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La educación actual está sometida al prejuicio de lo competencial, es decir, al prejuicio que sostiene que todo aprendizaje escolar debe ser un medio para un fin. Si te atreves a poner este prejuicio en cuestión, serás acusado de defender el absurdo de una educación para la incompetencia. Pero la negación de la proposición "todo aprendizaje debe ser competencial" no es "ningún aprendizaje debe ser competencial", sino "algún aprendizaje no debe ser competencial". Lo que ocurre es que en este "algún" se esconden precisamente las riquezas de la alta cultura.
Me explico.
¿Las Variaciones Goldberg son grandes por ser un medio para un fin o lo que las hace grandes es ser estrictamente inútiles?
¿Qué uso práctico se les puede dar a las Variaciones Goldberg? ¿Y a Velázquez? ¿Y a los sonetos de Quevedo?
Desde luego nada de esto ayuda a ser mejor ciudadano, a desarrollar la inteligencia emocional, a adquirir competencias del siglo XXI. Nada de esto es un medio para un fin.
La alta cultura es un fin en sí misma.
El hecho de que hoy todo aquello que es un fin en sí mismo se mire con recelo expresa el triunfo de la cultura de masas; pero el hecho de que los ministros de educación se rindan a la cultura de masas indican la cobardía democrática de quien tiene que justificarse utilitariamente ante el inculto.
En nuestros centros educativos la alta cultura se ha convertido ya en contracultura precisamente porque exige un esfuerzo deliberado y perseverante cuyo premio es la conquista de lo inútil.
Me encuentro con M. Se le acaba de morir un familiar muy próximo y está pasando un mal momento. Durante el rato que pasamos juntos recibe varias llamadas telefónicas que, de manera visible, lo incomodan. Cuando el móvil se calma, me comenta que ya hemos perdido la sabiduría que el mundo de la vida había puesto a nuestra disposición para estas ocasiones. Se refiere a aquellas fórmulas, "te acompaño en el sentimiento", "mi más sentido pésame", etc. que se utilizaban con normalidad en estas circunstancias. Hoy, como pesa sobre nosotros el deber moral de ser auténticos, nos vemos en la obligación de decir algo que no suene a cliché, a frase de compromiso... El resultado es que no sabemos qué decir, con lo cual convertimos el acto de dar el pésame en una incómoda comunicación de un sentimiento que no sabemos cómo expresar para que no suene a frase hecha.
¿Pero cómo sentimos lo que no sabemos decir?
Las frases hechas, como todo lo que la tradición ha ido depositando en las costumbres, tienen su sentido. Facilitan la relación en los momentos difíciles y nos permiten librar a la persona dolorida de la incomodidads de tener que mantenerse sereno ante la pesadumbre que no sabemos formular.
Nos hemos propuesto dinamitar el mundo de la vida por considerarlo falso e hipócrita y no tenemos manera de construir otro que sea auténtico, genuino, sincero... simplemente porque no damos para tanto.
La primera, la nueva entrega del Locutori.
La segunda, esto de hoy mismo de Fernando Savater en su columna de El País, "Conservador":
Los rótulos ideológicos tras los que nos parapetamos son cada vez más, según aumentan las identidades ofendidas y los derechos cantinflescos reivindicados. Pero hay una ideología compartida por todos, desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha, y de la que sin embargo pocos se enorgullecen: la conservadora. A nadie le falta un punto conservador en un aspecto o en otro, porque ser humano es elegir en el caos del mundo y de la vida algo que queremos ver perpetuado. A los demás animales la evolución les ha simplificado la tarea, inscribiendo en sus genes los gestos y preferencias a los que deben guardar fidelidad. En cambio nosotros estamos programados para autoprogramarnos (la inteligencia artificial no es la de ninguna máquina sino la nuestra) y debemos elegir el punto sólido, que quisiéramos inamovible, a partir del cual movernos, avanzar, explorar: necesitamos establecer lo que debe ser conservado para a partir de ahí revolucionarlo todo.
Para no ser conservador por imitación o rutina (fuentes habituales del instinto de conservación y del pensamiento reaccionario) hay que ser lúcido y, aunque suene paradójico, audaz. Actualmente en España el autor que mejor responde a este perfil es Gregorio Luri. Su último libro ―La mermelada sentimental, editorial Encuentro― es un buen compendio de sus ideas sobre educación (quizá su tema preferido), política, formas de ser y de dejar de ser de los españoles, ecología y hasta religión. Una prosa clara y contundente, una perspicacia que no desfallece y un humor sin el que no hay tarea intelectual digna de ese nombre. Una ráfaga a modo de aperitivo: “La política es el proyecto, siempre inacabado y siempre frágil, de establecer una relación comunitaria con el tiempo que nos permita dotar de historia coordinada a nuestros aconteceres personales y colectivos”.
Crear una empresa es una tarea tan procelosa que cuando consigues el último sello y la pones en marcha, es decir, bajo la lupa de Hacienda, estás agotado y sólo tienes ganas de no hacer nada. Uno, ingenuamente, pensaba que la administación está para ayudar y tender puentes, no para ponerte trabas. Pero lo peor es que aquí, en Cataluña, tenemos varias administraciones y cada una exige su tributo burocrático.
Las ventanillas siempre tienen sed.
Pero ya estamos en marcha, ilusionados y con buenas perspectivas.
He terminado Ma vie avec Marx, de Alain Minc.Sin embargo... al cerrarlo me he encontrado con la misma sensación de precipitación que he notado en otros libros suyos. Me parece que de vez en cuando a Minc le entran ganas de correr y deja a su lector -o, al menos, ese es mi caso- un poco desamparado, con ganas de que nos explique más despacio algunas de las ideas que nos ha ido mostrando solo a medias. Por ejemplo, la del estancamiento de la productividad en la era de las nuevas tecnologías. Esta es una preocupación central del presente que, sin embargo, él apenas insinúa y que cierra dándonos a entender que espera que no sea así. Yo, que aprecio mucho la agudeza analítica de Minc, no tengo bastante con eso. A él, por respeto a su inteligencia, hay que exigirle mucho más.
Me ha dejado un poco perplejo su reivindicación de Marx. Entiendo su reivindicación de lo que a su parecer representa: la ambición de una teoría rigurosa que se corresponde con una praxis política que no conoce el desaliento. Me ha gustado porque en estos tiempos en los que animamos a los jóvenes a cambiar el mundo, mientras les negamos los intrumentos conceptuales que les permitirían comprenderlo, Marx se erige para Minc en el símbolo del compromiso de las virtudes téoricas con las prácticas. Pero hablar aquí de virtudes prácticas es hablar de virtudes política que, para el Marx dirigente social, incluyen un cierto componente maquiavélico y, por lo tanto, a mi modo de ver, lo que se nos acaba mostrando es que la razón teórica no cubre la destreza práctica.
Marx es también un predicador y un habilidoso gestor práctico de su compromiso con la teoría. Y es todo esto lo que Minc parece querer resaltar cuando lo comprara con Adam Smith, Ricardo, Schumpeter, Kondratiev y Keynes. Ninguno de estos cinco es predicador. Más bien tienen alma de diplomáticos.
Marx es el predicador del Todo y, ciertamente, los otros cinco son diplomáticos de determinadas provincias del Todo. Pero hay, me parece a mí, una virtud en la renuncia a someter el Todo a una teoría, por muy ambiciosa que sea. Yo veo en esa renuncia precisamente la ambición del pensamiento liberal y conservador que reconoce que el Todo no encaja en ninguna teoría y, por lo tanto, admite que siempre actuamos con menos sabiduría de la que sería necesaria para garantizarnos el éxito.
¿Es Maquiavelo el suplemento que necesita la teoría para incrementar sus posibilidades de éxito?
En cualquier caso, bien pudiera ser que Alain Minc sea, efectivamente, el último marxista de Francia. Y no sé si de Europa. Y esto es lo que molestará a los marxistas elementales. ¡Bien por Minc!
Una cosa más: He entendido perfectamente las alabanzas que Minc dedica al emprendedor.
He dicho más de una vez que eres viejo cuando estás más pendiente de tus rodillas que de las rodillas de la vecina. Es mi caso. Pero me niego a conformarme.
Podría añadir que eres viejo cuando te levantas de la cama casi tan cansado como cuando te acostaste, porque el cansancio se arrastra y sólo lo puedes ir soltando poco a poco, como un lastre pegajoso. Tampoco quiero asumir esta derrota sin una combate digno.
Reconozco que no sé estar sin hacer nada. La pasividad me resulta insufrible. Necesito sentirme activo, maquinar, proyectar, llevar a cabo. Pero como mis condiciones físicas son las que son, intento organizarme las actividades de la manera más calmada posible. Así, si el sábado tenía firma en la Feria del libro de Madrid, llegué a la capital el viernes por la mañana y como el domingo tenía un debate en Córdoba, pedí dos noches de hotel en esta ciudad y unas ciertas comodidades en el AVE (básicamente, el vagón de silencio). De esta manera tengo tiempo para bajar el ritmo, visitar librerías de viejo y sentarme a leer tranquilamente en algún lugar privilegiado (por ejemplo, en la azotea del hotel de Córdoba). Sólo si administro bien mi tiempo puedo controlar los caprichos de mi oído interno y mantener bajo un cierto control a mis acúfenos y vértigos.
Todo ha ido bien y he llegado a casa en condiciones decentes que me han permitido terminar un artículo para un nuevo diario, El periódico de España, que saldrá el 12 de octubre, y adelantar un artículo de 15.000 caracteres sobre los Mercader para la edición catalana de El País. Lo he dejado a punto de un último repaso, más que nada para controlar los caracteres, que me sobran bastantes.
Mañana será un gran día. Se pone en marcha oficialmente la Editorial Rosamerón, que lanzamos a la calle tres amigos y yo, cuatro románticos que saben sumar. Es una manera de pretender que mis rodillas no retengan toda mi atención.
Una cosa más: tengo que hablar del último libro de Alain Minc, Ma vie avec Marx, que me parece su mejor libro, un ensayo magnífico, retador, claro, esclarecedor.
Hemos pasado dos días de un calor agobiante , no tanto por la temperatura como por la humedad ambiental. Estos días de bochorno mediterráneo no hay sombra que cobije mejor que la de la ducha, pero claro, uno no puede plantar sus reales bajo la ducha y esperar a que afuera calme. Además había asumido el compromiso de enseñarles a dos documentalistas franceses la Barcelona de los Mercader. Se podría, por cierto, hacer una buena guía de la ciudad siguiendo los pasos, siempre apasionados, de esta dramática familia. Lo curioso es que llevo más de 40 residiendo aquí y nunca había estado en alguno de los lugares a los que llevé a esta pareja, por ejemplo en la terraza del Ritz, en el Hotel Oriente de las Ramblas o en el restaurante La Gastronómica.
Entre las sensaciones humanas más agradables se encuentra la de encontrarte con personas desconocidas que rápidamente van dejarndo de serlo y a medida que la intimidad aumenta, aumentan también las complicidades y se van dibujando proyectos comunes en un futuro que poco antes estaba indefinido. Por ejemplo, el de un nuevo viaje a México. Uno de los mayores regalos de la edad es la capacidad para apreciar a personas con las que no compartes muchas cosas, pero con las que estás dispuesto a proteger aquello, creciente, que sí compartes. En este sentido la edad te va haciendo más libre.
Cuando comencé a recoger materiales sobre los Mercader estaba muy lejos de sospechar hasta qué punto estos personajes remotos se me harían casi íntimos y acabarían entrometiéndose en mi vida y, sin duda, enriqueciéndola, porque han ampliado mis horizontes con nuevas amistades, alguna de ellas ya entrañables -¿verdad, B.?-, nuevos viajes, nuevos conocimientos y experiencias. Historiar algo es convertirlo en parte de tu presente y, al mismo tiempo, cuanto más amplio sea tu presente, más posibilidades tienes de historiar. En el fondo, no es mucho más difícil conocer a un personaje del pasado que a tu vecino. En ambos casos el conocimiento es, a la vez, un descubrimiento y una reformulación de lo que crees haber descubierto. Historiar es ir ensanchándote para que quepa en ti la realidad de lo que pretendes conocer. En este sentido la historia es una ciencia de la vida. El respeto a la objetividad del otro es imposible sin generosidad.
Volver de Castilla, tan llena de espacio, a Barcelona, tan llena de coches... Volver del calor seco que busca el amparo de la sombra, a esta humedad tan densa, mefítica, para la que no hay otro amparo que la ducha. Volver del día que se va haciendo paso a paso, al día gestionado por tu agenda.
Ayer fue un día de mucho trabajo acumulado y sobrevenido, interrumpido continuamente por llamadas telefónicas y flashes de los lugares vividos estos días. Terminé el epílogo para la edición rusa de El cielo prometido y aún me quedó tiempo para leer un poco a las 2 de la mañana, hora en la que se podía respirar.
Hoy me había prometido a mí mismo hacer lo menos posible, dedicar el día a la descompresión. Pero acabo de quedar a las 12:30 para una entrevista en una radio andaluza. A los periodistas que te tratan bien hay que corresponderles tratándolos bien.
Mi nieto mayor comienza hoy la ESO. Los nietos, y esto es de una evidencia irrefutable, crecen muchísimo más rápido que los hijos.
Aprovechando una invitación para ir a dar una charla al Escorial, mi Agente Provocador y yo decidimos hacer un pequeño viaje por tierras castellanas. Cada vez entiendo mejor el profundo encanto que encontraba en ellas Unamuno. Castilla era para él una fuente inagotable de inspiración. Cada vez, al mismo tiempo, me parece más evidente, que la auténtica lectura es la del paisaje.
Iniciamos nuestro recorrido por una ciudad que siempre habías dejado de lado, Guadalajara. Visitamos, por supuesto, el justamente famoso Palacio del Infantado y la injustamente desconocida cripta de los Mendoza, pero la auténtica sorpresa nos la proporcionó la concatedral, porque no tiene necesidad de gritar su belleza. Le basta con insinuarla con la harmonía de sus formas y el viajero queda prendido de ella.
El Escorial nos recibió con un día luminoso, que hizo aún más luminoso el hecho de que nos hubiesen reservado un hotel con piscina. Siempre impresiona este grave lugar, tan vivamente poblado de ausencias imperiales. Mi Agente Provocador subió dos veces -en el mismo día- hasta la Silla de Felipe II. La primera vez, como iba sola, subió y bajó corrriendo. Yo con un paseo, a media tarde, tuve más que suficiente. Además, tenía prisa por llegar a una librería de viejo antes de que cerraran, la Antonio Azorín, en Joaquín Costa 1, gestionada por uno de los libreros de viejo más sabio y amable de España. Larga charla y buenas compras. Y aún hubiese comprado más si él hubiese querido venderme alguna de las maravillas que guardaba en la trastienda. Hasta le hice una oferta por un busto de Platón, pero me dijo que por nada del mundo vendería a Platón. Y así me ganó definitivamente.
El regreso a Ocata lo planeamos para hacerlo sin prisas. La primera parada, en las orillas del Duero, fue San Esteban de Gormaz, para visitar la iglesia de la Virgen del Rivero. Mereció la pena. Despés seguimos viaje hasta Ucero, donde teníamos reservada una habitación en un hostal a la orilla del río. A primera hora de la tarde nos pusimos la vestimenta adecuada y salimos a andar a buen paso en dirección a la iglesia templaria de San Bartolomé, en el Cañón del río Lobos. Un paseo espectacular que, entre la ida y la vuelta, no bajaría de los 20 quilómetros.
Antes de llegar a Ucero se nos antojó subir hasta el castillo del pueblo por un senderillo de cabras en la parte más empinada. Un mal paso y nos hubiéramos caído rodando cien metros hasta el río. Caía ya la tarde, la temperatura era agradable y la luz, acogedora.
Una vez visto el castillo, no nos dio la gana bajar al pueblo por el camino más corto y dimos un rodeo de tres quilómetros para llegar a un canal que los romanos excavaron en la roca y entrar a través de sus 133 metros en el pueblo a las ocho de la tarde. Este canal era parte de la infraestructura hidráulica que captaba las aguas en las fuentes del río Ucero para abastecer a la ciudad romana de Uxama, situada a 17 Km.
Buena cena y a la cama, rendidos y satisfechos.
Teníamos intención de despedinos de Castilla en Ucero, pero a la vuelta no hemos podido resistir la tentación de detenernos en Almazán, patria del insigne Diego Laynez, "luz de Trento". En este país uno puede tomar al azar una dirección cualquiera que no tardará en descubrir alguna maravilla que justifique su caminar. En este caso, fue la iglesia de San Miguel, una joya del románico segoviano.
La felicidad es que ese texto complejo que tanto se te resistía, al fin se deje domesticar, tome forma coherente y puedas enviárselo a quien te lo encargó un día antes de la fecha comprometida.
La felicidad es comer con tus socios y ver que te entiendes con ellos y que el proyecto común sigue adelante con buenas perspectivas.
La felicidad, es un negroni al atardecer en Barcelona.
La felicidad, en definitva, es el premio del trabajo.
Ya sé que esto hay gente que no lo comprende, pero eso no les autoriza a despreciar la ética del trabajo, especialmente si son funcionarios.
Yo, como sujeto autónomo, valgo poco.
Con frecuencia me siento guiado por una voluntad que solo parcialmente es mía. Tanto es así, que nada más levantarme ya intuyo que grado de autonomía tendré a lo largo del día.
Hay días que no me sale una frase con pies y cabeza, a pesar de que lo intento una y otra vez; hay días que todo fluye y me siento tan satisfecho de mí mismo. Los estados de ánimo son caprichosos y van y vienen a su antojo, sin previo aviso. Por eso cada día se presenta con su daimon, que es quien decide qué voy a dar de mí mismo.
Si algo he aprendido de mí mismo es que tengo que llevarme bien con mi daimon, no llevarle mucho la contraria y aprovecharlo al máximo cuando está de buen humor, ocurrente y hacendoso. Si el artículo que estoy intentando escribir no acaba de cuajar, mejor comenzarlo de nuevo mañana. Por eso mismo intento escribirlo bastante antes del día de la entrega.
¡Qué tiempos aquellos en que si te despertabas a las cuatro de la mañana era para ir al váter con los jos cerrados y sin abrirlos volvías a la cama y recuperabas el sueño instantáneamente! Ahora, si me despierto, sean las las tres, las cuatro o las cinco, me desvelo y ya no vuelvo a reconciliar el sueño y lo peor es que tampoco aguanto quedarme en la cama, así que me levanto, bebo agua, me voy a mi estudio, abro un libro, escribo algo, miro por la ventana, ordeno papeles, vuelvo a coger el libro, respondo algún mail, pienso en esto o en aquello, de repente me acuerdo de algo que tenía que haber hecho y se me ha pasado, miro la agenda de los próximos días, cierrro los ojos y pienso en cómo acabar el artículo que tengo comenzado... y, finalmente, se hace de día y llega la hora de ir a desayunar al Petit Café.
Me entrevista un periodista interesado por mi reciente viaje por Hornachuelos y Sierra Morena. Está escribiendo un reportaje sobre lo que él llama "turismo espiritual", que cree que va en alza, y alguien le ha hablado de mí.
Yo me quedo con el turismo acontecimental de la vida. ¡Hay que ver qué manera tan caprichosa tenen las cosas de emparejarse! Ahora, además, con las redes sociales, no tenemos manera de saber qué repercusiones tendrá algo que escribimos sin otras pretensiones que las de dar rienda suelta a nuestra indiscreción. Al periodista le he contado que el mío era, en todo caso, un turismo sereno.
Criticaba Bernardo de Chartres a Pedro Abelardo -el de Eloísa- por ser un hombre diferente de sí mismo (homo sibi dissimilis), pero a mi me parece un lujo poder disfrutar de mi disimilitud serena contigo mismo por unos días.
Ayer volvió a irse mi mujer a Pamplona y para hacer más liviana su ausencia organicé una cena filosófica en casa. Los invitados: Miquel Seguró Mendlewicz y Núria Oliveres. Menú: ensalada de tomates con espárragos, anchoas y aguacate y merluza a la vizcaína. Vino blanco de Rueda y, para los postres (exquisiteces de la pastilería Miquel), "dolç de Mataró". Hablamos de ausencias irreparables, de lo que acompañan esas ausencias y, por supuesto, de filosofía judía, de cómo todo comienza en Cohen y de Los confines de la razón, último libro de Miquel.
Les comenté que, si todo va bien, en pocos días cuatro locos inspirados por la fortuna (que es aquello que hay conquistar, según nos aconseja Maquiavelo) pondremos en marcha una nueva editorial. Les mantendré informados.
Esta mañana conversación con Jean-Michel Kantor. Hablamos de místicos matemáticos rusos y de una cosa que nos traemos entremanos con los Mercader. Por cierto: la edición rusa de El cielo prometido va para adelante. Me he compromtido a escribir un epílogo.
Las moscas, insoportables, deben barruntar también la inconveniencia de septiembre.
"Uno de los tres protagonistas, Joaquín Bonhome, ha ahorrado algo, siéndolo todo: minero, sargento de infantería, maquillador, viajante de productos farmacéuticos, camelot du roi, empleado de La Banque du Midi, contrabandista, recaudador de contribuciones, guardia municipal de Arcachon. Casa, casi viejo, con Menchu Aguirrezabala. Es ella mujer 'muy bruta, con su ojo de cristal que manaba una agüilla amarillita pegajosa como si todavía destilara del ojo de carne que perdiera en Burdeos, cuando la gripe, del gope que le pegara su hermano Fermín, el transformista'. Quien tuerta la dejó, 'no era ninguna hiena', a pesar del incidente. Fermín imita estrellas en el musette, de Burdeos; bebe vodka, 'esa bebida que se hace con cerillas', canta L'amour et le printemps y se depila las cejas. Su casero lo cree grilla; su cuñado, 'poco hombre para hombre, y muy delgado para mujer'. A poco de casado, cae Joaquín bajo un tren, a la salida de Bayona, y se deja una pierna en la vía. Él jura y perjura que su mujer lo empujó. Ella afirma que lo tumbó el vino que llevaba en el cuerpo. Anda desde entonces con pata de palo, que aun sangra resina. Un día disputan Menchu y Joaquín, en presencia del cuñado. Exasperado, el cojo apóyase en los respaldos de un par de sillas y cocea su cónyuge. 'Menchu se fue, de la patada, contra la pared... Se debó de meter algún gancho por el ojo de cristal... Quién sabe si se le habría atragantado en la garganta... A Joaquín, con el susto que se llevó con la pirueta de su mujer, se conoce que se le escurrió la silla, que perdió pie; el caso es que fue de espaldas y se desnucó'. Fermín, el transformista, huye aterrado. En el descansillo se cruza con unas vecinas. En la calle, a poco, lo detienen gendarmes. Convicto de doble crimen, languidece en la Guayana. La Guayana está infectada de malaria. Sentado en su baúl, ve pasar horas, días, semanas, meses. Al año no llega. En Toulouse el señor comisario se frota las manos. Si pudiese, dice, encerraba a todos los transformistas, como medida de precaución".
Así resume Carlos Rojas el cuento de Cela titulado El misterioso asesinato de la rue Blanchard, que no he leído,y me parece que ha resumido a Cela y a todo su mundo literario.
Algo que comparten Los fusilamientos del 3 de mayo, de Goya, y el Guernica, de Picasso: La ausencia de sangre. Me acabo de dar cuenta. Es la ausencia de sangre lo que realza su dramatismo.
Creo que era Lacan quien decía que lo que hacemos sabe muy bien quiénes somos. Se le olvidó añadir que intentamos por todos los medios desacreditar su saber para creernos a la altura de lo que pensamos ser.
"La reina lo alimenta con cucharaditas de leche y rocío".
- Carlos Rojas, describiendo los últimos días de Carlos II, el Hechizado, en Diálogos para otra España.
¿Quién fue el escritos frances que se preguntó mirando a las Meninas dónde estaba el cuadro?
IVEsto sublime de Cadalso: “Nadie es infeliz si puede hacer a otro dichoso”.
I
Hay en España autores que si los citas nombrándolos, te hunden; pero si los citas sin nombrarlos, te hacen quedar muy bien.
II
Imaginemos por un momento que vuelven a la vida todos los muertos de nuestra guerra civil. Sospecho que más de uno, mirando la España actual, se preguntaría si por esto dio la vida. Ahora bien, eso no necesariamente hablaría mal de la España actual.
III
La humildad es el conocimiento preciso de uno mismo.
IV
Soy un mal cristiano al que le gusta la proximidad con los buenos cristianos. A su lado siento algo que creo que podría parecerse a lo que sentían los humanos de Tolkien ante los elfos en retirada.
V
Anécdota hallada en uno de esos autores a los que no hay que leer:
- ¿Tiene usted carne de oso? -le preguntó Alejandro Dumas, padre, a un posadero de Martigny.
- No señor, no -respondió éste.
Unos días después un viajero se presenta ante el posadero:
- ¿No es aquí donde se come carne de oso?
Poco después otro viajero hace la misma pregunta.
Y otro, y otro..,
Finalmente el posadero pregunta a qué se debe tanto interés por la carne de oso.
- Porque es aquí donde Dumas la ha comido.
-¿Dumas?
-¡Claro que sí!
- No conozco a ese señor.
La historia se extiende por Suiza y finalmente un amigo le pregunta a Dumas:
- ¿Qué hay de cierto sobre tu filete de oso?
- Pues mucho y poco. Tres días antes de mi paso por Martigny un hombre atacó a un oso y lo hirió de muerte, pero el oso tuvo todavía fuerza para matar al hombre y le devoró una parte de la cabeza. Yo me he limitado a dar carácter escénico al suceso.
Ayer me dieron las doce de la noche en medio de una videoconferencia con Colombia y hoy me despediré del día hablando telemáticamente con los profesores del magnífico Colegio Madrid de la Ciudad de México, fundado en el exilio por miembros de la ILE. Han sido estos últimos los que han conseguido que se presentara en mi casa a primera hora de la mañana un empleado de Iberflora con un centro de mesa formado por varias macetas de plantas de interior, cosa que les agradezco muchísimo. Ha sido una maravillosa sorpresa. Haré lo posible porque las plantas me duren mucho tiempo.
Pensaba después de comer que si, de repente, se me presentara un genio todopoderoso para decirme que me permitía regresar a la edad que quisiera de mi biografía, lo intentaría convencer de que, en vez de un regalo tan desmesurado, me arreglase un poco las rodillas, el oído, la vista y algunos desconchados más. Pero si se pusiera tremendo y me dijera que o un regreso al pasado o nada, elegiría quedarme como estoy. Que me dejase tal cual, tranquilo, con mi mujer, mis hijos, mis nietos, mis libros y mi casa. De hecho, hoy quería mi mujer invitarme a comer a un buen restaurante, pero yo tenía aspiraciones muy superiores: la de comer los dos sencillamente en casa una comida frugal.
Nueva entrega de mi "soliloquio" en el Tribú.
Eas un ejercicio divertido este de dejarse llevar por el capricho y ordenarlo alfabéticamente.
En El Subjetivo: Los límites en los tiempos del giro afectivo.
Mi colaboración quincenal en el Tribú.
A quienes os sorprende mi colaboración en catalán en una revista digital catalana, quizás os interese saber también que, además, lo hago a gusto y gratis.
Vuelvo a casa después de pasar 8 días por las mágicas tierras de Hornachuelos (Córdoba), caminando con una mochila a la espalda. Llegué a Hornachuelos (AVE más autobús) el viernes pasado. De allí me fui a pasar cuatro días al monasterio trapense de Santa María de las Escalonias (9km ida y 10 km vuelta). El martes me instalé en un hostal de la plaza de Hornachuelos. El miércoles me fui caminando por la orilla derecha del río Bembézar hasta el antiguo convento de los Ángeles (16km) y el jueves, a San Calixto, donde estuvo el monasterio de El Tardón (36km).
Ya les pondré alguna foto.
Sí, ya sé que tengo casi abandonado este diario, pero, pero yo no tengo la culpa de que el día tenga solo 24 horas. Intentaré recuperar el hilo en cuanto pueda. Hoy paso por aquí para deciros lo obvio: que la noche de san Juan sigue siendo una anoche mágica y las mañanicas de san Juan son unas mañanas diferentes:
https://youtu.be/l7YSbq7nZnIOs dejo mi último artículo en el Subjetivo: Vindicación de Mary Wollstonecraft.
Me acaba de llegar una oferta de una importante editorial rusa para publicar mi libro sobre los Mercader en su país. Por supuesto, aunque la oferta no me permitirá comprarme un atolón en los Mares del Sur, he dicho inmediatamente que sí. Este libro debe, sobre todo, leerse en ruso. Celebro, de nuevo, el azar amigo y la amistad. Gracias, querido Vladimir Kardaíl por tu generosidad al traducir el libro.
¡Estamos de enhorabuena, querida B.!
Dos días sin mar. Así no hay manera de encadenarme a una rutina. Ha cambiado el tiempo. En el mar hay mar de fondo; en el cielo, nubes grises que amenazan lluvia; en el aire, un viento lento y espeso que parece respirado por millones de bocas y en la tierra... trabajo. Hoy, sin ir más lejos, por la mañana he tenido una entrevista en directo con Canal Sur y por la tarde una videoconferencia para el canal Puro Vicio de Guillermo Mas Arellano.
Además, he decidido que me tengo que llevar el esquema de un libro nuevo al monasterio de Hornachuelos y ando trabajando en él intensamente. Me temo que el esquema no tendrá menos de cien págnas. Su título provisional es Sostener el mundo. A los estraussianos y, sobre todo, a los lectores de Emil Fackenheim no hace falta explicarles de qué va. Quiero tomarme en serio la crisis del humanismo, que me parece evidente. La razón de esta crisis es que, como comentábamos aquí hace unos días, el hombre se ha cansado de sí mismo. O sea: el humanismo lleva una cornada grave. En lo que llevamos de siglo XXI hay mucha lágrima derramada por el humanismo, hay mucho libro criticando el antropocentrismo en cualquiera de sus manfestaciones, hay una puesta en cuestión creciente de categorías centrales del humanismo (hombre, yo, libertad, responsabilidad, fidelidad...) y poco análisis desde el humanismo sobre por qué sigue siendo necesario defender lo humano.
No hay manera de anticipar la repercusión que tendrá algo que estoy escribiendo. A veces tengo la clara sensación de que el artículo que firmo es interesante y que será celebrado como tal al meno por mis amigos y, sin embargo, pasa completamente desapercibido; otras veces escribo artículos de compromiso con la intención de quitármelos de encima lo antes posible para que no estorben en mis proyectos, y tienen un eco inesperado.
El artículo para El Debate de Hoy no fue, desde luego que no, fruto de un compromiso, sino de una pertición de una persona a la que admiro y aprecio y a la que me complacía satifacer escribiendo algo corto en forma casi aforística, porque, como tengo bien comprobado, es la literatura que mejor se recibe en las redes sociales. No creía estar diciendo nada especialmente inteligente o relevante, aunque sí intentaba que fuera, al menos, interesante, y, sin embargo, ha tenido una repercusión fenomenal que me ha dejado un poco perplejo porque me ha empujado a preguntarme si acaso mis lectores me conocen, para bien y para mal, mejor de lo que creo conocerme yo a mí mismo.
Lo mejor de ir a Madrid son las sorpresas que te depara esa ciudad inabarcable. Es imposible volver a casa sin algún nombre nuevo en la agenda o sin haber, por fin, conocido en persona a alguien al que sigue con interés en las redes. Entre los nombres que me traje esta vez de vuelta, está el de Pablo Velasco, director de El Debate de Hoy. Sabía que le había intrigado la diferencia que establecía yo entre la moral del apetito y la moral de la náusea en el artículo de Claves que escribí sobre la familia. Lo que no sospechaba es que me lo encontraría en Extremo Centro. Al acabar la grabación del programa, Pablo me pidió un pequeño artículo para El Debate de Hoy en el que explicase esta difereencia. El resultado es esta Respuesta a la pregunta: "¿Qués es la moral del apetito?".
Sigo con mis baños marinos. Desde el domingo, doble sesión, matutina y vespertina. Poco a poco voy poniéndome en forma... o, siendo más realista, desentumeciéndome. Hay algo entrañable en volver notar como tuyas partes de tu cuerpo que desde hace tiempo estaban en silencio, especialmente múculos de la espalda, que ahora sé que tenía.
Dos entrevistas. Por la mañana sobre La mermelada sentimental para un programa de radio y por la tarde, un poco sobre todo con un grupo de cordialess chilenos. Este último año he establecido sin salir de casa más contacto con hispanoamérica que en toda mi vida anterior.
Ando enfangado en un artículo largo que tengo que acabar ya y, sin embargo, se me resiste. No acabo de hacerlo mío. Es el tono, demasiado frío. A veces cuando esto ocurre, lo mejor es romperlo todo y recomenzar a partir de una nueva primera frase inicial. ¡Qué poder, el de las primeras palabras! Pero esto es más fácil de hacer con un artículo de 1.000 palabras que con uno de 10.000.
Hemos entrado de lleno en el verano. Mucho calor de día, cervezas heladas en el frigorífico, mal dormir de noche y siestas inevitables tras la comida.
Sigo dándole vueltas a la serenidad.
Serenidad: no tener nada que esconder bajo las alfombras del alma.
Serenidad: Asistir de manera complaciente al encaje armonioso de las cosas.
Añado (14:00): Un ocuparse sin inquietarse.
9:50. Me acabo de dar el segundo baño del año. Poca gente en la playa, agua transparente, mar calmado, cielo apacible, un poco más en forma.
Hay días a los que redime un plato sencillo que sale perfecto, hoy, por ejemplo, un pollo al ajillo. Reconozco que en la cocina (y no digo que sólo en ella) soy un narcisista de mucho cuidado. Disfruto cuando veo a los míos untando pan en la salsa con cara de satisfacción y un ligero apunte de gula en los ojos, o cuando apuran el último trocito que se ha quedado en la cazuela. Resulta que la felicidad puede ser esto: ver desaparecer lo que con cariño y tiempo has cocinado.
Después por la tarde, nos hemos hecho 12 km por las laderas de la sierra de Sant Mateu. Hemos salido a las 6, y aún pegaba el sol con contundencia, pero hacia las 8, a medida que iba bajando, se resaltaban las formas y matices del bosque; una brisa reconfortante llegaba del mar y en las sendas emboscadas, las luces y las sombras creaban escenarios mágicos y frágiles. El esplendor dura poco, pero merece la pena volver a casa con los ojos empapados de su efímera belleza.
Esta mañana el recepcionista del hotel Victoria me ha pedido disculpas, con cara compungida, por el escándalo de la noche. Yo no sabía de qué me estaba hablando.
- ¿No ha oído nada?
- ¡Nada!
- ¡Pues no sabe cómo me alegro, porque ha tenido que venir hasta la policía!
Resulta que ha habido gritos contundentes, carreras y persecuciones, portazos y lanzamientos de objetos, peleas cuerpo a cuerpo... y yo, por lo visto, he sido el único -no ya del hotel, sino de la calle- que no se ha enterado absolutamente de nada, quizás porque ayer apenas tuve fuerzas para desnudarme y meterme en la cama, tan rendido estaba.
Han sido tres días en Madrid en los que he vuelto a encontrarme con la intensidad y la cordialidad de siempre. Llegué el martes por la tarde y a las 19:30 tuvo lugar la presentación de La mermelada sentimental en la sede de la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno. No la olvidaré facilmente. "¡No al algoritmo!" gritó alguien". La cena posterior también perdurará en mi memoria. Me llevaron a una tortillería donde, entre otras muchas especialidades, probé -con generosidad- la tortilla de callos. Y después una monumental torrija que era una auténtica obra de arte. El miércoles, por la mañana, estuve atendiendo a periodistas. A primera hora de la tarde recibí una invitación de Pedro Herrero y Jorge San Miguel para participar en un debate en Extremo Centro al que irían también Pablo Velasco y Liz Duval. Tema: el nuevo desorden amoroso (que tiene más desorden gimnástico que de nuevo o de amoroso, pero esa es otra cuestión). A las 19:00, entrevista con una ingeniera con vocación pedagógica. A las 19:30 me reunía con un grupo de jóvenes excelentes tanto por su formación como por su actitud, para comentar su previa lectura de La abolición del hombre, de C.S. Lewis. Terminamos cerca de las 10. Entonces me di cuenta de lo derrengado que estaba. A pesar de todo, decidí, porque el espectáculo transeunte de la noche madrileña lo merecía, ir andando hasta mi lejando hotel. Piqué un par de cosas en un bar y me entregué a los brazos de Morfeo.
Mi Subjetivo de hoy, que se titula Sostener el Mundo, recoge las ideas que fui soltando al aire en la presentación de La mermelada sentimental.
B. está en su casa. Me pregunto cómo le habrá ido el reencuentro con su cotidianeidad hogareña.
La primera, mi nueva entrega en El Tribú. Voy avanzando poco a poco en mi peculiar diccionario filosófico. Ahora me detengo en el amor.
La segunda, la entrevista que me hace Ignacio Peyró sobre La mermelada sentimental.
Los interesados en asistir a la presentación del libro La mermelada sentimental han de inscribirse en la