Recordando la carta que el propio Quevedo le escribiera al doctor Serrano del Castillo, me pongo a teclear:
"Señor don Francisco, hoy sumo yo sesenta y tres años (y un día), y en ellos cuento yo otros tantos entierros míos. Cada año que se cumple es un entierro al que perplejo asisto. Murió mi infancia irrevocablemente; murió mi niñez, mi adolescencia, mi juventud, murieron los años en los que me creía ya a punto de alcanzar la edad adulta y ya estoy asistiendo a la defunción de esta edad sin haber tenido conciencia clara de haber merecido el título de adulto. Esta es mi vida: una incipiente vejez que mora entre sepulcros, siendo yo mismo el entierro de todo cuanto he sido. Y, sin embargo, espero -con vehemencia, incluso- antes vivir como sepultura de mi propia vida que acabar en el entierro del enterrador. Lo deseo -y se lo cuento quedo- porque en el fondo sé que todos estos aspavientos melodramáticos sólo son formas un poco narcisistas de decir que sigo vivo.
Usted y yo bien sabemos que el último afecto del que se despojan los hombres es el de la codicia de vida.
Señor, si ha alcanzado usted con su mirada las últimas palabras de estas líneas, quedaré yo muy pagado de mi osadía.
Gregorio Luri