Autor: Miquel LLorente. Publicat a Investigación y ciencia 18/09/2014
Vivimos en la era de las emociones! Por suerte, cada vez más nos preocupamos por mejorar nuestra calidad de vida, nuestras experiencias y vivencias personales. Buscamos saber gestionarlas y mejorar nuestro estado de ánimo y el de aquellos que nos rodean. Libros, cursos, seminarios, terapias y congresos sobre las emociones surgen por doquier. Obviamente, el ser humano es un ser puramente emocional. Pero, ¿acaso nuestras emociones son singulares?
Inteligencia emocional, gestión emocional, educación emocional, crecimiento personal, autoayuda, empatía... estos y muchos otros conceptos están a la orden del día y conviven cada vez más junto a nosotros. Pero, ¿alguna vez nos hemos preguntado qué son realmente las emociones, para qué sirven y cuál es su función biológica? ¿Cuál es su origen? O aún más: ¿son las experiencias emocionales de los animales similares a las de los humanos?
Estas y otras preguntas son de interés no sólo para la Psicología (Evolucionista) sino para otras disciplinas científicas como la Primatología o la Etología. Las emociones humanas han evolucionado a partir de mecanismos básicos que proveen a los animales la capacidad de evitar el castigo o buscar las recompensas. Han proporcionado una mayor adaptación al medio, una mayor capacidad de supervivencia (Panksepp, 1998). Tienen incluso una dimensión social (Špinka, 2012). Como tal, partiendo de estos principios, entender las emociones en el contexto de la selección natural puede ayudarnos a entender el papel que han desempeñado en el transcurso de nuestra propia evolución como especie.
En las últimas dos décadas los estudios comparados con animales no humanos han aumentado a una velocidad vertiginosa. Las pruebas de similitudes emocionales entre primates humanos y no humanos no sólo han quedado fundamentadas sino que además se trasladan a otras especies de mamíferos: ratas (Bartal, Decety, & Mason, 2011), ovejas (Erhard, Boissy, Rae, & Rhind, 2004), cerdos (Reimert, Bolhuis, Kemp, & Rodenburg, 2013), perros (Haidt, 2001), elefantes (Byrne et al., 2008)... la lista es cada vez más extensa. En parte, no debe sorprendernos, sobre todo en el caso de los primates. Compartimos con ellos una historia evolutiva de más de 60 millones de años. Humanos y grandes simios, disponemos de una fisiología, genética y etología enormemente similar. Por tanto, ¿por qué nuestros procesos emocionales no podrían ser también similares?
Aun aceptando este supuesto, las voces que defienden la singularidad cognitiva y emocional del ser humano son numerosas. Sin embargo, tanto a nivel cognitivo como a nivel emocional, las pruebas de complejidad y similitud existentes entre humanos y simios son cada vez mayores. Capacidades —hasta hace bien poco solamente humanas— como la empatía, el altruismo, el consuelo, la compasión, y en general la prosocialidad están siendo documentadas en chimpancés, bonobos y diversas especies de monos (Koski & Sterck, 2010; Palagi, Dall'Olio, Demuru, & Stanyon, 2014). Las bases neurobiológicas y cognitivas, conductuales y fisiológicas de estas emociones sociales complejas tienen un enorme paralelismo que debe hacernos preguntar un sinfín de cuestiones.
Es probable que ellos sientan de la misma manera en la que nosotros lo hacemos. O dicho en la dirección correcta: es posible que nosotros tengamos unas experiencias emocionales similares a las de los simios. Por tanto ¿por qué es importante estudiar y entender la vida emocional de los primates no humanos? La respuesta es clara: tan sólo comparándonos con aquellas especies más cercanas a nosotros obtenemos el contexto filogenético de nuestro proceso de hominización conductual —y en este caso— de hominización emocional. Este conocimiento no sólo puede repercutir de manera positiva para fomentar una mejor educación y salud emocional en el ser humano, sino también para sensibilizarnos acerca del uso y del trato que damos a los animales no humanos. Bienestar emocional en humanos y no humanos no tiene por qué ser tan diferente.
Bibliografia
Bartal, I. B.-A., Decety, J., & Mason, P. (2011). Empathy and Pro-Social Behavior in Rats. Science, 334(6061), 1427-1430.
Byrne, R., Lee, P. C., Njiraini, N., Poole, J. H., Sayialel, K., Sayialel, S., et al. (2008). Do elephants show empathy? Journal of Consciousness Studies, 15(10-11), 10-11.
Erhard, H. W., Boissy, A., Rae, M. T., & Rhind, S. M. (2004). Effects of prenatal undernutrition on emotional reactivity and cognitive flexibility in adult sheep. Behavioural brain research, 151(1), 25-35.
Haidt, J. (2001). The emotional dog and its rational tail: a social intuitionist approach to moral judgment. Psychological review, 108(4), 814.
Koski, S. E., & Sterck, E. H. M. (2010). Empathic chimpanzees: A proposal of the levels of emotional and cognitive processing in chimpanzee empathy. European Journal of Developmental Psychology, 7(1), 38-66.
Palagi, E., Dall'Olio, S., Demuru, E., & Stanyon, R. (2014). Exploring the evolutionary foundations of empathy: consolation in monkeys. Evolution and Human Behavior, 35(4), 341-349.
Panksepp, J. (1998). Affective Neuroscience. The Foundations of Human and Animal Emotions. New York: Oxford University Press.
Reimert, I., Bolhuis, J. E., Kemp, B., & Rodenburg, T. B. (2013). Indicators of positive and negative emotions and emotional contagion in pigs. Physiology & behavior, 109, 42-50.
Špinka, M. (2012). Social dimension of emotions and its implication for animal welfare. Applied Animal Behaviour Science, 138(3), 170-181.