
"És molt difícil oblidar el dolor, però encara és més difícil recordar la dolçor. No tenim cap cicatriu que mostrar de la felicitat. Aprenem tan poc de la pau". Chuck Palahniuk
Pablo Malo
Carta a Georges Bernanos[1]
(¿1938?)
Estimado señor:
Por ridículo que resulte escribirle a un escritor que, dada la naturaleza de su profesión, siempre está inundado de cartas, no puedo evitar hacerlo después de leer Los grandes cementerios bajo la luna. No es la primera vez que un libro suyo me conmueve: el Diario de un cura rural es a mis ojos el más bello, al menos de los que he leído, y verdaderamente un gran libro. Sea como fuere, el hecho de que me hubieran gustado otros libros suyos no me daba motivos para importunarlo comunicándoselo por escrito. Pero algo distinto ocurre con el último: yo he tenido una experiencia que se corresponde con la suya, aunque mucho más breve, menos profunda, situada en otro lugar y vivida aparentemente –solo aparentemente– con un espíritu por completo distinto.
Aunque no soy católica –lo que voy a decir, dado que no lo soy, sonará sin duda presuntuoso para cualquier católico, pero no puedo expresarme de otra manera–, lo cierto es que jamás me ha parecido ajeno lo católico, lo cristiano. A veces me he dicho a mí misma que si simplemente se pusiera en las puertas de las iglesias un cartel que prohibiese la entrada a cualquier persona con una renta superior a tal o cual pequeña suma, entonces yo me convertiría inmediatamente. Desde la infancia, mis simpatías han estado dirigidas a los grupos que afirman pertenecer a las capas despreciadas de la jerarquía social, hasta que me he dado cuenta de que tales grupos desalientan por su naturaleza todas las simpatías. El último que me inspiró algo de confianza fue la CNT española. Yo había viajado un poco por España antes de la guerra civil, poco pero lo suficiente para sentir el inevitable amor a sus gentes; había visto en el movimiento anarquista la expresión natural de sus grandezas y de sus defectos, de sus aspiraciones más y menos legítimas. En la CNT y en la FAI había una mezcla asombrosa; cualquiera era admitido y, en consecuencia, la inmoralidad, el cinismo, el fanatismo y la crueldad se codeaban con el amor, el espíritu de fraternidad y, sobre todo, esa reivindicación del honor que resulta tan hermosa entre los hombres humillados; me pareció que quienes llegaban allí movidos por un ideal prevalecían sobre aquellos impulsados por su afición a la violencia y el desorden. En julio de 1936 me encontraba en París. No me gusta la guerra, pero lo que siempre me ha horrorizado más de ella es la situación de quienes se hallan en la retaguardia. Cuando comprendí que, a pesar de mis esfuerzos, no podía dejar de participar moralmente en esa guerra, es decir, de desear cada día, a todas horas, la victoria de unos y la derrota de otros, me dije que París representaba para mí la retaguardia, y tomé el tren a Barcelona con la intención de alistarme. Eso fue a principios de agosto de 1936.Un accidente hizo que mi estancia en España fuese corta. Estuve unos días en Barcelona, después en el campo aragonés, a orillas del Ebro, a unos quince kilómetros de Zaragoza, en el mismo lugar por el que recientemente las tropas de Yagüe cruzaron el Ebro; luego en el palacio de Sitges transformado en hospital y después otra vez en Barcelona; en total pasé en España unos dos meses. Salí de allí en contra de mi voluntad y con la intención de regresar. Pero después, de manera deliberada, no hice nada al respecto. Ya no sentía ninguna necesidad interior de participar en una guerra que no era, como me había parecido al principio, una de los campesinos hambrientos contra los terratenientes y contra un clero cómplice de estos, sino una guerra entre Rusia, Alemania e Italia.
Conozco ese olor de guerra civil, sangre y terror que desprende su libro; lo he respirado. Debo decir que no he visto ni escuchado nada que alcance el grado de ignominia de algunas de las historias que usted cuenta, esos asesinatos de viejos campesinos, esas juventudes fascistas italianas que hacían correr a los viejos a porrazos. Pero lo que escuché fue suficiente. Estuve a punto de presenciar la ejecución de un sacerdote; durante los minutos de espera, me pregunté si simplemente me quedaría mirando o si me dispararían al intentar intervenir; todavía no sé qué habría hecho si una feliz casualidad no hubiera impedido la ejecución.
Cuántas historias abarrotan mi pluma… Pero se haría demasiado largo contarlas todas; además, ¿para qué? Bastará con una. Me encontraba en Sitges cuando regresaron derrotados los milicianos de la expedición a Mallorca. Habían sido diezmados. De los cuarenta jóvenes que habían salido de Sitges, nueve habían muerto; nos enteramos cuando regresaron los otros treinta y uno. A la noche siguiente se llevaron a cabo nueve expediciones punitivas, y nueve fascistas o supuestos fascistas fueron asesinados en esta pequeña ciudad en la que en julio no había sucedido nada. Entre esos nueve estaba un panadero de unos treinta años, cuyo delito, según me dijeron, era el haber sido miembro de un somatén; su anciano padre, de quien era hijo único, y único sostén, se volvió loco. Otra historia: en Aragón, un pequeño grupo internacional de veintidós milicianos de todos los países apresó, tras una escaramuza, a un joven de quince años que luchaba como falangista. Tan pronto como lo cogieron, temblando al ver morir a sus compañeros junto a él, dijo que había sido reclutado por la fuerza. Lo registraron y encontraron una medalla de la Virgen y un carné de falangista; fue enviado ante Durruti, jefe de la columna, quien, tras explicarle durante una hora la belleza del ideal anarquista, le dio a elegir entre morir o alistarse inmediatamente en las filas de quienes lo habían hecho prisionero, para luchar contra sus camaradas de la víspera. Durruti le dio al muchacho veinticuatro horas para que se lo pensase; pasado el plazo, el joven dijo que no y lo fusilaron. No obstante, Durruti fue en algunos aspectos un hombre admirable. La muerte de este pequeño héroe no ha dejado de pesar en mi conciencia, aunque no me enteré de lo ocurrido hasta más tarde. Y una historia más: en un pueblo que rojos y blancos habían tomado, perdido, reconquistado y vuelto a perder no sé cuántas veces, los milicianos rojos, tras haberlo reconquistado definitivamente, encontraron en los sótanos a un puñado de seres despavoridos, aterrorizados y hambrientos, entre ellos tres o cuatro hombres jóvenes. Y razonaron así: si estos jóvenes, en lugar de venirse con nosotros la última vez que nos retiramos, se quedaron esperando a los fascistas, es porque ellos mismos son fascistas. Por lo tanto, los fusilaron de inmediato, y después dieron de comer a los demás y se creyeron muy humanos. Una última historia, esta de la retaguardia: dos anarquistas me contaron una vez cómo, con otros camaradas, habían cogido a dos sacerdotes; uno fue asesinado en el acto, en presencia del otro, de un disparo de revólver; después le dijeron a ese otro que podía irse. Cuando estaba a unos veinte pasos de distancia, lo abatieron. El que me contó la historia se sorprendió mucho al no verme reír.
En Barcelona, una media de cincuenta hombres eran asesinados cada noche en las expediciones punitivas. Proporcionalmente, eran muchos menos que en Mallorca, ya que Barcelona es una ciudad de casi un millón de habitantes. Además, durante tres días tuvo lugar allí una sangrienta batalla callejera. Pero quizá los números no sean lo principal en este asunto. Lo esencial es la actitud ante el asesinato. Ni entre los españoles ni entre los franceses que habían ido allí a luchar o a darse una vuelta –estos últimos eran casi siempre intelectuales aburridos e inofensivos–, vi yo jamás a nadie expresar, ni siquiera en la intimidad, repulsión, desagrado o incluso desaprobación ante la sangre derramada innecesariamente. Usted habla del miedo. Y sí, el miedo tuvo algo que ver con estos asesinatos; pero donde yo estuve, no vi que tuviese el peso que usted le atribuye. En una comida presidida por la camaradería, hombres aparentemente valientes –vi con mis propios ojos el coraje de al menos uno de ellos– contaron con una sonrisa fraternal cómo habían matado a sacerdotes o a “fascistas” –término este con un sentido muy amplio–. Por lo que a mí respecta, tuve la sensación de que, cuando las autoridades temporales y espirituales colocan a una categoría de seres humanos al margen de aquellos cuyas vidas tienen un precio, no hay nada más natural para el hombre que matar. Cuando se sabe que es posible matar sin correr el riesgo de ser castigado o culpado, se mata; o al menos se rodea de sonrisas alentadoras a quienes matan. Y si por casualidad se siente al principio un poco de asco, entonces se guarda silencio y pronto se sofoca tal desagrado, por miedo a parecer falto de virilidad. Hay ahí un impulso, una embriaguez a la que es imposible resistirse sin una fuerza del alma que debo considerar excepcional, ya que no la he visto en ninguna parte. Me encontré con franceses pacíficos, a quienes hasta entonces yo no despreciaba, a los que no se les habría ocurrido por sí mismos ir a matar, pero que disfrutaban visiblemente de esa atmósfera impregnada de sangre. Jamás podré tenerles ningún respeto en el futuro.
Semejante atmósfera borra de inmediato el objetivo mismo de la lucha. Porque solo podemos formular el objetivo reduciéndolo al bien público, al bien de los hombres –y los hombres resultan aquí irrelevantes, carecen de valor–. En un país donde los pobres son en su gran mayoría campesinos, el objetivo esencial de cualquier grupo de extrema izquierda debe ser el bienestar de dichos campesinos; y esta guerra ha sido quizá sobre todo, al principio, una guerra por y contra el reparto de tierras. Sin embargo, esos pobres pero magníficos campesinos de Aragón, que tanta dignidad han conservado bajo las humillaciones, no eran para los milicianos ni siquiera un “objeto de curiosidad”. Sin insolencias, sin injurias, sin brutalidad –al menos yo no vi nada parecido, y sé que los robos y las violaciones, en las columnas anarquistas, se castigaban con la muerte–, un abismo separaba a los hombres armados y a la población desarmada, un abismo bastante similar al que separa a pobres y ricos. Ello se manifestaba en la actitud siempre algo humilde, sumisa y temerosa de los unos, y en la desenvoltura, despreocupación y condescendencia de los otros.
Uno parte hacia España como voluntario, con la idea del sacrificio, y se encuentra en una guerra que se parece a una guerra de mercenarios, con mucha más crueldad y menos respeto hacia el enemigo. Podría continuar con estas reflexiones indefinidamente, pero debo ponerles un límite. Desde que estuve en España, he escuchado y leído todo tipo de consideraciones al respecto, pero no puedo citar a nadie, aparte de usted, que, hasta donde se me alcanza, haya estado inmerso en la atmósfera de la guerra de España y haya resistido. Usted es monárquico, un discípulo de Drumont.[2] ¿Qué me importa? Me resulta incomparablemente más cercano que mis compañeros de la milicia aragonesa, esos camaradas a quienes, sin embargo, yo amaba.
Lo que usted dice sobre el nacionalismo, la guerra y la política exterior francesa después de la guerra me ha llegado también al corazón. Yo tenía diez años cuando se firmó el Tratado de Versalles. Hasta entonces había sido patriota, con toda esa exaltación que los niños manifiestan en tiempos de guerra. El deseo de humillar al enemigo derrotado, que entonces (y en los años siguientes) se desbordaba de manera tan repugnante por todas partes, me curó de una vez por todas de ese patriotismo ingenuo. Las humillaciones infligidas por mi país me resultan más dolorosas que las que este pueda sufrir.
Temo haberle importunado con una carta tan larga. Solo me queda expresarle mi profunda admiración.
S.Weil3, rue Auguste-Comte, París (distrito VI)
P.D.: He escrito mi dirección de forma mecánica. Porque, para empezar, supongo que tendrá usted mejores cosas que hacer que contestar a las cartas. Además, pasaré uno o dos meses en Italia, adonde quizá no me llegaría una carta suya, al quedar retenida esta en la aduana.
Notas:
[1] Publicada por primera vez en 1950, en el Bulletin de la Société des amis de Georges Bernanos, e incluida con posterioridad en Écrits historiques et politiques, Gallimard, París, 1960.
[2] Édouard Drumont (1844-1917), periodista, escritor y político católico francés, célebre por su antisemitismo y su nacionalismo.
Este texto forma parte del libro La guerra de España. Textos escogidos, que, con prólogo de Alexandre Massipe y traducción de Luis González Castro, acaba de publicar la editorial Página Indómita.
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Durante estos días ha habido un montón de elucubraciones no solo sobre lo que iba a hacer Pedro Sánchez, sino también sobre lo que le pasaba por la cabeza: ¿era sincero? ¿Era todo una artimaña política? ¿Se quedará por el PSOE? ¿Se quedará porque no quiere soltar la silla? ¿Se querrá ir a alguna silla de la Unión Europea?
Los que acertaron en que continuaría en el cargo pueden pensar que analizaron correctamente la situación. Y a lo mejor es verdad. Pero no necesariamente:
A lo mejor tuvieron suerte y su creencia no estaba justificada por nada, aunque resultó ser correcta.
O a lo mejor su creencia estaba justificada, resultó ser correcta y, aun así, tuvieron suerte.
A veces creemos que sabemos algo, esa creencia está justificada y acertamos. Pero incluso así, puede ser que no tuviéramos ni idea. Y por eso hoy hablamos de los problemas de Gettier.
Ejemplo:
Supongamos que mi compañero Pablo y yo nos enteramos de que la directora quiere nombrar un subdirector nuevo y, en un exceso de optimismo, nos presentamos al cargo.
Sé que Pablo tiene 5 euros en el bolsillo porque se los acabo de dar (se los debía) y me ha dicho: “Gracias, no tenía ni un céntimo”.
Uno de los directores adjuntos se me acerca y me dice: “Me ha dicho la directora que el cargo de subdirector es para Pablo”.
Teniendo en cuenta todo esto, yo puedo llegar a la siguiente conclusión:
El cargo de subdirector se lo llevará una persona con un billete de 5 euros en el bolsillo.
Pero, a pesar de todo lo dicho, resulta que la directora me escoge a mí para ser subdirector. Cuando me entero de la noticia, saco mi cartera para invitar a todo el mundo a una cerveza y me doy cuenta de que solo tengo un billete de 5 euros.
Resulta que mi conclusión era una creencia verdadera, pero no puedo decir que se tratara de conocimiento.
Este ejemplo está sacado (y adaptado) de un artículo del filósofo estadounidense Edmund Gettier (1927-2021), publicado en 1963: Is Justified Belief True Knowledge? (¿El conocimiento justificado es conocimiento verdadero?", en pdf). En este artículo, Gettier explica que tener una creencia justificada no es suficiente para hablar de conocimiento.
Jaime Rubio Hancock, Estoy seguro: ganará el candidato más alto, Filosofía inútil 30/04/2024
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Mueve al filósofo el deseo de retornar a la frontera en la que, por arrancar a hablar, se separó de su mera animalidad, convirtiéndose en animal de razón. Y ello no para retornar al otro lado, para identificarse a su mera animalidad, sino para venir a ser espejo de tal frontera y contemplar el desarraigo intrínseco respecto a la condición natural que la misma supone. Y aquí el segundo propósito.
Asumiendo que la razón y el lenguaje son el marco al que se adapta todo lo que acontece para el hombre y todo proyecto que este emprende, mueve al filósofo la exigencia de apurar las potencialidades de los mismos, aspirando a alcanza ese extremo simétrico de lo que constituyó el origen en la animalidad: aspiración paradigmáticamente encarnada en el proyecto platónico de encontrar la matriz del campo eidético, el soporte último de la red de ideas que filtra nuestra existencia global: tanto nuestra percepción del entorno natural, como el lazo con los otros seres de razón y el “diálogo consigo mismo” que da pie al sentimiento de subjetividad.
Esta segunda aspiración encierra quizás la misma dificultad que el proyecto de alcanzar el horizonte. Y ello por razones intrínsecas a las que se añade aquello que el mismo Platón denominaba “la cárcel del alma”, el hecho de que nuestra animalidad frena en la tarea, de que, por su origen en la carne “el verbo se despeña” y, en consecuencia, no ignorando ser tierra (de nuevo Octavio Paz) “saberse desterrado en la tierra”:
“Atónita en lo alto del minuto/la carne se hace verbo-y el verbo se despeña/ Saberse desterrado en la tierra, siendo tierra/ es saberse mortal. Secreto a voces/ y también secreto vacío sin nada adentro:/ no hay muertos, solo hay muerte madre nuestra/ Lo sabía el azteca, lo adivinaba el griego:/ el agua es fuego y en su tránsito/ nosotros somos solo llamaradas”.
Victor Gómez Pin, Desterrado en la tierra, El Boomeran(g) 19/04/2024
... descubrí es que siempre estaba equivocado en un 99,5 %. Vamos a ver esta idea. ¿Tenéis dos folios, dos papeles por ahí? Gracias. Imagina, Diego, que este folio representa toda la información que hay ahora mismo en este lugar. Es decir, las ondas electromagnéticas del espectro visible que podemos ver, las ondas acústicas que podemos oír, la temperatura que podemos sentir… Toda esa información y también toda la que no podemos percibir a través de los sentidos también está aquí. Por ejemplo, las ondas de radiofrecuencia que utiliza tu teléfono móvil. Por ejemplo, los rayos cósmicos que vienen del espacio. Toda esa información que no tenemos sentidos capaces de captar está dentro de este folio. Si yo me pregunto cuánta información, cuánta cantidad de información es mi organismo capaz de recibir, de captar a través de los sentidos, siendo muy, muy, muy benevolentes estaríamos hablando de que mi cerebro solo es capaz de captar el 5 % de la información que ahora mismo está aquí, alrededor nuestro. Estaréis conmigo en que si yo doblo este folio por la mitad, esto sería el 50 % de la información. Si yo lo vuelvo a doblar, estaríamos hablando del 25 %. Si yo lo vuelvo a doblar, estamos en el 12,5 %. Si lo vuelvo a doblar, estaríamos en el 6 % de información, ¿vale? Como hoy me he levantado de buen humor, en lugar de un cinco, vamos a dejarlo en un seis.
Ahora bien, el 90 % de los procesos que ocurren en nuestro cerebro son procesos inconscientes. Y eso quiere decir que nosotros no podemos acceder a esos procesos de manera voluntaria. Por lo tanto, yo, de este 5 % de la información que mi cerebro es capaz de captar, tengo acceso consciente a aproximadamente un 10 % de esa información. Entonces estaréis conmigo en que si de este papelito que mi cerebro puede captar, yo lo doblo por la mitad, sería un 50 %, ¿sí o no? Si lo vuelvo a doblar, sería un 25. Si lo vuelvo a doblar, sería un 12,5. Vamos a dejarlo ahí. Esto de aquí, que es el 0,5 % de toda la información que nos rodea, es lo que yo uso, Diego, para determinar si tú me caes bien o mal. Es lo que yo uso para iniciar una guerra. Entonces, lo primero que la ciencia me enseñó es que todo el tiempo mi cerebro está dejando el 99,5 % de la información de lado. Es en base a esta información que yo decido si estudiar peluquería o si decido estudiar biología. Y esto es muy fuerte, porque significa, por ejemplo, que si mi cerebro lanza la propuesta de “David, eres infeliz”, ese pensamiento también está en un 99,5 % equivocado. Y aquí descubrí mi ignorancia.
La ciencia me permite acceder a ese 99,5 % de la información que David, que el cerebro de David no ve. Es decir, la ciencia, con sus dispositivos, con sus electrodos, con sus cacharros, con sus pruebas me permite acceder a un campo de información que David no ve. Y ese es el verdadero potencial de la ciencia.
David del Rosario, Deja en paz a tu cerebro, aprendemosjuntos.bbva.com
La heroína griega que viene a la mente es Filomela, cuya lengua le fue mutilada por decir la verdad (femenina) al poder (masculino), según lo cuenta Ovidio. Después de que su cuñado la violó, y luego le cortó la lengua para que no lo dijera, aun así, logró delatarlo —y derrocarlo como rey de Tracia— tejiendo en un tapiz el relato de su vejación. Arriesgarse y decir algo peligroso es un indicio de parresía, etimológicamente “decir todo”. Quien la promulga dice lo que tiene en mente, no esconde nada —abre su corazón y su mente a través de su discurso—. Está vinculada a la valentía ante el peligro: te arriesgas, incluso a morir, para decir la verdad. En sus reflexiones sobre la noción griega de parresía, el filósofo Michel Foucault afirma: “Romper el silencio al hablar es un acto político particularmente urgente frente a lo que es inconcebible e inadmisible en el nivel simbólico”.
David Dorenbaum, ¿Y si intentamos decir todo lo que pensamos?, El País semanal 11/04/2024
Creences Mundanes i Creences Grupals:
“Si una creença guia accions pràctiques, funciona millor si és certa, però si una creença defineix la identitat d'un grup, pot funcionar, o fins i tot funcionar millor, si no és certa.”
“Com sosté Anthony Appiah a The Lies That Bind, les "creences" i els relats que defineixen les identitats de grup són majoritàriament mites -la majoria falsos- que s'ensorren sota un escrutini racional. Les històries d'orígens nacionals, les teories sobre l'essència racial, parlar-ne o allò que "porto a la sang", les llegendes de grans avantpassats i (sí) les mitologies religioses sobrenaturals... si es furga en qualsevol d'aquests sacs d'idees que defineixen la identitat, brolla una allau de falsedats. El punt que afegeixo a Appiah és que, a l'efecte de definir un grup intern, la manca de veritat sol ser una característica, no pas un defecte. Això no vol dir que totes les "creences" constitutives d'identitat siguin falses o incoherents, només que, atès el seu paper, sovint ho són, i no pas per accident.
Heus aquí un esbós de per què és així: si una idea és certa i verificable, aleshores (en absència de pressions en sentit contrari) la majoria de la gent s'inclinarà a creure-la de fet, però en aquest cas, no serà una bona " creença" identitària, ja que no distingirà els que "creuen" dels que no. Podríem, per exemple, formar un culte al voltant de la creença que als gats els agrada la tonyina? Una secta així no funcionaria, perquè tothom creu això, i distingir els “creients” dels “no creients” és en gran part el propòsit de les “creences” que defineixen la identitat”. Per tant, per a les identitats de grup, és més eficaç que les narratives rellevants o altres "creences" continguin falsedats, o idees improbables o incoherents. Aquestes "creences" seran llavors eficaces com a insígnies internes que poden revelar-se de forma variable a través del comportament simbòlic.”
Pablo Malo
[https:]] 13/04/2024
Yo puedo haber elegido algo en un momento concreto: si quiero un helado de un sabor u otro, si aprieto o no el gatillo de un arma o si escribo un libro o no lo hago. En momentos así, existe una sensación de elección, de múltiples posibilidades de futuro. Sin embargo, la elección que acabas tomando es el resultado de todo lo que sucedió antes, del tipo de persona que has terminado siendo por todas las circunstancias que te han rodeado. Así que no. En absoluto hubo libre albedrío en esa decisión. Está claro que en el momento en el que la gente eligió tener hijos o no; vivir de alquiler o comprarse una casa, estaban tomando una decisión. Eran conscientes de lo que estaban haciendo y de sus consecuencias. Podrían haber optado por otra vía; nadie les estaba obligando. Pero se interpretan este tipo de decisiones como intuitivas, como un acto de madurez. Suficiente como para verlo como un acto de libre albedrío. Así lo interpretan también los sistemas judiciales, por ejemplo. Mi perspectiva es que esas decisiones son totalmente irrelevantes porque no van al fondo de la cuestión: ¿cómo alguien ha acabado siendo el tipo de persona que toma determinada decisión en un momento concreto?
Hace unos meses tuve una reunión con unos cuantos jueces. Les expliqué que el incremento del apetito durante su jornada laboral tiene un impacto directo en el aumento de las sentencias condenatorias. Hubo uno que me dijo que todo este trabajo científico sobre la toma de decisiones está muy bien, pero que la semana pasada había dictado una sentencia que al principio tenía clarísima y que, cuando llegó a su casa y se puso a pensar en el tema, acabó cambiando de opinión. Argumentaba que era una prueba de su libre albedrío. ¿Pero cómo ha llegado esa persona lo suficientemente segura de sí misma como para admitir que había cometido un error?, ¿cómo ha alcanzado ese nivel de desarrollo personal? Tenemos que diseccionar cuántas decisiones bajo nuestro control hemos tomado para acabar siendo como somos. ¿Has elegido la cultura que tienes?, ¿el útero en el que te gestaron?, ¿elegiste quiénes querías que fuesen tus padres?, ¿el barrio en el que te criaste? Si no tienes en cuenta todo esto y solo ves el momento concreto, la conclusión está clara: estás tomando una decisión y actuando con intención. ¿Pero cómo se ha formado esa intención?
Pensemos, por ejemplo, en el piloto de una aerolínea que se quedó dormido durante un vuelo provocando una terrible tragedia. Parece una negligencia monstruosa. Pero, con el paso del tiempo, se descubre que este piloto, a estas alturas del año, solía padecer alergia; que estaba tomando antihistamínicos que le provocaban somnolencia. Es difícil mantenerse despierto si estás tomando antihistamínicos. Hace décadas, la versión hubiese sido simplemente que el piloto se quedó dormido, que es un criminal y un irresponsable. Pero de repente, encontramos otra explicación, una biológica que no tiene nada que ver con elecciones personales y libres. ¿Lo meterás en la cárcel? No, surgirá una nueva normativa que incorporará la incompatibilidad de pilotar bajo los efectos de esta medicación y que nada tendrá que ver con el libre albedrío ni con la culpa. Así, protegeremos a la gente sin necesidad de decir que nadie es malvado o que fue un acto provocado por un alma perversa. Es un escenario del que hemos extirpado por completo el libre albedrío y que ahora nos resulta obvio. Pero no siempre ha sido obvio. Es que venimos de un lugar donde la gente achacaba las consecuencias de cualquier cosa al libre albedrío, donde se solía pensar que la enfermedad y la moralidad estaban relacionadas o que un Dios nos castigaba. Afortunadamente, hemos dejado de creer que cuando alguien estornuda en primavera sea porque tiene el alma podrida. Ya no pensamos que nadie merezca ser encerrado por quedarse dormido a causa de una medicación. Al igual que hemos expulsado al libre albedrío del avión, lo hemos hecho en otros muchos ámbitos.
Si crías a un hijo para que sea exactamente como tú, evidentemente no existirá el libre albedrío; si tu crianza produce un adulto que odia el tipo de padre que tuvo y trata de hacer exactamente lo contrario de lo que hicieron con él, tampoco. Y si crías a un niño que es básicamente igual que tú, pero de repente se encuentra con un profesor que le influye muchísimo y cambia, tampoco habrá sido una decisión libre. Simplemente se trata de las influencias que hayan supuesto un mayor impacto a la hora de formar a una persona. Tenemos esta idea de que si crías a tus hijos para que piensen como tú, acabarán siendo todo lo contrario. ¿En serio nos creemos que se trata de una decisión propia y libre? Por supuesto que no, simplemente habremos estado en contacto con elementos que acabaron por influenciarnos más y esa es la razón de que tengas una visión política completamente opuesta. Pero es resultón decir: «Cuando te conviertes en padre, acabas siendo distinto a cómo era el tuyo», como si hubiésemos elegido un camino.
Cuando ves a alguien que tiene sobrepeso, surgen todo tipo de atribuciones sociales. Se suele pensar que son personas que no tiene disciplina ni autocontrol, que desde algún nivel de su subconsciente se odian a sí mismos. Se produce un rechazo y se les considera poco atractivos. Pero un buen día se descubre una hormona en el riego sanguíneo llamada leptina. Cuando comes, segregas leptina desde tus células grasas y se introduce en tu cerebro, activando señales. Por eso dejamos de sentir hambre cuando comemos. De repente, alguien descubre que existe gente que tiene mutaciones en el receptor de la leptina y que estas provocan que sus cerebros no respondan a esta hormona de la manera adecuada. Y así, acaban sufriendo obesidad mórbida. Oh, vaya, no es que estas personas se odiasen a sí mismas o que no tuviesen autocontrol, sino que algo estaba funcionando mal en su organismo, que no estaban recibiendo las señales que biológicamente deberían después de una comilona. Y aquí entran en juego muchísimas cosas, como la cantidad de estrés fetal al que fuiste sometido debido durante el embarazo porque tu madre estaba pasando una mala época. Y esto repercutirá en la cantidad de neuronas dopaminérgicas que acabarás teniendo en una parte de tu cerebro adulto. Y esto repercutirá a su vez en tu vulnerabilidad ante posibles adicciones. Y te aseguro que no vas a disponer de control sobre el desarrollo de esa parte de tu cerebro encargada de los impulsos y los antojos. Y eso, a su vez, va a influir en que, si un día ves un bar abierto en una esquina de una calle, acabes entrando o no. Es exactamente el mismo funcionamiento que hace que a una persona le guste el helado de vainilla y a otra el de chocolate. Mucho más desafiante biológicamente, sí, pero biología.
La ciencia no deja de enseñarnos una y otra vez que debemos sospechar cuando creamos que hemos alcanzado una decisión racional sobre lo que sea. Porque cuando escarbas un poco, descubres que suele haber elementos que condicionan nuestros comportamientos de los que no tenías ni idea. Tenemos que ser muy cautos cuando creamos entender por qué alguien ha hecho algo. Especialmente si nos toca juzgarlo. Atreverse a pensar que entendemos por qué una persona ha actuado de una manera o de otra implica una alta probabilidad de equivocarse. Cuando digas que alguien es amable, digna, empática o un criminal, debes saber que no tienes ni la más remota idea de los factores que han acabado interactuando para que esa persona acabase siendo como es. Y, sobre todo, debes entender que no ha tenido ningún tipo de control sobre todo ello. Es la única conclusión posible viendo lo que la ciencia pone delante de nuestros ojos. Pero es tremendamente complicado vivir de esta manera.
Hace ya tiempo tuvimos a un niño que era algo fuera de lo normal, tenía un oído y una capacidad de afinación perfecta. Le pedías que te diese un la en 440 Hz —la nota de referencia para afinar los instrumentos musicales— y te la daba. Pero es que eso un rasgo genético, es completamente absurdo sentir admiración por la maestría de aquel niño a la hora de afinar. Si no asumimos cosas como esta, será realmente complicado no culpabilizar a la gente que comete un crimen, no recompensar a alguien que trabaja más duro que los demás o pensar que alguien que mide 2,20 metros y que gana un salario estratosférico porque juega muy bien al baloncesto se lo ha merecido. Es duro asumir que nada de esto tiene ningún sentido, pero tenemos que seguir empujando para entenderlo. Porque cada vez que aprendemos estas cosas, el mundo se convierte en un lugar mejor. No son solo avances científicos enormes, sino también morales.
Somos maquinaria biológica, al igual que un renacuajo o una bacteria. Somos algo más complicados, pero somos ingeniería biológica. La única diferencia real es que mientras que el resto de especies no pueden saber que son un producto de engranajes biológicos, nosotros sí. Somos la única especie capaz de entenderlo. Somos los únicos capaces de entender qué hacen los botones y qué pasa si muevo esta palanca. Y esta percepción nos permite aprender los cambios que se producen. Y si mi trabajo es ser juez, puedo aprender cuáles son los botones involucrados en mis decisiones; entender que me vuelvo mucho menos empático con los acusados conforme descienden mis niveles de glucosa. Somos máquinas, pero tenemos la posibilidad de cambiar. No porque decidamos libremente que queremos hacerlo, sino porque las circunstancias nos cambian.
Lois Balado Tomé, entrevista a Robert Sapolky: "Pedir pruebas de que el libre albedrío no existe es como querer probar que los duendes son reales", lavozdegalicia.es 09/04/2024
La verborrea ultra sobre la Europa de las naciones ignora a sabiendas de que vivimos un momento hobbesiano: el miedo que provoca la percepción cada vez más real de que estamos en guerra nos reencuentra inevitablemente con la soberanía, con un nuevo estado en forma de Leviatán europeo. Mientras todo lo que representa Europa se debilita (nuestros valores, hegemonía e influencia), avanzamos hacia una mayor integración desde la necesidad de una política exterior y de defensa comunes. Y mientras los ciudadanos vivimos con horror la escalada bélica y retórica, la mayoría aplaudimos la acogida de refugiados ucranios y la ayuda humanitaria a Kiev. Sin apoyar la guerra, sí tomamos conciencia de que compartimos valores supranacionales —los derechos humanos, el Estado de derecho y la democracia— que solo pueden salvaguardarse desde esa misma escala: el miedo como origen de un Estado soberano es tan viejo como Hobbes.
Máriam Martínez-Bascuñán, ¿Un nuevo Leviatán europeo?, El País 07/04/2024
La propia sociedad, en cada momento hay una moral que sirve de límite sobre aquello que puede ser objeto de risa, esa moral pone limite a lo desagradable, al mal gusto, a lo feo, a lo discriminatorio. Decide qué es y no risible. Hoy en día tenemos a los programadores de contenidos de humor, ahí sí vemos que cada canal o cada humorista o guionista tiene su veta particular, y sancionan aquello de lo que nos podemos reír. Hasta la década de los 90, nadie se podía reír de la monarquía, hasta que, en la televisión catalana, salió un individuo imitando al rey. Se dice que la propia Casa Real envió sus quejas, pero ese tipo abrió la veda. A veces no nos reímos de determinadas cosas hasta que alguien es lo suficientemente atrevido para hacerlo y la cuestión pasa a ser objeto de risa.
Este asunto que planteas es muy interesante. Por una parte, hay un elemento desacralizador en la risa, los que ríen tienen la sensación de que basta esa risa para compartir el hecho de que el emperador está desnudo. Se comparte entre los que ríen la sensación o creencia de que con esa risa están cuestionando al poder, incluso contribuyendo a despotenciar ese poder con la risa. Pero la risa también consolida ese poder, en cierto modo. Lo vemos en los programas de televisión en los que se emplea la sátira política. Todo político quiere ser objeto de sátira porque es una manera de mostrar su importancia. Por eso todos quieren estar ahí, ser parodiados y, a través de la risa, convertirse en un político mainstrem. La risa tiene un efecto desacralizador y normalizador. No está claro que solo riendo se desacralice algo realmente, ni que se reste autoridad a quien la tiene; de hecho, si observamos el ejemplo del bufón, al que se le permite la risa magnánimamente por parte de quien manda, podemos deducir que el que ostenta el poder no ve un peligro en la risa. Si quien manda tolera la risa es porque puede que vaya en beneficio suyo.
Esther Peñas, entrevista a Daniel Gamper: "Si quien manda tolera la risa es porque puede que vaya en beneficio suyo", ethic.es 02/04/2024
La ensayista británica Karen Armstrong afirma que buena parte de la historia humana ha estado presidida por dos formas de pensar, hablar y lograr conocimiento del mundo: el mythos y el logos. La primera no es una mera fase primitiva de la segunda. Ambas son rutas complementarias y esenciales para buscar la verdad. Según Armstrong, el logos se ocupa de los logros prácticos; el mythos, del significado. Los seres humanos –escribe– somos criaturas en perpetua búsqueda de sentido. Si carecemos de él, caemos de bruces en la desesperación. Los mitos y la literatura permiten que la gente atisbe realidades más hondas, cobijos simbólicos para nuestro precario existir. Necesitamos encaminar hacia un horizonte revelador nuestras vidas y persuadirnos de que tienen un sentido y valor palpables, pese a los errores y extravíos, más allá de cada disparate reincidente, de cada trompicón y traspiés.
A menudo pensamos que las leyendas pertenecen a tiempos tribales y que nos llegan —en nuestro mundo moderno, racional y evolucionado— como un rastro de humo procedente de hogueras encendidas en el amanecer de los tiempos. Pero la historia sigue entretejiéndose hoy con los mimbres de los símbolos más que de los hechos. El siglo XX creó mitos extremadamente destructivos, que gestaron terroríficas masacres y genocidios. No podemos oponer resistencia a esos mitos solo con argumentos lógicos, razones que no hablan el lenguaje de los temores, deseos y rencores profundamente enraizados. Se necesitan otros relatos poderosos, en son de paz. Gracias a las narraciones forjadas al calor del encuentro logramos —a veces, tal vez— afrontar juntos las ansiedades de las que está constelado este nervioso presente.
Irene Vallejo, El ombligo de los sueños, El País 07/04/2024
Además de las diferencias más notables que hacen a Nietzsche distanciarse de Platón y, a su vez, construir las bases de su propia filosofía no racionalista, pueden apreciarse semejanzas entre ambos pensadores. Aunque no lo parezca, existe todo un puente que conecta el idealismo platónico con la filosofía política de Nietzsche. Tanto él como Platón plantean un mismo ideal aristocrático, cuya realización dista mucho de ser aplicable en la realidad de una sociedad democrática.
Pese a que ambos pensadores reivindican dos líneas de pensamiento distintas, esto es, una racional, centrada en el bien común, y otra pulsional, más individualista, el objetivo al que aspiran es muy similar: una transformación política y social, que garantice la soberanía de los mejores, ya sean estos entendidos como transmutadores de valores (Nietzsche) o como conocedores de ideas (Platón).
Dentro de las principales características que pueden catalogarse como más cercanas, cabe destacar el rechazo a la democracia. Tanto para Platón como para Nietzsche, era necesario reestructurar la organización social de su época en forma de aristocracia, pues consideraban que ni el gobierno ni la forma en que este se estructuraba eran las adecuadas. Ambos filósofos son críticos con su presente, cuya decadencia, sea vista desde un punto de vista u otro, era debida a una misma causa: la incompetencia de quienes gobiernan.
Es clara la rabia y el recelo con el que ambos pensadores atacaron el orden social en el que les tocó vivir. En el caso de Platón, la democracia y su forma de proceder por sorteo no es considerada una buena medida para con el bienestar de una comunidad, pues si la persona elegida no sabe lo que tiene que saber, es decir, no ostenta una naturaleza o alma capaz de contemplar la Idea de Bien, no podrá guiar correctamente a la sociedad.
A su vez, según Nietzsche, la democracia hace que las personas menos capacitadas puedan instaurar un control y dominio sobre los más aptos, lo que es contra natura, es decir, insano, injusto y perjudicial no solo para estos individuos, sino también para la sociedad en su conjunto, pues impide su normal desarrollo.
Platón y Nietzsche subrayan la especial necesidad de seleccionar correctamente a las personas que por su naturaleza y preparación son más adecuadas para liderar un Estado. Por un lado, el Estado ideal de Platón funciona de una forma correcta si y solo si cada individuo ocupa una posición determinada conforme a la naturaleza de su alma y educación (trabajadores, guardianes o gobernantes), que entre todos encaminen a la sociedad hacia el bien común. Escribe Platón:
«A menos que los filósofos reinen en los Estados, o los que ahora son llamados reyes y gobernantes filosofen de modo genuino y adecuado […] no habrá, querido Glaucón, fin de los males para los Estados ni tampoco, creo, para el género humano»Platón. (2018). Libro V. En C. Eggers Lan (Trad.), República (473 d. Vol. 3, p. 181). Gredos.Por otro lado, en la república del genio de Nietzsche pasa algo muy similar, pero sin llegarse a establecer ese bien común, sino la superación del hombre mismo gracias a la figura del superhombre. Al igual que la república platónica, el ideario político de Nietzsche también defiende que cada persona ostenta un cargo o papel en la sociedad, solo que esta vez sería conforme a su mentalidad de amo o esclavo.
Así, son estos últimos aquellos que deben obedecer las directrices de los más fuertes, permitiéndoles ejercer su voluntad de poder para dar la bienvenida a ese nuevo tipo humano liberado que está por venir: «El esclavo es una figura necesaria en su política aristocrática. Sin esclavos no es posible la edificación de una gran cultura: este es el precio que ha de pagarse siempre para que el genio pueda crear y cumplir su cometido»1.
El ser humano, entendido como animal reprimido, solo podrá ser superado si logra volver a vivir una vida liberada de la tiranía de la razón cristiana, sin tantas coerciones y centrada exclusivamente en el sentido de la tierra: «Yo amo a quienes, para declinar y sacrificarse, no buscan una razón detrás de las estrellas, sino que se sacrifican en aras de la tierra para que un día pertenezca al superhombre»2.
En esencia, el superhombre es el fin o meta al que aspira toda la filosofía de Nietzsche, pues su política es una preparación del individuo y la sociedad para dar paso y cabida a esos nuevos filósofos que están por venir, cuyos valores transmutados no serán metafísicos, sino terrenales, es decir, por y para el ser humano.
Por eso para Nietzsche el hombre bueno y virtuoso es aquel que es consciente de su naturaleza instintiva; aquel que no está constreñido por la moral del rebaño y, por tanto, puede vivir una vida en plenitud, no ascética, desarrollando la totalidad de sus facultades: «El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre —una cuerda sobre un abismo […]. La grandeza del hombre consiste en ser un puente y no una meta: lo que se puede amar en el hombre es que es un tránsito y un ocaso»3.
Roberto Del Duca, Nietzsche y Platón, puntos de encuentro, filco.es 13/03/2024
Notas
1 Esteban Enguita, J. E. (2001). «El aristocratismo político de Nietzsche». En Nietzsche y la «gran política». Antídotos y venenos del pensamiento nietzscheano (vol. 5, p. 201). Cuaderno Gris.
2 Nietzsche, F. (2018). Primera parte: «Discurso preliminar de Zaratustra». En J. R. Hernández Arias (Trad.), Así habló Zaratustra (Vol. 2, p. 23). Gredos.
3 Nietzsche, F. Íbid (vol. 2, p. 23).
06/04/2024
He observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso.
[https:]] 05/04/2024Los derechos en la tradición liberal es el título de una conferencia pronunciada por la teórica liberal Judth Shklar en el año 1991, publicada luego en las revistas Colorado College Studies (en 1992) y Political Studies (en 2023); Página Indómita, editorial que está contribuyendo de forma meritoria a recuperar el pensamiento de esta destacada teórica política, traduce (Roberto Ramos Fontecoba) y publica. Su interés radica en la distinción que la pensadora de origen letón establece entre cuatro tipos de liberalismo según cuáles sean sus posiciones respectivas acerca del papel del derecho en una sociedad liberal. Nótese que la idea central que para Shklar define al liberalismo en su conjunto es que “la dignidad humana exige libertad de pensamiento y acción”. Salta a la vista que existen maneras distintas de interpretar el significado y evaluar las implicaciones de este principio; quien no se adhiera a él, empero, no podrá ser llamado liberal. Aunque bien es verdad que ni los colectivistas ni los paternalistas querrán ser llamados liberales: no creen que los individuos deban gozar de tales libertades.
¿Y cuáles son los cuatro liberalismos de Shklar? El liberalismo del desarrollo personal está influido por la tradición romántica y contempla la individualidad como el mayor bien humano; los derechos le interesan poco. Tampoco cuentan demasiado para el liberalismo de la seguridad jurídica, que persigue ante todo defender al individuo del Estado absolutista y arbitrario; su instrumento es el gobierno de la ley, llamada a proporcionar la seguridad necesaria para que las acciones libres de los individuos generen prosperidad y, con ella, un entorno favorable para el autodesarrollo personal. ¡No es poco! De manera parecida, el liberalismo del miedo –valiosa aportación conceptual de la propia Shklar– aspira a crear una sociedad donde las personas puedan vivir sin verse sometidas a la intimidación por parte de actores públicos o privados (lo que se aproxima, aunque los matices son relevantes, a la libertad como no dominación de los republicanos) y donde se intentan reducir las desigualdades para así evitar una excesiva concentración del poder. Shklar añade algo que muchos parecen haber olvidado: el liberalismo del miedo es también una “protesta contra las pasiones en la era de la ideología” que marcaron a sangre y fuego el siglo XX. De ahí que esta corriente entienda los derechos, sobre todo, como restricciones de aquello que el Estado y los demás –incluidos los grupos en cuyo interior nos socializamos o a los que pertenecemos– pueden obligarnos a hacer o impedir que hagamos.
Frente a esos liberalismos que conceden a los derechos –aunque no a la ley– un papel secundario, el liberalismo de los derechos sería aquel que los sitúa en el centro de la vida política. A su juicio, es característico de los Estados Unidos: “La filosofía pública de América siempre ha contemplado la realización de los derechos individuales como el objetivo de todas las instituciones legítimas”. Su origen estaría en la lucha religiosa, o sea en el intento por afirmar la libertad de credo frente a cualquier unitarinismo; una lucha que habría contribuido a la deslegitimación (primero) y desmantelamiento (después) de la esclavitud. Para Shklar, la Carta de Derechos –las primeras diez enmiendas a la Constitución estadounidense– debe contemplarse como “una educación política” del ciudadano. Claro que el liberalismo de los derechos presenta más de un problema; en particular, Shklar formula tres objeciones perdurables para las que no se ha encontrado una respuesta convincente. A saber: el liberalismo de los derechos conduce a la expansión de los poderes del gobierno, con el peligro correspondiente para la libertad personal; antepone la primacía de los derechos a la protección de esa libertad y carece de principios que hagan posible resolver los inevitables conflictos entre derechos.
Manuel Arias Maldonado, Casa Rorty XVII: Los derechos en la sociedad (i)liberal, Letras Libres 04/04/2024
Yo detesto la ejemplaridad aristocrática. No creo en una minoría selecta a la manera de Ortega y Gasset. No confío en esa clase privilegiada que solo pide a la gente, la masa, su docilidad a los que consideran mejores. Me producen alergia. Presumo de un espíritu igualitario muy profundo, según el cual todos somos ejemplo para todos y vivimos en una red de influencias mutuas. Frente a la minoría selecta busco a la mayoría selecta. Reivindico la vulgaridad, la normalidad, la aparente insignificancia de quien tiene vidas ejemplares cuya muerte produce un escándalo, repito. Eso va trenzando memorias que, cuando se generalizan, desembocan en costumbres, en una evidencia colectiva, sentimental que pueden conducir a esa mayoría selecta.
La vulgaridad contemporánea es un progreso de la civilización. Algo positivo, sí. Es la expresión provisional de la realización histórica del principio de igualdad. Una espontaneidad no educada. ¿Qué había antes? Una cultura aristocrática codificada. Hoy día, la vulgaridad ha barrido esa cultura, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. La vulgaridad es el estado cultural de nuestro tiempo.
La democracia liberal es nuestra estación termini. No hay más progreso, nada mejor. Quienes lo quieren cambiar buscan destruirlo, y eso tiene un coste enorme. Nos dirigimos ahí. En lo político. En lo cultural, aún no. La vulgaridad es un punto de partida, no de llegada.
La vulgaridad debe dirigirse hacia una ejemplaridad igualitaria que acabará en una mayoría, no minoría, selecta. Pero si se tuerce lo político se irá todo al garete. Por eso, en mi libro, reclamo y desarrollo una teoría de la visión culta y un corazón educado. La visión culta consiste en tener una visión histórica y nos avisa de que lo podemos perder. El corazón educado pretende desarrollar unos sentimientos en dirección correcta. Amar y odiar, incluso, en la forma adecuada. Pero, insisto, todo puede ocurrir. Lo humano es un castillo de naipes sobre arenas movedizas.
Jesús Ruiz Mantilla, entrevista a Javier Gomá: "La vulgaridad es el estado cultural de nuestro tiempo. Y eso es bueno.", El País 06/04/2024
Durante los seis meses de ofensiva contra Gaza, el Ejército de Israel ha estado usando una base de datos desconocida hasta el momento, que emplea la Inteligencia Artificial (IA) y que sugirió el nombre de 37.000 personas como posibles objetivos por sus vínculos aparentes con el grupo palestino Hamás, según fuentes de la inteligencia israelí vinculadas a la actual guerra sobre Gaza.
Esas fuentes de inteligencia, además de hablar sobre el sistema 'Lavender', sostienen que oficiales del Ejército israelí han permitido la muerte de un número importante de civiles palestinos, especialmente durante los primeros meses del conflicto.
Israel, con el empleo de potentes sistemas de Inteligencia Artificial en su enfrentamiento con Hamás, ha entrado en un terreno desconocido para la guerra moderna, generando nuevas cuestiones jurídicas y morales, y transformando al mismo tiempo la relación entre las máquinas y el personal militar.
“Esto no tiene parangón en mi memoria”, afirma un agente de inteligencia que usó Lavender. En su opinión, un “mecanismo estadístico” es más fiable que los soldados en duelo. “El 7 de octubre todo el mundo perdió a seres queridos, yo también; la máquina lo hacía fríamente y eso lo hacía más fácil”, explica.
Otro agente que usó Lavender cuestiona que los seres humanos fueran mejores en el proceso de selección de objetivos: “Yo le dedicaba veinte segundos a cada objetivo y hacía docenas de evaluaciones por día; como ser humano no aportaba ningún valor añadido, más allá del sello de aprobación; [Lavender] ha ahorrado mucho tiempo”.
Los agentes confirman el papel central que ha jugado Lavender durante la guerra analizando grandes cantidades de datos para identificar rápidamente posibles combatientes júnior de Hamás a los que atacar. Al inicio de la guerra, y según cuatro de las personas entrevistadas, el sistema de IA vinculó con Hamás o con la YIP el nombre de hasta 37.000 varones gazatíes.
Lavender fue desarrollado por la Unidad 8200, cuerpo de espionaje de elite de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), comparable a la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos.
Según varias de las fuentes, para autorizar el ataque contra varias categorías de objetivos, las FDI autorizaban de antemano un número estimado de muertes civiles considerado permisible y proporcionado. Dos de las personas que dieron su testimonio señalan que, en las primeras semanas de la guerra tenían permitido matar a 15 o a 20 civiles durante ataques aéreos contra militantes de bajo rango. Por lo general, los ataques contra ese tipo de objetivos se ejecutaban con municiones no guiadas, denominadas bombas tontas, que destruían casas enteras y mataban a todos los que se encontraban en su interior.
“No quieres gastar bombas caras en gente sin importancia; es muy caro para el país y hay escasez [de esas bombas]”, afirma uno de los agentes de la inteligencia israelí. Según otro de los agentes entrevistados, la cuestión clave era determinar los “daños colaterales” a civiles permitidos en un ataque. “Normalmente ejecutábamos los ataques con bombas tontas y eso significaba dejar que la casa entera se desplomara literalmente sobre sus ocupantes”, explica. “Pero incluso si un ataque es evitado, no te importa. Pasas inmediatamente al objetivo siguiente: con el sistema [de IA], los objetivos no se terminan nunca. Tienes a otros 36.000 esperando”.
Según expertos en conflictos, si Israel ha usado bombas tontas y destruido las casas de miles de palestinos de Gaza después de que la IA los vinculara con grupos armados, eso podría ayudar a explicar el número escandalosamente alto de muertos civiles en la guerra actual. Según el Ministerio de Sanidad de Gaza, más de 33.000 palestinos han muerto desde octubre. Según datos de la ONU, 1.340 familias sufrieron múltiples pérdidas solo en el primer mes de guerra; de ellas, 312 perdieron a más de diez de sus miembros.
En respuesta a la publicación del reportaje en +972 Magazine y en Local Call, las FDI difundieron un comunicadoen el que defendían que habían respetado las normas de proporcionalidad del derecho internacional y que las bombas tontas eran un “armamento estándar” usado por los pilotos de las FDI de manera que tengan “un nivel alto de precisión”. El comunicado destacaba que Lavender era una base de datos “para cruzar fuentes de inteligencia, con el fin de producir varias capas de información actualizada relacionada con miembros militares de organizaciones terroristas”.
Bethan McKernan/Harry Davies, Israel emplea la IA en la masacre en Gaza y el combate con Hamás..., eldiario.es 04/04/2024
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