Los más jóvenes han ingresado a un tipo de sociedad en que la gran mayoría de los hombres y mujeres experimenta una condición que antes correspondía solamente a las ‘clases medias’: a diferencia de los estratos ‘superiores’ (ahora denominados ‘élites globales’) y de los ‘inferiores’ (ahora ‘clase marginal’), ellos no se encuentran ante una escasez, sino más bien un exceso de modos de vida entre los que optar, y contemplan los enormes riesgos que conlleva elegir uno de ellos, a expensas de los demás, igualmente atractivos en potencia: los riesgos de tropezar, resbalarse… y caer. Las ansiedades e inquietudes que afligen actualmente a los jóvenes provienen, por un lado, de la aparente abundancia de posibilidades, y por otro, del miedo a tomar una mala decisión. En todo caso, una que no sea ‘la mejor decisión posible’. En otras palabras, el horror de perder una oportunidad maravillosa cuando queda (poco) tiempo para aprovecharla.
A diferencia de sus padres y abuelos, criados en la etapa ‘sólida’ de la modernidad, ahora no hay códigos de conducta perdurables, acreditados (mucho menos acreditados y perdurables) que puedan enmarcar decisiones recomendadas, y guiar a los que deciden a lo largo de un itinerario simple, una vez que la decisión ha sido tomada. La idea de que dar un paso podría (simplemente podría) ser un error, y de que luego podría (simplemente podría) ser demasiado tarde para contrarrestar las pérdidas que causó, por no mencionar la imposibilidad de revocar esa decisión desgraciada, no dejará de atormentarlos. De ahí, el rechazo hacia todo lo que corresponde al ‘largo plazo’: ya sea proyectar la propia vida, o los compromisos hacia otros seres vivos. En una publicidad reciente se anunciaba la llegada de un nuevo rímel que “te promete seguir linda durante 24 horas”, y comentaba: “Se trata de una relación comprometida. Una pincelada y tus bonitas pestañas soportarán lluvia, transpiración, humedad, lágrimas. Sin embargo, la fórmula puede removerse fácilmente con agua tibia”: 24 horas parece ya una ‘relación comprometida’, pero incluso un ‘compromiso’ como este no resultaría atractivo, si sus rastros no fueran fáciles de remover… (...) Lo que mayor importancia tiene para los jóvenes es, entonces, no tanto la ‘formación de la identidad’, como la habilidad para re-formarla cuando lo dicte la ocasión. La preocupación de los ancestros sobre la identificación está siendo desplazada por la preocupación sobre la re-identificación. Las identidades deben ser descartables; una identidad insatisfactoria, o una identidad que traicione su edad avanzada cuando se la compare con ‘nuevas y mejoradas’ identidades disponibles, debe ser fácil de abandonar; tal vez la biodegradabilidad sea el atributo ideal de la identidad más fuertemente deseada.
Ante la ausencia de valores durables, acreditados e irrefutables, la evaluación de alternativas sólo puede obedecer el esquema de los bienes comerciales: el modelo de identidad escogida debe ser ‘puesto en venta’ para ‘encontrar su valor’. Como observó
Pierre Bourdieu, para el sentido común, inspirado en el
pensé unique de la economía, una mercancía no tiene valor a menos que haya consumidores, y el valor que tiene, o el que puede adquirir, se mide por el número y la intensidad de su dedicación. El castigo que corresponde al fracaso de encontrar/crear consumidores para la identidad diseñada y empleada es la exclusión: el equivalente social a un tacho de basura.
Vibeke Wara descubrió que la gente joven tenía un talento especial para promocionarse a sí misma, y sugirió que la efectividad de dicho talento se mide mejor por el número de contactos de los que hacen gala; los ‘más talentosos’ son los que más contactos tienen (en redes sociales).
“Hoy en día los adolescentes sienten la presión de construirse identidades más grandes, como las celebridades que ven en los medios de comunicación”, ha dicho Laurie Ouellette, profesora en estudios de la comunicación y experta en
realities de TV en la Universidad de Minnesota. ‘Identidades más grandes’ quiere decir principalmente mayor exposición: más gente mirando, más usuarios (de banda ancha/internet) capaces de mirar, más devotos de internet estimulados/excitados/entretenidos por lo que han visto –lo bastante estimulados para compartirlo con sus contactos (denominados, haciendo caso a la sugerencia de los sitios web de las ‘redes sociales’, como ‘amigos’).
¿Podemos culpar a los jóvenes por pasar sus vidas persiguiendo una ilusión? Difícilmente. Ellos son seres racionales, como lo fueron sus predecesores (y como serán, probablemente, los sucesores). Por lo tanto, hacen lo posible para responder a los desafíos sociales de manera razonable y efectiva; para trazar una estrategia de vida a partir de las condiciones socialmente enmarcadas en que transcurren sus vidas. Ellos no eligieron (ni mucho menos crearon) la condición ‘líquido-moderna’, en la cual ninguna representación del sí mismo es segura a largo plazo; en la cual lo que hoy es de rigueur está condenado a ser vergonzosamente anticuado mañana, o pasado mañana. En la cual, en otras palabras, mantener actualizada la representación es una tarea de veinticuatro horas al día, y de siete días a la semana.
En consecuencia, los referentes de los conceptos principales que enmarcan y cartografían el mundo vivido y sobrevivido, el mundo que los jóvenes experimentan personalmente, están siendo gradualmente transferidos desde el mundo
off-line al mundo
on-line. Los conceptos como ‘contactos’, ‘citas’, ‘reunión’, ‘comunicación’, ‘comunidad’ o ‘amistad’ –todos referidos a lazos sociales y relaciones inter-personales– son los más destacados. La transferencia no puede sino modificar el significado de dichos conceptos, de los comportamientos que evocan y promueven. Uno de los principales efectos de la nueva locación de los referentes es la percepción de los lazos sociales y compromisos como fotografías instantáneas en el proceso continuo de renegociación, menos que como estados perdurables. La “fotografía instantánea” no es una metáfora del todo feliz: aunque ‘instantáneas’, las fotografías pueden sugerir mayor durabilidad de la que los vínculos y compromisos electrónicamente mediados poseen. En el caso de los medios electrónicos, borrar y re-escribir o sobrescribir, algo inconcebible en el caso de los negativos de celuloide y papeles fotográficos, son opciones importantes a las que se acude con frecuencia; en efecto, se trata del único atributo indeleble de los vínculos electrónicamente-mediados.
Zygmunt Bauman,
Identidades instantáneas y descartables, Revista Ñ. Clarín 18/01/2017
Traducción: Andrés Kusminsky