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La ciencia apuesta por la simplicidad. Un buen ejemplo de ello es el homo economicus (HE, en lo que sigue), el patrón antropológico más popular de la teoría social, racional y egoísta. La idea es austera y poderosa: con poco explicaría mucho. También parece realista, compatible con nuestra experiencia cotidiana: no somos héroes morales, más bien al contrario. Viene, además, avalada por la teoría social más reputada, la ciencia económica. Está en la trastienda de sus explicaciones, tanto de las microeconómicas, cuando da cuenta de los precios como resultado de las interacciones entre consumidores y productores, unos maximizando su utilidad y otros su beneficio, como de las macroeconómicas, como sucede cuando relaciona una subida de los tipos de interés con una caída de la inversión y de la demanda agregada (mediante el supuesto de que los agentes optan por mantener el dinero en el banco y, además, dado su precio, no solicitan créditos).
Pero hay más. Con ese guión hoy, se dice, podemos entender todo lo que tenga ver con los humanos en sociedad: las personas no se casan por amor ciego, sino porque, llegado un punto, el coste marginal de seguir explorando comienza a ser más alto que el beneficio previsible; los criminales no son malos tipos o producto de familias desordenadas, sino refinados calculadores que comparan los costes y los beneficios de su actividad; los políticos no son ciudadanos virtuosos, sino maximizadores de votos; los emigrantes, cuando envían dinero a sus países de origen, no lo hacen por amor a sus familias sino para evitar la llegada de compatriotas y la consiguiente disminución de sus salarios; las personas provistas de talentos o habilidades no están dispuestas a ejercerlos si no obtienen una retribución superior a los demás, de modo que incluso la sociedad más justa tendrá que propiciar la desigualdad; los ricos contribuyen a la beneficencia para comprarse un sentimiento de superioridad moral; los niños mejoran su rendimiento escolar si les pagamos por leer libros.
(...) Cuando oficia como estrategia explicativa resulta trivialmente compatible con diversos comportamientos, pero, en rigor, el homo economicus (HE) no explica ninguno. Cuando se interpreta como una competencia cognitiva, comparable a la visión o la memoria, nos enfrentamos a la posible existencia de un módulo mental que más que explicar necesita ser explicado. Cuando se entiende con una genuina teoría pierde buena parte de su vigor explicativo. Se examinarán algunos de los resultados que ponen en entredicho el potencial del HE. Con todo, se argumentará en favor de una interpretación prudente del alcance de esos resultados o, lo que es lo mismo, en contra de una descalificación absoluta del personaje. Quizá no sea el protagonista de la obra, pero sí un secundario importante.
Félix Ovejero, Ascenso y caída del homo economicus