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El astrofísico cierra la puerta a la compatibilidad entre ciencia y religión

PATRICIA TUBELLA - Londres
EL PAÍS - Sociedad - 03-09-2010

Dios no fue el creador del Universo, sostiene el astrofísico británico Stephen Hawking en su nuevo libro, que precisamente será publicado una semana antes de la visita del papa Benedicto XVI a Reino Unido. El famoso científico británico argumenta en The Grand Design que el Big Bang, es decir, la gran explosión inicial del universo, fue "una consecuencia inevitable" de las leyes de la física y que el cosmos "se creó de la nada", según extractos del libro publicados por el periódico The Times.

Esta idea de que Dios es redundante en la explicación del origen del Universo es, en cierto modo, una rectificación a las opiniones que el mismo Hawking formuló en Una breve historia del tiempo (1988). Allí donde el científico no veía entonces una incompatibilidad entre la existencia de un Dios creador y la comprensión científica del universo, ahora lo descarta: "Porque existe una ley como la de la gravedad: el universo puede y podría crearse por sí mismo de la nada. La creación espontánea es la razón por la que resulta redundante el papel de un creador". El Big Bang, por tanto, es una consecuencia inevitable de las leyes de la física, razona en su nuevo libro.


The Grand Design, firmado junto con el físico estadounidense Leonard Mlodinow, rebate la hipótesis de Isaac Newton, convencido de que el universo no pudo nacer del caos a partir de las meras leyes de la naturaleza y que tuvo que ser creado por Dios. Hawking ya no ve posible conciliar la causa de la fe con la comprensión científica del Universo. El descubrimiento en 1992 de un planeta en órbita de otra estrella diferente del Sol le ayudó a cuestionar la visión del padre de la física. Considera probable, además, que al igual que otros planetas, existan también otros universos (conocidos en su conjunto como el multiuniverso) en los que no descarta que haya vida. Si la intención de Dios fue la de crear al hombre, esos otros universos no tendrían sentido. Hasta hace apenas un año, el científico de 68 años desempeñaba el mismo cargo que ocupara Newton en la cátedra Lucasiana de Matemáticas de la Universidad de Cambridge. Ahora está jubilado.

El nuevo libro, que aterrizará en las librerías el próximo jueves, explica que la comunidad científica está próxima a elaborar una teoría del todo, un marco que puede ser capaz de explicar las propiedades de la naturaleza aunando las dos grandes teorías de la física contemporánea, que por ahora resultan inconsistentes en niveles fundamentales: la Relatividad General, de Einstein, y la Mecánica Cuántica.

De momento, al menos desde el punto de vista del impacto público y publicitario, es ese descarte de Dios como creador el que ya ha comenzado a suscitar reacciones encontradas. Mientras que el biólogo Richard Dawkins, conocido por sus postulados ateos, acoge con entusiasmo la posición de Hawking, el presidente de la Sociedad Internacional para la Ciencia y la Religión, George Ellis, critica el hecho de que presente ante el público un dilema que él estima falso: elegir entre religión o ciencia.

El gran problema para voces como la de Ellis, estiman varios analistas, es que en cuestiones de religión Hawking siempre adoptó una posición mesurada ("hasta que descifremos la teoría completa del Big Bang debemos tener en cuenta la importancia de Dios", escribió en su día) y eso aporta credibilidad a sus nuevas hipótesis en The Grand Design. No hay que olvidar, sin embargo, que la mente científica de Hawking siempre imperó sobre cualquier otra consideración, como refleja una de sus sentencias: "Hay una diferencia fundamental entre la religión, que se sustenta en la autoridad, y la ciencia, que se basa en la observación y la razón. Esta última ganará, porque funciona".

Hawking sufre una grave enfermedad neurodegenerativa, esclerosis lateral amiotrófica, por la que tiene paralizado prácticamente todo su cuerpo y que exige cuidados médicos constantes.
 

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AGUSTÍ FANCELLI  -  Barcelona

EL PAÍS  -  Cultura - 15-09-2010

El libro Contra la indiferencia (Galaxia Gutenberg) se compone de reflexiones que el escritor, periodista y director del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona Josep Ramoneda (Cervera, 1949), ha elaborado en los últimos seis años. Entiéndase, pues, que algunos de esos materiales han servido antes para una conferencia o una exposición, pero solo ahora han encontrado su lugar ("el lugar") en un libro de ensayo político que toma carácter de manifiesto, incluso de panfleto, pero que también incorpora otros géneros como el aforismo, la crónica literaria o el diccionario.

Todo, menos un libro de recetas. "Es más fácil enfrentarse al mal que defender la bondad", advierte Ramoneda. "La democracia es un artefacto débil para luchar contra el abuso de poder que está en el origen de todo totalitarismo. Yo no canto sus bondades, sino que apelo a defenderla frente a una casta política, económica y mediática que trata de sumirnos en la indiferencia y convertirnos en individuos NIF tres ces, esto es en consumidores, contribuyentes y competidores". El origen del mal actual lo sitúa Ramoneda en la hegemonía neoconservadora que arranca a principios de los ochenta con Thatcher y Reagan y se consolida en la era Bush, al tiempo que la izquierda se queda sin discurso. ¿Qué hacer? Pues, como defendía Verdi, volver a lo antiguo: será un progreso. "La Ilustración creyó firmemente en la condición humana y en la verdad, aunque su ideal condujo luego a desviaciones como el cientifismo. Ahora no se trata de volver a un ideal, sino a un lugar en el que debatir sobre la alienación del consumo, que nos destruye la líbido y no nos deja otra cosa que la pulsión de volver a consumir. Esto es, un lugar en el que posicionarse, por ejemplo, contra la industrialización del miedo que quiere hacernos creer que Al Qaeda es el principal problema del mundo, cuando calculo que debe andar por el puesto número 30". La parte más emotiva del ensayo de Josep Ramoneda se sustancia en un capítulo dedicado a Jorge Semprún, ejemplo de lucha a través de la escritura contra las dos barbaries del siglo XX, el nazismo y el comunismo, ambas hijas descarriadas de la Ilustración. Y aboga, con Claudio Magris, su otro autor de referencia, por una Europa que sea baluarte contra las guerras civiles. Aunque advierte: "Europa está en peligro. Husserl explicó el cansancio europeo en el periodo de entreguerras. Ahora advierto un agotamiento que puede convertirla en un museo exquisito si no la defendemos de males como el multiculturalismo o las identidades excluyentes".
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VICENTE VERDÚ
EL PAÍS  -  Sociedad - 16-10-2010

No he querido atenerme fielmente al contenido del último libro de Vattimo, Adiós a la verdad (Gedisa), con la intención de perorar sin compromisos ajenos (Vattimo se ha hecho cristiano) contra el anacronismo que supone seguir respetando actualmente el antagonismo entre verdad y mentira. Ni todo a lo que llamamos verdadero conserva el sentido de su pasado ni todo lo que denominamos falso llega, en verdad, a serlo.

Para que la verdad sea la Verdad es indispensable una verdad objetiva, el rayo celestial que dicta o el dogma que se impone con contundencia. La Verdad requiere de esta prestancia y solemnidad unívoca. Pero ¿quién puede creer que la univocidad, la fijeza o la solemnidad objetiva forman parte del mundo posmoderno? En este universo, diría también Gianni Vattimo hay interpretaciones de lo que es y no ya revelaciones sonoras del ser; representaciones teatrales (base del marketing) de las cosas y no brillantes apariciones de su esencia.


"Todos mienten y sabemos que mienten" escribí en El estilo del mundo y, dicho esto, la deducción más inmediata podría ser que, por tanto, vivimos en brazos de la mentira. Pero no. Efectivamente, "la mentira" como "la verdad" son conceptos pertenecientes a otro tiempo y se han desvanecido con él. Ni la misma ciencia se fía ahora de sí misma y tanto las teorías de la incertidumbre como de la complejidad hacen ver que el color blanco, seña del bien, y el negro, marca del mal, se han mezclado en una gama que vira desde el gris perla al gris marengo. Sin que ello signifique que la sociedad presente sea "gris", símbolo del aburrimiento.

Este mundo, bullendo sobre creencias diferentes, saltando sobre pensamientos contrapuestos, etnias, sexos y gastronomía de todos los géneros es tan divertido que, como un calidoscopio, cambia según la inclinación del punto de vista. Cambia el ángulo y cambia el objeto que se ve y se juzga.

Mantener la adhesión a una fe, a una figura de hierro, a una fe-rramenta es un decisivo obstáculo para la comunicación con los demás y un tremendo escollo para la democracia del consenso. Porque frente al régimen Absoluto con su nuez de recia verdad, la democracia posmoderna pervive con su corazón puesto en el consenso. ¿Y qué es el consenso? Exactamente un patchwork, una pieza variable a partir de diferentes pesos, colores y texturas.

Pero, además, si el mundo se entremezcla sin demasiadas fracturas internas es gracias al reblandecimiento de sus viejas certidumbres. Una verdad de pedernal chocaría contra otra piedra parecida, pero la convivencia, la cooperación, la colaboración, la traducción es posible gracias a la creciente ductilidad de los materiales. La firme convicción hiere o mata, la Verdad enhiesta hinca banderas. Contrariamente la hibridación crea hijos de todos los tonos.

Así como las máquinas de la modernidad se caracterizaban por la inflexible pesantez de su acero y la correspondiente rigidez de la Verdad contribuía al entendimiento, los artefactos del siglo XXI son ante todo livianos y polivalentes.

La máquina de escribir mecánica guardaba la unívoca alma de la escritura dentro de su armazón pero el ordenador guarda una población de almas y ninguna síntesis definida. A diferencia del robot del siglo XIX que repetía sus movimientos con la pulsión de uno u otro botón, las prestaciones del artefacto contemporáneo proceden de una combinatoria casi infinita que no solo oculta su univocidad sino que responde según las circunstancias y, en ocasiones, presionando dos o tres botones a la vez.

Si lo específico de la Verdad fue antes su identidad incólume y redundante ("yo soy el que soy"), ahora vivimos no solo en un piélago de falacias malolientes, que dirían los pesimistas, sino en un nuevo minestrone que no es ya ni italiano ni argentino, sino "verdaderamente" cualquier cosa de la gastronomía planetaria. Un plato indeterminable del que se alimenta el desorden del mundo y de cuyo metabolismo ha nacido una figura con tal grado de adaptación que en sus depósitos de verdad incluye también mentiras. Mentiras recicladas, mentiras rehogadas si se quiere, pero mentiras al fin y tan sabrosas como las verdades de las que han partido y regresan sin tropiezos.
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