Michael Walzer |
La democracia es simplemente la versión política de esta igualdad y, por lo tanto somos demócratas radicales y feroces críticos de cualquier forma de autoritarismo, de toda dictadura de vanguardia, de cualquier líder máximo y cualquier general engreído, incluso de aquellos que se llaman a sí mismos de izquierda, y de cualquier fanático que proclame que gobierna en nombre de Dios. No hay izquierda decente, y hay poca probabilidad de decencia alguna, sin democracia.
También estamos comprometidos con el auto-gobierno en la economía. Hicimos las paces con el mercado hace mucho, pero no con el mercado “libre”, no con la oligarquía capitalista e inequidad radical, no con la tiranía en las fábricas, en las tiendas y en las escuelas; no con el desempleo y la pobreza. Como en tiempos antiguos, todavía es cierto que los ricos pisotean las caras de los pobres. Esta es, entonces, la descripción más simple de nuestra política: estamos en contra de cualquier pisoteo. Estamos con los pobres, no sólo para ayudarlos como si pudiéramos ser sus benefactores, sino para ayudarlos a ayudarse, ya que esto es lo que la igualdad requiere. Recordemos la máxima con la que algunos de nosotros crecimos: “La liberación de la clase trabajadora sólo puede ser obra de la clase trabajadora misma.” Esto es cierto respecto a toda liberación.
Nos oponemos al terrorismo, incluso cuando se llama a sí mismo revolucionario, y nos oponemos a todos los apologistas del terrorismo. La defensa de vidas inocentes, en casa y en el extranjero, es un valor central de la izquierda; es la forma más elemental de solidaridad y de internacionalismo. Por esa razón es que apoyamos el uso de la fuerza para detener el asesinato en masa en lugares como Rwanda y Darfur, y disentimos de la indiferencia de la mayor parte del mundo. Aquí tenemos un mandato judicial bíblico que incluso los ateos de izquierda pueden volver suyo: “No permanezcas impasible ante el derramamiento de sangre de tu vecino.” Como los demócratas y socialistas siempre han hecho o debieran hacer, nos oponemos a las guerras de agresión y conquista, a las guerras por recursos naturales, a las guerras colonialistas; nos oponemos también a las guerras revolucionarias, incluso aquellas que derivan en cierta forma de ideas de uno de nuestros progenitores distantes, León Trotsky: el Ejército Rojo marchando sobre Varsovia para llevar el comunismo a Polonia, el ejercito Estadounidense marchando sobre Bagdad para llevar la democracia a Irak. Éstas son guerras injustas; el comunismo y la democracia debe ser buscado por otros medios.
La lucha por la equidad también es una lucha por la inclusión: un estado social demócrata debe dar derechos iguales a todos sus ciudadanos para hablar, asociarse, votar y organizarse, e igual oportunidad a esos mismos ciudadano, para participar en todas las actividades de nuestra vida común. Pensemos en el Estado como en una comunidad cerrada, con grupos excluidos tocando a nuestras puertas, demandando la entrada: judíos, negros y mujeres, inmigrantes y refugiados políticos, gays y lesbianas, personas discapacitadas. Algunos de nosotros ya estamos dentro, otros no. Pero estamos todos del lado de los excluidos, una vez más, no para ayudarlos a entrar a la comunidad sino para ayudarles a construir su propio camino hasta ella, para lograr ser miembros de ella y de nuestra democracia al mismo tiempo. El estado democrático debe ser la obra de todos aquellos que quieren vivir en él.
Ahora imagínense que de hecho estamos viviendo en él, en un mejor lugar, en un mundo más atractivo, como creo que un día viviremos. Y entonces miraremos alrededor y veremos que hay formas de injusticia que persisten, también de opresión, y de esos “altos y todopoderosos”, y pensaremos que debe haber un mundo un poco más atractivo, un lugar mucho, mucho mejor.
Michael Walzer, Sexagésimo aniversario de la revista 'Dissent', Letras Libres, noviembre 2013 [www.letraslibres.com]