Entre las aportaciones de los antiguos atenienses a la teoría y práctica de la democracia, una de las más notables es el ostracismo. Básicamente consistía en expulsar de la ciudad de Atenas durante un tiempo a cualquier político que descollara demasiado. La votación tenía lugar en la asamblea soberana. Cada ciudadano debía escribir el nombre del candidato al ostracismo en un trozo de cerámica. Pues bien, cuando estaban votando si condenaban al ostracismo a Arístides, conocido como "el Justo", un ateniense se le acercó al mismo Arístides con un trozo de vasija en la mano y le pidió que escribiera el nombre de Arístides, porque él no sabía escribir. "¿Lo conoces personalmente?", le preguntó éste. El hombre reconoció que no, pero resaltó que estaba harto de oír hablar de "el Justo". Aristídes calló, escribió su nombre en el cascote, y se lo entregó.
La historia la cuenta Plutarco en sus Máximas de reyes y generales.
Pensándolo bien... los norteamericanos tienen una forma más refinada de ostracismo: les prohiben a sus políticos gobernar más de ocho años.