
https://www.rtve.es/alacarta/videos/el-cazador-de-cerebros/raices-violencia/5709352/
El hambre es una de las amenazas que puede llegar a englobar a todo ser vivo dentro de esta tierra y desde luego es una de las mayores causas de muerte en el mundo. Aparte de la sensación de vulnerabilidad, de debilidad, de vacío, y de dolor, el hambre también desarrolla enfermedades peligrosas en nuestros cuerpos hasta el punto de llegar a matar a miles de niños y adultos en un solo día. ¡Es una barbaridad!
Pero la gran pregunta es ¿somos suficientemente conscientes de lo que está pasando con la humanidad en pleno siglo veintiuno?
Tanto nuestra población, como la de nuestros países vecinos, vivimos en una sociedad desarrollada donde no tenemos como objetivo en la vida la supervivencia como la tiene otra gente sinó que todo lo contrario porque no nos falta ni de comer ni beber, ni ropa para vestir, ni un hogar donde vivir, y ni tan solo un hospital; así que no digamos que vivimos en un país pobre sino que todo lo contrario somos afortunados por tener lo que tenemos , porque creedme , hay mucha gente pobre que vive en la miseria y que desearía vivir como vivimos aunque fuera nada más que por un día, y es que ni eso, solamente desearían tener un trozo de pan y agua para llenar sus pobres estómagos y la de sus familias.
¿Qué países sufren la amenaza del hambre ?¿Cuáles son las causas que producen este índice de mortalidad por hambre y pobreza en estos países ?
Mayoritariamente sabemos que muchas de estas personas que pasan hambre, viven en países pobres y menos desarrollados como por ejemplo :Etiopía, Chad, Timor Oriental, República Centroafricana, Comores, Sierra Leona, República de Yemen, Angola, Bangladesh, Zambia, Mozambique, India, Madagascar, Níger, Yibuti, Sudán, Nepal…., pero cabe destacar que toda esta pobreza y esta hambruna es causada a raíz de grandes factores como guerras, sequías, conflictos armados, inestabilidad política y económica, desastres naturales…
Todos estos factores crean gran preocupación y desconcierto en la sociedad de estos países y mucha gente de ellos sienten la obligación de emigrar y escapar del hambre, la pobreza y la guerra para buscar una vida mejor y poder salvar sus vidas y la de sus seres queridos aun sabiendo que hay muchas posibilidades de la muerte tanto en el intento como en el trayecto.
Pero parece ser que hay gente que durante muchos años ha profundizado tanto en su interés individual que se ha olvidado de los demás o ha querido olvidarlos. Desde luego , creo que hay personas a las que no les importa lo que pueda pasar con està gente que lo pasa mal, pero también cabe destacar que hay muchas personas solidarias a las que de verdad les interesa cambiar lo que està ocurriendo y hacen todo lo posible para ayudar y reivindicar sus derechos, però el único problema es que estas reivindicaciones y denuncias por desgracia acaban olvidadas si no las acompañamos de una propuesta de actuación concreta.
Pues resulta ser que es cierto, siempre decimos que hemos progresado en la humanidad pero sigue habiendo gente a la que no le importa lo más mínimo ni hace nada al respecto y lo más impresionante es la poca atención que concede los medios de comunicación a este problema .De hecho si mucha más gente de la que hay ahora, colaborase con las ONG que alimentan a miles de pobres, seguramente en este mundo no existiría ni una sola persona con hambre.
Yo creo que a veces nos olvidamos de la cruda realidad, porque muchas veces en nuestro día a día lo que hacemos es desperdiciar mucha comida, agua o mucho dinero. Por ejemplo cuando nos sobra comida del almuerzo o de la cena, lo que hace mucha gente es tirarla a la basura, o a veces compramos alimentos que sabemos que no comeremos y que acaban caducando en nuestra casa y finalmente acaban en la basura, o también cuando gastamos el dinero en tonterías que no nos hacen falta, o a veces cuando nos lavamos los dientes o nos ponemos el champú en la ducha y dejamos los grifos abiertos sin utilizarlos y gastando mucha agua…
¿Qué podemos hacer las personas para ayudar a cambiar esta situación ?
A parte de reivindicar, donar y col·laborar con estas ONG, yo creo que lo que podemos hacer también es aportar un granito de arena más y procurar ser más responsables en nuestra rutina diaria como por ejemplo dejar de desperdiciar tanto las cosas que están a nuestro alcance y pensar que hay otra gente que podría vivir y alimentarse de lo que desperdiciamos y echamos a tirar cada día .
Para concluir tengo que decir que es verdad que nunca podremos llegar a ponernos en la situación de esta pobre gente que lo pasa tan mal, ni tan solo nos podremos imaginar estar en la situación donde están porque sinceramente, rompe el corazón imaginar como esta gente lucha por sus vidas, queriendo comer y crecer pero no poder, viendo cómo los miembros de su familia caen uno detrás de otros y no saber qué hacer, viendo pasar sus vidas delante de ellos y no poder hacer nada. Sinceramente yo creo que debemos y tenemos la obligación de ayudar a esta gente para que puedan salir adelante, pero para conseguir este objetivo tenemos que col·labora todos juntos, empatizar y ayudar a los más débiles, aunque sea donando 1 euro al mes, o aunque sea no desechando la comida, ni el dinero sin conciencia. Y siempre intentando ayudar a la gente más necesitada para poder cambiar este mundo a mejor y erradicar el hambre de una vez por todas, porque las vidas de estas personas valen lo mismo que las nuestras.
El mundo sufre un choque de demanda. La gente no puede darse el lujo de comprar mucho y, además, teme por sus deudas e ingresos, por lo que restringe sus gastos. Esto conduce al desempleo y al crecimiento del precariado. Un ingreso básico estimularía la demanda de bienes y servicios básicos.
La renta básica universal es una política de transformación. Y creo que este es un momento en el que podríamos tenerla de forma global. Podría ser una forma de salvar o transformar al capitalismo. Retendría algunas de las características beneficiosas de la economía de mercado.
Ninguna política por sí sola puede eliminar la pobreza. Sin embargo, una renta básica actuaría para disminuir la pobreza de ingresos y, si se diseña adecuadamente, reduciría la desigualdad.
Una renta básica mejoraría la libertad personal. No puedes ser libre si eres desesperadamente pobre, inseguro o dependiente de otros para sobrevivir con dignidad. Y da seguridad. Sin eso, la inteligencia de las personas disminuye y su capacidad para tomar decisiones racionales se deteriora. Daría resistencia personal en una pandemia.
Las personas que tienen seguridad básica trabajan más, no menos. Pero en cualquier caso, la pandemia nos está mostrando que algunos de los trabajos más valiosos son aquellos por los que no se paga, como el trabajo de cuidados. Un ingreso básico permitiría a más personas realizar ese trabajo. ¿Qué hay de malo con eso?
Óscar Granados, entrevista a Guy Standing: "No puedes ser libre si eres pobre", El País 22/11/2020
¿Cuál sería, pues, la especificidad de este acto de transmisión del saber? La especificidad radica, de entrada, en el hecho de admitir – es decir, una consideración ética – que uno no es maestro de un alumno si no es reconocido como tal para este. Inversión, pues, de la aproximación actual donde el profesorado como colectivo es instituido de entrada como trabajador con una función a ejecutar. Esto es válido desde un prisma legal, pero no desde la pedagogía. ¿Cómo se produce, entonces, este proceso de reconocimiento por parte de cada alumno y que se reconoce en el maestro? La respuesta no es ni unívoca ni con pretensión de universalidad: encontrar en el discurso que encarna el docente un saber que le concierne, que impacta en su subjetividad, la que se encuentra en un momento de desestabilización profunda fruto de la salida del periodo de latencia sexual analizado por el psicoanalista vienés Sigmund Freud (1856-1939), al tiempo que se produce toda una resignificación y caída de los ideales familiares transmitidos a lo largo de la infancia . En medio de esta sacudida subjetiva, ¿qué saber puede encarnar el docente en el acto de transmisión dentro del aula? Un saber que haga pregunta, que plantee un enigma que anime, precisamente, la dimensión del sujeto que, tal como ya apuntó el filósofo GWF Hegel (1770-1831) y Lacan teorizó con todo detalle, es siempre insatisfecho por estructura: el deseo.
Tal como se puede apreciar, estoy planteando una paradoja: el docente puede encarnar, en su acto de transmisión de un saber, algo que despierte la atención del motor subjetivo que empuja hacia la vida, el cual, sin embargo, se ve siempre insatisfecho. ¿Por qué? La respuesta, a nivel sintético, es simple: si el deseo encontrara un objeto final que el saciado, se autodestruye, viéndose aniquilado por esta satisfacción que no permitiría continuar con su recorrido. Así pues, ningún docente no tiene ninguna garantía previa de poder encarnar este saber, elemento para el que hay un paso lógico y temporal previo: situar al alumnado en la pregunta, no en la certeza ni en la pura afirmación. He aquí el papel de la mayéutica socrática: a través de la pregunta movida por una dialéctica continua sin fin, hacer emerger un elemento que la mayoría de los alumnos ignoran: no saben que ya saben algo previo al trabajo conceptual de una cuestión. No saben que saben algo, es decir, se trata de un saber in-consciente. Es precisamente en este gesto mayéutico que se puede propiciar una conexión de cada alumno con su saber inconsciente donde el maestro puede adquirir una función primordial: renunciando a encarnar una versión estandarizada, enciclopédica o escolástica del saber, lo presenta como un enigma atractivo que puede operar de manera que interpele la singularidad de cada alumno. Se trata, pues, de presentar el saber como objeto agalmático, elemento que permite que se instaure el elemento fundamental para toda pedagogía y educación: un vínculo transferencial entre maestro y alumno.
Si se entiende que la Filosofía es, ante todo, la apertura de una pregunta que se sustrae a un supuesto sentido común y presuntos certezas, transmitir un saber filosófico es, ante todo, hacer un acto de amor (aquí encontramos el Philos griego) hacia rozar lo interroga y que no dispone de una respuesta definitiva. En este sentido, deploró el hipotético desprecio del alumnado de secundaria y bachillerato hacia la Filosofía es no querer hacerse cargo de que, para que un cambio tenga lugar, también hay que cambiar las reglas del juego que estructuran el vínculo entre maestro y alumno. No me refiero a una estéril disputa por la normativa curricular, sino a un viraje subjetivo de aquellos que encarnamos la figura del docente, lo cual, a su vez, es condición de posibilidad (sin garantía de necesidad) para que el alumnado entre en un deseo de saber que, para desplegarse,
¿Qué es, pues, transmitir la Filosofía? Subjetivar aquella máxima paulina que se encuentra en una de sus epístolas, el título de la que he (sintomáticamente) olvidado: «No soy yo, sino Cristo en mí» que, en términos laicos, se convierte en un «No soy yo el dueño del saber, sino mero canal para la pregunta que te permita pedirte quién eres tú «.
Andrés Armengol, La transmisión de la Filosofía desde el deseo de saber, catalunyaplural.cat 22/11/2020
Tener un pensamiento crítico es un estado mental, casi un rasgo de la personalidad, que engloba el afán de conocer la verdad, la necesidad de disponer de pruebas, la tendencia a imaginar varias explicaciones posibles y una cierta apertura a las ideas contrarias. Es lo que el investigador Kurt Taube denomina «factor de disposición». A partir de una serie de evaluaciones llevadas a cabo en 1995 con 198 personas, este psicólogo demostró que se explican mejor los resultados obtenidos con los tests de pensamiento crítico cuando se integra esta dimensión a la personalidad en lugar de analizar solo las capacidades de razonamiento.
En concreto, los investigadores identificaron tres características principales que promueven el pensamiento crítico: la curiosidad, el deseo de encontrar la verdad y la humildad. En 2004, Jennifer Clifford, de la Universidad Villanova, en Pensilvania, y sus colaboradores midieron de manera conjunta el CI, el pensamiento crítico y la personalidad de los una serie de personas. Hallaron una relación entre la apertura a las experiencias (rasgo de la personalidad que incluye la curiosidad y el afán por conocer cosas nuevas) y la puntuación del pensamiento crítico. ¡Y ello sin que importara el CI! Con otras palabras: usted puede ser poco inteligente pero estar dotado de un buen pensamiento crítico. Numerosos estudios, basados en un diseño similar, subrayan, asimismo, la importancia de este rasgo de la personalidad.
Más allá de la curiosidad, el ejercicio del pensamiento crítico, al exigir cierto esfuerzo intelectual, solo sucederá si la persona se centra en la búsqueda de la verdad. Se puede ser capaz de actuar con gran rigor, pero no poner en práctica esta capacidad a diario. En 2009, Kelly Ku e Irene Ho, de la Universidad de Hong Kong, valoraron el pensamiento crítico de 137 personas que habían sido interrogadas sobre su interés por la verdad a través de un cuestionario diseñado para ello. Por ejemplo, debían indicar su grado de acuerdo con cuestiones como: «Las soluciones correctas a los problemas deben ser determinadas por personas en función de la autoridad que tengan» o «La diversidad de puntos de vista crea confusión en vez de ayudar a clarificar las cosas». Cuanto más revelaba este test el deseo por la verdad (si se respondía, por ejemplo, que la autoridad sola no es suficiente para asegurar la pertinencia de una solución, o que la diversidad de puntos de vista no puede dañar la verdad, si es que existe), más aumentaba la puntuación de pensamiento crítico.
Si se da una vuelta por las redes sociales para curiosear sobre el debate en torno a la homeopatía, se percibe la potencia de este factor. Se hallarán numerosos comentarios del tipo: «No me importan los estudios. La homeopatía me parece bien. Creo en ella, y punto». Esta postura no es necesariamente la de una persona superficial o modestamente inteligente: revela, simplemente, una forma de estar con el mundo. Para algunas personas, la decisión de creer no es algo absurdo, porque en el fondo la verdad no les importa. Otras, en cambio, la aprecian y, en consecuencia, manifiestan una cierta «vigilancia epistémica» buscando pruebas en la medida de lo posible. Se trata de una de las bases del pensamiento crítico, independiente del CI. Se pueden desear pruebas, incluso si los medios disponibles para obtenerlas son limitados; y a la inversa, se puede estar muy capacitado para encontrar pruebas, pero no tener un deseo desmesurado de conseguirlas.
Finalmente, la humildad intelectual figura en lo alto de los factores que favorecen el pensamiento crítico. A quienes les falta, manifiestan una rigidez mental; ante pruebas adversas, no cambian jamás de opinión. Todo lo contrario que Mark Lynas, ambientalista y antiguo activista contra los transgénicos y ahora defensor de los cultivos genéticamente modificados. Después de sopesar ciertos aspectos científicos, renegó públicamente de sus afirmaciones iniciales. Se esté o no de acuerdo con él, debe reconocerse su modestia y coraje: para pensar de forma crítica se necesita dudar de sí mismo, no solo de los demás, y en ocasiones admitir que se está equivocado.
Entonces, ¿es la necesidad de ser «más inteligentes que los otros» lo que lleva a un médico como Montagnier a rechazar las vacunas o a un académico como Courtillot a negar el cambio climático? Solo ellos lo saben, o tal vez no, puesto que tal necesidad rara vez es consciente. Pero una cosa es segura: la ausencia de una o varias de las mencionadas características de la personalidad (apertura, ansia de verdad, humildad) puede desembocar en conductas irracionales en individuos con mentes muy ágiles.
Éléonore Mariette, Nicolas Gauvrit, Pensamiento crítico: más allá de la inteligencia, Mente y Cerebro, noviembre/Diciembre 2020
Me levanto temprano para poner una gran cazuela de cocido al fuego. A los pocos minutos comienzan a expandirse por la casa los efluvios del chup-chup. Esto, para mí, es la esencia de un hogar. En mi caso se produce, además, un efecto colateral muy beneficioso: nunca trabajo con más rapidez e inspiración que cuando uno de estos guisos de cuchara inunda la casa con aromas de infancia.
Hay días en que nada más abir los ojos ya sabes que el ánimo va a hacerse el remolón y va a ir a la suya. Los viejos de mi pueblo hablaban del "temple." "¿Cómo va hoy el temple?", se preguntaban unos a otros al saludarse. Pues hoy ando con el temple así así. Y sin razón alguna para ello. Mis estados de ánimo son tan agrestes y voltarios que no saben nada de educación emocional.
Hasta ahora, cuando acompañaba a mi nieto al colegio iba con él hasta la misma puerta del centro. Hoy, al doblar una esquina, ante la fila de los niños de su clase que esperaban que se abrieran las puertas, mi nieto se ha despedido de mí de una forma que no admitía dudas: quería seguir en solitario. Lo he entendido. Yo también fui preadolescente. Llega un momento en que tienes una necesidad existencial de proclamar tu autonomía ante los ojos de tus semejantes, de que te has librado de la tutela de los adultos. Pero la comprensión de las cosas no necesariamente nos hace más felices.
Ayer traje a este café una foto que me habían enviado del Ártico mostrando La escuela no es un parque de atracciones. La foto tiene su historia, porque es de un venezolano que se encuentra en la península de Guida, en la costa siberiana del mar de Kara, en el océano Ártico. Escribo esto buscando en el recuerdo una tirita afectiva para mi herida narcisista.
Para más inri, ese mismo jueves se vuelve a debatir en el Congreso si debe o no debe haber una materia de filosofía ética en la educación obligatoria. La ministra Celáa sigue obcecada en saltarse el acuerdo unánime del Parlamento (que votó recuperar las materias de filosofía suprimidas por el infausto Wert) y seguir prescindiendo de la ética. Nosotros, los estudiantes, y la mayoría de los partidos (incluyendo sectores muy destacados del PSOE), defendemos que esas dos escasas horas semanales dedicadas al análisis filosófico de los problemas éticos, e impartidas durante el último curso de la secundaria, son fundamentales para el alumnado.
Así que ya ven. Legislatura tras legislatura, ministerio tras ministerio, hay que volver a explicar a los políticos lo necesario de la formación ética y filosófica, lo bueno de mostrar a los alumnos que el rey (las ideas dominantes, la cultura, la ciencia, el régimen, el imaginario común) está desnudo, lo oportuno de adquirir el hábito del diálogo y el pensamiento riguroso sobre asuntos trascendentales, lo interesante de conocer, analizar y cuestionar las ideas que nos amueblan la cabeza. Y, sobre todo, lo conveniente de desarrollar en los jóvenes la competencia para formular sus propios juicios morales y políticos, e inmunizarlos, así, contra virus más peligrosos y descontrolados que el del COVID-19: los de la demagogia, la manipulación y el adoctrinamiento.
Nuestros actuales gobernantes, aquí, en Extremadura, lo entendieron perfectamente. Si se parte de la idea de que todo se arregla, fundamentalmente, con educación, no se puede, a la vez, mantener a machamartillo la concepción tecnocrática y neoliberal de la misma que, tras el eufemismo de la “modernización educativa”, viene erosionando nuestra sociedad desde hace más de treinta años.
No se puede ir por ahí diciendo que la clave para acabar con la corrupción, el machismo, la violencia, la insolidaridad, el fanatismo, el fascismo y mil cosas más, es la educación, y luego obsesionarse con reducirla a instrucción profesional, formación científico-técnica para salir bien parado en los informes internacionales y, a lo sumo, y como detalle decorativo, una hora de formación en valores constitucionales impartida por el primer profesor que la necesite para cuadrar su horario laboral.
Yo no sé si alguna vez lo han pensado, ¿pero de verdad confía alguien en convertir a nuestros jóvenes en ciudadanos y personas lúcidas, críticas, libres, comprometidas y justas, enseñándoles únicamente trigonometría, los ríos de España, o la estructura del sintagma nominal (con todos los respetos para estos conocimientos), más una hora a la semana, en algún curso perdido, de Derechos Humanos?
La educación es otra cosa. Y poco tiene esto que ver con organizarla en materias o en “ámbitos competenciales”, usar más o menos tecnología, o reconvertir a los profesores en innovadores coaches para el entrepreneurship. Educar personas consiste fundamentalmente en invitarlas a un proceso honesto, crítico y coparticipado de convicción mutua. Sin convicción el aprendizaje es nulo. Y sin argumentación la convicción no existe. ¿Quieren educar a animales racionales? Razonen con ellos, hasta el fondo, esto es, hasta los fundamentos filosóficos de cada idea, ciencia, valor, deseo, emoción o acción moral. Penetren de filosofía la educación. Enseñen a la gente a analizar racionalmente su conducta. Atrévanse a dejar que los alumnos piensen y valoren por sí mismos. Una sociedad libre, cohesionada y justa – si es eso lo que de verdad se pretende – solo se puede construir desde el estímulo temprano y constante del pensamiento autónomo, el análisis crítico, y el diálogo incesante con los demás. Es decir: desde la filosofía y esa versión “práctica” suya que es la ética.
Ahora, que sea yo quién diga todo esto está feo. Piénsenlo ustedes. Filosofen sobre la necesidad o no de enseñar a filosofar a los jóvenes. Y, por favor, explíquenselo después a los políticos.
Scribere qui nescit nullum putat esse laborem
tres digiti scribunt, cetera membra dolent
Es decir:
Quien no sabe escribir piensa que no hay ningún
esfuerzo; escriben tres dedos, los demás miembros duelen.
Juan de Arce de Otálora, Coloquios de Palatino y Pinciano, segunda mitad del XVI
El sistema bancario es un sector esencial y estratégico para nuestra economía. A parte de condicionar la calidad de nuestras vidas, condiciona el desarrollo de nuestra sociedad y, por consiguiente, es un factor que determina el crecimiento o el deterioro de los derechos de nuestra sociedad.
Pero, este sistema clave ¿funciona como debería? ¿Realmente se está haciendo lo mejor para acelerar el crecimiento de nuestra economía y mejorar nuestra vida?
Desde mi punto de vista, no creo que el actual modelo financiero sea el más óptimo para aportar valores, crecimiento y desarrollo a nuestras vidas. Es más, creo que tal y como está implementado a día de hoy, este implica más perjuicios que beneficios.
Pongo como ejemplo el caso de las hipotecas para la compra de viviendas habituales. Actualmente, estos préstamos por parte del sistema bancario, están generando muchos desahucios, los cuales, de manera directa e indirecta, empeoran la calidad de nuestras vidas. Cabe destacar que el derecho a una vivienda digna está regulado y contemplado por nuestra Constitución [Artículo 47 de la Constitución Española: Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las formas pertinentes para hacer efectivo este derecho…], cosa que el sistema financiero ignora completamente.
El motivo principal que hace que las hipotecas para la compra de viviendas generen este tipo de problemas para nuestra sociedad es el alto interés que aplican las entidades bancarias a la hora de prestar el dinero a los ciudadanos. ¿Pueden considerarse justos estos elevados intereses? ¿Realmente el sistema bancario necesita estos intereses para sobrevivir o es que su prioridad es generar beneficios a costa de quien sea y como sea? ¿Acaso estos beneficios tienen algún impacto positivo en la economía de las familias?
Desde mi punto de vista, no lo tienen.
Siempre he querido saber cuál es el papel y la responsabilidad de los políticos acerca del sistema financiero. ¿Quién tiene la competencia para regular este sector? ¿Son los políticos? Si este no fuera el caso, ¿qué herramientas tenemos los ciudadanos para hacer que los responsables de las entidades bancarias respondan por sus actos?
Yo concibo el sistema bancario como un ciclo en el cual las entidades bancarias están controladas por los responsables de las mismas y en el cual los actos de estos responsables deben estar controlados y regulados por los políticos mediante cambios en la legislación. Estos políticos son votados y elegidos por los ciudadanos.
Por lo tanto, la supuesta vía que tenemos los ciudadanos para hacer un cambio en el sistema financiero es mediante la política, por lo tanto, un cambio en las elecciones; escoger un responsable que nos asegure un cambio profundo en este sistema.
Pienso que el mayor inconveniente de esta vía es que los partidos políticos necesitan financiación por parte de estos grupos bancarios para poder llevar a cabo sus campañas electorales, ergo, están condicionados por lo bancarios.
Para concluir, pienso que el problema del sistema financiero debería ser solucionado a partir de un cambio radical en la política. Para llevarlo a cabo este cambio, haría falta la reestructuración de los partidos políticos así como la financiación de los mismos.
Tal y como están montados el sistema capitalista y el sistema bancario, para que este cambio se produjera, harían falta muchos cambios más, tanto en el ámbito de la economía como en el ámbito de la política. Además de un cambio en la mentalidad de los ciudadanos para exigir más responsabilidad a los políticos.
Ya que el principal objetivo de este tipo de sistemas es que exista una mayor brecha económica entre las diferentes categorías de la sociedad, para que así, los ricos sigan siendo ricos, y los pobres, sigan siendo pobres.
Parábola de los talentos. Al volverla a escuchar me he preguntado con Dostoievski y Lev Shestov: "¿Qué humano ha podido escribir esto?"
Estoy leyendo, intensamente, a Lev Shestov, en los ratos que me deja libre el Siglo de oro y gracias a él creo que por primer avez he comprendido cabalmente la diferencia entre el místico y el teólogo. Es la diferencia que existe entre Jerusalén y Atenas. Irreconciliable, como el aceite y el agua. No somos conscientes de la inmensa pérdida que supondría para nuestra humanidad la desaparición del puesto de vigía del místico. No hablo de la desaparición del teólogo porque, tal como están las cosas, es inimaginable.
Escuché decir que las palabras como empatía y tolerancia , valores que desde la Ilustración son el resultado de las necesidades que tiene la razón para construir un mundo de progreso y con garantías de humanidad mejor , son el producto de un modelo económico y social altamente tóxico. Nos referimos al modelo neoliberal . Eso de empatizar con el otro en el fondo es el efecto espejo lacaniano elevado a la máxima expresión para que la otra se sienta tan emprendedora y productora identificándose con ese vinculo establecido por la sociedada. La empatía seria un reconocerme en el otro para dejar de ser uno mismo , o sea, aproximarme a lo que el mundo del consumo y del trabajo desproporicionado me obligan a parecer.
Dicho de otra manera el valor de ser empático que la psicologización actual de la neurociencia ha recogido como baluarte de la postmodernidad consistiria en convertir a Narciso en un Obrero leal a la causa política y social . En el fondo la empatía es el resultado de ser simpático con el otro , emotivamente hablando y capaz como diría Hume de convertir lo mio en el deseo de agradar al que no soy yo. Por eso la empatía acaba convirtiendose en un producto de mercado de la psicologia como ideologia al servicio de la causa . Seria un equivalente al ser un buen emprendedor , que no es lo mismo que decir se tu mismo y trabaja para ti mismo . Por consiguiente con la empatia nos encontramos con una desintificación de lo que realmente deseamos ser : estúpidos, ignorantes, vagos o maleantes . De algún modo la empatia nos envuelve , nos protege de nuestra falta de sinceridad . Por eso en psicologia se usa eso como antídoto a la verdad , a la autenticidad , a la incapacidad para ser una misma.
Y de la misma manera pasa con la tolerancia , es una forma de convertir mal entendida el respeto y la responsabilidad con algo que sirve para mirar al otro con una cierta soberbia . El tolerante en el fondo se atribuye el poder de la condescendencia , de mirar a la otra persona por encima del hombro . Si nos ponemos a buscar ejemplos nos encontraremos que la mayoria de personajes destacables en la historia no creo que fuesen ni empaticos ni tolerantes . ¿Acaso Jesus de Nazaret era un empático y tolerante con los judios ? ¿o Gandhi era algo similar con sus seguidores ? ¿ O Marx, ? ¿O Martin Luter King? O Salvador Allende ? O Nelson Mandela ? O ...
Lo que venimos a decir es que la apropiación de los valores convertidos en un bien para el estado han construido un mundo estéticamente diseñado para agradar , parecer, sombrear y así ganar desde el capital el máximo beneficio para que la productividad se disponga al servicio de la casusa . Las corporaciones mercantiles , la bolsa económica y los paises ricos que dirigidos desde sus empresas y holdings conducen y reducen la empatia y la tolerancia a bienes de consumo para que la ciudadania sea la súbdita de sus obedientes sistemas de control, gestión y simulacro .
Soy un republicano escéptico, y más por tradición – como la propia monarquía – que por convicción. En esto no las tengo todas conmigo. Y cuando escucho a mis amigos de izquierdas, menos. En la mayoría de los casos, su entusiasmo republicano no tiene mejores argumentos que la añoranza por la II República, una notable confusión conceptual entre “república” y “republicanismo”, y el simple rechazo, más temperamental que racional, de la monarquía.
La añoranza por la II República es comprensible. Lamentamos todo lo que se perdió con ella – una oportunidad de oro para regenerar y modernizar este país –, y odiamos con saña a aquellos que la cercenaron y sepultaron (entre ellos, muchos conspiradores monárquicos). Pero esto no es una razón. Menos aún si con ello se pretende comparar la monarquía que encarnaba Alfonso XIII (con ribetes aún absolutistas) con las actuales monarquías constitucionales.
Pero el mayor error de mis amigos antimonárquicos es el de confundir “república” con “republicanismo”. Una “república” moderna es una forma de organizar el Estado (en la que el máximo cargo institucional, a veces sin poder ejecutivo, es un presidente electo – en lugar de un monarca –), y el “republicanismo” es una doctrina política identificable, en general, con la defensa de lo público, el respeto al estado de derecho y la efectiva participación de la ciudadanía en el poder. Lo uno no implica a lo otro, en ningún sentido. De hecho, parte de los estados europeos más “republicanistas” y/o de mayor tradición democrática, son monarquías (Suecia, Noruega, Dinamarca, Bélgica, Holanda, Reino Unido), y parte de las “repúblicas” de nuestro entorno (países del este, EE.UU., Italia…) abrigan regímenes totalitarios, gobiernos ultraliberales y/o democracias estructuralmente corruptas. Por ello, afirmar que la instauración de una república es condición, incluso suficiente, para dar un giro hacia políticas sociales, de izquierda, o más democráticas, en nuestro país, es, cuando menos, de una ingenuidad temeraria.
Otro argumento en contra de la monarquía es el de subrayar la irracionalidad o incongruencia que supone que el acceso a la Jefatura del Estado sea hereditario, y no por votación o consenso. Este razonamiento es muy débil. En primer lugar, porque la monarquía no es más irracional de lo que lo son la propia institución – y la mayoría de las instituciones – de un país (empezando por la delimitación de sus fronteras), casi todo ello fruto – como la propia monarquía – de tradiciones y veleidades históricas. En segundo lugar, porque la misma democracia se funda en principios sustancialmente irracionales (de entrada, en la asunción de que el voto – por encima de cualquier consideración racional – es la forma legítima de tomar y validar decisiones políticas). Y, en tercer lugar, porque la monarquía constitucional se erige, en Estados como el nuestro, en razón a consideraciones políticas que, al menos, hay que entender antes de desechar. Veamos esto último.
En un régimen democrático, justo por estar fundado en la fuerza (la de las mayorías sobre las minorías), se precisa de referencias, si no racionales, sí libres, al menos, de la lucha partidista y el vaivén de la opinión pública. Para ello no bastan la prolijidad de los procedimientos deliberativos (algo que suele acabar convirtiéndose en simple burocracia), ni la potestad de los jueces, igualmente sometidos, en parte, a la lucha política (como podemos observar, ahora mismo, en la contienda por la presidencia en EE.UU). Se requiere, además, de una institución con fuerte carga simbólica que encarne y salve al Estado más allá de la guerra constante entre grupos de poder. ¿Podría jugar este rol un presidente de la república elegido en las urnas e ideológicamente marcado? Dado el cainismo político de este país, me resulta difícil imaginar que algo así pudiera funcionar.
Ahora, ¿significa todo esto aceptar, sin más, la monarquía? No. Significa que, de momento, tenemos asuntos más importantes entre manos. Por ejemplo, el de la reforma educativa; asunto del que depende que podamos confiar efectivamente en la soberanía de una ciudadanía madura, cargada de razones y libre de mitos y de reyes.
La felicidad es hacer una inmensa cazuela de arroz y que no quede ni un grano. Es ver que se prolonga la sobremesa mientras tu discretamente subes a refugiarte a tu cuarto con tus libros y tu sofá. Es ver cómo va declinando la tarde y sube tu nieto a despedirse de ti, lamentando que se tiene que ir, pero es culpa del papa... La felicidd es poder contar esto... Bueno, sí, quizás le deba algo mi beatitud a las tres gotas que disuelvo cada mañana en medio vaso de agua. Pero no ha sobrado ni un grano de arroz.
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Charles Sanders Peirce |
... no todas las risas no-alegres (o joviales) son iguales. Umberto Eco siguió una distinción que ya estaba en Luigi Pirandello entre lo cómico y el humor: mientras que lo primero se basa en la percepción de lo opuesto, lo segundo se fundamenta en el sentimiento de lo opuesto. Esta distinción en abstracto tal vez no nos diga nada y nos resulte un tanto confusa. No obstante, la idea es sencilla: el humor llega al tuétano, nos involucra y nos hace sentir la incomodidad de la regla que está transgrediendo. El humor no es una válvula de escape, sino que es la constatación de que estamos presos de una norma y que no importa cual sea, siempre nos arrinconará. Por tanto, el humor no se regocija, no es alegre, ni busca el mero entretenimiento, pero hace reír, que duda cabe. El humor es lo serio que se halla en la risa.
Álex Mesa, El humor es algo serio, catalunya.plural 08/11/2020
La crisis en una sociedad desencadena dos procesos contradictorios. El primero estimula la imaginación y la creatividad en la búsqueda de soluciones nuevas. El segundo puede traducirse en el intento de volver a una estabilidad anterior o en apuntarse a una salvación providencial. Las angustias provocadas por la crisis suscitan la búsqueda y la denuncia de un culpable. Este culpable puede haber cometido errores que han provocado la crisis, pero también puede ser un culpable imaginario, un chivo expiatorio que hay que eliminar.
Edgar Morin, Necesitamos funerales para despedirnos, y otras lecciones de la pandemia, El País 05/11/2020
Ya sé que se repite, pero siempre se repite como nueva. Me refiero a esa sensación de desánimo que me invade cuando estoy acabando un libro. Siento que no he estado, ni mucho menos, a la altura de lo que soñaba inicialmente con realizar, que me falta por consultar montones de bibliografía, que las ideas no son claras y distintas, que los capítulos están desorganizados, que la lectura no es suficientemente fluida, que sobra mucho de esto y aún falta más de aquello y... al fin y al cabo... ¿estoy diciendo algo interesante?
Después, el tiempo se me echa encima y como hay que cumplir con las fechas de entrega lo envío a disgusto.
Finalmente el editorme llama y me dice que le ha gustado y empieza a gustarme a mí también. Claro que un día... puede no ser así.
Hoy, además de sufrir con lo que acabo de escribir, he terminado el prólogo de un libro sobre la infancia en Roma y se lo he enviado al autor. Me estoy especializando en escribir prólogos y epílogos. No se sufre nada.
Reseña de
“El virus como filosofía. La filosofía como virus. Reflexiones de emergencia sobre la pandemia del COVID-19”
Andityas Sorares de Moura Costa Matos y Francis García Collado,
Barcelona: Bellaterra, 2020.
Nos encontramos frente a un ensayo que quiere hacernos pensar sobre las consecuencias sociales y políticas de este acontecimiento que es la pandemia de COVID-19 y todo lo que ha traído consigo. Un proyecto que estaría en la línea de lo que Michel Foucault llamaba la función filosófica de hacer una ontología de la actualidad. Está escrito de manera conjunta por Andityas Sorares de Moura Costa Matos y Francis García Collado, que justo antes del libro que nos ocupa habían publicado otro de contenido mucho más teórico : “Más allá de la biopolítica. Biopotencia, bioarztquia, bioemergencia” ( Documenta Universitaria). Este último trabajo nos proporciona el marco teórico en que se mueven los autores, en la perspectiva de lo que se ha llamado la biopolítica. Esto no quiere decir que se haya de leerlo previamente para entender el que nos ocupa, pero si que, aunque los autores hagan un esfuerzo de clarificación, quizás hubiera sido mejor entrar algo más a fondo en estas conceptualizaciones que se formulan en neologismos: bioemergencia, bioresistencia, bioarztiquia,..
El libro es, sin duda, interesante. Es arriesgado y radical, en el sentido que quiere llegar al fondo de la cuestión. No hay que estar de acuerdo con sus tesis (yo no lo estoy) para que resulte muy sugerente. No se trata de buscar respuestas, sino líneas para abordar análisis y propuestas fuera de los tópicos que, desde planteamientos diversos, van circulando. Personalmente no estoy de acuerdo con conceptos que utilizan, como el de fascismo tecnológico, o incluso del peso que dan a ideas como la de necropolítica ( la lógica de exterminio de los improductivos) o tanatología ( la presencia de la muerte para generar miedo). Son planteamientos que están en la línea de las aportaciones de Roberto Expósito. Más bien me sitúo en la línea más empírica y moderada de Nikolas Rose (muy citado en su anterior libro, pero que en este no aparece). La noción de bioarztiquia (por favor, que nombre más difícil, hubiera sido mejor ser más pragmático y menos etimológico) da mucho juego, ciertamente. La razón farmacéutica entendida como hegemónica y que tiene como efecto provocar sujetos que se están autodiagnosticando permanentemente buscando síntomas y signos de posibles enfermedades, me parece muy fecunda. Igualmente, la manera como el libro aborda la cuestión de la subjetividad y los cambios subjetivos que comporta lógica de la biopolítica.
Me ha gustado la parte del libro que analiza lo que es un virus y que se atreve a formular propuestas a las vigentes sin caer en el delirio del negacionismo. Menos me ha gustado el recorrido crítico de las diversas lecturas de los filósofos más mediáticos, sobre todo la inconsistente y confusa de Byung-Chul Han, que seguro que no se merece un capítulo. En todo caso a lo largo del análisis aparecen puntos muy sugerentes, que como ya he dicho abren caminos nuevos para abordar la pandemia y las medidas que ha puesto en marcha. Respecto a su conclusión totalmente de acuerdo con su crítica a la ilusoria vuelta a la normalidad y a enmarcarlo en la nefasta lógica del capitalismo. Más escéptico respecto a sus propuestas de democracia radical combinadas por lo que llaman bioemergencia y bioresistencia. En todo caso de acuerdo en la defensa del sujeto singular y de lo común, que es lo que les ha animado a escribir un libro que, ciertamente, vale la pena leer.
Luis Roca Jusmet
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Foto de Lolo Olivares |
No sé, por cierto, a quién se le ocurrió esa espantosa y orwelliana consigna de “nueva normalidad”. Si su intención era tranquilizarnos, erró del todo: ni lo normal es sinónimo de bueno, ni embozar la boca es normal en ningún sitio (en que no sea habitual marginar, secuestrar o ejecutar a la gente). “Normal” proviene de “norma”, una de cuyas acepciones es la de “ley”; la “nueva normalidad” es, simplemente, “lo que estamos obligados a hacer por ley”.
Decía el filósofo de origen coreano Byung-Chul Han que, habiéndose acostumbrado desde el principio de la pandemia a ver embozados a sus compatriotas, la boca destapada de los europeos le parecía algo casi obsceno. Tal vez, y como al etólogo Desmond Morris, le pareciera que la boca humana, con sus carnosos, rojos y sobresalientes labios, fuera una suerte de imitación del sexo (el femenino, según Morris). Para mí, sin embargo, la boca está más ligada a lo espiritual que a lo carnal o, al menos, a una suerte de puente entre ambos mundos (el “labio de arriba el cielo, y la tierra el otro labio”, decía el poeta Miguel Hernández).
Con la boca empezamos a llorar y exhalamos ese último aliento que los antiguos llamaban ánima. Y, por el camino, hablamos. La boca es el órgano de la palabra y la razón, de la más viva, que es la que surge, como metal sin cristalizar aún, del diálogo que lo es. Por ella descubrimos nuestro interior y con ella desvelamos – o eso decimos – el mundo. Decía Joseph Campbell que la boca no suele estar entre los rasgos con que, en eras primitiva, se dibuja la cara. Tal vez sea porque es el ángulo ciego originario de toda otra representación. Con los ojos vemos (lo superficial), pero solo por la boca sabemos lo que vemos. Por eso, para conocer algo (no digamos a alguien), hay que hablar, o dejar que hablen. Si Dios, o el logos – como creen filósofos y científicos –, creo el mundo hablando – dando forma o fórmula a las cosas –, antes, o a la vez, tuvo que existir una boca, siquiera mística.
La boca es, también, el lugar del encuentro, la comunión, la identificación con lo/el otro, para hacer un yo más grande, más pleno y menos solo, que es todo el objetivo de nuestra existencia. Desde el acto de respirar, beber o comernos el mundo, hasta el más sublime de comprenderlo (esto es: hablarlo con la boca del alma), pasando por todas las fases intermedias (de la esgrima tibia del beso a la etérea del diálogo), la boca es el órgano con el que buscamos unirnos a lo que aún no somos. Se puede amar sin ojos, sin manos, sin sexo, sin voz audible, pero no sin boca, sin habla. Sin habla es imposible la identidad, ni con lo(s) demás, ni con uno mismo – esa narración, ese diálogo íntimo y silente en que me digo “yo” –. Pongan a un niño pequeño junto a un ser todo lo humanamente bello que quieran, pero sin boca o habla y, al lado, a otro, todo lo horrendo que puedan, pero con boca y habla; y verán, rápidamente, con cuál de ellos se identifica.
No es de extrañar, pues, que mostrar la boca (más que los ojos) sea un signo de civilidad. La gente de bien va a cara descubierta, mientras que quien se emboza es, a menudo, el bandido desalmado, el tipo asocial que no habla ni entiende, sino que actúa y destruye.
¿Qué pensar entonces de este colectivo uniformemente enmascarado que ahora somos? A mí, además de melancolía, confieso que me da miedo. Solo conforta saber que, aun embozados, confinados y vigilados, todavía podemos hablar. Aunque menos que antes. Y, justo por eso, tenemos que hacerlo más fuerte; sin llegar al grito desbocado, pero con vehemencia. Nada de “nueva normalidad”. A un estado de excepción le corresponde un habla, una consciencia, una fiscalización del poder igualmente excepcionales. Qué nadie, bajo ningún concepto o urgencia, nos tape la boca, esto es: nos impida hablar. Para un ser humano, no hay mayor muerte que esa.
Dolors Alcàntara va escriure fa unes setmanes una reflexió sobre l'ensenyament en època de pandèmia (Alcántara Madrid, Dolores (2020) Dar clases en tiempos de pandemia.)
La versió catalana és al seu blog de centre.Com sempre, obre camins.
Releyendo los textos de los antiguos griegos, prestando especial atención a lo que sucede entre los poemas homéricos hasta los diálogos platónicos en el siglo IV a. C., uno comprueba in situ que, mucho más allá de que es verdad eso tan repetido por ciertos seres cada vez más marginales de que es necesario acudir a los estudios humanísticos para conocernos, se topa con que ello es pasmosa, vibrantemente cierto. No es que sea necesario, es que no hay posibilidad de trazar unas mínimas coordenadas que nos orienten acerca de lo que somos sin el constante estudio y la pertinaz revisión de Grecia, mientras sigamos siendo lo que somos. Allí se hallaban las claves de lo que hoy aún se despliega y no resulta exagerado afirmar que en gran medida ellos, los protagonistas del milagro griego, nos produjeron y que somos su invención. Esto no se aplica solamente a la literatura o la poesía, como algunos pueden estar pensando, sino que, todavía con mayor apremio, resulta aplicable para el actual entendimiento de mucho de lo que acaece en el entorno de la ciencia y el pensamiento político, la ética y la filosofía. Casi todo lo que se cuece en la actualidad se preparó, aun en la forma de antítesis, en la metafísica helénica y es una derivación de aquel amanecer de los siglos VI al IV a. C. Es, si tomamos como centro de este devenir a Platón, que desde luego lo es, lo que expresa la conocida opinión de Whitehead de que toda la historia de la filosofía ha sido una colección de notas a pie de página al pensamiento de Platón.
Nuestro campo de interés y estudio, ya lo sabemos, es la educación. No lo olvidamos. Pero es preciso emprender a veces una ruta en apariencia ajena, ya que nuestra tesis, que tratamos de demostrar, es la inextricable unidad de filosofía y paideia, o por lo menos, la profunda conexión que las vincula desde el común origen de ambas en los mencionados siglos. Pues bien, en el “caos originario”, anterior a la clara y apolínea luz del logos, estaban los poetas. Ellos eran los educadores del Grecia. Es una verdad que los primeros filósofos reconocen, como por ejemplo Jenófanes o el propio Platón o el historiador Tucídides. En la República Platón opone, según vimos en una entrada anterior, la educación por la poesía, fundamentalmente mediante la memorización y canto acompañado de instrumentos, de los poemas homéricos, a su proyecto pedagógico que sin renunciar al poder persuasivo de la poesía, la música e incluso el mito, estos son firmemente disciplinados y encauzados por un logos cuya luz es la del sol del Bien que los gobernantes filósofos saben disponer como régimen y estructura política racional en la ciudad. Por encima de los medios de la persuasión y la seducción poética estará la dialéctica y la lógica. Así que, en apariencia, en Platón hay, como en todo el mundo griego, un triunfo del logos del orden apolíneo, como interpretaba Nietzsche, que funda nuestra civilización.
Esto mismo se puede ver, también en apariencia, o sea, a primera vista (y recordemos que nunca se piensa bien si se hace a primera vista, lo cual es una enseñanza del propio Platón) en la historiografía helénica. Tucídides funda, con mayor ahínco que Heródoto, un método histórico que huye del mito y trata de atenerse a los “hechos”, en oposición de la denostada hybris de los poetas:
“(…) no se equivocará quien, de acuerdo con los indicios expuestos, crea que los hechos a los que me he referido fueron poco más o menos como he dicho y no dé más fe a lo que sobre estos hechos, embelleciéndolos para engrandecerlos, han cantado los poetas, ni a lo que los logógrafos han compuesto, más atentos a cautivar a su auditorio que a la verdad, pues son hechos sin pruebas y, en su mayor parte, debido al paso del tiempo, increíbles e inmersos en el mito. Que piense que los resultados de mi investigación obedecen a los indicios más evidentes y resultan bastante satisfactorios para tratarse de hechos antiguos. (…)
En cuanto a los discursos que pronunciaron los de cada bando, bien cuando iban a entrar en guerra bien cuando ya estaban en ella, era difícil recordar la literalidad misma de las palabras pronunciadas, tanto para mí mismo en los casos en los que los había escuchado como para mis comunicantes a partir de otras fuentes. Tal como me parecía que cada orador habría hablado, con las palabras más adecuada a las circunstancias de cada momento, ciñiéndome (sic) lo más posible a la idea global de las palabras verdaderamente pronunciadas, en este sentido están redactados los discursos de mi obra. Y en cuanto a los hechos acaecidos en el curso de la guerra, he considerado que no era conveniente relatarlos a partir de la primera información que caía en mis manos, ni como a mí me parecía, sino escribiendo sobre aquellos que yo mismo he presenciado o que, cuando otros me han informado, he investigado caso por caso, con toda la exactitud posible. La investigación ha sido laboriosa porque los testigos no han dado las mismas versiones de los mismos hechos, sino según las simpatías por unos o por otros o según la memoria de cada uno. Tal vez la falta del elemento mítico en la narración de estos hechos restará encanto a mi obra ante un auditorio, pero si cuantos quieren tener un conocimiento exacto de los hechos del pasado y de los que en el futuro serán iguales o semejantes, de acuerdo con las leyes de la naturaleza humana, si estos la consideran útil, será suficiente” (Hist. Pel. I, 21 – 22).
Este texto no tiene desperdicio. Es un buen ejemplo de cómo podemos entendernos mirando a Grecia, aunque no precisamente al modo en que Tucídides cree que el lector de la historiografía puede entender su tiempo leyendo el pasado. Porque lo que revela el texto es una metafísica de la que brota un presupuesto. Es la presencia de este prejuicio, o de esta metafísica, lo que sí es una constante, no tanto que los “hechos” se repitan (que parece ser un segundo presupuesto griego que sí acabó siendo superado, y no repetido, con el cristianismo).
El primer principio o presupuesto es el que encierra la palabra “hecho” aplicada a los aconteceres humanos históricos, en el transcurso del tiempo, de los pueblos y las gentes. Es esta reducción que sacrifica el inasible y temible caudal que fluía en lo poético la que la metafísica de estos siglos elige para aprehender su mundo desde una cierta distancia salvadora. Y digo salvadora porque solo así le es posible al historiador, al hombre, sacar su cabeza del fondo de ese oscuro océano, de esa negra ciénaga donde buceaba sumido en ensoñaciones ininteligibles y entre poderosas inercias, como las de su subconsciente, en la oscuridad abisal de ser y no saber, para darse un respiro y tomar una bocanada de aire fresco. Se trata de abandonar el pozo, la sima donde se concentraban miasmas a menudo inhumanas e irrespirables para escapar a un mundo, en la superficie, calmo, claro, transparente, etéreo; en el mediodía templado e iluminado por la luz del sol. Todo se torna, en esa lisa superficie, plano y fácil. También bello. De una belleza noble, cósmica, armoniosa y matemática. El descubierto, es un mundo de cristal.
La ventaja de esta transfiguración del mundo es que nos vemos en él. Nos vemos en el espejo del mundo. Aunque, más bien, no nos vemos, sino que vemos nuestro reflejo en la mansa superficie de la ciénaga ahora tornada tranquilo lago. En esa pantalla el historiador ordena y contempla los hechos humanos, los hechos y datos con los que el hombre construye su historia. El historiador toma esos retazos de vida, esa suerte de tramoya, ese esqueleto que es como el fósil para el paleontólogo y dibuja o cuenta, muy lejos del poeta o el novelista, su relato. Obra, pues, un sacrificio, pero nótese bien que sin este sacrificio no hubo posibilidad de empezar siquiera a hablar de ello. Es decir, que la existencia de este insólito movimiento de limpieza de la mirada y especulación en un momento de lo que Jaspers denominó “tiempo eje” somos ya nosotros y es ya, por supuesto, la ciencia.
Algunas filosofías, sin embargo, y con gran razón, han anotado que el mito y la poesía siempre han estado ahí como entreverados en la desnudez del logos, que incluso se han tomado su venganza y hasta han podido escapar al control del lenguaje. Pero esto ya lo sabían los griegos porque en el propio mito estaba ya anticipada la historia como en una premonitoria advertencia. No solo los autores que podemos considerar marginales o los grandes poetas trágicos o la poesía heroica de Píndaro o la lírica, sino, y aquí hay que poner atención, el gran padre de la filosofía racional, el creador del pensamiento occidental, aquel al que siempre volvemos: Platón. Él supo que a pesar de haber dictado su sentencia de exilio, los poetas nunca podían ser desalojados del todo de su República.
A pesar de haber desterrado en su pedagogía de la República la poesía homérica de la educación, que sobre todo ha de desembocar en la dialéctica y la visión racional, si uno atiende a otros diálogos, incluso de la misma época, en el gran pensador está la tensión nunca resuelta acerca del decir lógico y el decir mítico. De hecho, la dialéctica desarrollada por los diálogos platónicos en sí, y pienso en los que tengo ahora frescos: Fedón, el Banquete y Fedro, aun siendo estos de madurez, revela la imposibilidad por un nombrar preciso y referencial, es decir, Platón asume en los recovecos de la contradicción y la ironía la falibilidad del lenguaje y de la ciencia. Para cazar es preciso dar vueltas, rodear a la presa y jamás atraparla, nunca hacerse con ella porque lo esencial al ser es ser inasible. Así, Platón, que se ha tenido a menudo por dogmático o fundador de una metafísica de fuerte alcance, defensor de una verdad capaz de realizarse como ideal y de transmitirse hasta el punto de que se puede educar en función de ella, labrando el camino que posibilite el orientar la propia conducta y el gobierno desde ella, deja caer en sus textos la constante e irónica sospecha de que las cosas pueden ser menos fáciles de lo que él mismo está diciendo. Hay algo que sí parece dejar claro: que quitar el velo de lo aparente no es tarea simple ni abarcable y que tal vez siempre nos estemos equivocando. Creo que le acompañó siempre la sombra y la broma de su adorado maestro, más próximo a la Sofística de lo que él mismo quiso transmitir. Resulta muy evidente cuando se topa el lector con el portentoso uso del lenguaje mítico y poético que completa las razones y argumentos en los mencionados diálogos, con los finales y estructuras poco claros ni lineales incluso en estos diálogos de madurez, como si siempre le quedara algo por decir que le obligara a echar mano de recursos que el propio lenguaje no tiene, de los que el logos carece. En el Fedro hay una crítica (muy socrática) a la escritura, a la pobreza del texto escrito, como si hubiera que volver a la vitalidad y espontaneidad del diálogo en una plaza ateniense, en un gimnasio, bajo un hermoso árbol y refrescando los pies descalzos en la limpia corriente de un arroyo, o en un inolvidable banquete como un despliegue de erotismo y vida o en la aciaga prisión y la cicuta que tampoco se libra de terminar con la incertidumbre y esa última paz que el dios nos reserva, esa última serenidad: proferir la broma del gallo debido a Asclepio.
Esos diálogos son joyas. Hay que pasar la vida leyéndolos. Y también las grandes tragedias áticas del siglo V a. C. En ellas está este conflicto que en algún lugar escribí que nace con la razón en Grecia y que por tanto perdura en nosotros mientras seamos Grecia. Nacimos sabiendo que rompíamos con algo que nunca nos abandonaría. Ahora bien, en la cuestión de la paideia actual, ¿qué lugar ocupan estas viejas verdades acerca de nosotros? Lo primero, preguntarnos quiénes son nuestros educadores. ¿Son los filósofos? ¿Son los científicos? ¿Son los poetas? ¿Falta alguno de ellos? Porque la comprensión cabal del extraño lugar donde estamos, ciénaga, abismo o tranquila y cristalina superficie donde se refleja el sol del mediodía o acaso la luna llena en la noche, necesita de todos ellos. No hay que malinterpretar lo trágico, por cierto, como el grito del hombre que clama al sordo universo que no responde a sus deseos, sino algo más escalofriante que algún cuadro de Ernesto Sabato o la famosa serie de El grito de Munch proclama (según revelaba algún documento reciente sobre la interpretación que hay que dar al título de esta última, mucho más interesante): el mundo, el universo, grita. El grito está en el mundo y es privilegio del hombre oírlo y escucharlo. Es como si supiéramos que más allá del deseo que nos creó como civilización, el cosmos, ¡ay!, fuera antes ruina que templo, despojo que gloria, Hades que Cielo, Caos que Cosmos. Lo que Grecia intentó fue un proceso que inició una herida, otra más de las que atraviesan lo real, un sufrimiento que se añadió al sufrimiento que, como Schopenhauer o Nietzsche, con valoraciones diferentes, distinguieron en el mundo. El mundo como voluntad, como fuerza, como tensión, disgregación, éxodo y diferencia.
Y de nuevo, paideia. ¿Han de educar los poetas? ¿Ha de entenderse esto como una peligrosa vuelta al irracionalismo? No, si la razón es, como la consideraba María Zambrano, una razón poética, si en la razón incluimos, muy a la española, un sentimiento trágico de la vida, si comprendemos que hay vida, mucha vida y muerte, mucha muerte, por todas partes, en una mezcla indiscernible y con una intensidad insufrible, como en su soterrada melancolía supo Séneca y su discípulo el gran Quevedo. Pensar en torno a estos tópicos no es salirse por la tangente ni abandonar el campo de la pedagogía, sino centrarla, ensimismarla, tornarla a su esencia, que es la existencia o vínculo del hombre con el ser. El educador debería pensar constantemente en esto, es decir, en Grecia.
La gran filosofía siempre ha desconfiado de lo positivo. Hay razones para ello. El pensamiento neoliberal, en su nuevas máscaras de lo humano ha difundido el “tú puedes”, los pensamientos positivos y los deseos de felicidad como ideologías que esconden la destrucción de las subjetividades, la nueva sumisión a un capitalismo salvaje y la destrucción del mundo. Pero no basta denunciar lo falso de este mensaje. Lo que hay que preguntarse es por qué cala tanto. En un magnífico libro que publicará muy pronto Antonio J. Antón Fernández, El sueño de Gargantúa. Distancia y utopía neoliberal, recorre el pensamiento político de la modernidad para sustentar la tesis de que la utopía que realmente ha funcionado en el mundo moderno ha sido la utopía liberal, la promesa de una familia, una casa, un trabajo estable y seguro, una protección contra la invasión del estado a través de la propiedad privada. El pensamiento de la izquierda, organizado por la lucha contra los agravios, prohibiendo siempre toda imaginación utópica por peligrosa, no ha entendido nunca la fuerza de la utopía liberal y cómo se ha construido en ideología persistente entre los grupos y estratos de la sociedad que aspiran a una existencia humana.
Es por eso que las débiles llamas de las filósofas neo-spinozianas, que recuperan la otra tradición utópica de trascendencia de un presente desolado puede que sean la última esperanza contra la ceguera y la sumisión voluntaria. La utopía, nos enseña Fredric Jameson, se entiende mal si la leemos como un relato de fantasía social. La utopía es un método, una estrategia de trascendencia de lo real y de sus aparentes determinaciones a través de la fuerza del deseo y del amor. Spinoza nos enseña que el amor y el miedo son las dos pasiones que ordenan la vida en plazos largos, y que solo el amor que protege el deseo de otro mundo puede acompañar a la fuerza de la razón para defender la potencia de la vida.
Fernando Broncano, Hilando con Spinoza, El laberinto de la identidad 07/11/2020
La prensa conservadora lleva celebrando con alegría exhuberante que el voto latino en Texas y Florida haya ido mayoritariamente para Trump, dando por sentado que es el fin de las "políticas de identidad" que tanto molestan a conservadores y neoconservadores de derecha e izquierda. Muchos latinos de Texas llevan allí más tiempo que los blancos y otros son emigrantes atraídos por el sueño de una vida sin violencia, que dependa de su propio esfuerzo y del trabajo. La familia y la religión (católica o evangelista) cubre todas las necesidades de lazos comunitarios, y la política es un accesorio más poco interesante. Y es cierto que la utopía liberal, que más o menos coincide con este imaginario, ha calado profundamente en las conciencias de enormes capas de la sociedad, y especialmente en quienes aspiran sobre todo a ser ciudadanos más que parte de una minoría. Entender y repensar este imaginario es el primer problema de un pensamiento político contemporáneo que aspire a un mundo con menos desigualdades, más libertad y justicia. Entender un imaginario no es ni justificarlo ni apoyarlo, es, simplemente, ser realista respecto a la realidad humana. Los imaginarios son difíciles de desmontar: exigen a la vez un análisis cuidadoso y sociológico de los hechos y un impulso utópico que ilumine posibilidades reales y presentes que hay que permitir desarrollarse y que son superiores a los ideales de clase media que presenta la televisión. En Estados Unidos, en estas elecciones, una gran parte de la clase obrera, una gran parte de la población negra y una gran parte de la femenina han entendido que había mucho en juego y no han votado a Trump. Los latinos del sur han pensado de otro modo. No pasa nada. La historia es larga. La alegría neoconservadora no debería ser tanta. Y la izquierda demócrata debería pensar estas cosas.Darrerament, a partir de totes les crisis generades per la pandèmia, un cop comprovades totes les incompetències possibles per part de tots els nostres dirigents, s’ha activat una maquinària, que engloba des dels comunicats de les diferents conselleries fins als mitjans de comunicació públics, per tal de descarregar de les fràgils esquenes dels polítics (fràgils per la feblesa d’una musculatura poc avesada a l’esforç) la responsabilitat de les successives cagades que s’estan perpetrant en la gestió de la pandèmia.
Una estratègia bàsica en aquestes situacions consisteix a desplaçar la responsabilitat fora de les seves esquenes. Així, podem dir que les mesures que hem pres no són suficientment efectives per la manca de responsabilitat social: òbviament, no serveix de res que es prenguin mesures de protecció si els ciutadans no les compleixen. Aquesta estratègia posa de manifest una forta contradicció de l’estat liberal:
Si volem preservar la llibertat individual no podem imposar una norma per la força. Aquesta presumpció ens porta a qüestionar-nos la necessitat mateixa de l’estat: si els individus són capaços de regular correctament la seva conducta, no és necessari un estat que ens obligui a complir les normes. No em sembla malament del tot però, per sobre de tot, si la policia no és necessària… em poden retornar la part proporcional dels impostos dedicats a mantenir aquests cossos policials que no calen?
Caldria no ser hipòcrites: si hi ha estat i paguem per a que hi sigui, aquest ha d’actuar sense pressuposar la bona actuació dels ciutadans. Òbviament, no cal brutalitat ni vulneració dels drets humans, però no té sentit promulgar normes i apelar a la responsabilitat ciutadana perquè no es preveuen els mitjans per a imposar-les.
Una altra situació habitual consisteix és el desplaçament de la responsabilitat política cap a les baules més petites de la llarga cadena del poder públic: el ministre o conseller de torn es veu incapaç de resoldre un problema i, en comptes de posar els mitjans per a la solució, desplaça la responsabilitat cap als càrrecs més baixos de l’administració.
Aquesta perversió ha estat practicada a l’àmbit de l’educació a Catalunya des de fa anys, sota l’eufemisme de l’autonomia de centres: el que era aleshores conseller d’educació, Ernest Maragall (d’infame memòria), va trobar un mecanisme perfecte tot donant una gran autonomia a les direccions dels centres d’educació, però sense complementar aquesta autonomia d’una dotació econòmica que permetés dur-la a terme. Així, la decisió d’engegar o no la calefacció és de la direcció, tot i que els diners de la dotació del centre siguin insuficients per a tenir la calefacció encesa les hores necessàries per no passar fred. La genialitat d’aquest sistema està en el fet que si els alumnes passen fred, és culpa de la direcció del centre, i no del conseller que ha donat autonomia al centre per encendre la calefacció quan vulgui.
Arribat a aquest punt, hom es demana: i per què algú voldrà participar d’aquest circ tot decidint assumir la direcció d’un centre educatiu? Certament, he de confesar que no tinc resposta a aquesta qüestió. Només puc dir que considero que aquesta participació implica complicitat amb el sistema, donat que no existeix cap necessitat que impliqui l’exercici d’aquest càrrec.
Ara bé, he comprovat els darrers anys que les direccions dels centres educatius solen falcar el seu paper fent ús dels mateixos eufemismes que proliferen tant als mitjans de comunicació com als comunicats de les diferents autoritats educatives.
Així, quan hom protesta per la situació actual:
1- Perquè l’administració no ha resolt els problemes derivats de la bretxa digital ni ha fet els canvis necessaris a la connectivitat dels centres per afrontar una situació d’ensenyament semipresencial.
2- Perquè l’administració no ha fet un esforç real per a incrementar la plantilla de docents per tal d’afrontar la situació actual.
3- Perquè l’administració no ha fet proves per tal de comprovar si els docents poden transmetre la malaltia als alumnes.
4- Perquè l’administració canvia cada dia que cal els protocols per tal que encara que a un grup hi hagi més d’un positiu, no calgui fer proves a tot el grup ni als docents que comparteixen espais amb el grup.
5- Perquè encara que hi hagi quatre docents que han donat positiu a les proves de detecció del coronavirus (amb alguns casos asimptomàtics), l’administració decideix no fer un cribratge a tots els treballadors del centre.
6- Perquè quan se’n recorden de l’existència del batxillerat, ens obliguen a fer un pla de semipresencialitat sense incrementar els mitjans per dur-lo a terme.
7- Perquè quan s’informa als mitjans de comunicació de que els alumnes s’hauran de fer les (poques) proves de detecció del virus a si mateixos, sota la supervisió dels docents. Aquesta mesura es va modificar, tot incorporant la supervisió de professionals sanitaris, tot i que la mostra se la continuen recollint els alumnes a si mateixos.
La direcció ens contesta amb un eufemisme: el problema és que tot plegat ens irrita perquè ens estan traient de la nostra zona de confort.
No ho havia entès: no és que l’educació sigui la darrera preocupació de les institucions de govern, no és que no es consideri que l’educació necessita de mitjans, no és que els polítics estiguin improvisant cada dia perquè no tenen ni idea del que han de fer, no és que vulguin que fem feines que no ens toquen ni sabem fer perquè ja han cremat al personal sanitari fins a l’extenuació i no tinguin intenció de contractar-ne més…
No, res de tot això, el problema és que ens han tret de la nostra zona de confort… Quan algú es planteja amagar amb un eufemisme la crua realitat, només és per a intentar que aquesta sembli més amable. Però és absurd intentar enganyar amb eufemismes a aquells que cada dia estan vivint amb aquesta realitat tan poc confortable. Suposo que és difícil quedar bé amb el poder i, alhora, gestionar la misèria i, aquesta dificultat, pot portar a aquest indecent ús de l’eufemisme…
Òbviament, entenc que la tasca de les direccions és difícil, però quan implica l’ús d’eufemismes per amagar altres misèries, és a dir, amagar la realitat, caldria pensar que una negativa de les direccions a seguir les incoherències de l’administració seria més efectiva que l’actual situació de submissió incondicional.
Per sobre de tot, negar-se a complir amb normatives per a les que no s’han dotat dels mitjans necessaris, és molt més digne que caure en l’ús dels eufemismes oficials i confondre la reivindicació dels drets laborals amb la queixa per la pèrdua de confort.
Potser cal recordar que la principal estratègia del poder consisteix en la pèrdua de consciència de classe per part dels treballadors i que, els eufemismes, només són estratègies per a provocar aquesta pèrdua de consciència.
En conclusió: el poder només busca la seva perpetuació, amb independència de la salut dels ciutadans, i els tòpics, eufemismes i altres estratègies, que tendeixen a fer creure que la vulneració de drets és només un problema de confort, constitueixen una estratègia que compta amb la pèrdua de la consciència de classe per part d’aquells que ho accepten.
I ni tan sols Maquiavel hauria somniat amb una maquinària tan perversa i sofisticada per al manteniment del poder.
… el virus son unas lentes a través de las que mirar la realidad. Nos está diciendo mucho de cómo es nuestro mundo. La idea de que estamos en una guerra contra el virus y hay que aniquilarlo es un relato que no me convence. Me parece que el virus muestra cosas de la realidad, de como están hechas las residencias de mayores o la privatización de la sanidad. ¿Y si usamos el virus para mirar de qué están hechas las cosas? La palabra Apocalipsis significa revelación. Se revela lo escondido. Estamos en un momento en el que, a través de lo que nos muestra el virus, podemos repensar la realidad y transformarla.
La catástrofe tiene consecuencias horribles, pero es también un agujero que te permite mirar lo que la superficie te oculta: cómo funcionamos como sociedad.
No podemos gobernar lo que pasa o encajarlo en una idea previa. Habitar es estar abierto a lo que venga.