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El café de Ocata
Gershon Legman, un folclorista norteamericano, escribió en su libro "Love and Death: A Study in Censorship" (1949): "El asesinato es un crimen. Describir un asesinato, no. El sexo no es un crimen. Describir conductas sexuales, sí." Legman constataba esto con sorpresa. Aproximadamente -me imagino- con la misma sorpresa con que Javier Krahe denunciaba que, respecto al sexo, "pagando está bien y molesta si es gratis." En estas cosas los cínicos (los cínicos a lo Diógenes) suelen llevarse las manos a la cabeza, escandalizados de la hipocresía social. ¿Pero se trata realmente de hipocresía? Yo sospecho que más bien se trata de arbitrariedad. Toda cultura humana descansa sobre un fundamento arbitrario, comenzando por el lenguaje y siguiendo por la proscripción del canibalismo. Lo cultural (y, con ello, lo político) consiste en habitar arbitrariamente la naturaleza y esto debe hacerse porque no hay manera de ser naturales y ser al mismo tiempo humanos.
Siéntense ustedes en un banco de un paseo transitado y dedíquense un rato a contemplar cómo cada transeúnte lleva su personalidad. Describirán que el estilo es el arte de llevar con creatividad y verosimilitud lo arbitrario de uno mismo.