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| Immanuel Kant |
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| Immanuel Kant |
En la cuarta parte de la Ética Spinoza define la virtud en los términos siguientes:Así, la definición identifica virtud y potencia puesto que ambos son inherentes a la esencia o naturaleza del hombre. Si la virtud no es otra cosa que actuar a partir de las leyes de nuestra naturaleza y el conatus es la ley básica de nuestra naturaleza, se sigue de aquí que el esfuerzo del hombre por perseverar en su ser es el fundamento de la virtud.Por virtud y potencia entiendo lo mismo; esto es, (por la proposición 7 de la parte III), la virtud, en cuanto se refiere al hombre, es la esencia misma o la naturaleza del hombre, en cuanto tiene la potencia de hacer ciertas que pueden entenderse por las solas leyes de la naturaleza. (E4def8)
En una proposición de la Ética, que recuerda los primeros razonamientos de la Ética Nicomaquea de Aristóteles, Spinozaafirma que la virtud en tanto fin último es deseada por su propio bien.…la virtud no es nada más que el obrar según las leyes de la propia naturaleza y que nadie se esfuerza por conservar su ser sino según las leyes de su propia naturaleza. (E4p18e)
Por otra parte, la estrecha relación entre acción e idea adecuada en Spinoza nos lleva a la conclusión que uno sólo puede obrar por virtud si estamos determinados por ideas adecuadas, así nuestro autor sostiene una equivalencia entre virtud y razón --si bien bajo una característica spinoziana al identificar razón con nuestro propio interés o utilidad. En la medida en que el hombre vive en conformidad con la razón, vive en conformidad con su naturaleza.Obrar absolutamente por virtud no es en nosotros nada más que obrar, vivir y conservar su ser (estos tres términos significan lo mismo) bajo la guía de la razón, teniendo por fundamento la búsqueda de la propia utilidad. (E4p24)
Si no hay alternativa, podemos y debemos matar al hombre que está a punto de detonar una bomba. Ninguna persona razonable lo discutirá. Pero nunca podemos sacrificar a un inocente para asegurar nuestra propia supervivencia, no podemos ponderar una vida con otra; ni siquiera cuando la otra vida “solo” es la de un delgado grumete moribundo, o cuando “solo” se trata de ciento sesenta y cuatro pasajeros en un avión. El juez del caso la Corona contra Dudley y Stephens dio en el clavo: “Qué terrible tentación, qué horrible el sufrimiento [de los marineros]… Pero ¿cómo puede compararse el valor de las vidas?”. Y continúa: “¿Debería ser la fuerza, el intelecto u otra cosa?… En este caso se escogió la vida más débil, la más joven, la que menos resistencia oponía. ¿Fue más correcto matarlo a él que a uno de los adultos? La respuesta debe ser ¡no!”. Hace mucho tiempo que los Gobiernos han comenzado a cuestionar estos principios. Hoy se intenta eludir el claro principio de la igualdad de las personas con construcciones cada vez más complicadas. Existen innumerables ejemplos: poco después de asumir el cargo, Barack Obama declaró que Estados Unidos proseguiría con la lucha contra la violencia y el terrorismo, pero de una manera que “respete nuestros valores e ideales”. Dijo que cerraría la prisión de Guantánamo y recibió el Premio Nobel de la Paz. Por fin parecía que Estados Unidos, el país que tanto había brillado en este último siglo, el garante mundial de la libertad, la justicia y la decencia, recordaba sus ideales. Fue un momento feliz. Hace cuatro años de la declaración del presidente. No obstante, hoy en día en Guantánamo se sigue reteniendo, humillando y torturando a personas sin derechos.