23008 temas (22816 sin leer) en 44 canales
He de decir que hablar de surrealismo hoy es una cuestión que me genera cierta inquietud, porque llamarse surrealista en 2025 es como llamarse cruzado, carlista o podemita: una cosa anacrónica. Me encuentro gente que insiste en hacer hoy lo que hacían los surrealistas, como si fuera algo revolucionario: criticar a la Iglesia, meterse con España o enseñar las tetas. Pero la realidad es que por defecto ya nadie cree a los curas, la crítica a España siempre es por motivos equivocados, y de nada sirve denunciar la doble moral con más doble moral. Ello no quita que detrás haya instituciones aún poderosas, y que mirarlas con mal ojo pueda significar que te lleven preso, sí, pero en nada de eso hay revolución, sino cansineo, sentimentalismo y autocomplacencia. Y ello ocurre porque el surrealismo tuvo éxito: sus propuestas han permeado en mayor o menor medida el pensamiento occidental. Por eso las cosas con las que tenía sentido escandalizar en 1924 eran distintas en 1955, y más aún lo son en 2025.
El éxito del surrealismo significó su muerte, porque el movimiento fue necesariamente minoritario en su concepción: su propósito era retar las convenciones sociales y traspasar la moralidad por medio de la imaginación. El escándalo, cuando ocurría, venía por añadidura, como un subproducto de esa actividad. El surrealismo llegaba al gran público solo a través de él, mediado y ampliado por los guardianes de la moralidad de turno. El mejor ejemplo de ello es L’Âge d’or, la película de Buñuel y Dalí de 1930, que ya se metió con la Iglesia y con Francia e hizo cosas mucho más arriesgadas que enseñar las tetas (mejor ver). Pasó la censura por un soborno para luego ser prohibida durante años porque los periódicos la retrataron como inmoral, pero ello permitió a la sociedad francesa conocer por fin a ese pequeño grupo de degenerados que quería que todo saltara por los aires.
Se sabe con exactitud la fecha y el lugar de la muerte del surrealismo. Fue el 5 de febrero de 1934 en casa de Breton. Murió asesinado. Allí se celebraba el juicio contra Dalí, como antes se había celebrado contra tantos otros surrealistas descarriados. A diferencia de los anteriores, en esta ocasión el pintor derribó al surrealismo con las propias fuerzas que éste había desatado. Regurgitó el producto descarnado de su inconsciente, que era muy rico y no conocía el pudor: habló de la carnosidad comestible de Hitler, sus cuatro huevos y seis prepucios, o el espectáculo único y grandioso de los campos de concentración nazis. Salvador encarnó el nombre que traumatizó su infancia: dejó tras de sí el cuerpo desahuciado del surrealismo para regalar su revolución espiritual a los filisteos. Poco a poco el escándalo surrealista dejó de ser posible para dar paso al glamour surrealista.
Treinta años después, cuando Breton pronunció esa frase (según Buñuel), los deudores directos del surrealismo eran los situacionistas. Lo primero que hicieron fue renegar del surrealismo de su época al mismo tiempo que exaltaron el de 1924. “El éxito del surrealismo reside para muchos en que la ideología de esta sociedad, en su faceta más moderna, se sirve abiertamente de lo irracional y de los residuos surrealistas”, escribe Guy Debord en 1957. En otro texto de 1958 pone un ejemplo: el descubrimiento subversivo de la escritura automática es usado por los empresarios con el nombre de “brainstorming”, de modo que los empleados se sienten escuchados, y así se convierte en “una vacuna contra el virus revolucionario”.
Efectivamente, los métodos de investigación del inconsciente que los surrealistas emplearon para crear, explorar y retar las percepciones comunes fueron rápidamente cooptados por la mecánica del sistema. La publicidad no tardó en canalizar la irracionalidad hacia el consumismo, y lo impactante, lo aparentemente transgresor y lo novedoso se han convertido en herramientas de marketing. La búsqueda en el interior se ha elevado a revelación divina, que se materializa en un identitarismo que abre nuevos mercados y optimiza su segmentación. La subjetividad, que en el arte sirve para reunir, en política se emplea para mantener una contienda constante por la supremacía del pequeño hecho diferencial. Pero el producto surrealista que más precia el poder es el escándalo: por medio de la prensa invoca incesantemente a fuerzas irracionales que se hacen con nuestro control y nos entregan a sucesivas e inagotables furias express. Pantallas y planas de periódico toman el relevo de los púlpitos y cruzan el muro moral, no para abrir posibilidades, sino para traer del otro lado incesantes ejemplos de fresca degeneración. En medio de la confusión total, pero henchidos de certeza, disparamos a ciegas contra los muñecos de paja fugaces que dibujan las noticias, con la lengua fuera para no dejarnos ninguno, y eso es a lo que llamamos “revolución”. “Todo lo que constituyó para el surrealismo un margen de libertad se ha visto recuperado y utilizado por el mundo represivo que los surrealistas habían combatido”, sintetiza Debord. El sentimentalismo y la autocomplacencia, subyacentes a todo lo que el surrealismo peleó, permanecen intocados.
Pero nada refleja mejor todo esto que esta proclama que Antonin Artaud escribió en 1925:
La revolución surrealista apunta a una desvalorización general de los valores, a la depreciación del espíritu, a la desmineralización de la evidencia, a una confusión absoluta y renovada de las lenguas, al desequilibrio del pensamiento. Apunta a la ruptura y la descalificación de la lógica, que será perseguida hasta la extirpación de sus últimos refugios.
Cuando leí este texto en el congreso rápidamente mucha gente (es decir, dos o tres personas) me vino a decir lo clarividente que les parecía Artaud con esas palabras, porque definían con precisión el estado de las cosas hoy. Y es verdad. Son palabras que sintetizan el espíritu revolucionario adecuado para la modernidad, pero no sirven de nada en la posmodernidad, que es, en definitiva, el gran éxito del surrealismo.
Anónimo García, El escándalo ya no existe, Letras Libres 28/03/2025
La "información" no es lo mismo que la "verdad". La mayor parte de la información no pretende ser una representación precisa de la realidad; su papel principal es conectar muchas cosas y personas. A veces, la verdad puede crear conexión, pero a menudo es más fácil usar la ficción o la fantasía.
Esto también es cierto en el mundo natural. La mayor parte de la información disponible en la naturaleza no está destinada a transmitir la verdad. Se dice que la información básica para la vida es el ADN, y esto no es necesariamente cierto; el ADN conecta muchas células entre sí para crear un cuerpo, pero no nos dice la "verdad" de nada. De manera similar, la Biblia, uno de los textos más importantes de la historia de la humanidad, ha conectado a millones de personas, pero no necesariamente diciéndoles la verdad.
En un mercado de información, la gran mayoría será ficción, ilusión o mentiras. Porque la verdad tiene tres dificultades principales: primero, decir la verdad tiene un costo. Por otro lado, la ficción es barata de producir. Si quieres escribir un relato veraz sobre historia, economía, física o cualquier otra cosa, necesitas invertir tiempo, esfuerzo y dinero en reunir evidencia y verificar los hechos. Pero con la ficción, puedes escribir lo que quieras.
En segundo lugar, la verdad en sí misma es complicada. Su contraparte, la ficción, puede hacerse tan simple como quieras que sea. Y finalmente, la verdad a menudo es dolorosa o incómoda. La ficción puede hacerse lo más cómoda y atractiva posible. Así, en el mercado actual de información, la verdad quedaría eclipsada y sepultada por una enorme cantidad de ficción y fantasía. Si queremos llegar a la verdad, necesitamos hacer un esfuerzo especial y tratar repetidamente de descubrir los hechos. Esto es exactamente lo que ha sucedido con el auge de internet: existía la expectativa de que se difundieran hechos y verdades, pero pronto resultó ingenua.
Michiaku Matsushima, entrevista a Yuval Noah Harari: "Por primera vez compartimos el planeta con entes que son mejores que nosotros", es.wires.com 26/03/2025
En Estados Unidos, en el Reino Unido y en la mayoría de los países europeos, la izquierda ha sido la punta de lanza de la devastación neoliberal de la vida social. La función de Blair, Schröder, Hollande y los demás socialdemócratas que gobernaron en los años noventa y en la primera década del nuevo siglo fue devastar las condiciones de vida de la sociedad en favor del lucro y la competitividad, privatizar los servicios públicos y favorecer la transferencia de dinero de los trabajadores a los ricos. También la política racista de rechazo a los inmigrantes ha sido concebida y diseñada por políticos como el italiano Marco Minniti (excomunista, entonces ministro del Interior en un gobierno de centroizquierda, arquitecto de la política de deportación de los migrantes que inspira a Meloni y a Trump).
En Estados Unidos, los gobiernos de Clinton, Obama y Biden se han alineado perfectamente con la política conservadora de agresión imperialista. Como resultado, se puede decir que en todo Occidente el centroizquierda ha sido responsable de la desilusión generalizada que llevó a muchos votantes a abandonar la izquierda y a volcarse al nacional-liberalismo emergente que finalmente culminó en la furia trumpista.
Los nazi-libertarios están restaurando un régimen esclavista y empujando a Occidente hacia la agresividad nacional y la guerra. Pero la razón del ascenso de esta ola ultrarreaccionaria reside en la traición de la autodenominada izquierda. Por lo tanto, ¿por qué debería preocuparme por el destino de una clase política que, autodenominándose de izquierda, ha seguido las mismas políticas de la derecha?
La pregunta interesante hoy no es: ¿existe una izquierda en nuestro futuro? La pregunta interesante es si nuestra existencia social encontrará o no una manera de escapar de la agresión en curso y del retorno de la esclavitud, del terror social, de la militarización y de la guerra. ¿Encontrará la vida social una vía para la subjetivación social? ¿Surgirá un movimiento (consciente, colectivo y solidario) en el contexto actual de competencia, depresión, pánico y deserotización de la vida social?
Franco 'Bifo' Berardi, La pregunta, ctxt 28/03/2025
Una ola psicótica recorre la sociedad occidental: la causa de la psicosis de pánico masiva es una especie de colapso senil de la mente occidental.
“Caos” se define aquí en términos de velocidad, de aceleración de la infoesfera en contraposición a los ritmos lentos de la razón y de la mente emocional. Cuando las cosas empiezan a fluir tan rápido que el cerebro humano se vuelve incapaz de elaborar el significado de la información, debido al caos, entramos en el estado de pánico. Pánico es la incapacidad de tomar decisiones porque lo que sucede a nuestro alrededor es demasiado rápido, demasiado complejo, y por lo tanto indecidible.
El pánico explica el comportamiento actual de la Unión Europea inconsistente hasta el punto de la demencia. Para complacer al amo estadounidense (Biden), hace tres años los líderes europeos decidieron empujar al pueblo ucraniano a la guerra contra Rusia. Rompieron el vínculo económico con Rusia y se pusieron en modo belicista, apoyando y armando el nacionalismo ucraniano. Fue una decisión suicida porque el propósito de Biden era romper la relación económica entre Europa y Rusia, y derrotar a Alemania. Alemania ha sido derrotada, Ucrania ha sido destrozada. Europa ha sido empujada al borde del abismo.
Luego, el amo estadounidense (Trump) traicionó la causa ucraniana y abandonó a los europeos a su suerte. Millones de personas han abandonado Ucrania, innumerables jóvenes han muerto en las trincheras del Donbás. Los ucranianos están derrotados, empobrecidos y humillados. Los europeos se encuentran en una trampa. Tras caer en una crisis de pánico, Macron, Starmer, Merz y Ursula von der Leyen decidieron hacer algo inútil, peligroso, destructivo y autolesivo: una enorme inversión de dinero para el rearme del continente.
¿Qué hacer en una situación de pánico? Mi sugerencia es que no se tomen decisiones, que no hay que centrarse en el torrente de información, sino que hay que respirar hondo y renunciar a la acción. Los líderes europeos, por el contrario, decidieron lanzar un plan masivo de rearme y reconversión militar de la industria automotriz.
¿Se quedarán los rusos de brazos cruzados mientras los europeos se arman hasta los dientes, o decidirá Putin atacar a Europa antes de que esté lista para la guerra?
La rusofobia generalizada de los líderes europeos corre el riesgo de convertirse en una profecía autocumplida. Mientras los europeos se apresuran a tomar las armas por temor a la agresividad rusa, tengo miedo de que los rusos no se queden esperando perezosamente el rearme completo de los europeos.
Franco 'Bifo' Berardi, La pregunta, ctxt 28/03/2025
Según los psiquiatras, la depresión es la patología predominante de la generación que aprendió más palabras de una máquina que de la voz de su madre. La depresión es desagradable, es dolorosa; bueno, la depresión es depresiva. Así que harías casi cualquier cosa para liberarte de sus garras. Resulta que la movilización agresiva de energías mentales puede ser una terapia para la depresión.
Hitler lo sabía. A los alemanes deprimidos, humillados tras la Primera Guerra Mundial, les dijo: “No se consideren trabajadores derrotados, considérense guerreros. No se consideren humillados. Considérense humilladores”. Él ganó las elecciones, y los alemanes arrastraron a Europa a la pesadilla de la Segunda Guerra Mundial.
La autoidentificación agresiva, la movilización nacionalista y el patriotismo actúan como una terapia de anfetaminas para la mente deprimida. Esta terapia funciona por un tiempo. Luego, se cae en tragedias abismales. Por eso la ola psicótica de la senescente cultura occidental converge con las decisiones políticas de una parte importante de la nueva generación.
Como pueden ver, la pregunta interesante no es si existirá la izquierda en el siglo XXI, sino cómo escapar de la reacción del ciclo pánico-depresivo que estalló abruptamente en 2025.
¿Es posible iniciar un proceso de subjetivación consciente y autonomía social?
La locura de los belicistas europeos no tiene su raíz en una estrategia política, sino en el colapso mental de la cultura occidental, incapaz de afrontar su propio declive irreversible. Y (obviamente) tiene su raíz en los intereses del complejo militar industrial.
Lo que necesitamos es mucho más que manifestaciones y protestas. Lo que la vida social necesita es una forma de escapar de la militarización de la sociedad europea. Lo que se necesita es una ola masiva de deserciones. Deserción de la guerra, pero también deserción de la economía de guerra y de la obsesión nacionalista.
Franco 'Bifo' Berardi, La pregunta, ctxt 28/03/2025
Dándole la vuelta a la tortilla, para Bentham lo que carece de sentido es tachar una clase de comportamiento como correcto o incorrecto al margen del contexto y de sus consecuencias. De este modo, propone un principio de utilidad como núcleo medular de la ética. De acuerdo con este, la acción correcta es aquella que tiende a aumentar la felicidad general mientras que, a la inversa, la incorrecta propicia un mayor sufrimiento. Así pues, el factor clave para determinar la licitud moral de un acto no reside en su naturaleza, sino en sus efectos o consecuencias previsibles. Por tanto, adecuadamente justificados, los hurtos de un Robin Hood podrían ser correctos dentro del esquema utilitarista.
Ahora bien, ¿qué entiende este filósofo por felicidad? La teoría del valor de Bentham reposa sobre lo que se ha dado en llamar experiencialismo o, con ciertos matices, hedonismo. El provecho último de cualquier acto –conocer gente, ir de fiesta, leer, salir a pasear, etcétera–, aquello que lo dota de valor, reside en la experiencia del placer (o, más genéricamente, en el bienestar) que genera. En las antípodas, aquello que procuramos evitar –cuidando la salud, ayudando a los demás, etcétera– es el dolor. Para Bentham, a diferencia de su discípulo John Stuart Mill, estas experiencias, ora positivas ora negativas, solamente se distinguen en virtud de ciertos criterios cuantitativos, como la intensidad o la duración.
La convergencia de este experiencialismo con el principio de utilidad (normativo) sienta las bases, como decíamos, de la ética utilitarista. Sin duda, son muchos los frentes y posibles objeciones que acechan al utilitarismo (¿es correcto torturar a alguien si el cálculo utilitarista es positivo? ¿cómo podemos medir las experiencias?). Pese a ello, blandiendo estas ideas, no cabe duda de que Bentham se posicionó como un adelantado de su tiempo (recordemos, siglos XVIII y XIX) al abogar por el respeto de ciertas libertades individuales, como el derecho al divorcio, la despenalización de la homosexualidad, la supresión de la esclavitud o la igualdad jurídica entre mujeres y hombres. Asimismo, también suscitó ciertos debates que no cogerán desprevenido a quien lee: en la medida en que son seres sintientes (pueden experimentar placer y dolor), ¿poseen los animales derechos morales?
Alejandro Villamor, ¿Qué es el utilitarismo?, ethic.es 03/03/2025
¿Cuándo perdió el oremus una parte de la filosofía occidental? Esa pregunta es demasiado grande. Pero tenemos una pista. De estos filósofos se nos dice de forma repetida que son necesarios porque son “críticos”. La subversión y desnaturalización de la crítica, desde su sentido original hasta el presente, es uno de los desarrollos lamentables de la filosofía.
“El marinero al que una medición correcta de la longitud salva del naufragio debe su vida, a través de una cadena de verdades, a descubrimientos que se hicieron en la academia de Platón.” Así escribía un magnífico marqués de Condorcet en 1793. Me hace pensar en esa boutade defensiva de Richard Dawkins dos siglos después: nadie es un construccionista social de la ciencia a 30.000 pies de altitud. Entre ambos sucede el escepticismo nihilista disfrazado de crítica social, la apropiación de la crítica, concepto filosófico, jurídico y científico propio de la investigación, por parte de la paraciencia social, con el concurso necesario de algunas generaciones de filósofos (mayormente, de la variedad conocida como continental).
Criticar era para Kant, y aun para Marx, explorar las condiciones de posibilidad de lo que sabemos y afirmamos. En un sentido lato, pensamiento crítico es aprender a reconocer ambigüedades en los conceptos, generalizaciones infundadas, equivalencias solo aparentes, demostraciones incompletas, afirmaciones para las que se necesitan datos, la naturaleza probabilística de los hechos, y a reconocer datos fiables. Esto es más o menos lo que hacen los científicos en sus especialidades. Nadie dice hacer “ciencia crítica”, que yo sepa (iluminados y construccionistas aparte), aunque cualquiera entiende que la crítica científica es tan parte de la ciencia como los experimentos o los manuales. Nos queda lejos saber cómo se llegó de la crítica filosófica que posibilita el conocimiento a la “crítica” entendida como (supuesto) desenmascaramiento de cualquier afirmación con pretensión de verdad con resultados (supuestamente) liberadores. Pero hubo filósofos entre los culpables.
Una diferencia entre la ciencia social y la natural es que mientras que la ciencia natural es bastante inmune a la “crítica” pero muy sensible a la crítica, la ciencia social está mucho menos protegida de la “crítica” (pues se le plantea como un plano de sí misma) y es poco sensible a la crítica.
El problema del optimismo en el siglo xvii estaba mal planteado. La respuesta a la pregunta que se hizo Cándido –“si este es el mejor de los mundos posibles, cómo son los otros”– podría haber sido sencilla. Los mundos pasados. La pregunta correcta no es si el mal puede justificarse como una necesidad para el bien, o si el sufrimiento es un castigo merecido por los humanos. La pregunta es si lo vamos reduciendo, si hay progreso. El fundamento del optimismo no es que todo lo que es está bien, sino que casi todo está mejor.
Alberto Penadés, Filosofía catastrófica, Letras Libres 01/03/2025
Una vez nos hemos cerciorado de que
Europa ya no le interesa militarmente más que a sí misma, es hora – como dicen—
de rearmarse. No solo de armas, ni de voluntades para desarrollar una
estrategia de defensa común más firme y articulada (incluyendo un verdadero
ejército europeo), sino sobre todo de ideas y valores. Es preciso reconstruir
con ellos una cultura de seguridad que permita hablar sin tabúes hipócritas de
estrategias de disuasión, conflictos bélicos, tecnología militar, control de
armamento nuclear o movilización de la población. El antimilitarismo militante
no debe dejar de reparar que las libertades, derechos y relativa paz que
disfrutamos en Europa no son en absoluto ajenos a las guerras que libraron
nuestros abuelos – la última de ellas contra el fascismo – y que no vamos a
seguir disfrutando de ellos si no los protegemos con energía de quienes lo
consideran un estorbo para el logro de sus ambiciones imperialistas.
Reivindicar el valor de la defensa armada en el marco de un Estado democrático de derecho significa varias cosas: la primera es subrayar el monopolio del uso legítimo de la violencia por parte del Estado como un signo distintivo de civilidad. La paz no es un valor incondicional. Una paz injusta puede ser peor que la guerra. Y una paz justa no es posible fuera de una comunidad que reprima el uso privado de la fuerza y que se defienda eficazmente de aquellos que, desde fuera, desean violentarla y destruirla.
Rearmarnos de valores e ideas en el ámbito de la defensa quiere decir también reconocer el papel de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, un grupo de profesionales cuyo objetivo, tan loable como el de los médicos o los bomberos, no es otro que garantizar nuestra seguridad e integridad física frente a un variado rango de amenazas. Ya sabemos que en ciertos sectores (no necesaria ni primordialmente populares) resulta poco estiloso reconocer la labor de, por ejemplo, de la policía – salvo cuando la necesitan, claro –, pero esto es poco más que una pose estética de quienes, por vivir bien protegidos, pueden permitírsela
Reavivar una cultura de seguridad quiere decir, en tercer lugar, apostar por reforzar el compromiso cívico con la defensa del Estado y todo lo que este representa. Y esto puede incluir una suerte de servicio militar o civil obligatorio relacionado, como mínimo, con tareas auxiliares. La objeción relativa a la naturaleza poco democrática del servicio militar o civil obligatorio (en cuanto se supone que conculca el derecho a la vida y la libertad de los individuos) es muy discutible. Antes de nada porque el ejercicio de la defensa no implica necesariamente el sacrificio de la propia vida (aunque suponga asumir riesgos, claro está). Y en segundo lugar porque una sociedad que se precie de defender valores y derechos (y no solo intereses y obligaciones contractuales) no puede disociar la vida de la dignidad con la que la vivimos, ni las libertades individuales de las virtudes y responsabilidades cívicas.
Por supuesto, también es posible seguir pensando que todas las guerras (también las que sirven para defender derechos y libertades como los nuestros) son igualmente inaceptables, y que hay que aprestarse a negociar incondicionalmente con cualquiera que agreda, invada, amenace o dé un golpe de estado, por ver si milagrosamente se pliega a algo que no sea concederle todo lo que exija a punta de pistola. Este es, sin duda, el método más eficaz para conservar la paz y la vida. Al precio de que la vida no valga la pena y de que la paz no sea más que una guerra soterrada e inacabable.
Una de les reflexions que m'han semblat més interessants sobre l'aclamada sèrie de Netflix, que contextualitza els fets en l'escola:
"Era mal genio. Quizá lo heredó del padre o simplemente de su tiempo. Detenerme en esa expresión no es una forma de suavizar la conducta, es una precisión: es el estado mental en el que no hay espacio para pensar, se avanza hasta el impacto. Tiene un matiz de género, no porque las mujeres no tengan mal genio —lo tienen, y de formas devastadoras—, sino porque hay un tipo de frustración masculina, en especial frente a la humillación, cuya respuesta puede ser irreversible."
Constanza Michelson: "Mal genio".
font |
I
Libertad de expresión no significa obligatoriedad de expresarse, sino derecho a hablar o a callar.
II
Me entrevistaron de El País para que diera mi opinión sobre un escritor que ha dado voz al asesino de sus hijos mientras no se ha dignado hablar con la madre. Contesté que cuando estaba escribiendo la biografía de Caridad Mercader me encontré con documentos fidedignos que destrozaban la imagen pública de algunas personas supuestamente venerables. Siempre hice lo mismo: enviaba la documentación encontrada a los parientes próximos de los implicados pidiéndoles autorización para publicarla. Ya sé que la libertad de expresión me ampara si quiero contar la verdad sobre alguien, pero la libertad de expresión también me ampara si decido no hacer daño a nadie.
III
Rorty decía que "democracia antes que filosofía". Yo creo que para saber cuándo hablar y cuándo callar, ética, antes que incontinencia verbal.
I
En general esos lugares de paso y transferencias que son estaciones y aeropuertos funcionan, en realidad, como no lugares en los que puedes beber agua a precios desorbitados y comer bocadillos terrosos, insípidos y a precios en consonancia con el agua. De los cafés prefiero no hablar. Son espacios para el desencuentro, de tiempo sobrante en los que todo va más o menos bien hasta que tu vuelo va manifiestamente mal. Ni tan siquiera se puede leer concentrado porque hay como una desazón en el aire: ¿Y si los de tu vuelo ya están embarcando?
II
Los padres españoles están masivamente a favor de retirar los móviles de las escuelas. Los entiendo, porque se les ha hecho creer que los móviles, especialmente los smartphones, están asociados a los aumentos de depresiones, malos resultados escolares, falta de sueño, bullying, desinterés por la lectura, agresividad, trastornos de la atención... no sé que disfunciones neurológicas... por lo tanto, si se prohiben los móviles en las escuelas, se solucionan todos esos problemas. Pero correlación no es causación.
III
Tampoco está clara la correlación. Muchos de esos problemas aparecieron antes de los smartphones. Y muchos de los críticos de los móviles, también.
IV
En realidad no hay ni un solo estudio riguroso que nos permita afirmar que los alumnos de las escuelas sin móviles obtengan mejores resultados escolares y gocen de mejor bienestar emocional que los de las escuelas que permiten lo móviles.
V
El uso de los móviles, sin duda, debe ser controlado en el caso de niños y adolescentes. El problema es que hacen uso del mismo muy mayoritariamente fuera de la escuela y los padres no están por la labor de dar la tabarra.
VI
El móvil es más un problema familiar que escolar.
VII
Hace unos años los móviles eran los ángeles de un futuro horizontal, humanista, comunicativo, etc. Pero a medida que los íbamos usando íbamos poniendo también de manifiesto lo que en realidad somos. A veces somos de una deprimente vulgaridad.
VIII
La pregunta que me interesa a mí: «¿A qué necesidad han venido a dar respuesta los móviles?»
El pany del vestidor escolar femení de la piscina municipal està vandalitzat: no es pot tancar i deixa un forat pel que es pot mirar dins. El del vestidor dels nens, impecable.
La mestra ha proposat a la classe que es facin una foto on imitin una obra de la història de l'art. La nena busca en els llibres d'art. Descarta les que surt una dona despullada o mig despullada. Tampoc no li acaba d'agradar les que surt una dona dormint, o morta. Finalment ha d'optar per un retrat. Li consta una mica trobar-se de dones que mirin a l'espectador.
Decidim i actuem d'acord amb els coneixements actuals. Aquests provenen de l'experiència, i també dels aprenentatges formals i informals (i també de les expectatives, els desitjos i les emocions, pace Elster) Dins d'aquests n'hi ha dos que, al meu entendre, no se'ls dona prou importància: el que Margaret Mead estudiava a Cultura y compromiso, la transmissió cultural cofigurativa, que s'oculta sota el tècnic "aprenentatge entre iguals", i la cultura àudiovisual.
En observar converses de joves entre ells, trobo molts elements de quan jo tenia la mateixa edat, alguns posats al dia, és clar. Però sembla que la cultura, en el sentit de l'antropologia cultural, tingués capes per les quals cada individu anés passant al llarg de la seva vida. Aquestes capes serien força inalterables.
L'altre element, que no se li dona importancia que té, és tot el que té a veure amb la cultura audiovisual i internàutica. Sabem com és Venècia abans d'haver-hi estat, el camp del Paris Saint Germain ens és familiar. També resulta que, com no sigui que tinguem algú proper que ho sigui, només sabem què implica la ceguesa a partir de pel·lícules o sèries que hem vist. I creiem que un judici s'assembla als espectaculars de les pel·lícules americanes. I no només això: pensem que si un està desesperat o frustat ha d'arribar a casa i servir-se un got de whisky del moble bar. També el que afirma Catherine Angel:
"Este modelo lineal es, efectivamente, el que asumen las innumerables escenas de sexo rápido y eficaz entre hombres y mujeres en el cine y la televisión. El deseo, simplemente, está ahí; a continuación, se procede a unos tocamientos rápidos, la inserción de un pene, algunos suspiros entrecortados y el agradecido y vertiginoso orgasmo mutuo. "(El buen sexo mañana, 76).Vídeo de l'acte organitzat pel Seminari de filosofia i feminismes de la Societat Catalana de Filosofia, amb motiu del Dia internacional de les dones del 2025:
Conferència de Fina Birulés 0:00-47:00
Testimoni de Jenn Díaz 0:47-1:04
Testimoni de Núria Vergés 1:04-1:46
Poemes de Hannah Arendt, Safo de Lesbos i Anna Ajmátova. 1:46-1:59
Podemos decir que la "ley" (desde el código de Hammurabi a las Doce Tablas, de la ley del Talión al código napoleónico) nace como una tentativa de limitar la violencia generalizada e interminable del mundo humano. En términos penales, es muy evidente este impulso en virtud del cual se busca interrumpir la Hidra de la venganza, potencialmente infinita, como bien la describe René Girard en La violencia y lo sagrado. Con este propósito, la humanidad ha inventado, por así decirlo, dos chapuzas. La primera es el empate; la segunda, la igualdad. Los códigos penales antiguos (desde el Talión bíblico al Qusás islámico) imponían, en efecto, sistemas de equivalencias orientados a compensar una pérdida con una pérdida contraria y homologable, tal y como expresa la conocida sentencia "ojo por ojo, diente por diente".
La otra chapuza es la igualdad, que es lo propio del derecho ilustrado moderno: la idea de que todos somos iguales ante la ley y de que la lay no pueda hacer otra cosa por nosotros que afirmar y defender esa igualdad. En términos penales, esa igualdad se llamará (a partir de Beccaria) "proporción"; en términos sociales, "fragilidad". El derecho penal democrático, en efecto, renuncia a "hacer justicia", cosa propia de dioses y reyes absolutos; renuncia incluso a la "verdad", que es siempre religiosa. (...) La misión del derecho democrático es la de garantizar, como ficción profiláctica, la presunción de inocencia de todos los potenciales acusados. Que todos somos inocentes salvo que se demuestre lo contrario es, en efecto, mucho más que una formalidad jurídica: es el principio que nos pone a salvo, precisamente, de los justicieros y los sacerdotes, cuyas figuras suelen ser intercambiables. La ley (las verdaderas leyes, las que los humanos se dan a sí mismos en esos momentos de tranquilidad racional que llamamos "constituyentes"), la ley, digo, está pensada para defender nuestra fragilidad común de los excesos de la "justicia" y de la "verdad".
El derecho nace quizá en ese diálogo famoso entre Sócrates, Gorgias y Calicles en el que el filósofo ateniense cuestiona la identidad, hasta entonces indiscutible, entre la fuerza y la ley. El derecho no es el reconocimiento de la violencia superior sino de la debilidad compartida; la fuerza con la que los débiles limitan la fuerza de los fuertes. Debe servir, por tanto, de árbitro entre violencias contrarias que querrían imponerse social y materialmente: entre, si se quiere, los excesos de la economía y los excesos de la antropología. (...) Esta relativa autonomía del derecho es la que lo convierte en un campo de batalla y no en un simple instrumento del poder: y esa autonomía está también hoy muy dañada bajo las presiones, a un lado y otro, de un neoliberalismo licuefactor que descuida la vida y una reacción liberal autoritaria que quiere proteger sólo las más próximas: o ausencia de ley (como en las guerras que de nuevo devastan el planeta) o ley privada para los amigos y los compatriotas. A veces las dos cosas al mismo tiempo.
Santiago Alba Rico, Los cuatro límites de la moral terrestre, La maleta de Portbou marzo-abril 2025
la base de la política política d'igualtat de resultats hi ha el model de pissarra en blanc de la naturalesa humana, que sosté que, atès que les persones són inherentment iguals, qualsevol desigualtat en educació, salut, riquesa, ingressos, habitatge, propietat de la llar, ocupació, delinqüència, presó, etc., només pot ser el resultat de la discriminació social, política i econòmica, més que no pas de la desigualtat, la intel·ligència, la història i la desigualtat personal, la intel·ligència, la història i la responsabilitat personal. sort, bona i dolenta. Un cop s'eliminin aquestes polítiques discriminatòries, creuen els defensors de la política de la igualtat, aquestes desigualtats de resultats haurien de desaparèixer.
Així doncs, el problema més profund del wokisme és que es basa en una teoria defectuosa de la naturalesa humana, un punt que va fer Thomas Sowell en el seu llibre de 1987 A Conflict of Visions , en el qual argumentava que la visió que es té sobre la naturalesa humana —ja sigui com a limitada (conservadora) o sense restriccions (liberal)— determina si s'igualen oportunitats o iguala els resultats. "Si les opcions humanes no estan inherentment limitades, aleshores la presència de fenòmens [desigualtats] tan repugnants i desastrosos pràcticament demana explicacions i solucions. Però si les limitacions i passions de l'home mateix estan al cor d'aquests fenòmens dolorosos, llavors el que requereix explicació són les maneres en què s'han evitat o minimitzat". Quina d'aquestes natures creieu que és certa determinarà en gran mesura quines solucions als mals socials seran més efectives. "En la visió sense restriccions, no hi ha raons insolubles per als mals socials i, per tant, cap raó per la qual no es puguin resoldre, amb el compromís moral suficient. Però en la visió restringida, qualsevol artifici o estratègies que frenin o millorin els mals humans inherents tindran uns costos, alguns en forma d'altres mals socials creats per aquestes institucions civilitzadores, de manera que tot això és possible, de manera prudent". De fet, com Sowell va generalitzar els principis subjacents, "No hi ha solucions. Només hi ha compensacions".
Tot i que alguns liberals adopten una visió tan lliure de limitacions de la naturalesa humana, la majoria entén que el comportament humà està almenys parcialment restringit, especialment aquells educats en ciències biològiques i evolutives que són conscients de la investigació en genètica del comportament, de manera que el debat entre els liberals de centre esquerre i els conservadors de centre dret s'activa en graus de restricció. Per contra, els illiberals wokistes —com anomenaré liberals que es van traslladar tan lluny a l'esquerra autoritària que gairebé no es poden distingir de la dreta autoritària— són plens de pissarres en blanc, visionaris sense restriccions i somiadors utòpics sense cap compromís amb la realitat de la naturalesa humana, o què, al meu llibre El cervell creient , vaig defensar una visió realista . Si creieu que la naturalesa humana està parcialment limitada en tots els aspectes, moralment, físicament i intel·lectualment, teniu una visió realista de la nostra naturalesa. D'acord amb la investigació de la genètica del comportament i la psicologia evolutiva, posem una xifra sobre aquesta limitació entre el 40 i el 50 per cent. A la Visió realista , la naturalesa humana està relativament limitada per la nostra biologia i història evolutiva, i per tant els sistemes socials i polítics s'han d'estructurar al voltant d'aquestes realitats, accentuant els aspectes positius i atenuant els aspectes negatius de la nostra naturalesa ...
Una visió realista rebutja el model de pissarra en blanc que la gent és tan mal·leable i sensible als programes socials que els governs poden dissenyar les seves vides en una Gran Societat del seu disseny i, en canvi, creu que la família, els costums, la llei i les institucions tradicionals són les millors fonts per a l'harmonia social. Una visió realista reconeix la necessitat d'una educació moral estricta a través dels pares, la família, els amics i la comunitat perquè les persones tenen la doble naturalesa de ser egoistes i desinteressades, competitives i cooperatives, avaricioses i generoses, per la qual cosa necessitem regles i directrius i ànims per fer el correcte. Una visió realista reconeix que les persones varien àmpliament tant física com intel·lectualment, en gran part a causa de diferències naturals heretades, i per tant augmentaran (o baixaran) als seus nivells naturals. Per tant, els programes de redistribució governamentals no només són injustos amb aquells als quals se'ls confisca la riquesa, sinó que la redistribució de la riquesa a aquells que no la van guanyar no pot ni funcionarà per igualar aquestes desigualtats naturals. Com Friedrich Hayek va articular el problema l'any 1945: "Hi ha tota la diferència al món entre tractar les persones per igual i intentar fer-les iguals. Si bé el primer és la condició d'una societat lliure, el segon significa, tal com el va descriure De Tocqueville, "una nova forma de servitud".
Michel Shermer, Why I Am No Longer Woke, Skeptic 04/12/2024
Un reciente estudio realizado por la ONG Common Sense, ha demostrado que los individuos pertenecientes a la generación Z (1997-2010) se tragan las trolas a puñados. Los jóvenes de entre 15 y 26 años tienen una dieta diaria muy rica en desinformación. Mucho más que la de sus mayores. Dirán las malas lenguas que esto se debe a su falta de visión. A la perspectiva social erosionada de la que hacen gala. Sencillamente, al igual que los taxistas se la pasan conduciendo y por eso tienen más accidentes, la generación Z es la más dependiente de la información y la comunicación digitales, lo que la expone a ser mayor víctima de la infinita ristra de mentiras de la red. La pesadilla no está -todavía- en sus limitaciones mentales, sino en el abrevadero del que recogen la actualidad.
Uno de los grandes problemas de advertir sobre el valor positivo de la desconfianza, es que este cinismo tiene la mala costumbre de infectarlo todo. Si los adultos ya nos revelamos poco sensibles a las reflexiones que exigen los matices, no digamos los infantes. Un grupo que se rinde a los maniqueísmos por pura supervivencia, y que sucumbe a la tentación del rebaño con extrema facilidad. Contando esto último con que, como destacó un estudio sobre Pensamiento Crítico del instituto IO Investigación, realizado en 2022, el 77% de los españoles seguiría a la masa independientemente del borreguismo que descargue. Y sólo un 22% piensa que la diferencia es un valor positivo.
En vista de esto, nos encontramos con dos vertientes. Por un lado, postadolescentes crédulos que caen en la desinformación más rastrera. En aquella que se nutre, vía redes sociales y otros canales online, de la sangre, convirtiendo a sus receptores en auténticos crápulas salivando por la morcilla. O deseosos los informadores, como sanguijuelas, de chupar toda rabia o vulnerabilidad de quienes caen en sus mentiras.
Por otro, pubers descreídos con la capacidad de dudar de esa desinformación, que terminan convencidos de que cuanto se les informa es falso y, en consecuencia, se refugian en teorías descabelladas, a veces extremas o fanáticas, reflejo de su relativismo absolutista. Ambas bifurcaciones -por supuesto, aquí exageradas- dominadas, además, por una tentación orgánica, nacida en la matriz de su falta de experiencia y de las tendencias naturales patrias (recordemos el estudio antes mentado) a la actitud de manada y la seguridad en la decisión de la masa.
Puestos a ejemplificar a base de clichés, tendríamos, en primer lugar, grupos de jóvenes zagalas que creen a pies juntillas toda la marabunta de fango existente sobre brebajes, y pócimas que capaces de hacerlas parecerse a los filtros que usan obsesivamente en Instagram. Y, en segundo, jóvenes mandriles quienes, dudando de la información politizada y polarizante que les llega sobre el feminismo, acaban tragándose las tesis INCELS sobre un Reich matriarcal deseoso de la eugenesia feminista. Ambos frentes hipotéticos, recordemos, igualmente cabalgados por la presión de grupo y el miedo a la marginación tan característico de la juventud.
De sostener Hamlet hoy un cráneo fosforescente, con lucecitas estroboscópicas y altavoz incluido, no diría «ser», sino «creer». Porque he ahí el actual paradigma: «creer o no creer, esa es la cuestión». Un interrogante que los avances de la IA en deep fake y generación de contenido no dejan de engordar.
Galo Abrain, Jóvenes terraplanistas, Retina 12/03/2025
La IA política opera bajo esta lógica: ya no se busca convencer, sino saturar al usuario hasta anular su capacidad crítica. Esta amenaza que ya es grave, se ve acrecentada en aquellas generaciones cuya única socialización tiene forma de algoritmo.
Ya no es cuestión del uso de microtargeting por los partidos políticos (que también es un temazo a abordar) sino que la expansión y democratización de la IA permite que cualquier persona, sea cual sea su nivel de programación (y hay que de decirlo, de alfabetización) puede crear una imagen que a pesar de ser burdamente falsa para una erudita mayoría, expanda el caos. No se trata únicamente de mentir, sino de crear contextos donde la verdad se convierte en algo irrelevante o indiscernible.
Esta facilidad con la que se producen contenidos falsos ha provocado un desgaste extremo en la capacidad y las ganas de los ciudadanos para discernir lo real de lo fabricado. Estamos produciendo una fatiga cognitiva y emocional que conduce al ciudadano medio a desconectar completamente del proceso democrático o, peor aún, a refugiarse en cámaras de eco donde solo encuentra validación para sus prejuicios a golpe de IA y humor.
La automatización del fanatismo político, a través de bots cada vez más sofisticados, está logrando algo que ni la propaganda tradicional ni la censura autoritaria habían conseguido plenamente: transformar la indiferencia en una herramienta política efectiva. La ciudadanía, abrumada por un entorno en constante crisis de credibilidad y una crisis real de “las cosas del comer”, renuncia gradualmente a su responsabilidad cívica, aceptando la manipulación como inevitable o resignándose a la apatía.
Regular o no regular, esa es la cuestión
Varias resoluciones de las Naciones Unidas han reafirmado la necesidad de controlar este despropósito, ya que «los mismos derechos que tienen las personas fuera de línea deben protegerse en línea ». Está claro que necesitamos actuar ante la intromisión de estas tecnologías en el día a día democrático, pero la disyuntiva es al siguiente: la IA evoluciona exponencialmente más rápido de lo que pueden hacerlo nuestras instituciones democrática que son tradicionalmente lentas, burocráticas y deliberativas.
Pero por otro lado, si no ponemos ningunas reglas al juego ponemos (aún más) en riesgo la esencia democrática. Si no actuamos ahora, nos enfrentaremos inevitablemente al colapso definitivo del ágora digital, perdiendo para siempre la capacidad colectiva de discernir entre lo real y lo manipulado, condenándonos a vivir atrapados en burbujas de falsas realidades algoritmizadas. Esta disyuntiva no es nueva. De hecho, ya la debatieron nuestros representantes europeos. El resultado fue la adopción del AI Act, o la Ley de la Inteligencia Artificial. Este texto que entró en vigor el 1 de agosto de 2024, se posiciona como el primer intento de regular la IA, y sobre todo, sus efectos adversos.
El AI Act y la Paradoja de Regular lo Irregulable
La cuestión es: si esta regulación ya está en vigor, ¿por qué seguimos viendo videos de Perro Sanxe en la Isla de las Corrupciones? ¿O videos de supuestos ciudadanos pidiendo tanto la dimisión de Sanchez, como la de Mazón? La respuesta está precisamente en los detalles del AI Act y en la manera en que los expertos han analizado sus limitaciones.
Según el AI Act, los contenidos generados por IA, como los deepfakes que tan populares se han hecho en redes, se clasifican generalmente como de «riesgo limitado», lo que implica obligaciones de transparencia, como la inclusión de marcas de agua o etiquetas que indiquen su origen artificial. Ahora bien, ¿realmente esto puede ayudar para evitar el colapso del ágora digital del que hablábamos? Lo dudo bastante. Estas medidas de transparencia suelen ser fácilmente eludibles o ignoradas deliberadamente, especialmente en plataformas descentralizadas o grupos privados donde la supervisión efectiva es casi imposible.
En definitiva, aunque el AI Act es un paso fundamental en la dirección correcta, la realidad evidencia que regular la inteligencia artificial, especialmente en contextos políticos y sociales, no puede limitarse a una legislación que por la naturaleza del proceso democrático, siempre va a ser reactiva. Para rescatar el ágora digital necesitamos combinar el ámbito legislativo con una educación digital sólida, una conciencia ciudadana capaz de cuestionar y filtrar constantemente la avalancha algorítmica, pero sobre todo voluntad política. Y eso, queridos amigos, es lo más complicado de encontrar.
El ágora digital agoniza no porque los algoritmos sean demasiado inteligentes, sino porque nuestra clase política es demasiado miope, lenta o directamente irresponsable como para actuar a tiempo. La democracia necesita menos espectáculo y más ciudadanos despiertos, críticos y capaces de rebelarse contra la posrealidad. Mientras tanto, la IA seguirá siendo el arma perfecta para quienes no buscan gobernar mejor, sino gobernar más fácil.
Elsa Arnaiz Chico, El colapso del ágora digital ..., Retina 18/03/2025
El capitalismo de la vigilancia es ahora un conjunto de dispositivos extractivos de datos (también de energía y materias primas) que usa instrumentos de inteligencia artificial para reforzar su poder de control.
La técnica es una producción que produce sujetos, sostuvo Marx en los Manuscritos y el capitalismo de la vigilancia con todo su barroco arsenal de dispositivos no es un sistema pasivo sino un programa de subjetivación, de generación de yoes que en su carrera (en su currículum vitae) ya no tienen tiempo no para el arrepentimiento (una emoción antieconómica (sunk costs se denomina en la jerga) ni mucho menos para sentirse interpelados por la culpa ajena.
Desactivar las emociones morales es la primera de las prioridades del poder. Edgar Strahele en su calrificador libro Los pasados de la revolución sostiene que la actitud reaccionaria y contrarrevolucionaria no es una simple reacción a una revolución fracasada (casi todas lo han sido) sino un miedo creciente a que pueda ocurrir una que no fracase. El poder trata de infundir miedo. La ideología del determinismo, de que todo ya está escrito y programado es la nueva ideología que expande el miedo y la impotencia. Pero la realidad es que el poder está hecho también de miedo. Al 99% que es el objeto de su programación y que sabe que su futuro no está domado y que puede activar el rencor y la resolución.
Fernando Broncano, La desmoralización programada, El laberinto de la identidad 22/03/2025
Chomsky, juntament amb Edward S. Herman, van desenvolupar el "Model de propaganda" en el seu treball fonamental, Manufacturing Consent: The Political Economy of the Mass Media . Aquest model perfila cinc "filtres" que configuren sistemàticament el contingut de les notícies i, en conseqüència, la percepció pública. Aquests filtres garanteixen que la informació presentada al públic generalment s'alinea amb els interessos de les elits poderoses, sovint a costa d'una participació democràtica més àmplia i una presa de decisions informada.
Els cinc filtres són:
1. Mida, propietat i orientació al benefici: els mitjans de comunicació són principalment grans corporacions amb ànim de lucre, sovint propietat de conglomerats encara més grans. Els seus interessos financers influeixen molt en el tipus de notícies que prioritzen i com les enmarquen.
2. Llicència de publicitat per fer negocis: els anunciants són la font principal d'ingressos per a la majoria dels mitjans de comunicació. Això crea una dependència que pot conduir a l'autocensura i un biaix cap al contingut que sigui agradable per als anunciants i els seus públics objectiu.
3. Obtenció de notícies als mitjans de comunicació: els mitjans de comunicació depenen molt de fonts "oficials", com ara funcionaris governamentals, portaveus corporatius i grups de reflexió. Aquestes fonts sovint tenen interessos creats i poden manipular de manera subtil (o no tan subtil) el flux d'informació.
4. Flak and the Enforcers: "Flak" fa referència a respostes negatives al contingut dels mitjans, com ara queixes, demandes o campanyes organitzades. Els actors poderosos poden fer servir les antibacterístiques per pressionar els mitjans de comunicació perquè modifiquin la seva cobertura o evitin determinats temes per complet.
5. Anticomunisme (ara, amb freqüència, "antiterrorista" o una "por de l'altre" generalitzada): Històricament, l'anticomunisme va servir com una poderosa ideologia nacional utilitzada per justificar accions i marginar les veus discrepants. Aquest filtre ha evolucionat per abastar pors més àmplies, sovint centrant-se en amenaces externes a la seguretat nacional o als valors socials, que es poden utilitzar per justificar polítiques i limitar el debat.
La propaganda, segons Chomsky, no consisteix en obligar la gent a creure coses específiques. Es tracta de limitar l'abast del debat acceptable, establir els límits del que es considera "pensable" o "raonable". Es tracta de crear un clima de conformitat on mai es plantegen certes preguntes i mai es consideren seriosament certes perspectives. Això s'aconsegueix mitjançant diferents tècniques, com ara:
Enquadrament: seleccionar acuradament el llenguatge i el context utilitzats per descriure els esdeveniments, influint en la manera com l'audiència els interpreta.
Omissió: ignorar selectivament la informació que contradiu la narració desitjada.
Repetició: repetir constantment determinades frases i idees, fent-les semblar més creïbles i familiars, encara que no tinguin proves.
Atractius emocionals: utilitzar la por, el patriotisme o altres emocions per evitar l'anàlisi racional.
Crear un sentit de "nosaltres" versus "ells": dividir la població i fomentar l'animadversió cap als enemics percebuts, ja siguin interns o externs.
A mediados del siglo XVIII se publicó en Francia la más inteligente, libre y divertida de las novelas libertinas: Teresa filósofa. Pues, dejando a un lado el hecho de que la Alicia de Carroll no penetre en la cuestión sexual (aunque, en cierto momento, ésta pregunte, en insidioso francés: “Où est ma chatte?”, dónde está mi gata, una forma de referirse en francés al sexo femenino), dicha novela podría haberse titulado Alicia filósofa, ya que su protagonista posee, al igual que Teresa, algunas de las principales virtudes filosóficas, como son la curiosidad, el asombro, la valentía, o el instinto de la libertad. De ahí que la obra de Lewis Carroll (o Carl Lewis, si atendemos a la velocidad de su ingenio) trascienda la más que suficiente categoría de la literatura infantil (que C. S. Lewis definió como aquella literatura que también pueden leer los niños), para revelarse, o rebelarse, como una verdadera novela filosófica. Nos adentramos en sus ideas al hilo de la exposición Los mundos de Alicia que, tras pasar por Barcelona, estará del 4 de abril al 3 de agosto en el CaixaForum de Madrid.
Para empezar, no importa si el nombre de Alicia proviene del antiguo germánico, adalheidis, que significa ‘noble’, o del griego clásico, aletheia, que solemos traducir como ‘verdad’. De hecho, en griego moderno, aún se emplea la expresión “alicia ine” para decir “es verdad”. (¡Es verdad!) Lo que importa es que, para un profesor de la Universidad de Oxford, el griego y el latín lo impregnaban todo, de modo que el nombre de Alice Liddell no podía significar más que “verdad”. Y, si me apuran, “verdad pequeña”. La historia de Alicia sería, pues, la historia de la aletheia en el País de las Maravillas. Esto es, la historia de la verdad sometida a todas las violencias, mentiras y falacias con las que los dogmáticos buscan deformarla. De ahí que Humpty Dumpty le diga, en A través del espejo, que: “Con ese nombre que tienes, ¡podrías tener prácticamente cualquier forma!”. Pura preposverdad.
Ahora que lo pienso, no hay mucha diferencia entre aquel viejo Sócrates, que se enfrentaba a unos dogmáticos, muy oportunamente llamados “alazones”, y nuestra pequeña Alicia, quien se opondrá, en su sueño, a una cohorte de adultos dogmáticos, como la Oruga azul (“¿Quién eres tú?”), la duquesa (“¡No sabes nada de nada!”), la Reina de Corazones (“¡La sentencia antes que el veredicto!”) o Humpty Dumpty (“Cuando yo uso una palabra quiere decir lo que yo quiero que diga”). De hecho, 20 años después de publicar Alicia, Carroll escribirá un manual de autodefensa intelectual, titulado El juego de la lógica, en cuyo prólogo promete otorgar al lector infantil: “El poder de detectar falacias y desmantelar los argumentos endebles e ilógicos que encontrarás continuamente en libros, periódicos, discursos e incluso sermones.” Y acaba con un nostálgico: “Pruébalo.”
Alicia representa, pues, la capacidad de resistirse a los sofismas de los dogmáticos que pueblan el mundo que le espera: “¡Qué manera de razonar tienen todas estas criaturas!”, dice en el capítulo sexto. “¡Hay para volverse loco!”. Frente a su lógica abstracta (esto es, separada de la realidad), y especulativa (pues mezcla todas esas ideas separadas de la realidad), Alicia se atreve a decir, socráticamente: “No lo comprendo”, para dejar que sean ellos mismos quienes se enreden en sus propias contradicciones tratándoselo de explicar.
Pero Alicia no sólo posee la virtud crítica del escepticismo, sino también la virtud positiva de la philaletheia, o “amor por la verdad”, de la que ya habló Aristóteles. Me atrevería a decir, frente a los morbosos, que Carroll estaba alegóricamente enamorado de Alicia, porque representaba el amor (imposible) por la verdad. No es casual que el verbo to wonder signifique tanto ‘maravillarse’ como ‘preguntarse’ o ‘sentir curiosidad’. De modo que nuestro resignado “País de las Maravillas” es el país de la curiosidad asombrada, o thauma, que Aristóteles identificó con el origen de la filosofía. Aunque, en verdad, sea Alicia la que participa del wonder, y no todos esos personajes que se le enfrentan. Alicia es la única, la verdadera, la incuestionable wondergirl.
Frente a las potencias de Alicia, los personajes con los que ésta se encuentra se nos aparecen como meras sombras, que apenas conservan nada de la vitalidad, la curiosidad o el valor que (idealmente) los caracterizaron de niños, antes de degradarse en (ese tipo de) adultos. Por eso Alicia no es tanto un cuento de hadas, como un cuento de Hades, pues, como otro Ulises, habla con los espectros de los niños que murieron, quedando encerrados en las mentiras, convenciones y apariencias de una sociedad equivocada. Pero Alicia no acepta ese espejismo social, cuyo hechizo tratará de romper, una y otra vez, afirmando su propio sentido de cómo son y cómo deberían ser las cosas. Y es que Alicia también posee la potencia política de la parresía, de pan, ‘todo’ y rhesis, ‘decir’, que designa el valor de decir la verdad ante los conciudadanos, y más importante aún, ante el poder. Por eso Alicia dice: “No lo comprendo”, “¡Y yo qué sé!”, “¡Pues no me callo!”, “Ni me va, ni me viene…”. Y, por eso, cuando la Reina de Corazones ordene que le corten la cabeza, exclama: “¿Quién les va a hacer caso? ¡Si no son más que un mazo de cartas!”. Lo cual no es la expresión de un escepticismo cínico o nihilista, sino de un instinto de libertad, que le lleva a plantarse (como buena mobile vulgaris) ante las mentiras y las convenciones que reinan en la sociedad. La primera de las cuales es que otro mundo no es posible.
Alicia ine! ¡Es verdad!
Bernat Castany Prado, Lewis Carroll: La Alicia del país de las maravillas era una auténtica filósofa, El País 22/03/2025
Dar por sentado que existe la esperanza no significa que sea evidente. Pensar en medio del sufrimiento que la vida tiene un sentido es algo que relaciona la esperanza con el milagro, decía Péguy. Porque no se trata de encontrar una explicación a la negatividad (algo que sí hace Hegel), sino de tener una respuesta que nos salve. No se trata, como dice Santo Tomás, de satisfacer un deseo cualquiera, sino de responder a preguntas cuya respuesta no está al alcance de la mano, por muy humanas que sean. Ese es el milagro de la esperanza que a Péguy le parecía más misterioso que la fe y el amor pues tenía la pretensión de conjurar toda la realidad (y no solo la interior).
El ser humano moderno siente la necesidad de la esperanza, pero carece de una cultura que le permita entenderla y asumirla. Cuando se consigue entenderla, gracias a un esfuerzo filosófico, la afirmación no arraiga sino que decae porque el terreno no da para más. Lo que hace Kafka es describir la melancolía de un mundo entregado a la pura inmanencia. Si no se puede verbalizar lo que falta, solo queda mostrar lo absurdo de lo que queda. Sus personajes buscan sentido a un mundo que no lo tiene porque la ley (que en él es sinónimo de revelación o sentido, ligados a la cultura bíblica) se ha eclipsado dejando, sin embargo, una sombra que pese a todo alimenta, como bien reconocía Nietzsche, el horizonte de nuestra cultura.
Reyes Mate, El espíritu de la esperanza anda suelto, Letras Libres 01/03/2025
El universo online es una gran cámara hiperbárica en la que puedes eliminar rápidamente y de forma sistemática todo aquello que no quieres escuchar. Si imaginas una ciudad física, cualquier ciudad física, es imposible apretar un botón y que la gente desaparezca. No solo eso: puedes eliminar cualquier cosa que no te guste, cualquier cosa que no quieras ver o escuchar. Puedes evitar cualquier exposición o interacción con personas distintas, personas que no piensen como tú, por eso calle es al mismo tiempo un lugar y una metáfora. Es lo mismo que escuchar un disco o una canción en Spotify o escuchar esa misma canción en un concierto: es totalmente distinto”. Y concluye, “no lo estamos estudiando lo suficiente y lo estamos documentándolo, pero todo este universo de tik-toks y demás está desempoderando a los adolescentes y los jóvenes, que ahora prefieren estar a solas con su teléfono. Las llamas redes sociales, pero son todo lo contrario: son antisociales.
Toni García Ramón, entrevista a Richard Sennet: "Todo eso de lo woke es en realidad una bomba visceral que no solo se limita al sur de los Estados Unidos", eldiario.es 20/03/2025
La organización política de las sociedades ha tenido siempre una pretensión de automaticidad. En cuanto se supera la simpleza de la familia o la tribu, las organizaciones humanas necesitan datos y procedimientos que permitan gestionar la incipiente complejidad. Desde esta perspectiva, la racionalidad algorítmica, más que representar una ruptura absoluta con el pasado, puede ser analizada de acuerdo con continuidades históricas, es decir, siempre que ha habido que establecer un orden en un entorno de complejidad y heterogeneidad. Como la burocracia para el estado moderno, la inteligencia artificial parece llamada a ser la lógica de legitimación de las organizaciones y los gobiernos en las sociedades digitales. Los tres elementos que modificarán la política de este siglo son los sistemas cada vez mas inteligentes, una tecnología mas integrada y una sociedad mas cuantificada. Si la política a lo largo del siglo XX giró en torno al debate acerca de cómo equilibrar estado y mercado (cuánto poder debía conferírsele al Estado y cuánta libertad debería dejarse en manos del mercado), la gran cuestión hoy es decidir si nuestras vidas deben estar regidas por procedimientos algorítmicos y en qué medida, cómo articular los beneficios de la robotización, automatización y digitalización con aquellos principios de autogobierno que constituyen el núcleo normativo de la organización democrática de las sociedades. El modo como configuremos la gobernanza de estas tecnologías va a ser decisivo para el futuro de la democracia; puede implicar su destrucción o su fortalecimiento.
Los humanos siempre hemos aspirado a que algún procedimiento mecánico nos haga menos dependientes de la voluntad de los otros. La racionalidad algorítmica parece prometerlo, pero ¿es realmente así? El problema fundamental de la inteligencia artificial es la creciente externalización de decisiones humanas en ella. La automatización generalizada plantea el problema de qué lugar le corresponde a la decisión humana, si se trata simplemente de un suplemento, de una modificación o un remplazamiento. La respuesta a todas estas cuestiones permitiría convertir a la informática en una disciplina política. En definitiva, ¿quién decide cuando aparentemente nadie decide?
Mi objetivo es desarrollar una teoría de la decisión democrática en un entorno mediado por la inteligencia artificial, elaborar una teoría crítica de la razón automática y algorítmica. Necesitamos una filosofía política de la inteligencia artificial, una aproximación que no puede ser cubierta ni por la reflexión tecnológica ni por los códigos éticos.
Hay que pensar una idea de control que, al mismo tiempo, cumpla las expectativas de gobernabilidad del mundo digital, que no podemos dejar fuera de cualquier comprensión, escala y orientación humanas, pero tampoco deberíamos ejercer sobre él una forma de sujeción que arruinara su performatividad. Todavía no hemos encontrado el equilibro adecuado entre control humano y beneficios de la automatización, pero esta dificultad nos habla también del carácter abierto, explorador e inventivo de la historia humana, no tanto de un fracaso definitivo. Reconforta considerar que en otros momentos de la historia los seres humanos tampoco hemos acertado a la primera cuando se trataba de acotar los riesgos de una tecnología desconocida. Recordemos aquella Red Flag Act proclamada en Inglaterra en 1865 con el fin de evitar accidentes ante el aumento de los coches, a los que imponía una velocidad máxima de cuatro millas por hora en el campo y dos en pueblos y ciudades. Además, cada uno de ellos debía estar precedido por una persona a pie con una bandera roja para advertir a la población. Hicieron falta unos cuantos años para que fuéramos conscientes de la naturaleza de los riesgos y de las ventajas de los desplazamientos rápidos y, sobre todo, de que el control humano de los vehículos no dependía de la limitación de la velocidad a los parámetros del caminar. Es posible que lo que hagamos ahora con la inteligencia artificial nos parezca en el futuro excesivo o insuficiente, pero lo que nos distingue como humanos no es el éxito de lo que hacemos sino el empeño con que lo hacemos.
Daniel Innerarity, El dilema de la inteligencia artificial: ¿Quién decide cuando aparentemente nadie decide?, El País 19/03/2025
En este tópico de la “decadencia de Occidente” coincide con una larga tradición literaria, compartida por la parte más conservadora y reaccionaria de las élites euroestadounidenses, que va de un filonazi como Spengler4, a un liberal-conservador e importante responsable intelectual de la política exterior estadounidense, como Samuel Huntington5. El núcleo de estas narrativas descansa en la división del mundo en razas o culturas, grandes bloques ontológicamente distintos que separan la humanidad de la subhumanidad, a Occidente –que forma la parte dominante y más valiosa de lo humano– de aquella salvaje, redundante, o en otras ocasiones, excedente. Apenas sorprende, que, sumergidos en la era de las catástrofes, de la onda larga de la crisis capitalista –manifiesta de forma casi telúrica en 2008–, de la crisis climática y también del sorpasso económico del resto del mundo sobre los europeos y sus descendientes, el tópico de la decadencia de Occidente, con todas sus connotaciones fascistas, haya alcanzado una renovada preeminencia.
“Crisis civilizatoria” admite, en definitiva, definiciones distintas, causas contradictorias, soluciones opuestas, hasta el punto de que podría pensarse que es un término básicamente inútil. Y, sin embargo, resulta curioso que sirva a tanto a tirios como troyanos: que sea usado por ecologistas desesperados por advertirnos de que hemos rebasado ya demasiados puntos de inflexión (tipping points) del desequilibrio ecológico; socialdemócratas, conscientes e inconscientes, que nos avisan que nuestras sociedades se desestructuran al ritmo que colapsan los Estados bienestar; y también a supremacistas y racistas confesos, que nos hablan del fin de Occidente a causa de la invasión migrante y nuestra propia degeneración moral. Pero es como si detrás de estas diferencias existiera un consenso subyacente que podríamos cifrar en la eminencia de la catástrofe y en que la “civilización”, un logro al fin y al cabo de la humanidad (o de la parte “más valiosa” de esta), se encuentra irreversiblemente en peligro.
En el marco de este consenso, la lucha ideológica se sitúa después, no antes del enunciado “crisis civilizatoria”. Se discuten las causas y se ofrecen matices sobre la civilización que queremos conservar, pero se parte del hecho de que “nuestro mundo civilizado” tiene algo preciado. Lo que se comparte es así una suerte de matriz conservador. Hay algo fundamental que tenemos que conservar, rescatar, y ese algo es la civilización. Que para unos tenga tientes universales y para otros raciales, que sea una propuesta para toda la humanidad o solo para una parte relativamente pequeña, solo habla en última instancia de la amplitud de miras y la generosidad aparente de la persona que la defiende. Lo que se comparte, es que nos vamos al carajo, aunque las causas de la caída puedan ser del todo distintas.
Por eso merece la pena especificar un poco lo que invariablemente aparece como la premisa compartida por todas estas posiciones, es decir: “nosotros los civilizados” (que en algunas versiones también podría ser “nosotres les civilizades”). Como se decía al principio, nada menos ingenuo que el término civilización. Los occidentales, al igual que otros tantos imperios del pasado, han hecho de este término, una barrera infranqueable a la crítica, una poderosa forma legitimación. La cuestión es que civilizado es el modo más autocomplaciente de decirse, por su presunta inocencia: “yo señor y amo de este mundo”.
Emmanuel Rodríguez, No hay ninguna civilización que defender, ctxt 15/03/2025
En su ensayo Realismo capitalista (2009, Caja Negra), el pensador Mark Fisher ya advertía que internet incentivaba la formación de comunidades de solipsistas, de “redes interpasivas de ‘mentes como uno’ que lo que hacen es confirmar más que desafiar los prejuicios y presupuestos de cada uno”. En lugar de utilizar el espacio público online para intercambiar y confrontar puntos de vista diferentes, se han conformado de manera autómata una serie de microcircuitos donde no tenemos que encontrarnos con nada ni nadie a quien no queramos encontrarnos. Los grupos de presión de internet han logrado edificar una serie de corrientes populistas “dedicadas a atacar y perseguir todo lo que no sea anodino y mediocre”, comenta por videollamada el escritor y periodista Kyle Chayka, autor de Mundofiltro: cómo los algoritmos han aplanado la cultura (Gatopardo Ediciones). Los algoritmos se configuran para premiar aquello que recibe más “me gusta”, más clics, más seguidores y logran que lo popular y “lo más gustado” predomine mientras que lo original, alternativo o diferente acaba escondido en los recovecos de la web.
Uno de los momentos clave de la era de internet fue el día en el que Facebook implantó, en 2009, el botón de “me gusta”, explica Chayka en Mundofiltro. Gracias a este botón, las empresas podían saber qué interés tenía un usuario por un contenido o producto determinado para poder ofrecerle, directamente, lo que el usuario buscaba. Además, con esto, el usuario experimentaba un sentido de “colectividad digital” al conocer qué cosas les estaban gustando a los demás o cuáles recomendaban. Poco a poco los algoritmos han ido multiplicándose, condicionando y afectando a nuestra creatividad. Modelan el gusto porque, como usuarios, no buscamos lo que de verdad nos gusta, sino lo que está de moda, como esa mochila que le pedíamos a nuestra madre porque la llevaban todos los niños del colegio. “Te gusta lo que se supone que tiene que gustarte”, remata Chayka. Y lo que suele gustar a la mayoría tiende a ser lo fácil, lo que no es estrambótico ni se sale de la norma, lo minimalista, lo bello por antonomasia, lo sencillo, lo que no llama la atención.
Jimena Marcos, ¿Por qué todo parece lo mismo en todas partes?, El País 16/03/2025
I
Me he ido a Alicante con Mairena bajo el brazo. Y ha sido una gran compañía. Más que un personaje o un alter ego de Machado, es la voz de sus repliegues. Otro día me explicaré.
II
A la vuelta, me siento en un banco de la estación de cercanías del aeropuerto. A mi lado se sienta también una mujer joven -veintipocos años- que lleva un cochecito con un bebé de unos seis meses. Saca el móvil y se hunde en él. A su lado, el niño comienza a gimotear con los brazos extendidos hacia su madre, que sigue mirando el móvil. Lo sujeta con la mano derecha, mientras con la mano izquierda mueve mecánicamente el cochecito. El niño sigue gimoteando y estirando los brazos hacia su madre, de cuerpo presente. De repente me doy cuenta que no extiende sus brazos hacia su madre, sino hacia el móvil.
III
Vuelvo a Mairena y me entero de que su maestro, Abel Martín, escribió un ensayo que se titulaba, ni más ni menos, De la esencial heterogeneidad del ser.
IV
Al volver a casa me encuentro con que me han convertido, a traición, mi querida, mi entrañable Plaza de Ocata en "Refugio climático". Acababa de llover y soplaba un vientecillo del norte que pelaba. La verdad es que no me veo a mí mismo yendo cada mañana a desayunar y a leer a un refugio climático.
I
Esta mañana un señor mayor se ha acercado a mi mesa del Petit Café para contarme, sin ahorrar detalles, sus experiencias místicas, a recitarme sus poesías religiosas y a pedirme que rezase junto a él. Afuera llovía.
II
Esta mañana me he ido a sacar sangre para unos análisis. Dos hermanos adolescentes de unos 15 años han entrado antes que yo. Sus alaridos ante la aguja han sido dignos de mejor causa. La enfermera que me ha atendido me ha asegurado que todos los adolescentes no son así.
III
Esta mañana, gris y triste, lluviosa y fría, he hecho una sopa que me ha salido espléndida. Soy, sin duda, el rey de las sopas para días de lluvia.
IV
Esta tarde he ido a la presentación de El imprudente feliz, el libro de Ferran Sáiz, que ha ido a cargo de Ferran Caballero. Como he llegado con una hora de adelanto he entrado en una peluquería a cortarme el pelo. El peluquero me ha atendido desganado. Me ha dicho que era marroquí. No sé que tenía contra mí, pero me ha hecho sufrir. Tenía la sutileza de un banderillero estrábico. Aún me duele el cuello.
V
Parece que los diuréticos alivian mis males laberínticos. No me pregunten por qué.
VI
Ando releyendo el Juan de Mairena de Antonio Machado. Mi querido y admirado José Ángel Gonzáles Sainz quiere que hable en Soria sobre sus ideas pedagógicas (las de Mairena). No tengo claro que tenga muchas ideas pedagógicas. Lo que tiene es una inmensa personalidad pedagógica. Tengo que pensar bien esto.
Que algo tan entrañable como un niño
cometa un crimen es una monstruosidad. Como lo es que trabaje en una mina, se
prostituya, o que sea él mismo maltratado, violado o asesinado por sus
familiares. Una de las peores caras de lo monstruoso es esta increíble
simbiosis entre lo más entrañable (un niño, una relación filial o de cuidados…)
y lo más inhumano (el crimen, la explotación, el abuso…) ¿Qué podemos hacer
para afrontarla?
Lo primero es reconocer que esos niños o adolescentes «criminales», aunque han demostrado un comportamiento monstruoso, no son fieras rabiosas que sacrificar, sino personas libres susceptibles de ser reeducadas. Suponer que son asesinos congénitos o malvados sociópatas imposibles de reformar es una propuesta oscurantista y frívola que impide toda atribución de responsabilidad (quien es malo sin remedio no es responsable de nada) y que convierte en vano el empeño, e incluso el sacrificio, de educadores y educadoras como la asesinada hace unos días en Badajoz.
As que, si se quiere hacer algo realmente útil para evitar estos crímenes, hablemos de seguridad, sí, pero también de educación. ¿En qué tipo de formación habría que insistir para reconducir la conducta agresiva de un niño o adolescente? ¿Basta con imponer reglas, premios y castigos, hacer terapia psicológica o entrenar habilidades de autocontrol o interacción social? Probablemente no. Las personas no cambian solo porque las castigues (solo se vuelven más astutas y rencorosas), y la formación psicosocial no toca de frente el aspecto moral, esto es, la suma compleja y casi siempre confusa de propósitos, valores y modelos que orientan la conducta, y que es aquello con lo que debemos operar con pericia para modificarla.
Fíjense que estos crímenes adolescentes – como todo lo que resulta terrible y monstruoso – no solo asustan, sino que también advierten y marcan el límite con lo que, estando del otro lado de la vida civilizada, se encuentra a su vez profundamente imbuido en ella: la debilidad e inconsistencia de nuestros valores (no hay más que reflexionar un poco sobre ellos), el uso de la fuerza como medio (miren lo que hacen los grandes líderes mundiales), la emocionalidad y el capricho como normas de conducta (no por nada respiramos publicidad) o un cierto gusto por una estética del poder y la violencia que, aunque se ha dado en todas las épocas, tal vez permea especialmente el mundo de la cultura y el entretenimiento contemporáneos.
Frente a todo esto solo cabe un gigantesco esfuerzo de educación crítica y ética. Y tener una mayor consideración hacia el trabajo de los educadores, profesionales cuya compleja tarea merece un reconocimiento similar, si no mayor, al de cirujanos, ingenieros o arquitectos (al fin, estos no tienen que lidiar con la construcción de ideas, valores o emociones, sino con cosas mucho más simples y previsibles). Una sociedad avanzada es la que cuenta con tantos y tan buenos educadores y recursos que puede permitirse el lujo de hacer de sus cárceles escuelas, así como de dotar a los centros formativos con el mismo nivel de seguridad que tiene casi cualquier institución pública.
I
Me ha pedido relaciones -es decir un contacto en las redes sociales- un «coach cuántico, escritor y cosmosociólogo». Pero la vida ya me pilla cansado para experiencias fuertes.
II
Me aseguraba Josep Maria Espinàs que no hay libro que no mejore recortándolo. Estoy de acuerdo, pero si somos coherentes, nos debiéramos quedar solo con el título.... siempre que fuera corto.
III
Día de lluvia y laberintitis. Ayer fui a un otorrino que al ver la audiometría que él mismo me había encargado me dijo que estaba por debajo de lo normal. "¿Qué porcentaje tengo de pérdida auditiva?", le pregunté. Me contestó, muy digno, que para eso tenía que usar una fórmula y que ni la tenía a mano ni disponía de tiempo. Era de una mutua privada.
IV
Un título: «Cuando nada te importe, decide que algo te importa». Esta es una de esas trampas que Heidegger se pone a sí mismo de vez en cuando. Y siempre cae.
I
Sospecho que lo que no suele gustar de las redes sociales es que muestran con descaro lo que somos.
II
Lo que llamamos cultura tiene por misión fundamental mostrarnos ante nosotros mismos mucho mejor de lo que somos, para hacernos creer que realmente somos así. Al poner el listón alto, sentimos vergüenza de nosotros mismos si nos rebajamos.
III
La espontaneidad moderna no entiende aquello en lo que insistían los antiguos: si la naturaleza nos puso los ojos en una cabeza es para que podamos mirar hacia lo alto.
IV
Escribas lo que escribas, siempre habrá al menos una persona haciendo considerables esfuerzos para refutar lo que no has dicho. Y si intentas aclararle las cosas, entonces es que reconoces tu culpabilidad.
V
Más que quitarles las pantallas a nuestros hijos, debiéramos, quizás, ofrecérselas como instrumentos privilegiados de educación de la frustración.