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Un text per recordar al gran filòsof Il·lustrat alemany: Immanuel Kant (1724-1804)en l'aniversari de la seva mort.

Adela CORTINA: LA HERENCIA DE UN FILÓSOFO

El legado de un filósofo se detecta, claro está en la bibliografía que sobre él existe, las traducciones de su obra, los debates celebrados a su cuenta. Pero cuando su influencia es decisiva, se percibe en algo más, en que no se puede prescindir de él para comprendernos a nosotros mismos, para entender nuestro modo de hacer ética, política, economía, ciencia, arte o religión. Y éste es el caso de Kant. El virus de la autonomía, que él introdujo filosóficamente en nuestra cultura, es ya inextirpable. La convicción de que el ser humano es ante todo creador, proactivo; no vasallo, no siervo, no pura reacción ante los hechos, menos aún reaccionario.

Hacer ciencia no es sólo tomar nota de lo que la realidad enseña sino, y sobre todo, diseñarla, construir modelos, soñar utopías científicas, sin más límite que el de la experiencia real o posible.

Vivir éticamente no es conformarse con lo que nos pasa -el hambre, la pobreza, las promesas incumplidas, la mentira como institución–, es decretar lo que debería pasar. Que cada ser humano sea tratado como lo que es, como un fin en sí mismo y no como un simple medio; como lo que no tiene precio sino dignidad. Por eso, el principio supremo de una ética ciudadana tiene un lado limitativo –“no instrumentalizarás” a las personas– y uno positivo –“sí las beneficiarás”–. Sí pondrás a su servicio la política, la economía y cuanto esté a nuestro alcance. Los derechos humanos, el consentimiento informado, las voluntades anticipadas, los límites y los beneficios de las biotecnologías, asientan su base racional en este principio.

Como también el proyecto indeclinable de construir una cosmo-polis, una ciudad universal en que todas las personas se sepan y sientan ciudadanas, como meta de la política y de la educación. Construir comunidades transnacionales, establecer pactos entre ellas, diseñar organismos internacionales, o bien promulgar una Constitución mundial republicana, trabajar, en cualquier caso, en un derecho cosmopolita, son pasos necesarios para evitar el daño siempre indeseable de la guerra, atendiendo al mandato de la razón: “No debe haber guerra, ésa no es la forma en que cada uno debe procurar su derecho”. Son pasos necesarios para construir una paz duradera.

Pero también abrir una esfera pública en cada país y en el nivel mundial, en que las gentes expresen su opinión, se informen, dialoguen y debatan, prosigan la tarea de la Ilustración, den cuerpo al Principio de Publicidad, según el cual no es válida una ley que no resista ser publicada.

¿Y qué decir de la religión? ¿Queda anulada por esta autonomía prometeica, que parece robar el fuego a los dioses? Más bien quien pierde crédito son los dioses que no respetan la dignidad y la igualdad humanas, ni se duelen del sufrimiento. Un dios que humilla a los hombres no es Dios. Sólo lo es el que se cuida de que la injusticia no sea la última palabra de la historia.

Filósofos decisivos en nuestro momento (Rawls, Apel, Habermas, por citar algunos) se dicen kantianos. Otros, que no se dicen, asumen, sin embargo, buena parte de la herencia de Kant, aunque les falte caletre para darle base filosófica. Y es que renunciar a ese legado es renunciar a nuestro modo de ser personas y ciudadanos (mujeres, varones) en el siglo XXI.

Adela CORTINA es catedrática de Ética y Filosofía política en la Universitat de València.
Publicado en EL PAÍS 7 de febrero de 2004

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