Enseñar valores cívicos o derechos humanos fuera de un contexto ético y filosófico en que se traten y discutan las razones para sustentarlos – si es que estas existen – no es más que catequesis (laica, democrática, humanista... pero catequesis). Y hacerlo de “forma activa”, “práctica”, “lúdica”, etc., no lo convierte en algo menos dogmático (solo cambia la retórica por la acción, que es una forma aún más eficaz de rehuir la reflexión). Pues la pregunta sigue ahí, como un tabú impronunciable, tras la cara de circunstancias del adolescente y la filípica enardecida (o el activismo entusiasta) del catequista: ¿por qué narices habrá que ser solidarios o respetar los DD.HH (sobre todo si, aparentemente, nos trae más a cuenta no hacerlo)? Cuando planteo este problema en clase de ética (que es donde debe plantearse), muchos alumnos enmudecen, otros se escandalizan, y la mayoría se pone a pensar. ¿Por qué hay que ayudar a los demás? ¿Qué obligación moral tenemos – les provoco – con los muertos de hambre que vienen en las pateras? ¿O con los niños que trabajan en Asia para que aquí podemos comprar productos más baratos? ¿Por qué no aprovecharnos de los más débiles si así podemos vivir mejor nosotros?… De todo esto trata nuestra última colaboración en El Periódico Extremadura. Para leer el artículo completo
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