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Luisa del Rosario  / Las Palmas de Gran Canaria

Los seres humanos no somos seres racionales, sino tan solo «potencialmente racionales». La filosofía también puede entenderse como un entrenamiento contra nuestras limitaciones intelectuales

Un tópico pertinaz de la cultura estudiantil española es que la carrera de Filosofía «no tiene salidas», lo que significa que sus conocimientos no tienen apenas valor en el mercado de trabajo. Sin embargo, un reciente artículo de Anders Berg Poulsen titulado Why Future Business Leaders need Philosophy en la revista danesa GRASP (http://grasp.dk/) se hacía eco de un estudio que demostraba que si bien los salarios iniciales de los graduados en Filosofía podrían ser menores que los de aquellos graduados en Empresariales y similares, conforme desarrollaban su carrera profesional los sueldos de los graduados de Filosofía superaban los de marketing, comunicación, contabilidad o económicas. La cuestión es, ¿por qué iba una empresa a querer pagar tanto a los filósofos? La respuesta que da el estudio no por más sencilla es menos paradójica: porque los filósofos son los más capacitados para desmantelar cualquier idea de negocio.

Efectivamente, los filósofos llevan más de veinte siglos cuestionándose para qué sirve su disciplina, hasta el punto de que decretan varias veces al año «la muerte de la Filosofía». Para quien tiene por actividad intelectual echar por tierra una tarea milenaria, resulta demasiado sencillo poner en cuestión un simple modelo de negocio. Es lo que se conoce como «pensamiento crítico».
La premisa en la que se basa el pensamiento crítico tiene un fundamento psicológico: los seres humanos no somos seres racionales, sino tan solo «potencialmente racionales». Alan Garnham y Jane Oakhill (Manual de psicología del pensamiento, Paidós, 1996) afirman que la racionalidad humana es limitada, porque, si bien es indiscutible que el pensamiento humano  está dotado de la capacidad de construir y valorar sistemas lógicos, también lo es que tenemos importantes dificultades para hacerlo. En definitiva, según estos autores, «nuestras capacidades lógicas subyacentes explican nuestras habilidades. Nuestras limitaciones cognitivas explican nuestros problemas».
Desde este punto de vista, puede entenderse la Filosofía como un entrenamiento contra nuestras limitaciones intelectuales. Este entrenamiento descansa, fundamentalmente, en dos pilares.
El primero es que pensar lleva mucho tiempo,  por lo que no es una actividad recomendable para los ambientes en los que triunfa la actitud del aquí-te-pillo-aquí-te-mato.  Así, si uno se pone a pensar inmóvil y concentrado durante cinco horas en el pupitre de su empresa, lo más probable es que le echen. En cambio, si dedica esas cinco horas a hacer actividades frenéticas grita por teléfono, resopla y se mueve a tontas y a locas, lo más probable es que sea elegido empleado del mes. En España, lo fundamental es moverse, aunque no se vaya a ninguna parte.
El segundo pilar es conseguirse una buena teoría de la racionalidad. Como afirma Jürgen Habermas, casi toda la filosofía no trata más que de eso, porque como ya vimos, y en contra de la creencia generalizada: los seres humanos somos más bien tontos por naturaleza. Por suerte, en los últimos tiempos se ha avanzado mucho en lo que se llaman modelos de «lógica informal», es decir, en un modelo de lógica que sirva para andar por casa y que sea útil para resolver problemas cotidianos.
Estos modelos se suelen expresar a través de teorías de la argumentación, una disciplina filosófica que acapara no pocos de los bestsellers filosóficos desde que el inglés Stephen Toulmin (1922-2009) publicara en 1958 Los usos de la argumentación. La misma historia del libro es sorprendente, pues su primera edición pasó sin pena ni gloria entre los filósofos y, sin embargo, fue un éxito de ventas entre profesionales del derecho, el periodismo y otras varias profesiones. El secreto residía en que Toulmin había diseñado un esquema de pensamiento lógico que no dependía de las matemáticas, lo cual facilitaba enormemente las cosas a los profanos.
Pensar correctamente es de aplicación en casi todos los ámbitos de la vida, desde las relaciones personales, en la que las parejas discuten y discuten sobre la «falta de comunicación» sin saber en qué consiste comunicarse, hasta el periodismo, donde con un poco de lógica uno se ahorraría un infortunio como el de La Voz de Galicia que tituló que la caja negra demostraba que el tren iba a 190 kilómetros por hora cuando aún no se había abierto la susodicha caja. Pero donde tal vez pueda ser más urgente este pensamiento «excelente» es en el ámbito de la política, aunque sólo sea para tratar de convencer al ministro Wert de que flaco favor le hace a España reduciendo la Filosofía a su mínima expresión.

http://www.canarias7.es/articulo.cfm?id=308399

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