Deleuze-Guattari |
¿En qué se ha convertido lo que Benjaminllamaba la “estetización de la política” setenta años después de la Segunda Guerra Mundial?
Los marxistas siempre pensaron que el motivo por el que el partido atraía a las masas y las convertía en militantes era que representaba los intereses objetivos de su clase social, la razón proletaria encarnada que coincidía históricamente con la razón de la humanidad.
Según Deleuze y Guattari“esta situación sin embargo, no basta en modo alguno para resolver el siguiente problema: ¿por qué muchos de los que tienen o deberían tener un interés objetivo revolucionario mantienen una carga preconsciente de tipo reaccionario? Y, en menos ocasiones, ¿por qué algunos cuyo interés es objetivamente reaccionario llegan a efectuar una carga preconsciente revolucionaria? Los revolucionarios a menudo olvidan, o no les gusta reconocer, que se hace la revolución por deseo, no por deber” (El Anti-Edipo)
¿Por qué “las masas” han abandonado el partido, reduciéndolo a una fuerza electoralmente residual en las sociedades democráticas, y se niegan a tomar conciencia de sus intereses, dedicándose a ver la televisión y a comprarse automóviles utilitarios? ¿Por qué se dejan engañar de esa manera acerca de quién es su enemigo?
Por ello, el problema fundamental de la filosofía sigue siendo el que Spinoza supo plantear (y que Reich redescubrió): “¿Por qué combaten los hombres por su servidumbre como si se tratase de su salvación” (…) ¿Por qué soportan los hombres desde hace siglos la explotación, la humillación, la esclavitud, hasta el punto de quererlas, no sólo para los demás, sino incluso para sí mismos? Nunca Reich fue mejor pensador que cuando rehusó invocar una ignorancia o una ilusión de las masas para explicar el fascismo, y cuando pidió una explicación en término de deseo: no, las masas no fueron engañadas, ellas desearon el fascismo en determinado momento, en determinadas circunstancias, y eso es lo que precisa explicación.
Lo que Deleuze y Guattari exponían en 1972 en El Anti-Edipo era que el psicoanálisis ofrecía una explicación de ese fenómeno, la “estetización de la política”, que el marxismo no podía más que declarar inexplicable. (…) Freud descubrió la “esencia subjetiva abstracta” del deseo, la libido, una sexualidad que no está comprometida con ningún objeto y que puede invertirse en cualquiera. Ambos señalaban un nuevo tipo de autenticidad de la política (la autenticidad del deseo inconsciente) que los marxistas y los hegelianos no se habrían nunca atrevido a reconocer, pero que era en realidad la que cargaba de intensidad a la “política” y a la “guerra” tal y como las concebían Schmitt y Jünger. (…)
En verdad, la sexualidad está en todas partes: en el modo como un burócrata acaricia sus expedientes, como un juez putea a un acusado, como un hombre de negocios se corre con el dinero, como la burguesía da por el culo al proletariado, etc. Hitler ponía cachondos a los fascistas. Las banderas, los ejércitos, las naciones, los bancos ponen cachonda a mucha gente. Una máquina revolucionaria no es nada si no adquiere al menos tanto poder como esas máquinas coercitivas. (El Anti-Edipo)
Ernesto Laclau en 2005 (La razón populista) presentó una condensación más divulgativa y “realista” de lo que Spinoza llamaba “ideas susceptibles de aplicación práctica en política”. Igual que haría después George Lakoff con el libro de autoayuda (No pienses en un elefante, 2007) en el que explica científicamente a los dirigentes del Partido Demócrata estadounidense la fórmula para tomar la delantera a sus rivales conservadores ante la opinión pública (a saber: presentar a su candidato como una madre protectora y amorosa que cuida de sus hijos y les educa para que ayuden a quienes más lo necesitan en lugar de pisotearles, para lo cual les recomendaba desprenderse de todos los programas salvo de los televisivos, y construirse una visión progresista muy básica en diez palabras). Laclau muestra a los comunistas desesperados las razones de su fracaso político y les revela las fórmulas de “estetización de la política” que les serán necesarias para triunfar. Se trata aún de política de la autenticidad, o sea, de esa concepción de la política basada en el antagonismo y no en el pacto, y que no se piensa a sí misma como asentada en los cauces del derecho (…), pero, como acabamos de decir, ya no confía exclusivamente en los argumentos de la razón para su éxito: para triunfar en política, la razón ha de volverse populista.
De un fracaso triunfal II: la estetización de la política
José Luis Pardo, Estudios del malestar. Políticas de la autenticidad en las sociedades contemporáneas, Anagrama, Barcelona 2016