La gran filosofía siempre ha desconfiado de lo positivo. Hay razones para ello. El pensamiento neoliberal, en su nuevas máscaras de lo humano ha difundido el “tú puedes”, los pensamientos positivos y los deseos de felicidad como ideologías que esconden la destrucción de las subjetividades, la nueva sumisión a un capitalismo salvaje y la destrucción del mundo. Pero no basta denunciar lo falso de este mensaje. Lo que hay que preguntarse es por qué cala tanto. En un magnífico libro que publicará muy pronto Antonio J. Antón Fernández, El sueño de Gargantúa. Distancia y utopía neoliberal, recorre el pensamiento político de la modernidad para sustentar la tesis de que la utopía que realmente ha funcionado en el mundo moderno ha sido la utopía liberal, la promesa de una familia, una casa, un trabajo estable y seguro, una protección contra la invasión del estado a través de la propiedad privada. El pensamiento de la izquierda, organizado por la lucha contra los agravios, prohibiendo siempre toda imaginación utópica por peligrosa, no ha entendido nunca la fuerza de la utopía liberal y cómo se ha construido en ideología persistente entre los grupos y estratos de la sociedad que aspiran a una existencia humana.
Es por eso que las débiles llamas de las filósofas neo-spinozianas, que recuperan la otra tradición utópica de trascendencia de un presente desolado puede que sean la última esperanza contra la ceguera y la sumisión voluntaria. La utopía, nos enseña Fredric Jameson, se entiende mal si la leemos como un relato de fantasía social. La utopía es un método, una estrategia de trascendencia de lo real y de sus aparentes determinaciones a través de la fuerza del deseo y del amor. Spinoza nos enseña que el amor y el miedo son las dos pasiones que ordenan la vida en plazos largos, y que solo el amor que protege el deseo de otro mundo puede acompañar a la fuerza de la razón para defender la potencia de la vida.
Fernando Broncano, Hilando con Spinoza, El laberinto de la identidad 07/11/2020
La prensa conservadora lleva celebrando con alegría exhuberante que el voto latino en Texas y Florida haya ido mayoritariamente para Trump, dando por sentado que es el fin de las "políticas de identidad" que tanto molestan a conservadores y neoconservadores de derecha e izquierda. Muchos latinos de Texas llevan allí más tiempo que los blancos y otros son emigrantes atraídos por el sueño de una vida sin violencia, que dependa de su propio esfuerzo y del trabajo. La familia y la religión (católica o evangelista) cubre todas las necesidades de lazos comunitarios, y la política es un accesorio más poco interesante. Y es cierto que la utopía liberal, que más o menos coincide con este imaginario, ha calado profundamente en las conciencias de enormes capas de la sociedad, y especialmente en quienes aspiran sobre todo a ser ciudadanos más que parte de una minoría. Entender y repensar este imaginario es el primer problema de un pensamiento político contemporáneo que aspire a un mundo con menos desigualdades, más libertad y justicia. Entender un imaginario no es ni justificarlo ni apoyarlo, es, simplemente, ser realista respecto a la realidad humana. Los imaginarios son difíciles de desmontar: exigen a la vez un análisis cuidadoso y sociológico de los hechos y un impulso utópico que ilumine posibilidades reales y presentes que hay que permitir desarrollarse y que son superiores a los ideales de clase media que presenta la televisión. En Estados Unidos, en estas elecciones, una gran parte de la clase obrera, una gran parte de la población negra y una gran parte de la femenina han entendido que había mucho en juego y no han votado a Trump. Los latinos del sur han pensado de otro modo. No pasa nada. La historia es larga. La alegría neoconservadora no debería ser tanta. Y la izquierda demócrata debería pensar estas cosas.
… el virus son unas lentes a través de las que mirar la realidad. Nos está diciendo mucho de cómo es nuestro mundo. La idea de que estamos en una guerra contra el virus y hay que aniquilarlo es un relato que no me convence. Me parece que el virus muestra cosas de la realidad, de como están hechas las residencias de mayores o la privatización de la sanidad. ¿Y si usamos el virus para mirar de qué están hechas las cosas? La palabra Apocalipsis significa revelación. Se revela lo escondido. Estamos en un momento en el que, a través de lo que nos muestra el virus, podemos repensar la realidad y transformarla.
La catástrofe tiene consecuencias horribles, pero es también un agujero que te permite mirar lo que la superficie te oculta: cómo funcionamos como sociedad.
No podemos gobernar lo que pasa o encajarlo en una idea previa. Habitar es estar abierto a lo que venga.
Descartes tenía interés por la Biología y la Medicina, en particular por la anatomía y la fisiología y al poco de llegar a Holanda comienza a ir a los mataderos para obtener cabezas de animales y órganos para su disección. Es posible que también realizara algunos experimentos en animales vivos. Sus estudios empezaban por la tarde -¡tenía que salir de la cama para hacer una disección!- y se alargaban hasta bien entrada la noche. En cierta ocasión, una visita pidió ver su biblioteca y él, supuestamente, señalo a los restos de una oveja que había diseccionado y respondió “Ésos son mis libros”.
Descartes propuso una explicación del sistema nervioso que rompía con las concepciones anteriores.En 1644 publica en Amsterdam, sus Principia Philosophiae una síntesis del Discurso y las Meditaciones. En 1649 publica su “Les Passions de l’Ame” (Las pasiones del alma) donde clasifica la vida emocional en seis estados básicos: admiración, amor, odio, deseo, alegría y tristeza. Todas las demás son variantes o “especies” de estas seis emociones básicas que se explicaban por los movimientos de los espíritus en el cerebro, la sangre y los órganos vitales.
Descartes entonces se plantea cómo el cuerpo y la mente-alma se relacionan entre sí, cómo algo material —el cuerpo— interactúa con algo inmaterial —la mente-alma. Descartes vivió bajo los reinados de Luis XIII y Luis XIV, dos monarcas absolutos que controlaban completamente sus territorios. Descartes creía en el derecho divino de la monarquía y en la necesidad de una autoridad central.Parece que he determinado con claridad que la parte del cuerpo en la que el alma ejerce inmediatamente sus funciones es … una glándula extremadamente pequeña, situada en el medio de la sustancia [del cerebro] y así suspendida sobre el conducto por el cual los espíritus de sus cavidades anteriores se comunican con aquellos en la posterior, de manera que el más ligero movimiento puede alterar en gran manera el curso de estos espíritus y del mismo modo, el curso de estos espíritus puede alterar en gran manera el movimiento de la glándula.
Actualmente sabemos que la pineal está inervada por el sistema nervioso simpático y que puede funcionar como fotorreceptor en los animales con reproducción estacional como anfibios, reptiles y aves. Con poca luz, en los meses de invierno, produce más melatonina, lo que inhibe la reproducción. Se piensa que el principal motivo por el que Descartes eligió la glándula pineal es por ser una estructura única mientras que la mayoría de las estructuras cerebrales son dobles, con una disposición simétrica.…Del mismo modo puedes haber observado en las grutas y fuentes de los jardines de nuestros reyes que la fuerza que hacer surgir al agua de su fuente es capaz de mover diversas máquinas e incluso hacerles tocar ciertos instrumentos o pronunciar algunas palabras de acuerdo a las varias disposiciones de las tuberías por las que el agua es conducida.
Y ciertamente uno puede bien comparar los nervios de la máquina que yo estoy describiendo con los tubos de los mecanismos de estas fuentes, sus músculos y tendones a los engranajes y muelles que sirven para mover estos mecanismos, sus espíritus animales al agua que los impulsa, de los cuales el corazón es la fuente y las cavidades cerebrales el depósito de agua.
Con esa explicación, era fácil deducir cómo funcionan procesos cerebrales como dormir o despertar. Descartes postula que el sueño ocurre cuando el cerebro se vacía de espíritus, como un autómata que de repente se derrumbara al perder la presión en sus conductos. Por el contrario, cuando un montón de espíritus entran en el cerebro, se expande, los nervios se hinchan y despertamos, creándose una mayor sensibilidad a los estímulos externos. De ese modelo se deduce que las características básicas de la vida animal —comer, respirar, andar, reproducirse, responder a estímulos— pueden verse como acciones mecánicas que responden a las leyes de la física, uno de los objetivos iniciales del filósofo francés.
Cuando el alma desea recordar algo, este deseo causa que la glándula [pineal], inclinándose sucesivamente hacia lados diferentes, empuje los espíritus hacia diferentes partes del cerebro, hasta que encuentran esa zona donde se encuentran los rastros dejado por el objeto que deseamos recordar, pero estos rastros no son otros que el hecho de que los poros del cerebro, a través de los cuales han anteriormente seguido su curso los espíritus debido a la presencia de este objeto, han por este motivo adquirido una mayor facilidad que los otros en ser una vez más abiertos por los espíritus animales que vienen hacia ellos de la misma manera.
A pesar de que la función de la glándula pineal nada tenga que ver con la imaginada por Descartes, él fue quien hizo la transición del conocimiento de los seres vivos como una parte de la filosofía medieval, a cuyo conocimiento se llegaba desde el pensamiento racional a una nueva dirección, el conocimiento basado en los hechos. la observación y la experimentación. Descartes abrió puertas a la ciencia moderna y su influencia fue clave en la expansión científica que tuvo lugar durante la Ilustración. Mediante el uso de las matemáticas y su interpretación mecanicista del comportamiento, introdujo alguna de las herramientas más poderosas de toda la investigación moderna: la cuantificación y el modelo hipotético, plantear hipótesis y someterlas a prueba para ver si resisten los datos que la propia naturaleza devuelve.
José R. Alonso, Descartes y el dualismo cuerpo-mente, Neurociencia. Blog de José Ramón Alonso, 18/03/2014
Nunca deberíamos subestimar la fortaleza de lo que aborrecemos, ni permitir que nuestras preferencias se convirtieran en prejuicios. Tendemos a infravalorar lo que despreciamos y esto nos lleva a cometer muchos errores. Recomendaba Spinoza “no reírse de las acciones de los hombres, no deplorarlas, menos aún maldecirlas, simplemente comprenderlas”. Haríamos bien en seguir este consejo, no tanto por razones morales como cognitivas: cuando nos empeñamos en juzgar sin entender solemos acabar haciendo malos análisis y equivocándonos también en el combate contra aquello que detestamos. Que su comportamiento no responda a nuestros criterios de racionalidad no significa que no tenga explicaciones.
Daniel Innerarity, Comprender lo que se desprecia, La Vanguardia 06/11/2020
Todos los años le leo a mis alumnos la vieja fábula de Giges, tal como la recoge Platón en la República.
En ella se cuenta la historia de un humilde pastor, antepasado del rey Giges, que, tras encontrar casualmente un anillo que vuelve invisible a quien lo lleva, y hacerse consciente de la impunidad que esto procura, se aprovecha de su poder para colarse en palacio, asesinar al rey y usurpar el trono…
Tras contarles esto, les pido a los estudiantes que imaginen poseer un anillo como el del pastor. ¿Cuántos de vosotros - les pregunto - utilizaríais el poder de la invisibilidad para robar, espiar y aprovecharos de los demás según os interesara? La inmensa mayoría acaba por levantar la mano. ¿Quién podría resistir tamaña tentación?
Para «tranquilizarles» les recuerdo que buena parte de los adultos hacen lo mismo que harían ellos con el anillo: se saltan las leyes, los impuestos o el respeto a los demás en cuanto se saben «invisibles». Y si además son ricos y poderosos, y gozan, por tanto, de verdadera impunidad, engañan, estafan, o explotan todo lo que pueden a todo el que pueden.
La moraleja está clara: en cuanto no está vigilada ni expuesta a castigos, la mayoría de la gente se comporta como un ave de rapiña (no hay más que ver lo que ocurre en las ciudades cuando se produce un gran apagón). ¿Qué hay entonces del civismo o el respeto por los demás en que, supuestamente, nos han educado? Nada. Esa educación moral no es más que un barniz, una carcasa que se resquebraja a la menor oportunidad. De hecho, cuando le pregunto por sus razones para «ser buenos» a los (pocos) alumnos que dicen que no abusarían del poder del anillo, se me quedan callados o, peor aún, repiten la ristra de prejuicios que les han recitado en casa, en misa o en clase de «ciudadanía».
Víctor Bermúdez, El anillo de Giges, elperiodicoextremadura.com 28/10/2020
La moralidad es el eje del buen funcionamiento social. Nuestra brújula moral mantiene nuestros instintos egoístas más básicos al servicio del bien del grupo y favorece la cooperación y el altruismo dentro de la comunidad. Los individuos que comparten unos valores morales cooperan mejor y gracias a los códigos y normas morales se resuelven mejor los conflictos que puedan surgir en la población.
Pero la moralidad es también la causa de muchos problemas sociales y puede tener muchas consecuencias negativas interpersonales. Vilipendiamos y deshumanizamos a aquellos que no están de acuerdo con nuestras creencias morales y justificamos cualquier medio en función de un fin moral que consideramos bueno. Además, la moralidad altera nuestra interpretación del mundo que nos rodea afectando a nuestro razonamiento y a nuestras creencias acerca de lo que es real, de lo que es ficción y de lo que es seguro y lo que es peligroso. Todos estos procesos en conjunto conducen a los individuos a actuar de formas que dañan significativamente el progreso de la sociedad bajo el disfraz de que es una lucha por una causa moral.
La moralidad tiene una serie de características que la diferencian de forma muy importante de otras capacidades cognitivas o de otras actitudes humanas:
1- Las convicciones de que ciertas cosas son buenas y otras son malas se experimentan como universalmente aplicables y como “objetivamente ciertas”. Son indiscutibles y se asocian a emociones muy fuertes y poderosas (miedo, ira, amor, compasión, culpa, vergüenza y asco).
2- Las convicciones morales motivan a la acción, dictan lo que un individuo debe y no debe hacer.
Las reglas morales del individuo pueden dar lugar a unos valores sagrados o protegidos, que han sido definidos en la literatura como “cualquier valor que la comunidad moral implícita o explícitamente trata como poseedor de un significado infinito o trascendental que excluye cualquier comparación, compromiso o, de hecho, cualquier otra mezcla con valores limitados o seculares”.Un individuo que tiene unos valores protegidos tenderá a negar la necesidad de compromisos y se enfadará simplemente con pensar que tiene que entrar en esos compromisos o compensaciones a los que se llama “compromisos tabú”. Esto resulta en una falta de ganas de aceptar cualquier compromiso porque los valores sagrados están por encima de cualquier otro y son los que motivan la toma de decisiones. Cuando los individuos sienten que sus valores sagrados están en peligro, los individuos responden de una manera intolerante y peligrosa, por ejemplo con indignación moral y con limpieza moral.
La indignación moral supone que el individuo siente ira y desprecio por la persona que amenaza sus valores sagrados y reclama un castigo de esa persona; y todo aquel que no pida ese castigo debe ser castigado también. La limpieza moral consiste en que cuando un valor sagrado ha sido profanado o violado, esto evoca un sentido de contaminación personal, lo que requiere algún tipo de limpieza para eliminarlo.
Como decía más arriba, los valores y creencias morales se diferencian de otras actitudes porque se experimentan como universales y como objetivamente correctos -nuestras convicciones son hechos- y porque mueven a la acción. Pensar que el 13 es un número primo es correcto pero no mueve a la acción. Si algo se considera inmoral hay que luchar contra ello y hay que combatirlo, hay que pasar a la acción, no se puede permitir que otras personas lo hagan. Otro problema es que hay datos de que cuando la gente tiene razones para una venganza por razones morales, les preocupa muy poco cómo se consiga esa venganza, el fin justifica los medios. Por ejemplo, cuando la gente cree que un acusado es culpable antes del juicio, consideran que el castigo es obligatorio moralmente y no tienen en cuenta la presunción de inocencia, ni un juicio justo ni la necesidad de condenar en base a unas pruebas más allá de una deuda razonable.
Pablo Malo Ocejo, Los problemas de la moralidad especialmente para la democracia, hyperbole.es , octubre 2020
¿Ves este plátano? ¿Sí? ¿Seguro? No sé vosotros, pero mis ojos no ven “plátanos”. Mi retina es sensible a la luz, no a la fruta.
Eso significa que, cuando hablo de que veo algo, en realidad, lo que estoy haciendo es detectar luz que proviene de aquello que digo ver. Bien porque ese objeto la emita o bien porque la refleje o disperse.
En el caso del plátano, una parte de la luz incidente se absorbe y otra parte se refleja, pero no de forma igual para todos los colores. Las frecuencias próximas al “amarillo” resultan reflejadas en mayor cuantía. De esta forma, la luz reflejada llega a mi retina y así percibo la forma, “su” color, si la piel es suave o rugosa y otras características que son capaces de alterar de alguna manera la radiación incidente, para que la reflejada “transporte” información sobre ellas.
VER es un proceso que quizá comience en el ojo, pero que sin duda termina en el cerebro.
Contestadme a esta pregunta: ¿Qué es esto?
Si habéis dicho “Un cubo”, estáis hablando de algo más allá de lo que ven los ojos. Un cubo es una figura tridimensional, pero esto que ves es un dibujo PLANO. Son unas líneas sobre un plano que te “hacen pensar” en un objeto tridimensional, es lo que llamamos perspectiva. De hecho, si os concentráis podéis conseguir ver el “cubo” de dos formas distintas, según escojáis en vuestra mente si son los vértices inferiores los que están “delante” o son los superiores.
Por lo tanto, el acto de VER se completa cuando la mente modeliza el patrón de puntos e interpreta un modelo de lo que está percibiendo.
A veces “viendo” cosas que no existen, por ejemplo “completando” la imagen percibida, como en este caso, donde el triángulo blanco, que todos “vemos”, no existe.
Mirad esta otra.
En este caso, nuestra mente interpreta que las “vías” son paralelas, y están alejándose, por lo que esa barra amarilla que hay “a lo lejos” debe de ser más grande que la que está “delante”. Pero todo eso son interpretaciones de nuestro cerebro para adecuar la percepción en el modelo del mundo que nos hemos ido construyendo… y esto supera con creces la información que está contenida en la imagen, de hecho, nos puede llevar a conclusiones erróneas sobre ella, como en este caso.
Javier Fernández Panadero, ¿Se pueden ver los átomos?, Cuaderno de Cultura Científica 19/10/2020
El fet de ser especialistes en conrear una determinada capacitat cognitiva, pensar, ens identifica a tots els que ens dediquem a ensenyar filosofia. Però ensenyar a pensar, com? Ensenyar a pensar com una activitat tancada, conceptual, abstracta, autosuficient, separada del cos i de la vida? O ensenyar a pensar com una activitat oberta als sentiments, concreta, integrada a la corporalitat i la vida?
Imaginem-nos el millor entrenador del món. Imaginem-nos el cotxe més potent i sofisticat del mercat. Imaginem-nos que aquest entrenador no disposa de jugadors que entenguin els seus plans. Imaginem-nos que aquest vehicle ha sortit amb un defecte de fàbrica: no disposa del mecanisme adequat per frenar a aquest portent de la tecnologia. Probablement, en tots dos casos el resultat seria desastrós.
La raó sense emocions seria com un entrenador sense jugadors eficients. L’emoció sense raó seria com un automòbil sense frens. La raó i les emocions, per tant, s’han d’entendre, no poden anar cadascuna pel seu costat. Els exemples esmentats il·lustren el que succeeix quan aquests dos components s’ignoren entre si[1].
En el llibre La descoberta d’Aristòtil Mas[2]trobem un exemple il·lustratiu de com raó i emoció han d’anar totes dues plegades.
Sigui l’argument següent:
Tots són alcohòlics els que entren al bar
Tots els dies la senyora Batlle entra al Bar
Si pensem a corre cuita, la conclusió podria ser que la senyora Batlle és una alcohòlica. Ens semblaria en principi la conclusió d’un sil·logisme que satisfà totes les condicions que imposa la lògica. Tanmateix, si tornem a agafar aquest argument, quan els ànims estan refredats, amb serenor i calma, descobrirem que si apliquem el sistema de conjunts per representar els arguments, ens adonarem que aquella conclusió era una fal·làcia, provocada, no perquè no som prou intel·ligents, sinó perquè les emocions, com succeeix la majoria de cops, han passat per sobre de la raó acurada. El Sistema 1 de pensament, tal com l’anomena Daniel Khanemann, s’hauria imposat de nou perquè és molt més ràpid que el Sistema 2[3].
Per poder practicar la dimensió lògica del pensament cal satisfer un seguit de condicions: silenci, atenció i temps. Malauradament, aquesta és una atmosfera que no és la que sovint es respira en una aula amb alumnes de 12 a 14 anys. Tot intent d’imposar-la genera indiferència, en el millor dels casos, quan no la d’un rebuig més visceral (M’avorreixo!).
Els estudis neurològics ens revelen que l’adolescència, des del punt de vista del desenvolupament del cervell, no és l’etapa en què el cervell humà sigui més receptiu a la pràctica del pensament curós i metòdic. Existeix un desfasament entre el grau de desenvolupament de la zona subcortical i la zona cortical del cervell de l’adolescent. La primera és la zona evolutivament més primitiva del cervell, la que assoleix la maduresa justament al final de la infantesa, d’on s’originen les emocions. En canvi, la segona, des del punt de vista evolutiu, és la part més moderna, la responsable del control i la inhibició dels comportaments impulsius i, el que per a nosaltres és més important, no s’acaba de desenvolupar del tot fins als vint-i-cinc anys[4].
Davant la contundència d’aquestes dades tan ben contrastades, alguns de nosaltres, amb raó, podríem optar per la deserció: millor esperem temps millors abans de fer-los pensar. Però hi ha també els que no es resignen a esperar, que insisteixen en què adolescència i reflexió no necessàriament han de ser dos conceptes incompatibles, que opten per buscar maneres d’enfortir aquella part del cervell més feble.
La intel·ligència emocional es defineix com la capacitat de gestionar les emocions utilitzant la raó. Sosté que no és propi de la raó enfrontar-se directament amb les emocions, sinó de forma indirecta, és a dir, suscitant altres emocions. Només unes emocions poden desactivar o apaivagar la força d’altres emocions[5].
Daniel Goleman, el profeta d’aquesta concepció de la intel·ligència, ha reconegut últimament la importància de la concentració. Per al psicòleg i periodista americà el control cognitiu hauria de situar-se en un nivell superior al del coeficient intel·lectual[6].
El filòsof Plató, ja en els seu temps, va posar els fonaments de l’esquema bàsic en que s’estructura la teoria emocional de la intel·ligència. En el capítol IV de La República, Sòcrates es pregunta: Com podem reconèixer una ciutat justa? Ell mateix respon: perquè una ciutat sigui justa cal que sigui temperada, valerosa i prudent alhora. Una de les maneres d’entendre aquestes virtuts col·lectives és oposant-les als que serien els seus vicis respectius: incontinència, temeritat i imprudència. En el fons, les virtuts platòniques són com passions a temperatura ambient.
Us preguntareu, què redimonis fa Plató en un article dedicat a l’educació i les emocions? Recordeu que Plató considera la ciutat com una ànima engrandida, mentre que l’ànima seria com una ciutat a petita escala. Segons Sòcrates, quan la incontinència amenaça l’ordre intern, de la ciutat o de l’ànima, la raó empra el coratge per neutralitzar-la. La prudència, la virtut del filòsof, és el resultat de l’ús intel·ligent de les passions. Plató arriba a la conclusió que només qui sap governar-se a si mateix pot governar la ciutat.
La nostra feina educativa podria estar dirigida per aquesta consigna platònica: “només pot governar una classe qui sap governar-se a ell mateix”. De la mateixa manera que el filòsof fa del coratge la seva eina principal per reconduir la conducta poc reflexiva dels seus conciutadans, l’educador també ha de tenir prou coratge per frenar sàviament la impulsivitat dels seus alumnes de 1r d’ESO.
Podem aprofitar els suggeriments del neuròleg Francisco Mora per visualitzar i concretar de quina manera un educador pot exercitar el seu coratge. Ens recomana no tenir por de fer entrar una zebra en les nostres aules. El que es tracta és d’explotar l’atenció limitada de l’alumne introduint novetats, coses que trenquin la rutina, que contrastin amb l’entorn per tal d’activar la concentració i la curiositat. Aquest és el significat pedagògic del concepte zebra. Amb la curiositat activada, l’ingredient primari de tota emoció, s’engega la maquinària cerebral de l’aprenentatge i la memòria[7].
El cervell adolescent és un cervell hiper-estimulable. Aquest fet pot ser l’origen de molts dels problemes que sofreix el jove, però també, si el tractem com cal, pot esdevenir l’aliat més poderós de l’educador. Per aconseguir-ho hem de segrestar el seu cervell abans que el segresti el nostre principal enemic: el mòbil. Creant zebres, sorprenent-lo de tant en tant, les emocions acabaran a la llarga jugant a favor nostre. L’humor, la personalització de la seva feina, el reconeixement de les seves fortaleses cognitives, la no priorització de cap recurs sobre una altre, introduint jocs cognitius … constitueixen un arsenal prou divers de recursos amb el que encoratjar-nos perquè la pràctica de la filosofia sigui per als nostres alumnes una activitat emocionant.
Manuel Villar Pujol
Departament de Clàssiques i Filosofia
Institut Poeta Maragall de Barcelona
maig 2019
Normal 0 21 false false false ES X-NONE X-NONE /* Style Definitions */ table.MsoNormalTable {mso-style-name:"Tabla normal"; mso-tstyle-rowband-size:0; mso-tstyle-colband-size:0; mso-style-noshow:yes; mso-style-priority:99; mso-style-parent:""; mso-padding-alt:0cm 5.4pt 0cm 5.4pt; mso-para-margin:0cm; mso-para-margin-bottom:.0001pt; mso-pagination:widow-orphan; font-size:12.0pt; font-family:"Calibri",sans-serif; mso-ansi-language:CA;}
[1] Morgado, Ignacio:,”¿Pueden separarse emoción y razón?”, El País, 05/04/2017
[2] Lipman, Mathew: La descoberta de l’Aristòtil Mas, Editorial Eumo, Vic 2017, pps. 14-15
[3] Kahneman, Daniel: Pensar rápido, pensar despacio, Círculo de Lectores, Barcelona 2013
[4] Pèrez, José Ignacio: “El desajuste adolescente”, Cuaderno de Cultura Científica 03/02/201
[5] Morgado, Ignacio: “¿Qué es (exactamente) la intel·ligència emocional?”, El País 05/11/2018
[7] Mora, Francisco: “Educando la curiosidad”, El Huffington Post26/04/2013
Las declaraciones de J. K. Rowling me enfadaron. Con sus palabras niega la dignidad de las personas trans. Reniega de la realidad. Y las feministas que sustentan sus declaraciones siguen creyendo que la anatomía y la biología definen el género. Eso significa rechazar a Simone de Beauvoir, rechazar la segunda ola del movimiento feminista. El feminismo es una lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, pero también es una investigación sobre el género en sí mismo, más allá de las categorías de hombre o mujer, y ello no nos viene determinado a partir del sexo asignado cuando naces. Incluso cuando hablamos de sexo biológico, de lo que dictan las instituciones médicas y legales, son muchas las personas que no aceptan esta asignación, porque tratar de vivir dentro de los muros de esa asignación sexual impuesta les supone una fuente de sufrimiento enorme. Esas personas tienen derecho a vivir como ellas consideren, a ser y expresarse como ellas decidan, sea en cuestión de sexo o género. Y nadie, ni siquiera J. K. Rowling, puede arrogarse el derecho a negar esa realidad.
Si no aprendemos que no hay solo dos, sino múltiples realidades, estamos siendo crueles con millones de personas. Si imponemos compartimentos estancos en sus vidas estamos produciendo sufrimiento. Las instituciones deben escuchar lo que dicen las comunidades sobre su propia realidad.
Mar Padilla, entrevista a Judith Butler: "Si Trump gana, destrozará la democracia tal y como la conocemos", El País 17/10/2020
Normal 0 21 false false false ES X-NONE X-NONE /* Style Definitions */ table.MsoNormalTable {mso-style-name:"Tabla normal"; mso-tstyle-rowband-size:0; mso-tstyle-colband-size:0; mso-style-noshow:yes; mso-style-priority:99; mso-style-parent:""; mso-padding-alt:0cm 5.4pt 0cm 5.4pt; mso-para-margin:0cm; mso-para-margin-bottom:.0001pt; mso-pagination:widow-orphan; font-size:12.0pt; font-family:"Calibri",sans-serif; mso-ascii-font-family:Calibri; mso-ascii-theme-font:minor-latin; mso-hansi-font-family:Calibri; mso-hansi-theme-font:minor-latin; mso-bidi-font-family:"Times New Roman"; mso-bidi-theme-font:minor-bidi; mso-fareast-language:EN-US;}
Los desastres (término que etimológicamente significa “desventura”, estar “bajo un mal signo”) transforman a la vez el mundo y la manera en que lo percibimos. La perspectiva cambia, cambia lo relevante. Lo débil se rompe bajo una presión inédita, lo que era fuerte resiste, lo que estaba escondido se hace visible. El cambio no es solo posible, es inevitable: nos arrolla y arrastra consigo. Cambiamos también nosotros, reordenamos prioridades y una conciencia más acuciante de la propia mortalidad hace que abramos los ojos al preciado valor de la vida. Ni siquiera ese “nosotros” es ya el que era, pues, separados de los compañeros de clase y del trabajo, compartimos la nueva realidad con desconocidos. El ser humano formula su propia identidad a partir del mundo que le rodea. Lo que ahora tenemos entre manos es una nueva versión de nosotros mismos.
Mientras la pandemia ponía la vida patas arriba, escuché a muchos quejarse de su dificultad para concentrarse en algo o para ser productivos. Sospecho que era porque todos estábamos inmersos en otra tarea, más importante. Pasa lo mismo durante un embarazo, o cuando nos recuperamos de una enfermedad, o cuando somos pequeños y damos el estirón: estamos trabajando, no dejamos de trabajar, sobre todo cuando parece que no hacemos nada. Por debajo del nivel de la conciencia, nuestro cuerpo crece, se cura, produce, transforma, alimenta. Mientras nos esforzábamos por entender los datos y los procesos científicos del desastre en curso, nuestra psique hacía algo equivalente. Había que adaptarse a cambios sociales y económicos profundos y estudiar las posibles lecciones del desastre. Había que prepararse para un mundo que no vimos venir.
Cuando el statu quo se tambalea, quienes se benefician de él están más preocupados de mantenerlo o restablecerlo que proteger la vida de nadie. Lo hemos visto en la coral de mandamases empresariales y altos cargos conservadores que afirmaron que todo el mundo debía volver al trabajo para salvaguardar el mercado bursátil y que las muertes resultantes serían un precio aceptable. Es habitual que, en las crisis, los poderosos intenten acumular más poder —ahí está el Departamento de Justicia de la Administración de Trump tratando de suspender los derechos constitucionales— y los ricos acumular más riqueza: dos senadores republicanos son hoy el blanco de las críticas por, presuntamente, utilizar información interna sobre la pandemia para obtener dividendos en bolsa (aunque ambos han negado haber obrado con mala fe).
Los sociólogos del desastre utilizan el término “pánico de las élites” para describir el comportamiento vil de los poderosos a partir de la creencia de que la gente corriente se comportará de manera reprobable. Por lo general, cuando las élites hablan del “pánico” y los “saqueos” en las calles, están dando nombres desacertados a los mecanismos que la población pone en práctica para sobrevivir y cuidar de los demás en situaciones de urgencia. A lo mejor la posibilidad de que lo más sensato era huir del peligro cuanto antes o reunir provisiones para repartirlas entre los necesitados.
Esas mismas élites son las que tienden a anteponer el beneficio y las propiedades a la comunidad y las vidas humanas. En los días que siguieron al terremoto de San Francisco, el 18 de abril de 1906, el ejército estadounidense, convencido de que la población suponía una amenaza y que los disturbios serían un grave problema, se hizo con el control de la ciudad. El alcalde dio permiso para “disparar a matar” contra todas las personas descubiertas en actos de pillaje. Los soldados lo hicieron, seguros de que así restauraban la paz social. En realidad, su única contribución en el desastre fue abrir cortafuegos inútiles que contribuyeron a la propagación de las llamas y disparar o golpear a los ciudadanos que contravenían las órdenes (aunque las órdenes fueran permitir que el fuego acabara con sus hogares y sus barrios). Noventa y nueve años después, tras el huracán Katrina, la policía de Nueva Orleans y las patrullas urbanas de individuos blancos hicieron lo mismo: disparar contra personas negras en nombre de la propiedad y de su propia autoridad. El Gobierno, a nivel local, estatal y federal, aún veía en la población desplazada, mayoritariamente pobre y negra, un peligroso enemigo que había que controlar, y no a víctimas de una catástrofe que requirieran su ayuda.
Tras el huracán, los principales medios de comunicación contribuyeron a extender la obsesión con el saqueo y el pillaje. Se diría que los bienes de consumo producidos en masa y expuestos en los centros comerciales eran más importantes que la gente que no disponía de alimentos ni de agua potable, que las ancianas atrapadas en el tejado de sus casas. Murieron casi mil quinientas personas en un desastre provocado más por el mal gobierno que por el mal tiempo. El Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Estados Unidos no supo dar una respuesta adecuada; la ciudad no disponía de planes de evacuación para los pobres y la Administración del presidente George W. Bush fue incapaz de enviar ayuda eficaz a tiempo. Es la misma situación que vivimos estos días. Un miembro de la oposición brasileña afirma que el presidente derechista Jair Bolsonaro“representa a los intereses económicos más perversos, los que no sienten preocupación alguna por las vidas de la gente. Lo único que les importa es mantener el margen de beneficios” (Bolsonaro asegura, mientras tanto, que está tratando de proteger tanto a los trabajadores como a la economía).
En el mundo desarrollado, los cambios más inmediatos han sido espaciales. Nos hemos quedado en casa, quienes tenemos casa, y hemos evitado el contacto con los demás. Hemos dejado las escuelas, los centros de trabajo, los congresos, las vacaciones, los gimnasios, las tareas y los recados, las fiestas, los bares, las discotecas, las iglesias, las mezquitas, las sinagogas; hemos dejado de lado el bullicio y el ajetreo del día a día. La filósofa y mística Simone Weil le escribió a una amiga que se encontraba lejos: “Amemos esta distancia, toda ella entretejida de amistad, pues quienes no se aman no pueden ser separados”. Nos hemos separado para protegernos. Y a pesar de la necesidad de mantener la distancia física, hemos encontrado formas de ayudar a los más vulnerables.
Hace siete años, Patrisse Cullors escribió una especie de declaración de intenciones para el movimiento Black Lives Matter: “Seremos esperanza e inspiración para la acción colectiva capaz de construir un poder colectivo dirigido a la transformación social. Nacemos del dolor y de la rabia, pero nos dirigimos a la consecución de las visiones y los sueños”. No resulta hermoso solo por esperanzador, porque Black Lives Matter llevara a cabo una labor transformadora, sino también porque reconoce que la esperanza puede cohabitar con el dolor y las dificultades. Que no es incompatible con la tristeza de las profundidades y la furia que arde en la superficie. Somos, al fin y al cabo, criaturas complejas, capaces de diferenciar la esperanza de ese optimismo que afirma que todo irá bien, siempre, pase lo que pase.
Gracias a la esperanza sabemos que, entre todas las incertidumbres que nos depara el futuro, habrá batallas que merezca la pena luchar, que incluso podemos ganar algunas de ellas. Sin embargo, esa esperanza se enfrenta al peligro de creer que todo iba bien antes del desastre y que debemos regresar a ese estado. Antes de la pandemia, la vida de muchos seres humanos era ya un desastre de desesperación y marginalidad, una catástrofe ambiental y climática, una obscenidad de desigualdades. Aún es pronto para saber qué emergerá de esta emergencia, pero no para buscar oportunidades de contribuir a lo que sea que nos depare. Creo que ese es el desafío para el que muchos nos estamos preparando.
[https:]]