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El anti-intelectualimo moderno, con su raíz religiosa (rebrotada en el fideísmo protestante y sus variantes contemporáneas –como el evangelicalismo–), es consustancial al populismo conservador (sus valores –la familia, la patria, la tradición...– formarían parte de ese presunto «estado de naturaleza» presto a corromperse por el exceso de sofisticación intelectual). El problema es que también es consustancial a la casi totalidad de la cultura moderna, especialmente la anglosajona (tan tradicionalmente recelosa de la «intelectualidad» como apegada a la religión y la democracia). Hoy día, el anti-intelectualismo es el nexo de unión entre movimientos tan dispares como el neoconservadurismo y el ecologismo radical, y empapa y vertebra la cultura de masas (de inspiración, justamente, anglosajona), la espiritualidad «new age», los movimientos alternativos o el «pensamiento postmoderno»... De todo esto trata nuestra última colaboración en El Periódico Extremadura.
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