De la misma manera que hay grandes artistas, genios, del arte, de la pintura o la escultura, o el cine y la música, también existen grandes genios de la vida buena. Aunque quizás éstos, a menudo, no sean muy famosos (¡al contrario!)
Nos debemos empeñar en desarrollar este arte, porque en ello nos va la vida, la dignidad, el ser en plenitud persona y humano, y hasta una dosis de razonable felicidad. Pero forma parte de este arte, saber las destrezas y los conocimientos con los que uno dispone de principio. Si uno no quiere desanimarse pronto en este empeño, debe aceptar humilde, modesta y sensatamente, sus condiciones de partida.
Los modelos ideales no están cerca, los valores (en los que se nos pretende educar) no son fácilmente realizables. De entrada no vamos a hacer una obra maestra, ni de casualidad. Los modelos y valores marcan un camino, una ruta, y lo importante al principio es ponerse en camino. La imposición de un gran valor o un gran modelo puede perturbar nuestro sentido común y nuestra comprensión justa de (nosotros en) la realidad, y volverse un obstáculo o algo que nos ciega.
Por otra parte, no está de más recordar que la ética es filosofía primera, tal como ha dicho algún filósofo. De qué me sirve tener grandes conocimientos y poderes si no los encarno en una vida buena, justa, honesta… Esta ética tiene una dimensión interna y externa a la vez. Si mi disposición interna es la correcta, acierto actuando afuera. Adentro de mí y afuera con los otros.
Comprender el afuera y comprender el adentro, desde el sentido común y con equilibrio. Es tan fácil imaginar todo esto cuando creemos que no somos sino máquinas interconectadas… ¡Qué va! Están las energías: deseos, emociones, sentimientos… que nos traen y nos llevan, en este adentro-afuera, con fuerza, a empujones, sin darnos casi tiempo.
Realmente no somos artistas aprendiendo en un tranquilo estudio, en una salita confortable, sino artistas callejeros, bailando bajo los soportales, soportando las inclemencias de tiempo.