22976 temas (22784 sin leer) en 44 canales
También en la anticiencia encontramos la impugnación de hipótesis científicas o de hechos bien establecidos por la ciencia, pero hay en ella una actitud con un carácter más general.
No se limita a negar un aspecto concreto o una explicación específica de ciertos mecanismos naturales, sino que rechaza una teoría completa o incluso avances científicos fundamentales.
Dos ejemplos muy claros serían el terraplanismo y el repudio de la teoría de la evolución por parte de los creacionistas radicales. Obviamente, en la medida en que los negacionismos comportan casi siempre, al menos de forma indirecta, una oposición a teorías o hechos bien asentados por la práctica científica, asumen una actitud anticientífica, aunque no siempre sea así.
Puede haber casos de personas que nieguen esos hechos o teorías y lo hagan convencidos de que la buena ciencia es la que lleva necesariamente a dicha negación.
Sería el caso, por ejemplo, de los negacionistas del cambio climático que se aferran a ese pequeño porcentaje de climatólogos que niegan solo que el cambio climático esté causado por la actividad del ser humano.
Del mismo modo, una persona antivacunas que rechace las vacunas de ARN porque cree que pueden producir cambios en el genoma del vacunado estaría manteniendo una actitud anticientífica, puesto que esa creencia choca con lo que nos dice la ciencia.
Una persona que desconfíe de las vacunas contra la covid-19 porque considera que todavía no se conocen posibles efectos secundarios a largo plazo no necesariamente estaría comprometida con actitudes anticientíficas, aunque cabría preguntarse si no estaría llevando sus recelos más allá de lo prudente.
Uno de los pioneros en el estudio de la anticiencia ha sido el historiador de la ciencia Gerald Holton. Ya a comienzos de los 90 del pasado siglo nos avisaba del peligro de que despertara “esa bestia que dormita en el subsuelo de nuestra civilización”. Parece que la bestia ha despertado, puesto que las actitudes anticientíficas empiezan a hacerse cada vez más notables incluso en países con un nivel educativo relativamente alto.
Se ha constatado mediante diversos estudios que los negacionismos y las actitudes anticiencia van ligados por lo habitual a la aceptación de teorías conspirativas y de los llamados “hechos alternativos”. Es este un eufemismo para referirse a hechos que en realidad nunca se han producido, pero son asumidos por conveniencia.
Si alguien se opone al consenso de la ciencia sin tener genuinos argumentos científicos o datos fiables, debe articular algún tipo de explicación conspiracionista para justificar por qué existe ese consenso.
El recurso más fácil es pensar que los científicos están comprados por las grandes empresas farmacéuticas, o por las industrias biotecnológicas, o por el poder político o militar.
Esas teorías conspirativas han sido llevadas al paroxismo por movimientos como QAnon, cuya creencia en que una élite satánica y pedófila quiere controlarnos a todos e impedir que Donald Trump triunfe, y para ello utilizan cualquier medio a su alcance, incluyendo las vacunas, hace replantearse la definición del ser humano como animal racional.
Antonio Diéguez Lucena, Negacionismo, anticiencia y pseudociencia; en qué se diferencian?, Cuaderno de Cultura Científica 14/02/2022 [https:]]Las pseudociencias son disciplinas o teorías que pretenden ser científicas sin serlo realmente. Eso les lleva inevitablemente a chocar con teorías científicas aceptadas.
Ejemplos populares hoy en día serían la astrología, la homeopatía, la parapsicología y la “medicina cuántica” (aunque esta recibe otros nombres y tiene diversas ramificaciones).
Conviene aclarar que, por mucho que a veces se confunda la homeopatía con la medicina naturista y con el herbarismo, no son la misma cosa. En estas últimas el paciente recibe al menos sustancias que tienen un efecto químico sobre su organismo. El problema aquí sería el control de las dosis.
La homeopatía, en cambio, se basa en la idea de que el poder curativo de una sustancia viene dado, entre otras cosas, por la dilución extrema con la que se administra. Pero las diluciones son tan extremas que es imposible que el paciente reciba una sola molécula del principio activo.
Para justificar esto, los defensores de la homeopatía recurren a una teoría carente por completo de base científica, por no decir simplemente contraria a la ciencia, como es la de la “memoria del agua”. Según esta teoría, el agua que ha estado en contacto con el principio activo guarda memoria de sus propiedades químicas y esa “información” es la que se mantiene en el preparado homeopático y cura al paciente.
Lo curioso es que, en la mayor parte de los casos, lo que el paciente recibe no es un tarrito con agua, sino una pastilla de azúcar.
Contra lo que algunos parecen creer, fiándose demasiado de Popper, las pseudociencias no son infalsables. Es decir, sus tesis pueden ser puestas a prueba mediante contrastación empírica. De hecho, muchas de las afirmaciones de las pseudociencias están falsadas, puesto que la ciencia ha mostrado que son falsas. Las pseudociencias pueden alegar, y de hecho lo hacen, que cuentan en su haber con muchas “confirmaciones” (en el sentido de predicciones cumplidas), lo cual puede ser cierto, pero obviamente eso no las hace científicas.
Ilustremos todo lo que acabamos de decir con el ejemplo de la pandemia:
El negacionismo no debe confundirse con el escepticismo organizado que, como señaló hace décadas el sociólogo Robert K. Merton, constituye un atributo característico de la ciencia.
A diferencia de este, no pretende poner en cuestión hipótesis científicas que no han sido suficientemente contrastadas, sino que promueve más bien un rechazo dogmático y poco razonando, frecuentemente por motivaciones emocionales e ideológicas, de tesis científicas bien establecidas acerca de determinados fenómenos.
Una de las mejores caracterizaciones que se han dado por ahora del negacionismo está en un breve artículo de 2009 de Pascal Diethelm, un economista especializado en salud, y Martin McKee, un médico que enseña sobre salud pública.
Según ellos, el negacionismo consistiría en un rechazo del consenso científico con argumentos ajenos a la propia ciencia, o sin argumento alguno. Esto genera la impresión de que hay debate donde realmente no lo hay. Está ligado a cinco rasgos:
(Las personas pueden tener dos sistemas de creencia la mismo tiempo: una mentalidad realista y una mentalidad mitológica). Es una distinción que ha existido en la psicología desde hace mucho tiempo. La primera es la que aplicas a tu vida tangible y física. Incluso los chiflados que apoyan las teorías de conspiración, que creen en fantasmas y espíritus, y en el poder de la curación a través de piedras, visten y alimentan a sus hijos y los llevan a la escuela. Esas personas no están alucinando ni están fuera de contacto con la realidad. Sin embargo, la cosa cambia cuando son cuestiones que no les afectan directamente, como «¿qué ocurre realmente en la Casa Blanca?», «¿cuál es el origen del universo?” o «¿por qué le pasan cosas malas a la gente buena?». Cuando se trata de asuntos cósmicos que están fuera del ámbito de la experiencia inmediata la gente suele conformarse con creencias estimulantes, que empoderan, que son entretenidas; que sean verdaderas o falsas se considera como algo pedante y quisquilloso. Así, si alguien dice que Hillary Clinton lidera una red de explotación sexual infantil, no significa que lo crea de la misma manera que cree, por ejemplo, que hay leche en su frigorífico. Más bien es una forma de abuchear a Hillary Clinton, de expresar una convicción moral, y esa es una mentalidad a la que todos podemos ser susceptibles. El motivo es que hasta hace poco no teníamos los medios necesarios para responder a esas grandes preguntas cósmicas. Sin embargo, ahora tenemos archivos históricos, bases de datos del gobierno y ciencia, y podemos establecer lo que es cierto y lo que no. Creo que todas nuestras creencias deben estar en el ámbito de la realidad y no en el de la mitología, pero no es una mentalidad universal.
Moisés Naím, entrevista a Steven Pinker: "Siempre hemos sido capaces de razonar; la pregunta es por qué no siempre lo aplicamos", ethic.es 16/02/2022
Somos casi vintage las generaciones que fuimos educados por magníficos profesores de Filosofía en BUP y COU y maestros que se tomaban en serio la ética de EGB. Yo aprendí a defender mis opiniones en aquellos debates acneicos, a alzar la voz sin miedo. Las clases de Filosofía también fueron un buen entrenamiento para la vida ciudadana: en ellas aprendimos a convivir discrepando, a confrontar ideas desde el respeto, a cuestionar nuestros propios posicionamientos, a cambiar de idea o a poner todo nuestro esfuerzo en convencer a nuestros compañeros. Por no hablar de lo que supone recibir el legado del pensamiento que ha acabado por dar forma a la sociedad en la que vivimos. Saber de dónde vienen los valores predominantes en nuestra cultura es entender nuestro lugar en la historia. Pero lo más apasionante tanto de las clases de Ética como de Filosofía fue para mí la poderosa sensación de emancipación que me provocaron: de repente, me daba cuenta de que podía tomar las riendas de mi existencia porque me estaban dando los instrumentos necesarios para pensarme a mí misma, pensar lo que me rodeaba y decidir lo que estaba bien y lo que mal no sobre la base de los mandamientos divinos sino a mi propia consciencia independiente. No era, para nada, un camino fácil, pero era el único camino a la libertad.
Najat el Hachmi, ¿Quién quiere pensar?, El País 18/02/2022
Antonio Machado hace decir a su Juan de Mairena que «si alguien intentase algún día, para continuar consecuentemente a Kant, una cuarta Crítica, que sería la de la Pura creencia, llegaría en su Dialéctica transcendental a descubrirnos acaso el carácter antinómico no ya de la razón, sino de la fe; a revelarnos el gran problema del sí y el no como objetos no de conocimiento, sino de creencia». En su primera Crítica, Kant dijo que debió suprimir el saber para hacer sitio al creer. Esto significa que hay cosas más allá de nuestro conocimiento. Creer en una u otra divinidad es una opción personal íntima, pero es muy bueno que no podamos conocer la existencia de un creador omnipotente y omnisciente, porque tal circunstancia nos haría obrar por premios o castigos. El héroe moral kantiano es el ateo Spinoza, que decide obrar moralmente pese a no sentirse respaldado por un ser divino, únicamente por tener consideración hacia los demás y al margen de lo que pueda deparar una fortuna totalmente adversa. Diderot comparte sin duda este parecer, afirmando que la posteridad era su «otro mundo» del hombre religioso. Kant entiende que debemos creernos libres y pensar que nuestras intenciones pueden modificar la cadena de causas eficientes introduciendo nuevos eslabones. El auténtico credo kantiano es confiar en que nuestras intenciones morales puedan prosperar gracias al concurso de todos.
Con frecuencia y de manera coloquial, Second Life ha sido considerado un metaverso. Pero eso no significa que deba confundirse con lo que tienen en mente los defensores contemporáneos de esta idea. En algunas interpretaciones, el metaverso representa el conjunto de hardware y software que hace posible la realidad virtual y aumentada. En otros, es un conjunto de experiencias virtuales que varían en alcance y escala, pero que existen en un conjunto compartido de puntos de acceso, algo no muy diferente a Second Life.
Sin embargo, el alcance de lo que ha propuesto el CEO de Meta, Mark Zuckerberg, va más allá de esas definiciones. Ya sea que Zuckerberg sea o no la mejor autoridad en la materia, su visión es la que ha acaparado los reflectores, y su nombre se ha convertido en sinónimo del término metaverso. Así que, ¿cuál es precisamente esa visión, y en qué se parece o se distingue de lo que hemos escuchado anteriormente de la vida virtual?
Para Zuckerberg y Meta, el metaverso es una propuesta de cambios políticos y técnicos en la manera en que pensamos el mismo internet. Para ello es necesario un sistema económico y normativo que favorezca la limitación de los espacios virtuales para crear “propiedad”. En este sentido, Zuckerberg y otros predicadores del metaverso han impulsado la idea de la Web3, una forma descentralizada de mercantilización basada en tecnologías de cadena de bloques (blockchain) que servirían para verificar la propiedad, como lo hacen hoy los tokens no fungibles, o NFT. En la actualidad, Meta está alentando a los usuarios a realizar y compartir libremente sus creaciones en Horizon Worlds, su aplicación de creación de mundos básicos gratuita. Sin embargo, sus limitaciones sugieren que el propósito es simplemente abrir el apetito para un mercado más sofisticado de mundos creados por los usuarios en la plataforma de Meta en el futuro. Todo lo que la empresa sea capaz de extraer de las ventas en este mercado se verá presumiblemente reforzado por los datos de comportamiento que pueda captar de la mirada, la voz y los gestos en entornos inmersivos. Facebook ya rastrea lo que los usuarios responden al desplazarse, hacer clic y compartir contenidos, pero en la realidad virtual interactiva esto podría significar cualquier cosa, desde medir cuánto tiempo miran algo hasta compartir datos sobre las preferencias de marcas, pasando por el rastreo de los movimientos de sus manos durante los momentos más íntimos. En una entrevista reciente con Wired, Rosedale describió el panorama que ofrece el material de marketing de Meta como un “resultado muy, muy malo” para los mundos virtuales.
Desde el punto de vista técnico, Meta ha abogado por un protocolo común o portal que vincule una multitud de objetos virtuales y reales. Meta ya está sentando las bases al adquirir una serie de empresas de realidad virtual y aumentada para complementar su adquisición, en 2014, de Oculus, un fabricante de cascos de realidad virtual, y al integrar más estrechamente los productos Oculus con Facebook, Instagram y WhatsApp. Esto permite que los usuarios que ya están familiarizados con los servicios de la empresa se asocien con el metaverso antes de ver su versión 3D. Sin embargo, tal como descubrieron Second Life y otros, persuadir a los usuarios y a las empresas para que accedan a un singular conjunto de relaciones económicas es un enorme desafío. Entre los usuarios tempranos de la realidad virtual ha habido una notable reacción contra el intento de Facebook de encerrar y estandarizar la vida virtual, que queda ejemplificada en el hashtag #notmymetaverse.
¿Y si Meta tiene éxito? Eso podría significar un nuevo internet, tal vez incluso una nueva mutación del capitalismo. El éxito de las experiencias de juegos virtuales, desde FarmVille hasta Fortnite, demuestra qué tanto están dispuestas las personas a trabajar y pagar por baratijas digitales todos los días. Fuera del mareo por movimiento, la experiencia de entrar en mundos virtuales inmersivos puede ser estimulante hasta el punto de volverse adictiva. El infujo de inversiones de personas que buscan obtener beneficios en este nuevo espacio y las condiciones que la pandemia de covid-19 ha impuesto al mundo entero garantizan al menos un mayor entusiasmo por una nueva integración entre la vida virtual y la real. Esto podría significar una mayor abdicación de los problemas del mundo “real”, conforme los usuarios distraídos permiten a las corporaciones asomarse aún más en sus vidas personales. Asimismo, podría dar lugar a nuevas formas de explotación, ya que los datos e incluso la imagen de las personas pueden ser objeto de apropiación para fines casi imposibles de comprender o controlar.
Una solución podría ser que el sector público invierta en mantener de un repositorio de activos virtuales de alta calidad, gratuitos y de libre acceso. Los usuarios podrían utilizarlos para construir y mantener sus propios mundos y experiencias virtuales. De este modo se aprovecharía el espíritu de las primeras generaciones de usuarios, que a menudo han compartido sus conocimientos y creaciones libremente, a través de licencias Creative Commons, en un intento de socavar a los especuladores que esperan hacer un metaverso más lucrativo. La preservación de bienes comunes sólidos y fáciles de usar es vital para que los usuarios puedan determinar sus propias formas de intercambio y propiedad. De la mano de estos objetos virtuales habría un aparato regulador que permitiría la conexión voluntaria entre experiencias, además de que podría defender la privacidad y otras normas sociales. La creación de un fideicomiso público para la construcción y supervisión de los mundos virtuales, tal como se ha debatido en las propuestas acerca de la creación de una opción pública para otros sistemas de medios, podría ofrecer una alternativa a los rasgos más distópicos del metaverso.
Aunque esto se escuche algo descabellado, ya está ocurriendo en algunos lugares. En Seúl, Corea del Sur, se ha empezado a trabajar en una “Seúl del Metaverso”. La isla de Barbados también ha comprado terrenos en un mundo virtual con el objetivo de construir una embajada virtual. Un conjunto de mundos virtuales de interés público con mecanismos de rendición de cuentas podría dar lugar a nuevas formas de configurar la vida social y económica. O simplemente, podría servir como un espacio para escapar de manera ocasional, como originalmente prometía Second Life. En la visión generalizada que venden los predicadores del metaverso, corremos el riesgo de caer en un mundo digitalizado del que no hay salida.
Diami Virgilio, Algo que las comparaciones entre Second Life y Metaverso pierden de vista, Letras Libres 18/02/2022
Second Life lo lanzó en 2003 Linden Lab, cuyo CEO, Philip Rosedale, era la cara pública de la empresa. Casi desde el principio, la visión de Linden fue que Second Life sería un lugar para el escapismo: los usuarios visitarían el mundo virtual tridimensional sin otra razón más que la de estar un lugar distinto. Gran parte de su arquitectura se basó en la lógica de juegos como The Sims, pero Second Life buscó distinguirse como algo más que un juego. Su propósito era explorar los nuevos horizontes de la representación virtual y dar a sus usuarios la posibilidad de crear lo que quisieran y ser quienes quisieran. Los usuarios vivían elaboradas vidas de fantasía, con identidades nuevas e incluso cambiantes, separadas de los obstáculos de su rutina diaria. Algunos se casaron y formaron familias en Second Life, desarrollaron comunidades enteras con sus propias normas y rituales.
Todo esto ocurría en un espacio integrado que se entretejía a través de distintos servidores, en vez de estar copiado en múltiples instancias. Esto significaba que, si los usuarios se encontraban en la misma parte de Second Life, todos experimentaban lo mismo al mismo tiempo. En su libro The making of Second Life, el periodista Wagner James Au explica que lo que distingue a Second Life de sus análogos es la capacidad de crear en tiempo real y de estar en un lugar colectivamente. En efecto, los espacios constantes con avatares altamente modificables y manipulables indicaban que el tiempo y el espacio tenían un significado importante en este mundo virtual. La gente podía alterar su vida en Second Life, abriendo posibilidades para nuevos tipos de convivencia y acercándose a una versión presumiblemente menos distópica de la experiencia virtual descrita en el metaverso de Snow Crash. Al mismo tiempo, cuando la Web 2.0 arrancaba a trompicones, Second Life prometía a sus usuarios la que podía ser la forma más ambiciosa de redes sociales y contenido generado por el usuario.
Un año después de su creación, el número de usuarios aumentó a unos 15,000 y las relaciones de propiedad, dinero y especulación del mundo real comenzaron a invadir la tierra de ensueño de Linden Lab. Lo que había sido un espacio de autorrealización y escapatoria rápidamente se convirtió en un lugar con derechos de propiedad y una divisa global interna, llamada linden. Como relata el libro de Au, entre 2004 y 2007 aumentó el número de especuladores que fraccionaban el espacio virtual y vendían bienes virtuales con la esperanza de obtener beneficios de lo que en un principio se había comercializado como un bien común. Ya en 2006, Second Life fue testigo de la afluencia de empresas del mundo real que introducían promociones y publicidad en el espacio virtual. Incluso se podía cambiar lindens por dólares (lo que provocaba fluctuaciones en su valor), así como por otras monedas virtuales. A principios de la década de 2010 se utilizaban para intercambiar por Bitcoin y otras criptomonedas en auge, un plan que, según algunos, facilitaba el lavado de dinero. Para entonces, gran parte del frenesí de los especuladores se había extinguido, al igual que la atención de los medios de comunicación.
Sin embargo, Second Life ha subsistido. Hoy en día se mantiene bajo un modelo de suscripción con cerca de 70 millones de registros y un promedio de alrededor de 200,000 usuarios activos diariamente (hay una suscripción básica gratuita; también se pueden pagar 99 dólares al año u 11.99 dólares al mes por una suscripción premium). Se siguen comprando y vendiendo mercancías virtuales, pero la participación de marcas básicamente ha disminuido. Después de informar sobre un pequeño resurgimiento durante las primeras fases de la pandemia de covid-19, Second Life ha declarado un PIB actual de alrededor de 650 millones de dólares, lo que la convierte en una de las mayores economías virtuales a nivel global. No obstante, esto depende de cómo se mida la economía en las experiencias virtuales y de lo que se considere como “virtual”.
Diami Virgilio, Algo que las comparaciones entre Second Life y Metaverso pierden de vista, Letras Libres 18/02/2022
Hoy, nosotros, los millonarios y multimillonarios que suscribimos esta misiva, pedimos a nuestros gobiernos que nos aumenten los impuestos. Inmediatamente. Sustancialmente. Permanentemente”. Poco después de que finalizase el confinamiento, en la primera parte de 2020, unos 90 seres afortunados con su riqueza hacían esta vehemente demanda a los políticos. Desde entonces poco se ha movido en el terreno impositivo; apenas un acuerdo de mínimos para establecer un tipo global del 15% en el impuesto sobre los beneficios empresariales, que todavía ha de entrar en vigor el año que viene.
Aquella epístola se caracterizaba por la angustiosa urgencia. Es oportuno reproducir alguno de sus párrafos sin glosa alguna: “No estamos conduciendo las ambulancias que llevan a los enfermos a los hospitales, ni reabasteciendo los estantes de los supermercados, ni haciendo delivery de comida de puerta en puerta (…). Pero sí tenemos dinero, mucho dinero, que ahora se necesita desesperadamente”. Aquellos superricos se denominaron a sí mismos millonarios patrióticos, y han reaparecido año y medio después —con una veintena de incorporaciones más al grupo— en el Foro de Davos, convocado bajo el lema políticamente correcto de “Accionistas por un mundo más cohesionado y sostenible”.
La mayor parte de esos millonarios son americanos: el 0,1% de los estadounidenses más ricos controla hoy más dinero que en cualquier otro momento desde el año 1929. Y también ahora han utilizado el método de una carta abierta bajo el reiterado lema de “¡Cóbrennos impuestos a los ricos y háganlo ahora”. No son marxistas desclasados, sino gente que ha tenido mucho éxito en el sistema y quieren salvar al capitalismo de sus excesos más extremos. Sus demandas giran, en general, alrededor del incremento del impuesto del patrimonio, la revisión de los agujeros fiscales mediante los cuales se evaden legalmente los gravámenes, e incluso la demanda de aumentos de salario mínimo.
El temor de ser una extravagancia está sin duda presente en esta llamada desesperada a que les suban los impuestos. La principal crítica a Davos suele centrarse en la vaciedad de las palabras que allí se invocan, año tras año, y por el cinismo de muchos de sus intervinientes aparentemente más críticos. Los millonarios patrióticos cargan también contra algunos empresarios de moda como Elon Musk o Jeff Bezos, cuando opinan que la confianza no se construye en espacios cerrados a los que solo pueden acceder los más ricos y poderosos: “No está construida por viajeros espaciales multimillonarios que hacen una fortuna con una pandemia pero no pagan casi nada de impuestos”. Para esos millonarios el sistema fiscal internacional “ha sido diseñado deliberadamente para enriquecer aún más a los ricos”, y la pandemia de la covid-19 les ha servido para multiplicar su posición de poder: si bien el mundo ha pasado por una inmensa cantidad de sufrimientos en los últimos dos años, ellos han aumentado su riqueza, pero “pocos, si es que alguno, pueden decir honestamente que pagamos nuestra parte justa de impuestos”.
Joaquin Estefanía, Millonarios patrióticos, El País 30/01/2022
Escribo este artículo mientras suenan tambores de guerra en Europa. De nuevo. Por vez primera en la historia, la inmensa mayoría de los europeos no ha vivido una guerra. Eso significa que hemos olvidado lo que es de verdad y que, pese a su desprestigio general, ya estamos preparados para volver a hacerla; eso significa que, ahora más que nunca, conviene recordar qué es la guerra.
No se me ocurre mejor manera de hacerlo que evocar una carta que en 1938 le escribe una joven filósofa francesa, Simone Weil, a un viejo escritor francés, Georges Bernanos. Weil, anarquista ferviente, acababa de salir de España, donde se había sumado a la columna Durruti y había sido herida de forma accidental mientras combatía en el frente de Aragón; también acababa de leer Los grandes cementerios bajo la luna, el libro donde Bernanos, católico y conservador, partidario de los franquistas, abominaba de las atrocidades perpetradas al principio de la guerra por los rebeldes en Mallorca, donde le sorprendió la contienda. Todo el mundo ha leído el libro de Bernanos, o debería leerlo; la carta de Weil, en cambio, es casi desconocida (de hecho, más allá de unos pocos documentos, apenas queda rastro de los 45 días de guerra que esa mujer extraordinaria pasó en nuestro país); yo acabo de conocerla gracias a un libro recién publicado en Francia por Adrien Bosc: Colonne. En ella, Weil le dice a Bernanos, a quien no conocía personalmente, que, pese a que las ideas políticas de ambos sean opuestas, tras leer su libro se siente más próxima a él que a sus camaradas de las milicias de Aragón; luego afirma que en la Barcelona del verano de 1936 se mataba a sangre fría una media de 50 hombres cada noche, y refiere varias anécdotas, como la de un miliciano que se sorprende de no verla reír cuando él le cuenta que asesinó por la espalda a un cura al que acababa de permitirle marcharse. Eso es, si no me engaño, lo esencial de la guerra para Weil: la actitud de los hombres ante el asesinato. Traduzco: “Jamás he visto, ni entre los españoles ni entre los franceses llegados para luchar (…) que nadie exprese, ni siquiera en la intimidad, repulsión, disgusto o desaprobación por la sangre inútilmente derramada (…) Hombres en apariencia valientes (…), en medio de una comida llena de camaradería, contaban con una sonrisa fraternal cuántos curas o fascistas —término este muy amplio— habían matado. Por mi parte, he tenido el sentimiento de que, cuando las autoridades han situado una categoría de seres humanos fuera de aquellos cuya vida tiene valor, nada es más natural para el hombre que matar. Cuando se sabe que es posible matar sin arriesgarse al castigo ni a la reprobación, se mata; o al menos se rodea de sonrisas alentadoras a quienes matan. Si por casualidad se experimenta al principio un poco de disgusto, se calla, y pronto se ahoga por miedo a parecer falto de virilidad. Hay ahí un empuje, una embriaguez a la que es imposible resistirse sin una fuerza de espíritu que no tengo más remedio que considerar excepcional, porque no la he visto en ninguna parte”. Eso es de verdad la guerra: no sólo un lugar donde se mata y se muere, sino sobre todo un lugar donde hay que tener madera de héroe para oponerse al asesinato.
“Una atmósfera así”, concluye Weil, “borra de inmediato el fin mismo de la lucha”. Es posible que Bernanos estuviese de acuerdo, y es posible que, por esa razón, ambos acabasen pensando que no hay guerra justa. Yo no estoy seguro. Como cualquiera medianamente cuerdo, no estoy a favor de ninguna guerra, pero creo que, una vez desencadenadas, hay guerras que no queda más remedio que pelear; también creo que la Guerra Civil fue una de ellas. No soy equidistante: como George Orwell, que luchó por la República sin dejar de denunciar los desmanes perpetrados por los republicanos, creo que la República tenía razón. En cuanto a Bernanos, no sabemos si contestó la carta de Weil, pero sí que la llevó consigo el resto de sus días: a su muerte, su familia la encontró en su cartera. El viejo escritor sabía que las palabras de aquella desconocida encerraban algo que convenía no olvidar.
Javier Cercas, ¿Qué es la guerra?, El País Semanal 19/02/2022
René Magritte dijo de su dibujo de una pipa que aquello no era una pipa y nuestra forma de mirar las imágenes cambió para siempre. A diferencia de los surrealistas que hacían hablar al subconsciente, o eso pretendían, Magritte, que nunca tuvo una relación demasiado buena con ellos, definía su pintura como “el arte de pensar”, por eso sus cuadros interpelan de otra manera, abriendo significados insospechados. Esa relectura tuvo una vía de entrada al público a través de la publicidad y otros usos que en ocasiones ha devorado la propia obra del pintor, pero igual que sus cuadros contienen muchos otros cuadros, acercarse al personaje abre otras muchas ventanas.
Isabel Gómez Melenchón, Este sí es Magritte, La Vangaurdia 19/02/2022
Y que no nos ha durado nada.
Santiago Alba Rico, Relámpago, ctxt 16/02/2022
15.0 96 Normal 0 21 false false false ES-TRAD X-NONE X-NONE /* Style Definitions */ table.MsoNormalTable {mso-style-name:"Tabla normal"; mso-tstyle-rowband-size:0; mso-tstyle-colband-size:0; mso-style-noshow:yes; mso-style-priority:99; mso-style-parent:""; mso-padding-alt:0cm 5.4pt 0cm 5.4pt; mso-para-margin:0cm; mso-para-margin-bottom:.0001pt; mso-pagination:widow-orphan; font-size:12.0pt; font-family:"Calibri",sans-serif; mso-ascii-font-family:Calibri; mso-ascii-theme-font:minor-latin; mso-hansi-font-family:Calibri; mso-hansi-theme-font:minor-latin; mso-fareast-language:EN-US;}
Para hacer cualquier cosa que valga la pena, hay que ser capaz de prestar atención a las cosas que importan. No es tarea fácil, no lo ha sido nunca, pero de un tiempo a esta parte se ha vuelto aún más complicado, por nuevas e insospechadas razones.
Mientras mirábamos hacia otra parte, una amenaza de última generación para la libertad del ser humano se ha materializado ante nuestros ojos. No hemos reparado en ella porque ha llegado en distintas formas que nos resultaban familiares. Ha llegado trayendo consigo el regalo de la información, un recurso escaso y valioso hasta la fecha, pero que se nos ha brindado en tal abundancia y a tal velocidad que se ha convertido en una rémora. Y, para acabar de seducirnos, ha llegado con la promesa de que está de nuestra parte, de que ha sido diseñada para ayudarnos a conducir nuestras vidas por los derroteros que nosotros mismos nos hemos marcado.
Pero, por grande que sea su potencial, estas máquinas maravillosas no están exactamente de nuestra parte. En lugar de secundar nuestras intenciones, se dedican a captar y monopolizar nuestra atención. En su competencia despiadada por «persuadirnos», por determinar nuestros actos e ideas conforme a sus objetivos preestablecidos, estas máquinas se han visto obligadas a recurrir a las astucias más mezquinas y rastreras del manual para apelar a nuestros impulsos más viles, a ese ser inferior que nuestra naturaleza más noble ha tratado siempre de combatir y superar. Para colmo de males, han desplegado los sistemas de computación más inteligentes que se hayan visto jamás con el solo propósito de captar nuestra atención y servirse de ella.
Durante demasiado tiempo hemos quitado importancia a los peligros de esta forma de persuasión inteligente y nociva, desdeñándola como una mera «distracción» o una molestia de poca monta. A corto plazo, estos obstáculos pueden mermar nuestra capacidad de hacer lo que queremos hacer. A largo plazo, pueden llegar a impedirnos vivir las vidas que queremos vivir y, lo que es peor, minar facultades fundamentales como la reflexión o el autocontrol, dificultándonos aún más la tarea de «querer lo que queremos querer», por emplear la expresión del filósofo Harry Frankfurt. En este sentido, los nuevos adversarios de la atención no solo suponen una amenaza para el triunfo de la voluntad, sino también para su misma integridad esencial, tanto en el plano individual como en el colectivo.
De entre la variedad de amenazas que pesan sobre la libertad, algunas son reconocibles de inmediato, pero otras necesitan cierto tiempo para revelarse como tales. En lo que respecta a este sistema de persuasión inteligente, cuya influencia perniciosa crece por momentos, el proceso de reconocimiento no ha hecho más que comenzar. Las amenazas, en cambio, ese cúmulo de infraestructuras e incentivos que se esconden tras su funcionamiento, están ya bastante asentadas y consolidadas. Así las cosas, puede que sea demasiado tarde para poner a estos sistemas perniciosos de nuestra parte. Es posible que, a estas alturas, sus mecanismos estén demasiado arraigados en nuestra vida para extirparlos. Personalmente, no creo que sea el caso. No está todo perdido, pero la vía de la salvación es angosta y no tardará en cerrarse.
Hubo un tiempo en que pensaba que los grandes desafíos políticos habían pasado a la historia. Las luchas épicas por la libertad, me decía, habían sido ya libradas por generaciones más ilustres que la nuestra. A nosotros nos quedaba tan solo la tarea de administrar diligentemente su herencia política, el fruto de su esfuerzo.
No podía estar más equivocado. La liberación de la atención humana podría ser la lucha ética y política decisiva de nuestro tiempo. Su éxito es requisito previo de cualquier otra lucha que quepa imaginar. Nos incumbe a nosotros, pues, la responsabilidad de modificar el cableado de estos sistemas de persuasión inteligente y nociva antes de que ellos modifiquen el nuestro. Para ello es preciso encontrar, entre todos, nuevas formas de hablar y abordar el problema, y reunir luego el coraje necesario para lidiar con él, por más que nuestras acciones resulten intempestivas e impopulares.
A principios del siglo XXI, unas fuerzas maravillosas de nuestra invención —las tecnologías de la información y la comunicación— han revolucionado la vida del ser humano. Las experiencias que atesoramos a cada momento, nuestras interacciones sociales, el cariz de nuestros pensamientos y nuestros hábitos cotidianos se configuran hoy, en gran medida, a partir del funcionamiento de estos ingenios. Sus engranajes internos son para muchos de nosotros lo bastante oscuros como para resultar indiscernibles de la magia; no dejamos de maravillarnos de su potencia y originalidad. Y esta admiración trae aparejada una convicción: confiamos en que estos inventos fueron diseñados, como aseguran sus creadores, para adaptarse a nuestros referentes y ayudarnos a dirigir nuestras vidas por los derroteros que nosotros mismos hemos trazado. Creemos, en fin, que estos inventos fabulosos están de nuestra parte.
La atención humana parece haber sufrido un cambio profundo y potencialmente irreversible en la era de la información. Reaccionar a este cambio como es debido podría ser el mayor desafío moral y político de nuestro tiempo.
James Williams, Clics contra la humanidad, Barcelona, Gatopardo ediciones 2021
Primero, porque es una red de viejos. Que no se me ofenda nadie, son los datos, y este testimonio de un profesor estadounidense resulta un excelente indicativo: tras preguntar a sus alumnos de quince y dieciséis años si tenían FB, le respondieron riéndose que es una red para mamás, papás, y abuelos.
Segundo, porque muchos milenials que fueron sus usuarios más activos lo están dejando por el excesivo odio que la aplicación facilita, y los que aman odiar y difundir sus teorías más delirantes, como QAnon o los antivacunas, se van también porque les «censuran». Los documentos internos de la compañía prevén que el 45 % de los usuarios estadounidenses abandonen la aplicación en los próximos dos años.
Zuckerberg comenzó a publicitar su metaverso en julio pasado, y desde entonces no han dejado de lloverle los problemas a su red social. Sobre todo por la garganta profunda sobre cuyas revelaciones publicó una serie de artículos The Wall Street Journal. Han mentido sobre sus prácticas, y todas sus plataformas racistas y antivacunas han tenido menos censura y supervisión. Para colmo los intentos de control de sus algoritmos provocaron el efecto contrario, magnificando ese odio que allí funciona tan bien.
El MIT ha explicado cómo hicieron los algoritmos perversos de FB, y da escalofríos. Otro análisis especialmente interesante pero menos técnico es el de Mauricio Cabrera, periodista mexicano especializado en creator economy, donde concluye que para enganchar a la audiencia en Facebook hay que enojarla. El éxito allí pasa por el odio y la polarización.
La empresa conocía la negativa influencia de Instagram sobre la salud mental de niños y adolescentes, y lo ocultaron. Sus directivos ignoraron sistemáticamente las denuncias presentadas por empleados sobre publicaciones que atentaban contra los derechos humanos —desde ejecuciones a violaciones—. Y, el colmo, se ha constatado que la red social facilitó tanto la difusión de ideas antivacunas que destruyeron parte de los esfuerzos de vacunación contra la covid-19 de la administración Biden.
Semanas después de ese reportaje, Frances Haugen, product manager de FB, se presentó ante el senado estadounidense: ella era la garganta profunda. Su alegato no pudo ser más claro: «Facebook daña a los niños, provoca división en nuestra sociedad y debilita la democracia. Puede cambiarse, pero ellos no lo van a hacer si no se les empuja desde fuera».
... los hombres no derivan placer alguno sino antes bien, considerable pesar de estar juntos allí donde no hay poder capaz de imponer respeto a todos ellos. (224)
15.0 Normal 0 21 false false false ES X-NONE X-NONE /* Style Definitions */ table.MsoNormalTable {mso-style-name:"Tabla normal"; mso-tstyle-rowband-size:0; mso-tstyle-colband-size:0; mso-style-noshow:yes; mso-style-priority:99; mso-style-parent:""; mso-padding-alt:0cm 5.4pt 0cm 5.4pt; mso-para-margin-top:0cm; mso-para-margin-right:0cm; mso-para-margin-bottom:10.0pt; mso-para-margin-left:0cm; line-height:115%; mso-pagination:widow-orphan; font-size:11.0pt; font-family:"Calibri",sans-serif; mso-ascii-font-family:Calibri; mso-ascii-theme-font:minor-latin; mso-hansi-font-family:Calibri; mso-hansi-theme-font:minor-latin; mso-ansi-language:ES; mso-fareast-language:EN-US;}
Los deseos, y otras pasiones del hombre, no son en sí mismos pecado. No lo son tampoco las acciones que proceden de esas pasiones, hasta que conocen una ley que las prohíbe. Lo que no pueden saber hasta qué leyes. Ni puede hacerse ley alguna hasta que hayan acordado la persona que lo hará. (226)
De todas formas, qué forma de vida habría allí donde no hubiera un poder común al que temer puede ser percibido por la forma de vida en la que suelen degenerar, en una guerra civil, hombres que anteriormente han vivido bajo un gobierno pacífico. (226)
De esta guerra de todo hombre contra todo hombre, es también consecuencia que nada puede ser injusto. Las nociones de bien y mal, justicia e injusticia, no tienen allí lugar. Donde no hay poder común, no hay ley. Donde no hay ley, no hay injusticia. La fuerza y el fraude son en la guerra las dos virtudes cardinales. La justicia y la injusticia no son facultad alguna ni del cuerpo ni de la mente. Si lo fueran, podrían estar en un hombre que estuviera solo en el mundo, como sus sentidos y pasiones. Son cualidades relativas a hombres en sociedad, no en soledad. Es consecuente también con la misma condición que no haya propiedad, ni dominio, ni distinción entre mío y tuyo; sino sólo aquello que todo hombre pueda tomar; y por tanto tiempo como pueda conservarlo. (226-227)
Las pasiones que inclinan a los hombres hacia la paz son el temor a la muerte; el deseo de aquellas cosas que son necesarias para una vida confortable; y la esperanza de obtenerlas por su industria. Y la razón sugiere adecuados artículos de paz sobre los cuales puede llevarse a los hombres al acuerdo. (227)
Capítulo XIII
De la condición natural del género humano, en lo que concierne a su felicidad y miseria
Thomas Hobbes, Leviatán, Editora Nacional, Edición preparada por C. Moya y A. Escohotado, Madrid 1983, segunda edición corregidaAl final, la realidad no es más que una forma eterna de ver las cosas. Lo que pasa es que cuando ya no hay forma de ver las cosas atravesando el tiempo entonces son las cosas las que te ven a ti. Y entonces sucede que es la actualidad la que nos mira, la que nos maneja, la que nos dice sobre qué pensar en cada momento. ¿Se acuerdan cuando nos manifestábamos por la crisis climática? Fue hace mucho ya, había una niña, una tal Greta Thumberg que llevaba un chubasquero amarillo y que se convirtió en pura inspiración. ¿Sabe alguien qué fue de ella? La actualidad la escupió como un hueso atravesado en la garganta.
El problema (y la desgracia) es que cuando la realidad no es capaz de atravesar el tiempo, entonces apenas se puede hablar de ella porque empieza a parecer que cualquiera podría hacerle lo que quisiera. En la práctica, decir que lo real no permanece equivale a decir que no existe. ¡Peor aún! Es como dar patente de corso para cambiar la realidad al antojo, o sea, a los intereses de cada cual. Porque la realidad misma es lo puesto en cuestión —no las evidencias efímeras de las portadas— y la verdad parece antes el haz del foco de gloria que otorga el último minuto trending topic que el producto necesario de los hechos, la historia o las ideas. De la sustancia del mundo, por decirlo de una vez. No en vano estamos construyendo una realidad paralela a marchas forzadas, un delicioso metaverso donde las cosas prometen tener principio y fin, donde podremos establecer acuerdos y pactos nuevos y definir dónde empieza y termina el tiempo. Evidentemente está siendo un gran éxito, porque la realidad ha perdido su sitio en el pensamiento y su espacio en el alma (de hecho, va como alma en pena). Y ahora lo único real es el deseo universal de inventarla o de negarla.
Así que toca escoger: realidad o actualidad. Y siempre habrá una pérdida en nuestra decisión, siempre nos faltará algo fundamental. Así las cosas, mi único deseo es no elegir siempre lo mismo. Que algunos días gane la vida, esa que es real y aún nos espera.
Nuria Labari, Elige: actualidad o realidad, El País 05/02/2022
Tristes tiempos si ahora la pandemia comienza a usarse como excusa para tomar decisiones polémicas que reducen costes a quienes gestionan y restan servicios a la ciudadanía, bajo el argumento de mayor automatización y optimización. “Nos vamos porque la mayoría usa las aplicaciones móviles”. “Cerramos servicios médicos porque el pueblo es pequeño”. Primar los beneficios siempre perjudica al viejo, al pobre, al enfermo, al que usa transporte público. Las desigualdades normalizan un lado creciente de la humanidad que se enfría al tiempo que calentamos la máquina y pulsamos asterisco.
Es grande la tentación de delegar en las máquinas lo que más perturba o no resulta rentable, entre otras cosas, porque la máquina es indolente ante las quejas. No se inmuta ni entristece. La reclamación puede terminar con un “Inténtelo más tarde” mientras los asesores humanos, más precarios y con menos tiempo, se van alejando a otras ciudades, o al otro lado del teléfono, para terminar remitiendo al cajero automático o a la aplicación web donde están las respuestas, ¿acaso saben nuestras preguntas?
¿Se han fijado que cada vez más las masas somos atendidas y leídas por máquinas, mientras los más privilegiados son atendidos por humanos con tiempo? ¿Se imagina contar con un asesor que pacientemente le ayude a entender las cuentas, una doctora que pueda dedicarle tiempo y atención, un psicólogo que le escuche, una abogada que le oriente, mediadores capaces de empatizar y comprenderle? De esto trata el enfriamiento humano y no es ajeno al calentamiento planetario.
Remedios Zafra, Calentamiento global, enfriamiento humano, El Cultural 01/02/2022
Porque el héroe cultural de nuestro tiempo, como no podía ser de otra manera, no es un individuo sino un colectivo. Un colectivo por suerte cada vez más y mejor articulado, pero por desgracia cada vez menos y peor conocido: la comunidad científica.
Carlo Frabetti, El héroe cultural: de prometeo a Frankestein, jotdown 03/02/2022
Para acceder a la etapa de la técnica, para aplicar un universal a los casos semejantes, hay desde luego que disponer de ese universal ese eidos, forma o especie, al que se refiere Aristóteles en el texto citado. Los humanos disponemos del mismo, sea de manera innata sea porque lo hemos adquirido, y se da la circunstancia de que generalizamos con muchísima facilidad. Así un niño que ha tenido ante sí un caballo rápidamente reconoce la forma (el eidos) del mismo en otro caballo. Cosa que plantea un problema a quienes esperan que el conocer de la máquina llegue a ofrecer un día la clave de nuestro propio funcionamiento, pues las redes neuronales generalizan con mucha mayor dificultad.
Pero este disponer de una forma que aplicamos a pluralidad de individuos tiene dos explicaciones posibles, a las que me refería al hablar de innatismo o adquisición. La primera es que esa forma se forja en la misma experiencia, es por así decirlo su resultado. La segunda es que las formas son ideas inherentes a nuestro ser, para las cuales la experiencia es simplemente la ocasión material de actualizarse. Este asunto remite a viejos problemas filosóficos sobre el peso de la inducción en el conocimiento no ya maquinal o animal sino humano, sobre la cuestión cartesiana de las ideas innatas y en última instancia sobre la tesis platónica de que, tratándose del ser de razón, conocer es siempre, en un nivel u otro, re-conocer; no tanto generalizar a partir de iteración de experiencias, como ver en lo dado un caso particular de un concepto.
En el caso de Aristóteles la posición es de un platonismo matizado: cabría decir que los universales (el campo eidético, el campo de las ideas) es innato en los seres de razón, pero que no se actualiza hasta que encuentra una ocasión en la realidad individual; la idea pasa de la potencia al acto gracias a la experiencia. Por ello Aristóteles es (frente a pitagóricos y ciertos platónicos adversos a la modalidad de platonismo que representa el propio Aristóteles) con justicia considerado un empirista. Pero ello no quita que también para Aristóteles en el animal humano (y esto es lo que le distingue precisamente de los otros animales) la idea es inherente a su propia naturaleza.
En suma, para Aristóteles la experiencia humana difiere de la experiencia animal por ser ocasión de acceso a techne kai logismois (técnica y razonamientos), es decir aquello que por definición es vedado a las especies animales no dotadas de lenguaje. Y retorno a la cita que en la columna anterior ponía en el arranque: “Los animales no humanos viven reducidos a imágenes y recuerdos y la experiencia es para ellos poco fructífera, mientras que (*por intermediación de la experiencia*), los hombres acceden a la técnica y al razonamiento”
Tanto la tesis que hace surgir lo universal de una generalización a partir de la experiencia, como la que considera que lo universal es algo innato (y en su seno vertiente pitagórico-platónica versus vertiente aristotélica) coinciden en un punto: la técnica implica ideas y por ello el conocimiento técnico es una etapa diferente de la mera experiencia.
Y aquí se multiplican las preguntas: ¿alcanzan las máquinas a tener ideas o más bien se trata en ellas de un tipo de acuidad que no supera la mera experiencia? Y aún ¿reconocen un dígito manuscrito como un niño reconoce un caballo, es decir percibiendo en el mismo un caso particular de ese universal que es una idea? Nótese que estoy prescindiendo ahora de la cuestión de si la idea presente en el conocer del niño la ha generado o no la misma experiencia; estoy simplemente señalando que el niño tiene indiscutiblemente ideas.
La pregunta respecto al aprendizaje de las redes neuronales es la de si a través de la iteración que sustenta la experiencia, hay un momento en el que la red neuronal dispone de un universal aplicable a todos los casos semejantes. Pues esta etapa que trasciende la experiencia, esa techne de Aristóteles quizás ni siquiera es necesaria para mostrarse eficiente: “tratándose de la práctica, la experiencia no es inferior a la técnica; y así vemos que hombres limitados a la experiencia obtienen a veces mejores resultados que quienes poseyendo la noción (logos) de algo carecen sin embargo de experiencia (…) La causa es que la experiencia es un conocimiento de lo individual y la técnica lo es de lo universal. Ahora bien, toda práctica y toda producción concierne a lo individual” (Metafísica 981, a 12-16).
Desde luego ciertos animales no humanos dan muestras de una acuidad perceptiva y de una capacidad de previsión superiores a las nuestras, sin que por ello haya razones para considerar que han accedido a la etapa de la técnica. ¿Es también el caso de las máquinas, que mostrarían acuidad perceptiva en ausencia de concepto, conocimiento sin tener idea? ¿O diremos más bien que en una red neuronal la reacción efectiva y eficaz, el output correcto que se forja en la experiencia, se debe a que como resultado de la misma acaba por surgir lo universal, el atributo que clasifica, que distingue? ¿Cabe, en suma, atribuir a un algoritmo ideas? Aun en caso de respuesta positiva, está por ver si tal inteligencia eidética recubre todas las modalidades en las que se despliega la nuestra, así esa inteligencia que no consiste tanto en conocer como en sentir lo bello o lo repugnante, o la que consiste en delimitar una frontera que separa al bien del mal.
Víctor Gómez Pin, ¿Técnica en las máquinas?, El Boomeran(g) 02/02/2022
Societat, tecnologia i pensament.
Documental: The Social Dilemma, director: Jeff Orlowsky, any 2020 (Netflix)
1ª part (0,00-5,52):
Qüestionari:
1- Les persones que opinen en aquest documental en quin tipus d’empreses han estat treballat o encara treballen? A quin àmbit empresarial pertanyen? Què és el que tenen en comú?
2- Quin o quins són els problemes que aquestes empreses estan generant?
3- Què creieu que vol dir la frase de Sòfocles que encapçala el documental: “Res gran succeeix a la vida dels mortals sense una maledicció”?
2ª part (12,06-19,52):
Qüestionari:
1- Com funciona aquest negoci?
2- Quines repercussions té en les nostres vides?
3- Què vol dir la frase següent: “Si no pagues pel producte, tu ets el producte”?
3ª part (19,52-37,58):
Qüestionari:
1- Busqueu informació sobre el que és la llei del reforç intermitent positiu.
2- Explica el fonament i les diferències dels dos paradigmes tecnològics: el de la bicicleta i el de les xarxes socials
3- Comenta la frase: Només hi ha dues indústries que anomenen als seus clients “consumidors”: la de les drogues il·legals i les des sofware(Edward Tufte)
4ª part (37’58-44,00)
Qüestionari:
1- Quins són els problemes que genera el mòbil als infants?
2- Llegiu aquests articles:
3- Amb quin dels articles estàs més d’acord? Amb quin, menys d’acord? (Raoneu les respostes)
5ª part (44,00-54,50)
Qüestionari:
1- Com pot resistir el cervell humà a la Intel·ligència Artificial?
2- Vegeu presentació del dibuixant El Roto. Escolliu 3 diapositives i comenteu-les.
[https:]] part (54,50-1,20,05)
Qüestionari:
1- Busqueu informació sobre aquests conceptes: post-veritat, fake news, bombolles de filtre, tribalització digital, polarització política, biaix de confirmació, teories de la conspiració
2- Quina relació es pot establir entre aquests conceptes i el funcionament de les xarxes socials.
7ª part (1,20,05-final del documental)
1- Analitzeu les diferents solucions que plantegen aquests especialistes. Esteu o no esteu d’acord? Per què?
2- Creieu que ha estat útil el visionat d’aquest documental? El recomanaríeu a unes altres persones? (Raoneu les vostres respostes)
3- Podeu fer una ullada per la web del documental. Us ha semblat interessant?
Repite 10 veces al día, todos los días: “Hoy va a ser un día feliz”, “Hoy voy a hacerlo bien”, “Hoy no estaré triste”, “Con trabajo duro puedo conseguir lo que me proponga”. Repítelo después de un despido laboral, en medio de una pandemia, en el huracán de una ruptura amorosa. Pase lo que pase, di a los demás. “Yo soy una persona muy fuerte”. Compra a tu hijo una agenda escolar donde se lea: “Ponle ganas, ilusión y planazos”. Educar con este tipo de mantras equivale a una programación del individuo que deriva en la servidumbre. Se supone que esta clase de frases sirven para empoderar a las personas, pero en realidad identifican al individuo con su función, a la que no cuestiona y contra la que no se rebela cuando atenta contra él. El dolor queda negado también, pues el dolor es una forma de rebelión, de disfunción, de discontinuidad. Adiós al carácter. A ese carácter que se fragua en la adversidad, en una adversidad que nos está esperando con mantras y sin mantras. Lo sabían los griegos y lo sabían los hebreos: ya conocemos sus testimonios, escritos con sangre, de Homero al Eclesiastés, pasando por la divina Safo: “Todo habrá que sufrirlo”. Nuestro dolor, como nuestro fracaso, nos pertenece y nos da forma. Y se merece respeto, reconocimiento y espacio. Pero no está de moda.
Nuria Labari, La vida duele, la psicología positiva me mata, El País 29/01/2022
Una ley acaba de establecer que los animales no son cosas ni máquinas cartesianas sino sintientes, o sea que lo sienten mucho, como nosotros. Y de ahí que tengan sus derechos y que si no sujetos sean al menos objetos morales. Esa suposición cariñosa de que la moral depende de la capacidad de sufrir y no de la intención de actuar proviene de la suplantación anglosajona del humanismo por el humanitarismo. Hoy ya es universal entre quienes creen estudiar ética cuando en realidad se dedican todo lo más a cuidados paliativos: el humanismo ha sido cancelado más radicalmente que otros pecados imaginarios. Esta moralidad funciona como un analgésico y se inventó por la misma época que el cloroformo.
Fernando Savater, Los animales, seres sintientes, El País 29/01/2022
Cada individuo, en la medida en que quiera obedecer, recuerda haber tenido algo que temer y algo que esperar de cada uno de los demás por su parte; todos, en consecuencia, muy pronto (y ésta, según Spinoza, es la única diferencia entre la sociedad política y el estado de naturaleza) (TP III, §3) cifrarán sus esperanzas y temores en un solo y mismo objeto: la potencia de todo, que produjo ya sus efectos de una manera difusa, pero de cuya eficacia cada uno, ahora, se vuelve consciente. Y cada uno, en la medida en que quiera ejercer algún poder, desea saber en qué dirección y en qué medida puede hacerlo sin que ese poder se vuelva contra sí mismo para aplastarlo; (TP II, §16) cada uno, en otras palabras, quiere saber de antemano cuál será el resultado de todos sus deseos individuales, cuya ley, hasta ese punto, les ha sido impuesta como un destino indescifrable. Como todos quieren conocer este denominador común, lograrán conocerlo con éxito, o al menos creerán que lo saben: sea sacándolo ellos mismos por mayoría de votos (democracia), o encargando a un individuo o un grupo de ese trabajo (monarquía o aristocracia). (TP II, §17) Por dichos medios, cada uno puede, con total seguridad, alienar su propio poder en esta celebrada voluntad común, contribuyendo así a recrear perpetuamente un poder colectivo unificado que incesantemente los redeterminará a que se alienen. De este modo, el poder político, ese “derecho definido por la potencia de una multitud”, (TP II, §17: Hoc ius, quod multitudinis potentia definitur) será producido y reproducido sin fin.
Alexandre Matheron, Spinoza y el poder, lobosuelto.com 27/01/2022
Siempre he vivido entre contradicciones y nunca sufrí por ello. Si hubiera sido un ser sistemático, hubiera debido mentir para encontrar una solución. Ahora, no sólo acepté este carácter insoluble de las cosas, sino que en él hallé, debo reconocerlo, cierta voluptuosidad de lo insoluble. Nunca pretendí allanar, reunir o, como dicen los franceses, conciliar lo irreconciliable. Siempre acaté las contradicciones tal como ante mí se presentaban, tanto en mi vida privada como en la teoría. Nunca tuve un objetivo, nunca insistí en lograr un resultado. Creo que no puede haber ni objetivo, ni resultado, tanto en lo general como en lo individual. Todo lo que existe carece no de sentido –esa palabra me repugna un poco-, sino de necesidad. (…)
Si yo hubiera sido del todo consecuente conmigo mismo, hubiera terminado no haciendo nada. Sin embargo, al hacer algo me contradije, viví en la contradicción. Aunque toda la vida, así lo creo, está en el fondo condenada a la contradicción. Quisiera contarte algo un poco idiota: cuando visitamos un cementerio –lo que es un hecho banal- y vemos que un amigo, con el que hacía dos o tres días habíamos reído, ha desaparecido sin dejar huellas, ¡cómo podríamos entonces erigir un sistema? ¡Para mí esto es inconcebible! Así ocurrió con un amigo al que quería mucho, un judío polaco, un hombre muy simpático e interesante con el que yo mismo me había reído de todo –era hasta más nihilista que yo-, pero allí, ante su tumba, todo aquello para mí era, cómo explicarlo… Es un hecho banal, todo el mundo ha experimentado esa sensación. Pero cuando uno lo traduce a la filosofía, ¿cuál es la conclusión? Aquí está: hasta el mismo nihilismo es un dogma. Todo es ridículo, carente de sustancia, pura ficción. Por eso no soy un nihilista, porque hasta la nada misma se convierte en un programa. En la base todo carece de importancia. Todo lo que existe se queda en la superficie, todo es posible, todo es drama.La decadencia de lo manual, que se deja para algunos restos de clase obrera y para el sudor de los trabajadores inmigrantes, es signo también de la decadencia del tacto, del esfuerzo físico y sensorial que se necesita para estar presente. De hecho, lo «manual» se prolonga en el tono espontáneo de la inteligencia, en la viveza del lenguaje, en la implicación personal en la amabilidad. Sobre todo, en lo intelectual. ¿Qué es una idea sino el resultado de un encuentro, de algo que nos ha tocado y afectado corporalmente? Puede que esta cuestión del contacto físico, como origen del pensamiento, tenga que ver con la expresión común de acariciar una idea. Con frecuencia, en la gente con corazón, el cuerpo guía al alma y el instinto a la racionalidad.
Ignacio Castro Rey, El declive de lo manual, ignaciocastrorey.com 25/01/2021
Mientras Heidegger insiste en la autenticidad, el joven Sartre lo hace en la libertad. Hay que moverse, comprometerse, crear lo que uno va a ser. Pues uno no es nada hasta que existe y vive. La condición humana es eso, precisamente, hacerse uno mismo, viviendo, eligiendo, leyendo, escribiendo, enamorándose, viajando, comprometiéndose (política o familiarmente), imaginando, creyendo, descreyendo, observando, ralentizando la respiración, escuchando música. El vértigo de la libertad puede ser molesto, puede generar angustia, pero es el precio que hay que pagar por ella. El existencialismo nunca pasará de moda mientras esté vigente la lucha por la libertad. Sólo lo hará cuando los humanos renuncien definitivamente a la libertad, o la depositen en un algoritmo o un fármaco. Lo que está en liza no son los significantes, ni las etimologías o hermenéuticas. Lo que está en juego es la vida genuina, de riesgo y compromiso con la libertad. Pero, para ello, lo primero es saber qué es la libertad.
Juan Arnau, Jean-Paul Sartre, entrevista con la nada, El País 28/01/2022
Es energía y motivación, el circuito mental que se activa cuando existe una amenaza. Aumenta la posibilidad de sobrevivir, de reproducirse y así de tener futuro. No siempre persigue nuestro bien. Lo que es bueno para nuestros genes no lo es necesariamente para nosotros. Su circuito evolucionó cuando los seres humanos vivían casi toda su vida al borde de la inanición y ayudaba a sobrevivir. Hoy sigue haciendo que veamos comida calórica y la queramos.
La mayoría de los psiquiatras creen que la gente fiel es más feliz que quien no lo es. Sin embargo, desde el punto de vista genético, sería mejor desperdigar nuestros genes con muchas parejas. Por eso, al ver una posible pareja, la dopamina hace que sintamos deseo de reproducirnos, es decir, sexual. Sería bueno para los genes, tal vez no tanto para nosotros.
La dopamina vive del futuro. En cuanto logramos algo y llega al presente, se apaga. Nos hace comprar prometiendo felicidad. Pero una vez comprado se desconecta. Y la felicidad no llega.
Proporciona el placer de la anticipación, no el de la satisfacción. Nunca tiene bastante. Es motor, no meta. Cualquier cosa que nos satisfaga no es dopamina.
Tiene que ver más con imaginar que con conseguir.
En el cerebro compiten la promesa de la dopamina y la dosis de realidad. La dopamina rebaja el sentido práctico. Y la satisfacción la elimina a ella.
Anatxu Zabalbeascoa, entrevista a Daniel Z. Lieberman: "La dopamina nos hace comprar prometiendo felicidad ...", El País Semanal 28/01/2022
En su novela La policía de la memoria, la escritora japonesa Yoko Ogawa habla de una isla sin nombre. Unos extraños sucesos intranquilizan a los habitantes de la isla. Inexplicablemente, desaparecen cosas luego irrecuperables. Cosas aromáticas, rutilantes, resplandecientes, maravillosas: lazos para el cabello, sombreros, perfumes, cascabeles, esmeraldas, sellos y hasta rosas y pájaros. Los habitantes ya no saben para qué servían todas estas cosas.
Yoko Ogawa describe en su novela un régimen totalitario que destierra cosas y recuerdos de la sociedad con la ayuda de una policía de la memoria similar a la policía del pensamiento de Orwell. Los isleños viven en un invierno perpetuo de olvidos y pérdidas. Los que guardan recuerdos en secreto son arrestados. Incluso la madre de la protagonista, que evita que desaparezcan las cosas amenazadas en una cómoda secreta, es perseguida y asesinada por la policía de la memoria.Víctor Bermúdez, Virtudes argumentativas, elperiodicoextremadura.com 26/01/2022