I
Estoy profundamente asqueado con los datos del informe que han hecho público los jesuitas de Cataluña. Han identificado al menos 145 víctimas de abusos sexuales cometidos en centros educativos por parte de 44 agresores desde 1948 a la actualidad. El mismo informe admite que "estas 145 víctimas no son el total de las víctimas". Yo estuve ingresado en un internado capuchino de los 11 a los 16 años y nunca percibí el más mínimo indicio de que pudieran tener lugar abusos de este tipo, lo cual aumenta mi desconcierto.
II
Ha llegado la hora de preguntarse si estos hechos obedecen a conductas más o menos desquiciadas de unos cuantos adultos pervertidos o si el hecho de que esos adultos sean tantos no dice alguna cosa de más calado sobre algún tipo de perversión interna en la misma Iglesia.
III
No puedo dejar de pensar en los culpables y en los inocentes a los que la conducta de tantos culpables somete a una sombra de sospecha porque también se puede pecar por omisión.
IV
La perplejidad y el desconcierto bien visible en la Iglesia ante la continua aparición de hechos de este tipo no puede limitarse a pedir perdón a las víctimas e indemnizarlas con una cantidad de dinero. Eso es imprescindible, pero no es suficiente. La Iglesia necesita abrirse en canal y ganarse la transparencia que le puede garantizar un futuro.
V
A veces siento que formo parte del último grupo de cristianos europeos, que camina, desorientado, hacia su merecido ocaso y entonces me digo a mí mismo que yo también soy víctima de los desalmados.
VI
Tras escribir lo anterior he salido a hacer la compra. Esta noche tenemos invitados. Y dándole vueltas al asunto he pensado en los justos. No sé cuantos serán. Pero si solo hubiera uno, merecería nuestro reconocimiento.