Estamos ante una configuración del mundo que se parece a las formas arcaicas de las sociedades de colectores y cazadores, que lo conciben más en términos de itinerarios, de botines y pactos que como espacios cerrados y propiedades estables. No tiene nada de extraño que la figura del pirata reaparezca en un mundo así y que lo haga con toda su ambivalencia de libertad y barbarie.
Pues bien, no creo estar forzando la metáfora si afirmo que la piratería representa una nueva forma de estar en el mundo que se ha vuelto líquido. No me refiero solo al terrorismo global, sino a formas actuales de la globalización que retoman el modelo de la rapiña. Podríamos pensar en el comportamiento de los consumidores, tan similar al pillaje (como se pone de manifiesto el primer día de rebajas en los grandes almacenes o en cualquier forma de consumo que i mplica un daño sobre el medio ambiente). El éxito de los productos financieros es inexplicable si no fuera porque en ellos se promete una gran rentabilidad que ciega incluso para los riesgos que llevan consigo. Pienso también en la biopiratería, término que aparece a comienzo de los años noventa para designar la apropiación indebida de los recursos genéticos. En este caso, las instituciones científicas o médicas denunciadas como piratas no son llamadas así porque destruyan la propiedad, sino por introducirla en lugares en los que previamente no existía. Existe una relación entre muchos conflictos actuales y la disposición sobre determinados recursos naturales, por lo que podría hablarse de “una ecología política de la guerra”. En definitiva, la actual multiplicación del pillaje se explica por la debilidad de los Estados a la hora de controlar eficazmente sus territorios y por la agravación de las desigualdades que resulta particularmente insoportable.
La depredación, que era una forma de apropiación habitual en el mundo arcaico y clásico, que el Estado moderno quiso resolver con el establecimiento de formas de propiedad codificadas, ha tomado actualmente (en el mundo de las finanzas y la información) unas formas de enorme complejidad. Una de las figuras más elocuentes de la piratería contemporánea son los paraísos fiscales, esos lugares sin identidad, sin fiscalidad ni obligación de residencia. Allí se consagra el curioso derecho de abandonar todo espacio político sustrayéndose al impuesto que es el símbolo del poder territorializado.
El ciberespacio proporciona igualmente una gran cantidad de metáforas marítimas y piratas. Como los océanos y el aire, el ciberespacio es un territorio de navegación. El vocabulario de la Red es muy explícito a este respecto. Se navega por la Red, y los piratas asaltan, inmovilizan, sabotean y se hacen con los servidores, a veces por puro juego, otras por motivos criminales o geoestratégicos. Allí se mueven otros navegantes con la misma lógica libertaria con la que los expertos financieros inventan productos para escapar de una posible regulación. Los hackers se cuelan por los huecos de la Red y los financieros buscan los espacios off shore como los piratas circulan entre los espacios de la soberanía. Al igual que los piratas históricos, los navegantes de la Red viven en un archipiélago sobre el que el Estado impotente no tiene el monopolio de la violencia legítima.
El sueño de las lógicas libres es lo que ha convertido a Internet en la utopía política que ha entusiasmado a una generación. Muchos comentadores han subrayado la cercanía de ciertos ideales contraculturales con el simple anarquismo liberal. Se trata de lo que algunos han denominado the californian ideology por tener su origen en el contexto antiautoritario de los setenta y que ha dado lugar a una cercanía ideológica entre los libertarios del mercado y la comunidad online, entre la hiperrealidad neoliberal y la hiperrealidad virtual, entre anarquismo hippy y l iberalismo económico. Esta curiosa mezcla de MacLuhan y Hayek es algo que no solo se explica por una creencia común en el determinismo tecnológico, sino que tiene raíces más profundas. En diversas ocasiones se ha llamado la atención sobre el hecho de que los hippies contestatarios de los setenta, tan aferrados a la autonomía individual, no tuvieran demasiados problemas para aclimatarse a las políticas liberales y de desregulación.
Propongo entender esta nueva constelación —la dialéctica entre el todos y el nadie— como la condición que explica lo que podríamos ll amar sin exageración metafórica el retorno de la piratería en la era global. Hay piratería siempre que aparecen nuevas realidades disponibles respecto de las cuales no termina de estar claro a quién pertenece o de quién es la competencia. Era lógico que con el incremento de los bienes públicos de la humanidad —como el clima, la seguridad, el saber o la estabilidad financiera— haya aumentado también l a i ncertidumbre acerca de su propiedad y gestión. La tímida configuración de la humanidad como sujeto e instancia de apelación convierte eo ipso en piratas a quienes antes eran Estados soberanos, propietarios o practicantes de alguna unilateralidad. La actual fluidificación de la propiedad se corresponde con el debilitamiento de la soberanía política en un mundo de interdependencias; ambos fenómenos comparten y tienen su origen en la misma lógica. La cartografía del mundo ya no establece un conjunto coherente y completo de unidades autosuficientes, sino un mapa incompleto, con zonas de soberanía ambigua, espacios de difícil regulación y responsabilidades difusas. Todo ello nos obliga a articular un nuevo equilibrio entre Estado, mercado y sociedad.
Daniel Innerarity, Los piratas y el nuevo desorden mundial, Domingo. El País, 10/03/2013