 |
La artista y profesora Carmen Berrocal |
Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico ExtremaduraNo es por desanimar, pero quien esté pensando en dedicarse a
la docencia que se lo piense y, sobre todo, que se prepare. Pese a que aún se
escucha el chascarrillo de cuñado casposo sobre lo bien que viven los maestros,
el oficio docente nunca ha sido fácil. A las muchas horas lectivas hay que
sumar un sinfín de tareas, cada una de las cuales exige formación, tiempo y
talento. De hecho, si los profes fuéramos robots de cocina, creo que batiríamos
el récord de funciones o modos disponibles. Veamos.
La función o modo «guardería». Hay gente para la que
los colegios tienen una misión más esencial que la propiamente educativa: la de
facilitar la conciliación familiar. De ahí que los docentes nos hayamos
convertido en cuidadores, controladores y hasta porteros de las idas y venidas
del alumnado. Algunas familias reclaman, incluso, la jornada partida; lo que
podría acabar convirtiéndonos en celadores de comedor – ya verán –; o en lo que
sea que haga falta para tener ocupados a los niños hasta que padres y madres acaben
su jornada laboral.
La función o modo «maestro». Digan lo que digan,
sigue siendo lo principal. Que el enseñante tenga algo que enseñar tal vez no
sea condición suficiente, pero si necesaria en todo proceso educativo. Sin una
competencia profunda en aquello que transmites, no hay divulgación que valga.
Pero esto requiere estar intelectualmente «en activo», investigar, formarte,
actualizar conocimientos… Cosas que no siempre la Administración facilita.
La función o modo «pedagogo». Si pretendes (como es
tu obligación) que ninguno de tus cientos de alumnos anuales (cada uno con sus
circunstancias, idiosincrasia, intereses y capacidades) se quede atrás, has de
ser un pedagogo de primera, implicarte y echarle imaginación. Te tocará
analizar cada caso, crear materiales específicos, buscar recursos ad hoc,
leer, practicar, autoevaluarte, rectificar; todo lo cual, con las ratios
actuales, es tarea heroica y muy a menudo frustrante. Y esto sin contar con que
tendrás, sí o sí, alumnos con problemas y discapacidades varias, y tendrás que
prepararte (en lo que nadie te ha enseñado) para atenderlos como buenamente
puedas…
La función o modo «educador en valores». Una
educación integral exige que se trabaje con actitudes y valores
(sostenibilidad, respeto a la diversidad, igualdad de género, educación
afectivo-sexual, consumo responsable, prevención del acoso, uso seguro de las
redes, actitud crítica, etc.), que, con la nueva ley, están estructuralmente
integrados en el currículo. Todo ello exige, de nuevo, preparación y trabajo,
tanto en contenidos como en aspectos didácticos.
La función o modo «tecnólogo digital». Se acabó lo de
manejarte con el ordenador, la pizarra digital o el blog de clase. Ahora (más
aún desde la pandemia) has de saber trabajar en aulas virtuales, editar vídeos
o podcasts, generar recursos en línea, moverte en redes, incluso manejarte con
la IA, y orientar – además – en todo ello al alumnado; todo lo cual requiere de
un costoso entrenamiento (que ha de actualizarse, además, cada poco tiempo).
La función o modo «psicólogo-asistente social». Seas
tutor o no, parte de tus atribuciones serán las de conocer, cuidar y a veces
hasta «tratar» a tu alumnado más vulnerable o conflictivo, afrontando problemas
personales y de convivencia, tanto en el aula como fuera de ella
(desorientación, conflictos morales, trastornos psicológicos, familias
desestructuradas, acoso, violencia, drogas…). ¡Prepárate!
La función o modo «mediador comunitario». La escuela
es hoy la institución más estable y segura con la que cuentan muchos individuos
y comunidades. En algunos casos (especialmente en zonas socioeconómicamente deprimidas), el profesor o profesora se convierte en dinamizador de la vida
social en torno al centro.
Seguramente se me olvidan muchas otras funciones o modos, como
el modo «burócrata», por el que los profesores hacen diariamente de
administrativos de sí mismos, cumplimentando papeles y haciendo un registro
exhaustivo (que, salvo accidente, nadie consulta) de todo lo que hacen. O la
función «bilingüe», casi siempre consistente en simular una capacidad (la
del bilingüismo) que, por razones obvias, pocos poseen. O el modo «político»,
que es el que adoptamos algunos para hacer entender a la Administración (ley
sí, ley también) el valor y sentido de las competencias específicas con las que
trabajamos…
Ahora bien, si, pese a todo lo dicho (y a lo barato que sale
nuestro trabajo), sigues creyendo que enseñar es la tarea más hermosa e
importante del mundo y, además de maestro, eres capaz de ser vigilante,
pedagogo, educador en valores, experto en tecnologías educativas, psicólogo,
asistente social, mediador comunitario, administrativo, bilingüe y hasta
activista político… todo en uno, y sin que te dé un síncope o caer agotado el
primer mes, ¡bienvenido! Y mucho, muchísimo ánimo. Lo vas a necesitar.