I
Ha muerto Josep Montserrat Torrrents, un sabio y un hombre libre. Era el que más sabía de los gnósticos y de los manuscritos de Nag Hammadi. Su libro La sinagoga cristiana me condujo hasta él y aunque llevaba años sin verlo, el recuerdo de su cordialidad se mantiene intacto.
II
En una ocasión fue invitado a participar en unas sesiones dedicadas a lo que entonces se llamaba la «estocasticidad», cuando todos creíamos saber algo sobre la termodinámica de los procesos irreversibles porque habíamos leído algo de Ilya Prigogine. Tuvieron lugar en el Museo Dalí de Figueres y asistían eminentes figuras de la física y la filosofía hispana. Estaba -creo recordar- financiado por La Vanguardia, diario del que Montserrat era un habitual colaborador.
III
La intervención de Josep Montserrat dejó admirados a los asistentes. Uno de ellos, catedrático notabilísimo de filosofía, lo felicitó con una efusividad casi estentórea. Entonces Montserrat explicó que el texto de su conferencia lo había elaborado su «máquina de generación de pensamientos sublimes». Estamos hablando de finales del siglo pasado.
IV
«La máquina de generación de pensamientos sublimes» era guiada por una máxima: lo importante es la sintaxis. No importa lo abstruso o carente de sentido que sea lo que dices si sintácticamente es impecable. A partir de ahí generaba frases con las palabras que Montserrat le había previamente introducido a partir del vocabulario más rebuscado de la filosofía posmoderna.
V
Cuando explicó su proceder, se produjo un silencio tenso. El catedrático se escabulló. Nadie le reiteró su felicitación. Le hicieron el vacío y no volvió a colaborar en La Vanguardia.
VI
A veces me lo encontraba por el paseo de la playa de El Masnou. Venía andando desde Barcelona, llegaba hasta Premià, y se volvía andando a su casa. Me alegraba mucho con estos encuentros. Ya no lo volveré a ver. Descanse en paz.