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Entre las novedades editoriales de las últimas semanas, me sorprendió gratamente un título: Las aventuras filosóficas del profesor Bongiorno. Sólo por el título se de despertó la curiosidad, así que empecé a leerlo hace algunos días. Un profesor de filosofía un tanto extravagante (siempre nos toca a los de filosofía, qué se le va a hacer) y un grupo de alumnos inquieto, variopinto y participativo. Un cóctel más que suficiente para elaborar una historia hecha de muchas historias, un relato coral en el que la interacción entre el profesor y sus alumnos se convierte en el hilo conductor de la historia. Una lectura entretenida y que probablemente pueda enganchar más a los alumnos que al profesor, lo que la convierte en un título idóneo para incluir entre las recomendaciones que solemos realizar los profesores al inicio de curso o, por qué no, para llevar varios de sus fragmentos al aula y comentarlos en clase, pues en varios momentos se abordan temáticas filosóficas de las que a menudo aparecen también en una clase de filosofía.
Las aventuras filosóficas del profesor Bongiorno nos presenta diferentes realidades que nos recuerdan dos ideas importantes: lo que ocurre en un aula y lo que ocurre fuera de ese aula no son sucesos independientes. No es posible separar la vida, la de alumnos y profesores, la de todos, y la docencia. Por motivos bien diversos pero fundamentalmente por uno: difícilmente se puede enseñar si en el aula no bulle la vida misma. Experiencia que enlaza directamente con la segunda presencia permanente de la novela: la filosofía como una explicación de lo que nos pasa. La vida de unos adolescentes de bachillerato está ligada indisolublemente a las clases de filosofía, de manera que a través de sus andanzas se filosofa o, si se quiere al revés, a través de la filosofía se vive. Una clase peculiar, por qué no decirlo, en un solo aspecto: la mayoría de los alumnos parecen disfrutar con las disquisiciones y debates del aula, quizás precisamente por lo que apuntábamos antes: porque se dan cuenta de que ese profesor de filosofía está hablando, sin pretenderlo y sin saberlo, de todos y cada uno de ellos.
No debería el libro interesar solo a los docentes de filosofía: de lo que se habla es más bien de la enseñanza. De la diversidad de clases sociales que se dan cita en un aula hasta la eterna lucha (esta vez no de clases) entre profesores y alumnos. Drogas, vida y muerte, frustraciones y deseos escondidos, amores imposibles y trabajos en común. El libro respira instituto por los cuatro costados y se reconoce en muchos detalles que sus autores, Hotel Kafka, conocen bien en qué consiste el día a día de un centro educativo. Relaciones humanas por los cuatro costados: alumnos entre sí, con profesores, las familias, las relaciones entre profesores, los negocios de la zona y la mismísima administración educativa, cuya aparición al final es de lo más realista que nos podamos imaginar. Todo esto hace de las idas y venidas de Bongiorno y compañía una lectura más que agradable que bien puede ser incluida entre las listas de obras que se trabajan en los departamentos de las diversas materias. Un libro sobre docencia escrito por docentes. Sólo por eso ya merece la pena darse una vuelta por el Gracián.
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| ¡Gracias, J.! |
En principio, la relación con Dios nos deja solos, igual que una relación intensa con lo común, pues supone –al menos por un momento- el fin de nuestra cómoda metafísica de las oposiciones: sujeto y objeto, el individuo y la colectividad, etc. Este solipsismo es al menos la imagen de concentración de quien ora, la soledad de su revelación. El mundo se precipita en un punto y permanecemos sordos y torpes para todo lo demás. El sentido de la belleza nos extravía, dice Joyce en Ulises. En un principio, un visionario, un creyente, un revolucionario o un santo siempre están solos en sus momentos cruciales. De ahí también la experiencia de terror de Zaratustra ante el Eterno Retorno: inicialmente, el vértigo de ese pensamiento abismal le deja sin amigos y sin animales, resulta incompatible con la comunidad de la vida corriente. “Los bienes inmensos de Dios no caben sino en corazón vacío y solitario”, escribe Juan de la Cruz. Sólo después la soledad deviene sonora, lo inconcebible adviene a la superficie y puede reconciliarse con la dulce necedad de los días, o con su metamorfosis. Sólo después se puede decir, con Badiou: “Un comunista nunca está solo”. En la versión de Ulises: “Las revoluciones que rehacen el mundo nacen de las visiones solitarias de un campesino en la ladera”.
El Gobierno del Estado y el Govern catalán se parecen tanto que, en lo que sería una situación embarazosa, sus cónyuges podrían confundirlos. A saber: a) ambos están intervenidos, b) poseen una soberanía muy limitada, c) sus partidos están pendientes de juicio por expolio, d) han legislado conjuntamente la desaparición del Bienestar. Ambos, en un Régimen del 78 que implosiona y cuyas instituciones están en crisis, mantienen su e) inquebrantable adhesión al Régimen —en el caso de la ¿secesionista? CiU, f) ofreciendo incluso el abogado del caso/cosa Nóos—.