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Jurado de Instrucción civil de California número 1707
Una opinión puede ser considerada una declaración de hechos si dicha opinión sugiere que los hechos existen. Para determinarlo, debe considerarse si el oyente medio concluiría, en base al lenguaje y el contexto, que se estaba dando una declaración de hechos.
Aquí va una declaración de hechos: pocos entienden lo que acabo de decir. Incluyéndome a mí.
¿Qué pasa cuando dos personas perciben lo mismo de forma diferente? Si tu percepción de un hecho no coincide con la mía. ¿Qué percepción es la verdadera?
No estamos hablando de personas con problemas mentales. Esas personas necesitan tratamiento médico y psicológico. No asesoría legal.
Independientemente de si han sido heridos, demandados o acusados de un delito, el interés de vuestro cliente debe ser la mayor preocupación. Y su percepción de la realidad es la que importa. Así que, como su abogado, debéis descubrir hechos que apoyen esa percepción porque la percepción de vuestro cliente es su verdad.
Prestarles un servicio significa hacer lo posible para demostrar que su verdad representa la verdad definitiva.
Hay quienes consideran que la verdad es universal. Esos no son abogados litigantes. Tachad eso. Esas personas no son abogados de éxito. Los abogados exitosos buscan la verdad. La buscan pero, aún más importante ..., son los que definen la verdad. (Dan Broderich)
Dirty John T2 episodio 7 (The Betty Broderich Story)
Hay que volver la mirada hacia los clásicos, porque siempre nos guardan alguna sorpresa. No importa cuántas veces hayas leído un texto de Platón o de Aristóteles. Si lo lees de nuevo con atención, encontrarás ese término preciso que hasta ahora te había pasado por alto.
Es lo que me acaba de ocurrir con la aristotélica Ética a Nicómaco, donde el estagirita define al hombre como "syndiastikós" (1162 a).
Podemos traducir este término como "emparejado", pero en griego el nexo de unión de la pareja está reforzado por el prefijo "syn-" (junto, unido) y la raíz "-dúo-" (dos).Estas son las palabras de Aristóteles: "La relación (philía) entre marido y mujer parece darse por naturaleza. El hombre, por naturaleza, es antes un "syndiastikós" que un "politikós".
Leer es (caer en) un abismo.
Tenía ya bastante adelantado el ensayo que estoy escribiendo cuando me di cuenta de que necesitaba más información sobre un punto aparentemente secundario que no me ocupaba más de media página, pero que en su formulación quedaba muy ambiguo. Así que comencé a leer y caí en la trampa.
La lectura me proporcionó, sí, la luz que yo buscaba, pero, al hacerlo, me iluminó tinieblas de las que no era consciente y que afectaban, estas sí, a algunos de los puntos centrales del ensayo. Así que decidí aparcar la redacción y leer más. Y el foso de las incertidumbres fue creciendo.
Por si fuera poco, la lectura me empujó a la relectura y descubrí, con sorpresa, lo mal que había entendido a Eugenio Trías, lo poco que aproveché a Helmuth Plessner, las vías que me abre el gran Juan David García Bacca, el cuidado con el que hay que tratar a Eduardo Nicol, etc.
Finalmente, he tenido que decir: "¡Hasta aquí he llegado!" En caso contrario no acabaría nunca el ensayo. Es lo que hay que hacer, pero someter tu propio pensamiento a una orden que no tiene que ver con la busqueda de la verdad, sino con asuntos de orden práctico tiene algo de sofístico.
Las “Marías”, ya sabrán o recordarán ustedes, son aquellas asignaturas de naturaleza “decorativa” que dábamos en el colegio y que le importaban un bledo a todo el mundo. Solían ocupar un espacio mínimo o simbólico en el horario (una o, con suerte, dos horas por semana) y las impartían profesores que, en muchos casos, no tenían ni idea, con lo que, en buena lógica, se dedicaban a matar al tiempo proyectando películas o charlando de lo primero que se les pasaba por la cabeza. Eso sí, en la época de los sacrosantos exámenes, nos dejaban la hora para estudiar. Y esa era, casi siempre, la única utilidad que tenían.
“Marías” las hubo y las hay de diversos tipos. Hagan memoria: la plástica, la educación física, el arte, la religión y, desde luego, la ética. Algo, esto último, que siempre me llamó mucho la atención. La educación plástica es fundamental, sin duda, y la educación física, y la música. Y la religión, para qué nos vamos a engañar, también significa mucho para mucha gente. Pero, ¿y la ética? – pensaba yo – ¿No es acaso lo más importante de todo? ¿No es fundamental saber algo (o intentarlo) acerca de un asunto tan peliagudo como el de “lo bueno y lo malo”?
Porque a ver: la vida, la salud, el dinero, el amor, la religión, la música, o lo que sea, nos parecen importantes porque las consideramos cosas “buenas” (y definan bueno en el sentido que crean más bueno: placentero, conveniente, debido, justo, digno…). ¿Pero por qué han de ser “buenas”? De hecho, hay gente que no las considera así (los suicidas, los que se enganchan a drogas peligrosas, los que desprecian la riqueza, los que practican la castidad, los talibanes que odian la música…). Fíjense que incluso para averiguar si algo es realmente más importante (es decir: “más bueno”) que la ética haría falta la reflexión ética…
Ahora bien, siendo la ética lo más importante de todo (o, al menos, la materia que sirve para pensar en qué es lo más importante de todo), ¿cómo es que se la trata en el sistema educativo como una maldita María? Además, el resto de las tradicionales Marías (la educación física, la música, la religión…) tienen, como mal menor, otros espacios disponibles para quien esté interesado: los gimnasios y polideportivos, las escuelas de música, las parroquias… ¿Pero y la ética? ¿Dónde se imparte ética más allá de la escuela?
Hay quien responde a esto último que “en casa”; es decir, que es en el entorno privado donde hay que transmitir la moral y los valores. Pero ni a mí ni a los adolescentes a los que doy clases nos convence para nada esta respuesta. Primero, porque no solemos estar de acuerdo con gran parte de los valores que se nos transmiten, casi siempre sin razón suficiente, desde el entorno familiar, social o mediático. Y segundo, y más importante, porque nos parece que sobre esto de la ética tiene que haber algo más que el saber infuso y parcial (cuando lo hay) de la familia, las tertulias de la tele o los colegas.
¡Y vaya si lo hay! Cuando uno abre cualquier manual de filosofía y se va al capítulo dedicado a la ética, comprueba que sobre esto tan presuntamente infuso o subjetivo de “lo bueno y lo malo” existen decenas de escuelas, tendencias y teorías, tanto antiguas como de rabiosa actualidad, y cientos de libros, tesis y expertos investigando, debatiendo, produciendo ideas y participando de comités científicos, médicos, empresariales o políticos. Esta ética no es, por demás, ninguna lista de mandatos o valores que haya que adoptar por narices, o desde argumentos ya inventariados, sino una disciplina que lo analiza todo: desde lo que es una “norma” o un “valor” hasta las peculiaridades del lenguaje en el que expresamos y justificamos nuestros particulares juicios morales. Un saber, además, en que se diseccionan y afrontan problemas cotidianos que a mucha gente ni siquiera le parecen problemas, sino “cosas que pasan” (la desigualdad económica, el sometimiento de las mujeres, las consecuencias del desarrollo tecnológico, la manipulación de los medios, la injusticia de las leyes, y mil más).
Porque, y esta es otra, mucha gente, gobernantes incluidos, piensa que la ética y la simple educación en valores son lo mismo, confusión que se debe, sin duda, a que a menudo se usa el mismo término para designar al que es “bueno” y al que estudia “lo que es bueno”, al que hace “lo que hay que hacer”, y al que se pregunta de forma sistemática “por qué hay que hacerlo”. Pero es claro que ambas cosas son muy distintas. La educación en valores está dirigida a la transmisión de aquellos mínimos principios morales o normativos que deben regular la convivencia y el comportamiento de las personas, mientras que la ética se ocupa de la reflexión racional acerca de los valores y de lo valioso en sí, dotando al alumno de las herramientas y hábitos (teorías y enfoques éticos, conceptos de filosofía moral, pensamiento crítico y sistemático, lógica y ética de la argumentación, procedimientos dialógicos, análisis de dilemas morales, etc.) necesarios para afrontar por sí mismo los retos y desafíos de su entorno, además de establecer de forma autónoma y responsable su propia escala de valores.
Además, todo esto tan sumamente importante que transmite la ética (y no, o solo circunstancialmente, la educación en valores) no lo puede enseñar “transversalmente” ninguna otra materia. En todas las materias se puede desentrañar un problema moral, ejercitar el diálogo argumentativo o practicar el pensamiento crítico, pero solo en ética se trata de todo esto de manera sustantiva, exhaustiva y problematizada, atendiendo a sus fundamentos, condiciones, normas, tipos, propiedades y límites. Pensar lo contrario sería tan absurdo como pensar que, dado que en todas las asignaturas se habla o se manejan números, podemos convertir a la lengua o la matemática en “Marías” con una hora semanal.
Porque, hablando claro: que después de tanto bla-bla-blade los políticos sobre lo importantísimo que es la educación para resolverlo todo (desde el cambio climático a los discursos de odio, pasando por el machismo y la violencia contra las mujeres, el consumismo, las adicciones, la desinformación, la corrupción, el suicidio juvenil, el género, y mil asuntos más) ahora resulte que la única materia que se ocupa directamente de todo esto en la educación obligatoria sea una asignatura consagrada a la educación en valores (no estrictamente a la ética) y con una sola hora a la semana (35 horas en toda la ESO, mientras que Religión, por ejemplo, dispone de 140) es, si lo hubiera, de juzgado de guardia político – un juzgado, por cierto, que tendría que estar compuesto de ciudadanos éticamente bien formados –.
En conclusión, sin una profunda educación ética y bien dotada de horas y espacios en las escuelas e institutos, vamos a generar ciudadanos no solo incapaces de afrontar de forma madura dilemas y decisiones de relevancia personal y social, o de entender a fondo lo que implican sus propios juicios y posiciones morales o políticas, sino algo peor aún: ciudadanos inermes ante todo tipo de demagogos, sectarios, salvapatrias, tunantes y vendehúmos; esto es, vamos a contribuir, más aún, a crear el peor de los mundos posibles. Piénselo. Y pongan, por favor, toda su competencia ética en hacerlo.
En estos días, y al calor de la movilización por la recuperación de la educación ética y filosófica en la enseñanza secundaria, hemos tratado de las complejas relaciones entre ética y educación cívica, y del papel de la filosofía como eje de la educación en democracia. Lo primero fue en las Jornadas de Fin de Proyecto "El filósofo, la ciudad y el conflicto de las facultades", en la Universidad Complutense de Madrid. Y lo segundo en el Aula Manuel Alemán de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
Aquí se puede ver una buena parte del acto en la UCM
La primera vez que hice turismo por el interior del Reino Unido me llevaba unos chascos de aúpa. No era raro que perdiera una mañana para llegar a algún sitio señalado como yacimiento o monumento histórico y que no encontrara allí más que el solar o los cuatro muros esparcidos de algún inapreciable edificio. A veces, el inevitable Centro de interpretación (con su tiendecilla de libros y souvenirs) era más grande que lo que interpretaba. Si algo me impresionó, en fin, de aquella tierra, fue el modo, exquisito hasta la exageración, en que cuidaban de su patrimonio.
¿Y en nuestro país? ¿Ocurre lo mismo? Ya se imaginan la respuesta. Aún recuerdo como la joven guía de un pequeño museo arqueológico (creo que por Osuna) nos contaba que las preciosas figurillas y monedas romanas que se exponían ahora en las vitrinas eran las mismas que usaban los niños para jugar en cierto lugar junto al pueblo. Yo mismo, hace más de veinte años, aún le daba al fútbol entre las piedras (literalmente, pues servían de portería) del circo romano de Mérida. Un inglés alucinaría con todo esto. Teniendo mucho más patrimonio histórico que otros países (o quizás por eso), lo hemos tratado durante años con la punta del pie. Y una prueba son los más de mil monumentos (castillos, conventos, ermitas, palacios…), sesenta y uno en Extremadura, que permanecen en la Lista Roja del Patrimonio, esto es, al borde de la ruina completa.
Es cierto que existe una sensibilidad cada vez mayor hacia estos lugares y edificios singulares, y una idea más ajustada y lúcida que la que se tenía antaño de los beneficios, no solo económicos, que supone el invertir en ellos. No es difícil. Hay que estar ciego para no ver que si unimos (y no acabamos por malvender y estropear) el impresionante patrimonio natural de Extremadura – uno de los mejor conservados de Europa – y su rico y variadísimo catálogo monumental (restos megalíticos, templos tartésicos, edificios romanos…) dispondremos de una mina turística y cultural de primer orden.
Y lo mejor es que para extraer réditos de esta mina no hace falta contaminar o cargarse nada, ni realizar un esfuerzo financiero inasumible. Aunque sí emprender políticas más decididas, tanto en la promoción turística y educativa, como en la adquisición de la titularidad de buena parte de ese patrimonio que, por estar emplazado en terrenos privados, depende para su conservación de la buena voluntad y generosidad de particulares.
Más allá de esto, solo hace falta crear (¡Y mantener!) una mínima infraestructura de señalización, servicios y accesos públicos, y renovar la que anda abandonada. Lo digo porque localizar y visitar alguno de estos monumentos representa a veces una odisea, además de algún que otro conflicto, pues la inexistencia (o la frecuente ocupación privada) de caminos públicos obliga a la petición de favor a los propietarios o a andar saltando vallas como un furtivo. Y tampoco vendría mal algo de vigilancia. No puede ser que restos arqueológicos o edificios históricos de primer orden se hallen sin control alguno y a merced de cualquier vándalo en mitad del campo.
Todo esto que hemos dicho para el patrimonio material también vale, por supuesto, para el inmaterial, como las fiestas populares, la gastronomía, la música, la literatura oral o las hablas vernáculas, incluido el llamado extremeñu, que no es “la lengua de los extremeños” como algunos exagerados claman (a la vista o al oído está), pero que sí es un elemento patrimonial (no identitario, conviene separar muy bien ambas cosas) que ha de ser investigado y documentado antes de que desaparezca del todo, cosa que pasará, por la sencilla razón de que no se debe (aunque se pueda, como ocurre en otras comunidades) obligar a la gente a hablar una lengua a la fuerza.
Toda esta demanda de protección del patrimonio no tiene nada que ver, por cierto, con el “terruñismo”, el chauvinismo provinciano o la frecuente idealización edénica de lo ya perdido. Proteger y conservar las tradiciones más importantes, incluso las peores (no más allá del museo), es una estimable estrategia para reconocer lo mejor que somos y prevernos de lo peor. Pero ojo, esto no implica sustituir la cultura viva y real por un folklore impostado y casi obligatorio, como el que por motivos políticos (en el peor sentido de la palabra “político”) se cultiva en otras partes del país.
Conocer y hacer conocer esta bendita tierra, con sus infinitos encinares, sus cielos límpidos, sus inigualables monumentos y sus gentes, es un filón maravilloso de riqueza cultural y de la otra. Hagámoslo más grande, no empeñándonos en buscar de forma artificiosa “nuestras diferencias”, sino procurando que todos se reconozcan en lo más hermoso y significativo que poseemos.
Biblioteca Marc de Vilalba de Cardedeu
Divendres, 17 de desembre 2021 - Horari: 18 h.
https://www.bibliotecacardedeu.cat/activitat/filmosofia-taxista-ful-jo-sol/
Entrada lliure
El taxista ful (2005), dirigida per Jo SolSinopsiEn José R. Treballa com a conductor de taxi pels carrers de Barcelona. La seva vida seria igual a la de qualsevol taxista de 52 anys si no fos perquè els taxis que condueix són robats. En José roba per poder treballar. [Font: Filmaffinity]
Cinefòrum dinamitzat per: Joan MéndezFilosofia a la gran pantalla
En el present curs analitzarem algunes de les propostes més rellevants aportades per destacats pensadors al llarg de la història, tot veient de quina manera aquestes han estat recollides pel món del cinema en diversos films i sèries. Pel·lícules com El setè segell, K-pax, El show de Truman, Espies des del cel o El juego del calamar ens serviran per il·lustrar algunes de les idees més originals de la història de la filosofia, com la hipòtesi cartesiana del Geni Maligne o la teoria de l’etern retorn de Nietzsche.”
1. La hipòtesi del Geni Maligne de Descartes (13 de desembre)
2. L’Utilitarisme de John Stuart Mill (10 de gener)
3. La teoria de l’etern retorn de Nietzsche (14 de febrer)
4. Del sentimiento trágico de la vida de Unam
Cada vez que usted paga con un billete se está dando un acto de confianza: usted confía en que ese papel de colores emitido por la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre tenga un determinado valor. La persona que le cobra confía en lo mismo. Cada vez que usted lee una noticia y la da por buena está confiando en un medio de comunicación y en un periodista. Cada vez que usted toma un medicamento está confiando en la ciencia y en la industria farmacéutica. Cuando dejamos los asuntos públicos en manos de los políticos confiamos en que los gestionarán, al menos, con honestidad (cosa que no siempre ocurre). Aunque no reparemos en ello a menudo, la confianza es el pegamento invisible que mantiene en pie a la sociedad, a la democracia, a la economía… y hasta a la comunidad de vecinos. “Es la confianza, más que el dinero, la que hace girar el mundo”, señaló el economista Joseph Stiglitz. Pero, a veces, la confianza falla. Ahora está fallando.
¿Cuáles son las causas de esta creciente desconfianza? Son variadas. Por ejemplo, la corrupción política y la creciente desigualdad implican que la ciudadanía no se fíe de una política trufada de engaño o de un sistema económico que no parece ofrecer opciones vitales dignas para todos. La revolución tecnológica nos hace sentir en manos de fuerzas enormes que no llegamos a comprender. La precariedad laboral y las migraciones también nos hacen percibir un entorno demasiado cambiante e inestable. “Pero sobre todo la suscitan la frustración de expectativas y el reconocimiento de una vulnerabilidad creciente: pandemias, desempleo, etcétera”, señala el filósofo Carlos Pereda, investigador emérito del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y autor de Sobre la confianza (Herder).
“Las frustraciones individuales”, continúa Pereda, “son las escuelas más eficaces de la producción de desastres. Las redes sociales, si bien ayudan a desconfiar de falsos prestigios y de monumentos con pies de barro, también multiplican la incredulidad sin argumentos, no pocas veces la incredulidad más boba”. El virus de la desconfianza se hace evidente a la vez que se propaga en plataformas como Twitter. Muchas personas encuentran difícil obtener información fiable en internet, al tiempo que crece la creencia de que las instituciones son proclives a difundir falsedades. Se desconfía de la “versión oficial” de los hechos.
La confianza social que, como se ve, ha de construirse de manera colectiva tiene muchas ventajas: allí donde se da hay mejor calidad de gobierno, mayor crecimiento económico, menores índices de pobreza y más robustos Estados de bienestar. “En líneas generales, las sociedades ricas en confianza social funcionan mejor porque cuando los ciudadanos confían unos en otros, se reducen costes de transacción, y la cooperación es más sencilla”, explica Herreros.
Y ser desconfiados no significa que seamos más avispados o autónomos, que debamos vanagloriarnos de que no nos den gato por liebre, como pudiera parecer. “La desconfianza en las instituciones no fortalece la autonomía individual. Por el contrario, es el caldo de cultivo de la desorientación social y de la razón arrogante, esos prólogos irresistibles del autoritarismo”, concluye Pereda.
Sergio C. Fanjul, ¿Quién se cree la versión oficial? Ya no confiamos en nadie, El País 28/11/2021
Fernando Broncano, Hacer y deshacer cuerpos, El laberinto de la identidad 27/11/2021
Sin embargo, no se trata de una indisponibilidad absoluta: por supuesto, con dinero, y también con entrenamiento, se puede influir en el juego; esto lo sabe todo deportista amateur, no solo los futbolistas, sino también los tenistas, los jugadores de baloncesto y quienes practican otros deportes. Uno puede mejorar sus posibilidades en la pista de tenis, por ejemplo, mediante buena preparación, entrena- miento mental y relajación; pero jamás podrá con- seguir a la fuerza la victoria ni el próximo punto.
Aún más: el mero incremento del esfuerzo no alcanza para lograr nada; cuanto más se intenta poner el gol o el próximo punto a disponibilidad, es decir, forzarlo, tanto menos se lo consigue. Por esta razón, muchos deportistas amateurs llevan a cabo todo clase de ritos aparentemente oscuros —por ejemplo, antes de impactar la bola— similares a prácticas mágicas para poner a disponibilidad lo indisponible; y son las luchas y tensiones en esta línea fronteriza las que mantienen el carácter fascinante del deporte.
Sin embargo, el interjuego entre la disponibilidad y la indisponibilidad no es solamente un rasgo constitutivo de muchos deportes, sino de los juegos en general: el ajedrez, los juegos de naipes, de mesa y de azar.
En el juego y el amor, en la nieve e incluso en la muerte: la indisponibilidad es parte constitutiva de la vida humana y de la experiencia humana fundamental. Y cuan- do se pregunta acerca de la relación con el mundo de la Modernidad —es decir, acerca de la manera en que las instituciones y prácticas culturales de la sociedad actual se relacionan con el mundo, y, consecuentemente, acerca de cómo los sujetos modernos estamos colocados en él—, la manera en que entramos en relación individual, cultural, institucional y estructuralmente con lo indisponible parece constituir un foco cardinal del análisis.
En el juego y el amor, en la nieve e incluso en la muerte: la indisponibilidad es parte constitutiva de la vida humana y de la experiencia humana fundamental. Y cuan- do se pregunta acerca de la relación con el mundo de la Modernidad —es decir, acerca de la manera en que las instituciones y prácticas culturales de la sociedad actual se relacionan con el mundo, y, consecuentemente, acerca de cómo los sujetos modernos estamos colocados en él—, la manera en que entramos en relación individual, cultural, institucional y estructuralmente con lo indisponible parece constituir un foco cardinal del análisis.
Mi hipótesis inicial es la siguiente: en la medida en que nosotros, los tardomodernos, apuntamos a poner el mundo a disponibilidad, este nos encuentra siempre como un «punto de agresión» o como una serie de puntos de agresión, es decir, como un conjunto de objetos a ser conocidos, alcanzados, conquistados, dominados o usados. Precisamente de esta manera parece escapársenos la «vida», aquello que constituye la experiencia de la vivacidad y el encuentro: aquello que posibilita la resonancia. Esto, a su vez, produce angustia, temor, ira e incluso desesperación; sentimientos que luego, entre otras cosas, se ven reflejados en comportamientos políticos impotentes y agresivos.
Harmut Rosa, Lo indisponible, Herder, Barcelona 2020
Desde el Parador Nacional de Lleida, donde me están cebando con gran mimo. Me está tentando la idea de okupar la habitación que ya ocupo y no salir de aquí en unos meses.
Mientras tanto, El Locutori acude puntualmente a su cita con sus muy selectos lectores.
Después cena, agradabilísima, en casa de Ana Palacio, con la anfitriona y José María Marco. Doña Ana me echó la bronca porque dice que es indigno que a mi edad vaya coqueteando con mis achaques viejunos. Visto que se me puso seria, dejaré de quejarme para que me siga invitando a sus cenas. No se me ocurre nada mejor que hacer en Madrid que cenar en su casa.
Hoy, por la mañana, desayuno con Antonio Vargas, director de Políticas Públicas para España y Portugal de Amazon Web Services. Volveremos a vernos.
Después, encuentro en la redacción de El Debate con Ricardo Morales que acaba de llegar de la frontera oriental polaca. Sondeos y entrevista. De allí a la estación de Atocha y AVE a Lleida. En una habitación del Parador Nacional escribo esto. Me han dado de comer en un restaurante realmente excelente y sin apenas tiempo para hacer la digestión, me espera la cena. Me prometen borraja con patatas y aceite del rico.
Entre una cosa y otra, planes para la editorial. Todo sigue adelante y con buenas perspectivas. No me duele nada. Me siento saludable, fuerte, agil, más joven y hasta un poco más alto.
Lo que había de verdad en el mito del paso del mito al logos no es que apareciera el pensamiento conceptual, que estuvo con la humanidad desde que sus ancestros aprendieron a comunicarse con el lenguaje. Lo que probablemente ocurrió, tal como sospechan Havelock y otra gente que ha estudiado la emergencia de la escritura, es que los chamanes aprendieron a escribir y fue la escritura la que permitió el pensamiento conceptual separado del pensamiento basado en relatos. ¿Cuándo ocurrió este cambio? Muy lentamente y en Platón se nota claramente la tensión entre pensar en conceptos (que quizás reservaba para sus alumnos más avanzados) y pensar con mitos, que constituyeron el esqueleto de los diálogos, en los que aparecen trufados conceptos y relatos.
Es imposible para humanos normales pensar en conceptos sin pluma y papel. Un argumento medianamente complejo está más allá de las capacidades de la mayoría de las personas si no van escribiendo los términos y sus relaciones. El cuñadismo, con perdón, es la forma natural que tenemos de conversación porque la cabeza no nos da para más: elaborar un razonamiento es algo que exige el tiempo de la escritura. Es lo que los filósofos llaman reflexión, que básicamente es escribir para ir notando los pasos, las tensiones y contradicciones, e ir superando los estereotipos para encontrar más allá los límites conceptuales en otras prácticas y dominios.
Pero lo mismo ocurre con los relatos: el relato es primigenio en la mente. Es el modo en que la mente organiza el discurrir de las cosas. Frank Kermode en su "The sense of an ending" recuerda el que tictac de un reloj, representado así ya es un relato. La mente comienza pensando en metáforas o parábolas, que envían nombres de un lado a otro: así, narrativamente, comienzan también los conceptos, que son en cierta forma relatos congelados en los que nuestras prácticas cognitivas han delimitado bien condiciones normativas de aplicación.
Fernando Broncano, Mitos y logos, El laberinto de la identidad 16/11/2021
El sesgo de confirmación, también conocido como prejuicio cognitivo, incluye formas no razonadas de tomar decisiones, efectos psicológicos que causan una alteración en el procesamiento de la información captada por nuestros sentidos, lo que genera una distorsión, juicio errado, sobre el fundamento de la información que se dispone.
Se presenta en todos los seres humanos, y es bastante influido por la cultura, el entorno y todo lo que haya formado nuestro aprendizaje. Puede afectar tanto la manera que recopilamos información así como la interpretación de un hecho, un estudio, textos…
Un ejemplo, podría ser el mito extendido de que calentar la comida en el microondas pierde sus nutrientes, gracias a esta creencia muchas personas se rehúsa a usar el microondas, a pesar de que la evidencia científica hasta hoy día estipula lo contrario.
Sí, es cierto que calentar la comida indiferentemente del método empleado, pude causar perdida de algunos nutrientes como la vitamina C, pero también potencia otros nutrientes. Incluso hay estudios donde confirman que el microondas conserva la vitamina C y puede retener vitaminas y minerales mejor que otros métodos de cocción.
Pero, ¿Por qué a primera instancia nos creemos este tipo de información? Se podría decir que porque no nos tomamos la molestia de averiguar estas afirmaciones, y que puede llevar a tomar decisiones desinformadas.
Otra consecuencia es la tendencia al prejuicio, todos tendemos a prejuzgar en mayor o menor medida y esto incluso puede llevarnos algunas veces incluso a atentar contra libertad individual e integridad de las demás personas. Un ejemplo puede ser las personas que se oponen a la adopción homoparental, por creencias tanto religiosas o culturales con argumentos que: “dios creo al hombre y la mujer” o que “los niños necesitan una figura paterna y materna para tener un desarrollo normal”, de nuevo los estudios existentes no han demostrado que un niño criado por una pareja homoparental, tenga una repercusión negativa en los niños y cuando se encuentra tiende a deber a factores ambientales como el estigma y la discriminación. Prejuicio tan extendido que en muchas legislaciones, se priva a las parejas homosexuales casarse y además a niños en centros de adopción tener una familia.
Una tercera consecuencia la búsqueda de información sesgada, tendemos a informarnos mediante noticieros, foros y páginas que son acordes a nuestras ideas y creencias, esta información llega también a nosotros gracias a los algoritmos de las redes sociales. No siempre es algo malo depende mucho de que tarea estemos realizando. El problema surge cuando pasa con temas más delicados como la salud y medicina, la gente puede ser fácilmente estafada y ponerse en riesgo o poner en riesgo a los demás.
Ejemplos actuales de ello, los negacionistas de la pandemia y antivacunas, grupos de personas que promueven la desinformación y la compra de tratamientos alternativos, no muy alejados de las barbaridades que dijo Donald Trump en 2020 de tratar el Covid-19, con inyecciones de desinfectante. Cabe mencionar que en 2016, hubo una ola de promoción del MMS Solución mineral maestra (Suplemento mineral milagroso), soluciones de dióxido de cloro y de clorito de sodio, se atribuye “propiedades terapéuticas y preventivas de enfermedades de todo tipo: infecciosas, tumorales, degenerativas, cáncer…”, y como no después de la pandemia del 2020, también promete la cura al Covid.
No existe evidencia científica que este producto sea eficaz para ninguno de los tratamientos que ofrece, incluso la AEMPS, advierte, que su consumo directo puede producir dolor abdominal, náuseas, vómitos, diarrea, que pueden llevar a deshidratación, fallo renal, anuria, anemia hemolítica y metahemoglobinemia. Además, sus vapores pueden causar irritación ocular o respiratoria, broncoespasmo o incluso edema pulmonar.
Es cierto que existen dosis seguras, y es a lo que se suelen aferrar los defensores del MMS, pero no siguen siendo más que eso dosis seguras, que no confirman que tenga eficacia como tratamiento. Otra cosa a la que se suele apelar mucho, es al uso de la falacia anecdótica experiencias y testimonios de personas que lo utilizan, lo que no fue no es y no será una prueba científica válida. Las experiencias del individuo sin emplear la metodología adecuada
(método científico, doble ciego…) es muy limitada por los mismos sesgos, como el de observación o el de confirmación, también puede estar limitada por el efecto placebo.
Personas que empiezan a consumir MMS, por investigaciones basadas en anécdotas personales y no en estudios científicos con la metodología correcta, que comprueben su efectividad, es un ejemplo de búsqueda de información sesgada.
Como se puede ver el sesgo de información tiene varias consecuencias, que frenan las soluciones a problemas y el avance a un pensamiento más objetivo, pero estar conscientes de su existencia no quita que todos y cada uno de nosotros lo tengamos. Y que lleguemos a creer cualquier bulo de internet o noticia falsa. En conclusión, para disminuir los sesgos es importante estar consientes de ellos, ya que no se pueden eliminar, es la única manera de llegar a un pensamiento crítico sobre la información que suponemos.
Referencias bibliográficas
Estudio sobre los sesgos:
Articulo sobre el uso del microondas:
MMS:
AEMPS advierte de los riesgos graves para la salud por el consumo de dióxido de cloro o MMS
FDA Warns Consumers of Serious Harm from Drinking Miracle Mineral Solution (MMS)
Artículo periodístico El español
El MMS, la lejía vendida como medicamento milagroso para curar desde el cáncer al autismo [https:]]
Negacionistas:
Artículo sobre quiénes se benefician del negacionismo antivacunas
... estamos inmersos en una carrera por 'hackear' a la humanidad en general y a ti en particular. Y debes hacer el esfuerzo de estar un paso por delante de tus competidores: de las grandes corporaciones, de los gobiernos.
¿Hasta qué punto podemos modificar el cuerpo y la mente con ingeniería genética, o con cirugía, o con una interfaz cerebro-computadora? Pero las preguntas de fondo son las de siempre: ¿qué significa ser una persona?, ¿qué cualidades humanas son valiosas?
Si dejas que una compañía o un ejército decida cómo rediseñar al ser humano, lo más probable es que potencien las cualidades que a ellos les vienen bien, como la productividad o la disciplina, y desprecien otras, como la sensibilidad y la compasión. Y el resultado será que tendremos gente muy inteligente y disciplinada, pero superficial y espiritualmente pobre. Y esto no va a mejorar al ser humano, sino a degradarlo.
Estamos viendo como surgen nuevas maneras de organizar el mundo a través de la tecnología de vigilancia. Los chinos están probando herramientas para algo que podría convertirse en el peor sistema que ha existido jamás en la historia. Y, además, puede ser exportado a todo el mundo, como un pack. Incluso países que no tienen la tecnología para crear un sistema de vigilancia pueden comprarla a China. Así que el peligro es global.
Cuando pensamos en las posibilidades actuales de la ingeniería genética, deberíamos recordar que hemos estado criando vacas y cerdos durante miles de años. Los hemos domesticado buscando las cualidades que nos interesaban: que den más leche, que sean más obedientes... Y el resultado es que los animales domésticos no son una mejora de sus ancestros salvajes, sino un pálido reflejo de lo que eran. Y lo mismo puede sucederles a los humanos.
Antes casi toda la información que se reunía sobre ti estaba fuera de tu piel: qué compras, dónde vas, lo que ves... Ahora hay herramientas que pueden recopilar lo que sucede en tu corazón y en tu cerebro. Y no hablo de tecnologías invasivas, como implantes. Una pulsera que mide tu ritmo cardíaco o cámaras que observan tu cara son muy buenas ya para inferir tu estado emocional. Y, en manos de un estado totalitario, pueden ser muy peligrosas.
Los gobiernos siempre han querido manipularnos, pero no podían porque no solo necesitan información, sino capacidad para analizarla. Si un país tiene cien millones de habitantes, hacían falta cien millones de espías para seguir sus pasos. Y, aunque los tuvieran y alguien anotase todo lo que digo, se producirían cien millones de informes diarios. Nadie podría leerlos. Pero ahora es posible seguir a todas las personas durante las 24 horas. Tenemos al espía en la mano: el móvil... Y, por primera vez en la historia, se puede analizar esa información con inteligencia artificial. Ni tu madre te conoce mejor que el algoritmo.
Las diez compañías más importantes son americanas o chinas. Y esto es malo porque, de nuevo, la mayor parte de la riqueza y el poder se concentra en muy pocos lugares. Una Europa unida debería intentar convertirse en un contrapeso. No hay ningún país europeo que por sí solo pueda competir con Google, Baidu, Tencent, Facebook...
Carlos Manuel Sánchez, entrevista a Yuval Noah Harari: "Las grandes corporaciones quieren 'hackear' a la humanidad", abc.es 14/11/2021
Fueron los grandes pesimistas los que no olvidaron esta condición irredenta: Jonathan Swift, Schopenhauer, Nietzsche, Freud, Heidegger, Wittgenstein. Esta tradición de la filosofía contemporánea hereda según Mulhall[1] el marco que establece el mito de la caída y con él una cierta modalidad de antihumanismo. Recuerda este autor uno de los aforismos más esclarecedores de Wittgenstein de la frontera que separó el humanismo de la concepción religiosa de la existencia: “Los hombres son religiosos no tanto en cuanto se creen muy imperfectos sino en cuanto se creen enfermos. Cualquier persona decente se considera sumamente imperfecta, pero el hombre religioso se considera miserable”[2]. Wittgenstein acierta en esta distinción entre imperfección y enfermedad, o entre la descripción negativa de lo que los humanos han hecho y la descripción desolada de lo que los humanos son. Esta frontera, la que separa la idea de daño de la de pecado. Son dos maneras de entender la imperfección. Desde la primera mirada, cabe la posibilidad de cambio, emancipación, perfeccionamiento y, como propone el humanismo cultural, autorrealización a través de la cultura que, a su vez, es una realización de la creatividad humana. Desde la segunda, el humano está en una condición irredenta, en el sentido de que su posible salvación, si la hay, vendrá de fuera. Y no es posible no recordar la entrevista a Heidegger en Der Spiegel: “Solo un dios podrá salvarnos”.
Fernando Broncano, El mito de la caidaE, El laberinto de la identidad 21/11/2021
(La) falacia mereológica constituye la base conceptual de lo que el filósofo Carlos Moya califica como un nuevo (y paradójico) “dualismo materialista”. Una vez superada la concepción dualista alma-cuerpo (al modo cartesiano), se tiende ahora a pensar en un cerebro independiente o aislado del cuerpo. Este último parece, en cierto modo, prescindible. Esto no se ajusta a la realidad: el cerebro es solo una parte del sistema nervioso, que a su vez es solo una parte del cuerpo. Dicho cuerpo, además, se enmarca en un contexto social (no es un “cerebro en una cubeta”) que afecta decisivamente al desarrollo y la historia vital del individuo.
El lector estará de acuerdo en que sus pies no caminan, sino que es usted quien camina empleando sus pies. De igual forma, no es su cerebro el que piensa, recuerda, odia o ama, sino que es usted quien hace todo esto utilizando su cerebro.
Podría pensarse que la comparación entre cerebro y pies no resulta adecuada, pues el cerebro, a diferencia de aquellos, goza de una gran capacidad de control sobre las demás partes del organismo. Sin embargo, no debe olvidarse que el cerebro depende, a su vez, de otros órganos para su subsistencia y funcionamiento, en especial (aunque no solo) del corazón.
De ningún modo el cerebro es independiente y gobernador del resto del cuerpo, como demuestra la dinámica de su desarrollo: no es hasta la vigesimotercera semana de vida prenatal cuando aparecen las primeras sinapsis en el embrión humano, y no es hasta pasados los veinte años cuando el cerebro termina de desarrollarse por completo. De hecho, el cerebro sigue cambiando hasta el día de nuestra muerte. Sencillamente, sin cuerpo no puede haber cerebro, tanto funcional como cronológicamente.
Hasta cierto punto, resulta comprensible que científicos o divulgadores formados en neurociencia tiendan a transmitir, consciente o inconscientemente, la falacia mereológica. Después de todo, su conocimiento especializado puede conducir a sobredimensionar la importancia de una parte de la realidad.
Por eso, y al igual que se ha normalizado el hecho de que una “ciencia de la parte”, como es la neurociencia, impregne decisivamente la comprensión de las ciencias sociales y las humanidades que estudian al ser humano en su conjunto, debería normalizarse también el camino complementario: que estas “ciencias del todo” contribuyan a un entendimiento más completo (y realista) del sistema nervioso.
Para lograrlo, la neurociencia debería ser más receptiva al estudio y el diálogo genuino con otras disciplinas (psicología, educación, comunicación, derecho, filosofía). La colaboración interdisciplinar podría, así, contribuir a frenar la proliferación de neuromitos y visiones reduccionistas de lo humano que entorpecen incluso el avance de la propia neurociencia. El rigor metodológico no debería asociarse a una falta de rigor argumentativo. Comunicar el cerebro, después de todo, no implica limitarse al cerebro.
José Manuel Muñoz y Javier Barnácer, Nuestro cerebro no piensa (y el de usted, tampoco), Cuaderno de Cultura Científica 04/11/2021
Divendres, 26 de novembre 2021 - Horari: 18 h
Biblioteca Marc de Vilalba de Cardedeu
FILMOSOFIAMalgrat les dificultats econòmiques, Ian (Ewan McGregor) i el seu germà Terry (Colin Farrell) compren un veler de segona mà, anomenat “Cassandra’s Dream”, per a sortir a navegar el caps de setmana. Ian coneix a Angela (Hayley Atwell), una atractiva actriu que acaba d’arribar a Londres buscant l’èxit professional. Ian s’enamora d’ella. La passió pel joc de Terry posarà als dos germans en una situació delicada i hauran de recórrer al seu oncle Howard (Tom Wilkinson). Però tot té un preu i l’oncle els obligarà a infringir la llei evidenciant la baixesa moral dels dos germans. [Font: Filmaffinity]
Cinefòrum dina... (... continúa)Un clásico es el autor que:
Es tradicional discutir cada año sobre la amenaza que representa Halloween para nuestras más rancias costumbres. Una discusión en la que suele olvidarse que la cultura es necesariamente algo vivo, cambiante y sujeto, siempre, a influencias externas. De hecho, si nos pusiéramos a escarbar descubriríamos que la mayoría de nuestras tradiciones son fruto de la influencia o colonización de otros pueblos (celtas, fenicios, romanos, árabes o, ahora, anglosajones).
¿Se imaginan las protestas de los antiguos celtíberos por la invasión de latinajos de la que proviene nuestro idioma? ¿O el desprecio con que los viejos despotricarían del “foot-ball” a principios del siglo pasado? Pues ya ven, no hay ahora nada “más nuestro” que hablar español o jugar al fútbol. Y así con todo. Por eso hay que reírse a mandíbula batiente de aquellos que pregonan el acabose cultural que, según ellos, supone celebrar Halloween. Más aún cuando muchos de los que reniegan hoy de las pérfidas costumbres extranjeras son los mismos que, de jóvenes, sufrieron la incomprensión de sus mayores por darle caña al rock, vestir como vaqueros de Wisconsin o desmelenarse en la “discothèque”. ¡O tempora, o mores!
Que los chicos de hoy prefieran, en fin, deambular por la ciudad disfrazados de zombi a comer castañas pilongas en el campo es tan normal como que los mayores nos escandalicemos de ello y entonemos un afectado lamento de idealizada nostalgia por “lo nuestro”. Ha pasado siempre. Lo peliagudo es que confundamos “lo nuestro”, no ya con lo que (si acaso) conviene conservar en un museo, sino “con lo que hay que imponer por ser parte consustancial de nuestra identidad”. Cuando la gente se pone identitaria se acabó la risa, y toca echarse a temblar.
Lo menos malo que puede pasar cuando la gente enferma de “terruñismo” es que le dé por el folklore, es decir, por la momificación subvencionada de lo que antes fue cultura viva (y que, como todo lo vivo, tiene irremisiblemente que morir). Y ojo que el folklore y su estudio no están mal en sí. El problema viene cuando pretende imponerse como lo que no es, como cultura viva, y se obliga cordialmente a los niños a vestirse de lagarterana, a leer al bardo local en la escuela (por malo que sea), o a aprender el aurresku o la sardana para exhibirse el día de la fiesta nacional. Algo que, de momento, y toquemos madera, no ha pasado aún por aquí.
Decía hace años el escritor Sánchez Adalid (justo en el discurso de entrega de la medalla de Extremadura) que, gracias a Dios (Adalid, además de escritor es cura), los extremeños no tenemos identidad y que, justo por eso, somos libres. No puedo estar más de acuerdo. Tal vez, frente a la estrechez cateta de otros, los aquí presentes hemos intuido que la identidad humana, más que un anclarte en las costumbres de “toda la vida”, es un deseo de identificarte con lo que te es extraño pero que, si lo miras sin demasiado miedo (o con algo de amor), te acaba desvelando ese fondo entrañable que eres tú mismo. No hay mejor forma de crecer que sumando identidades. Y cuanto más otro y extraño sea aquello que asimilamos, más y mejor nos engorda el alma. Amar tu tierra está bien; pero amar la tierra y costumbres de tus antípodas te hace, seguro, mejor persona.
Por supuesto, esto no quiere decir que todo cambio cultural sea bueno. Todo depende de la dimensión y, sobre todo, de la dirección del cambio. A este respecto, es sorprendente que la gente discuta ardorosamente sobre la “colonización cultural” que representa Halloween y se quede tan pancha acerca de otros cambios de costumbres infinitamente más graves.
Casi nadie habla aquí, por ejemplo, de la reciente apuesta de Facebook y otras grandes empresas por la creación de entornos virtuales digitales (el llamado “metaverso”) a los que, tal vez en poco tiempo, tendremos que “teletransportarnos” para trabajar, relacionarnos, dar clases, comprar, opinar, entretenernos, manifestarnos, votar o hacer todo tipo de gestiones con la misma naturalidad con que lo hacemos ya en el tosco Internet bidimensional de toda-la-vida.
Y fíjense que no se trata de la simple “colonización” de nuestro paisaje cotidiano, ya de por sí repleto de pantallas generadoras de “realidad”, sino de la paulatina sustitución de este por otro mundo virtual creado y controlado hasta el último detalle por los ingenieros de esas gigantescas empresas tecnológicas que son Facebook, WhatsApp, Microsoft, Amazon, Apple…. ¿No es de esta “super invasión cultural” de la que tendríamos que estar hablando (aunque sea en el enjambre de redes sociales que ella nos proporciona) en lugar de sobre la pervivencia de la “chaquetilla”? Si no reparamos en cosas como esta, los zombis vamos a ser nosotros, y no los chiquillos que se disfrazan en Halloween.