Alicia García Ruiz, Impedir que el mundo se deshaga, Los libros de la catarata, Madrid 2016
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by Anabel Bueno |
Los consejos dicen: queremos participar, queremos discutir, que-remos hacer oír en público nuestras voces y queremos tener una posibilidad de determinar la trayectoria política de nuestro país. Como el país es demasiado grande para que todos nosotros nos reunamos y determinemos nuestro destino, necesitamos disponer de un cierto número de espacios públicos. La cabina en la que depositamos nuestros sufragios es indiscutiblemente demasiado pequeña porque solo hay sitio para uno. [ ... ] En manera alguna necesita ser miembro de tales consejos todo residente en un país. Ni todo el mundo desea, ni todo el mundo tiene que preocuparse de los asuntos públicos. [ ... ] Quien no esté interesado en los asuntos públicos tendrá que contentarse con que sean decididos sin él. Pero debe darse la oportunidad a cada persona. En esta dirección veo yo la posibilidad de formar un nuevo concepto del Estado. Un Consejo Estatal de este tipo, al que debería ser completamente extraño el principio de soberanía, resultaría admirablemente conveniente para federaciones de los más variados géneros, especialmente porque en él el poder sería constituido horizontal y no verticalmente. Pero si usted me pregunta ahora qué posibilidades tiene de ser realizado, entonces tengo que decirle: muy escasas, si es que existe alguna. Y si acaso, quizá, al fin y al cabo, tras la próxima revolución. (Crisis de la República)
La profesionalización de la política de la mentira, la consolidación del autoengaño, la fabricación de simulacros y el distanciamiento respecto a los hechos constituyen puntales destacados de la crisis de lo público y un peligro político de primera magnitud: "En el terreno de la política, donde el secreto y el engaño deliberado han desempeñado siempre un papel significativo, el autoengaño constituye el peligro por excelencia; el engañador autoengañado pierde todo contacto no con su audiencia, sino con el mundo real". Se pierde el contacto con la realidad solo hasta que esta nos explota en la cara. Tarde o temprano, este tipo de prácticas han de afrontar el estallido de lo real y es aquí donde Arendt comienza a meditar sobre la indignación, la desobediencia y la movilización como fenómenos destinados a tomar un papel cada vez más relevante en las décadas posteriores. Es preciso ponderar las posibilidades de regeneración política y riesgos de la movilización disidente que viene.Está fuera de toda duda la presencia de lo que Ellsberg ha denominado proceso de "auto engaño interno", pero se invirtió el proceso normal del autoengaño. [. .. ] Los engañadores empezaron engañándose a sí mismos. Probablemente por su elevada condición y la sorprendente seguridad en sus decisiones, se hallaban tan convencidos de la magnitud del éxito no en el campo de batalla, sino en el terreno de las relaciones públicas, y tan seguros de sus premisas psicológicas acerca de las ilimitadas posibilidades de manipulación de las personas que anticiparon una fe general y la victoria en la batalla por las mentes de los hombres. Y como vivían en un mundo desasido de los hechos no les fue difícil no prestar atención al hecho de que su audiencia se negaba a dejarse engañar.
Entre estos privilegios, Arendt señala el ejercicio de la libertad política entendida como participación. Las elites y los políticos profesionales, sostiene Arendt, han cooptado el espacio político de libertad e igualdad a base de construir un espacio de igualdad y reconocimiento solo entre ellos, del que el resto de la sociedad está excluido, o más bien estructuralmente implicado a través de la delegación, pero no de la presencia, cuentan como votos, pero no son contados como actores. En estas condiciones, la opinión pública, formada en su mayor parte mediante mecanismos propagandísticos, reemplaza a las opiniones plurales de los ciudadanos, a esa "capacidad del hombre común para actuar y formar su propia opinión". La desigualdad también afecta a las presuposiciones de capacidad de juicio entre la gente común. En suma, se promueve la lenta consolidación de "una opinión pública sustituta a través de ideologías que no hacen referencia a realidad concreta alguna".Su mejor logro ha sido un cierto control de los gobernantes por parte de los gobernados, pero no ha permitido que el ciudadano se convierta en "partícipe" en los asuntos públicos. Lo más que puede esperar es ser "representado"; ahora bien, la única cosa que puede ser representada y delegada es el interés o el bienestar de los constituyentes, pero no sus acciones ni sus opiniones. En este sistema son indiscernibles las opiniones de los hombres, por la sencilla razón de que no existen[. .. ] El gobierno representativo se ha convertido en la práctica en gobierno oligárquico, aunque no en el sentido clásico de gobierno de los pocos en su propio interés; lo que ahora llamamos democracia es una forma de gobierno donde los pocos gobiernan en interés de la mayoría o, al menos, así se supone. El gobierno es democrático porque sus objetivos principales son el bienestar popular y la felicidad privada; pero puede llamársele oligárquico en el sentido de que la felicidad pública y la libertad pública se han convertido de nuevo en el privilegio de unos pocos.
Quienes recibieron el poder para constituir, para elaborar constituciones, eran delegados debidamente elegidos por corporaciones constituidas: recibieron su autoridad desde abajo y cuando afirmaron el principio romano de que el poder reside en el pueblo no lo concibieron en función de una ficción y de un principio absoluto (la nación por encima de toda autoridad y desligada de todas las leyes), sino de una realidad viva, la multitud organizada. Esta forma de articulación de lo social es la que hace posible el acto constituyente y no al revés, es fruto de la experiencia de lo común.
La hora fatal de la república le llega cuando de su recuerdo no queda nada, solo una sociedad de administradores y administrados. "Es una historia triste y extraña la que nos queda por contar", sentencia Arendt en las páginas finales de Sobre la revolución. Es hora, pues, de narrarla.El éxito espectacular que aguardaba al sistema de partidos y el fracaso no menos espectacular del sistema de consejos se debió en ambos casos al nacimiento del Estado Nacional, que encumbró a uno para aplastar al otro, por lo cual los partidos revolucionarios e izquierdistas han mostrado tanta hostilidad al sistema de consejos como la derecha conservadora y reaccionaria. Hemos terminado por estar tan acostumbrados a concebir la política nacional en función de los partidos que tendemos a olvidar que el conflicto entre los dos sistemas siempre ha sido en realidad un conflicto entre el Parlamento, la fuente y asiento del poder en el sistema de partidos, y el pueblo, que ha abandonado su poder en manos de sus representantes.