A mí lo que gusta, de verdad de verdad, es que mis hijos y sus familias, al completo, vengan a comer a casa los fines de semana. Me gusta hacer la compra en el mercado con mi carrito destartalado los sábados por la mañana, preparar para todos más comida de la que, estoy completamente seguro de ello, vamos a comer; me gusta que mi mujer me proteste porque "¿A dónde vas, con tanta comida?" Me gusta que la mesa esté llena de platos diversos... incluso echaría en falta una pequeña riña entre los nietos si no la hubiera. Y después, cuando ya hemos comido y llevamos un rato de sobremesa, me gusta retirarme para echar la siesta en mi cuarto y, a ser posible, que me despierte un nieto con la guinda tan dulce de un beso de despedida. Creo que esta es una de las cosas que con el tiempo, cuando se mira hacia atrás, se dice, "aquello era la felicidad". Y también, ¿por qué no decirlo?, me gusta mucho cuando se han ido todos y nos quedamos mi mujer y yo solos y en paz. ¡Qué rico sabe ese primer silencio! ¡Qué bien se está ese ratico antes de que volvamos a hablar de los nietos y de los hijos y del mundo que les espera!
Les revelaré un poderoso secreto: El futuro caduca, pero la memoria queda.