputados socialistas (cosa normal entonces) eran insultados y sus coches zarandeados mientras Pujol decía que aquella concentración, en protesta por “una jugada indigna contra Cataluña” era “un acto histórico”. El olvido general que hoy llama asedio a una manifestación incluye que entonces se gritó con fuerza “Pujol president, Catalunya independent”. La vida. Devoramos el futuro e ignoramos el pasado. ¿Y si el pasado olvidado fuera la más fiable predicción de futuro?
Margarita Rivière, Devoradores de futuro, El País, 15/04/2014