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FRANCISCO JARAUTA

BABELIA - 28-01-2006
En un reciente ensayo referido al "puzzle naturaleza-cultura", Steven Pinker remitía a 1581, cuando Richard Mulcaster por primera vez y de manera decisiva en la época moderna instituía el carácter central del binomio naturaleza-cultura, sobre el que hoy en día el debate sigue abierto. Durante una parte del siglo XX, una posición relativamente compartida era la de quienes negaban que la naturaleza humana existiera, de hecho, para afirmar como Ortega y Gasset, entre otros, que "el hombre no tiene naturaleza, sino sólo historia". La doctrina según la cual la mente es una tábula rasa no ha sido sólo una posición esencial del behaviorismo en psicología y del constructivismo social en las ciencias sociales, sino que ha tenido una vasta difusión en la vida intelectual más ampliamente considerada.


Pero si es normal que el debate haya existido desde cuando el hombre comenzó a reflexionar sobre su propia condición, era también inevitable que su enfoque se transformara a partir de los desarrollos contemporáneos de las neurociencias, la genética y las teorías de la evolución. Uno de sus efectos ha sido hacer la doctrina de la tábula rasa insostenible. Nadie puede negar la importancia del aprendizaje y de la cultura en todos los aspectos de la vida humana, pero las ciencias cognitivistas han demostrado que deben existir mecanismos innatos complejos que permitan al aprendizaje y a la cultura ser, en primer lugar, posibles.

Naturaleza y cultura no son alternativos ni excluyentes. El aprendizaje debe realizarse a través de un esquema de circuitos innatos y lo que es innato no es una serie de rígidas instrucciones para un determinado comportamiento, sino más bien programas que absorben informaciones de los sentidos y dan vida a nuevos pensamientos y nuevas acciones. El lenguaje es un caso paradigmático. Una vez adquirida, una lengua no es un elenco rígido de frases, sino un algoritmo combinatorio que hace posible expresar un número infinito de nuevos pensamientos.

Resulta obvio que de las posibles respuestas a la relación naturaleza-cultura se derivan consecuencias que van desde aspectos ontológicos y epistemológicos a otros estrictamente éticos, dependiendo también de dichas respuestas la definición de la diferencia entre animalidad y humanidad. La discusión de toda esta problemática es el objeto central del nuevo estudio de Víctor Gómez Pin. El hombre, un animal singular puede considerarse como una reflexión que reúne de manera abierta y sintética los aportes que las diferentes ciencias, de la paleontología a la biología, han hecho a la explicación de la evolución y que hoy son considerados argumentos básicos para establecer una primera lectura de la diferenciación entre animal y humano. Se trata de una lectura fuertemente polémica que permite al autor reescribir una perspectiva teórica a la que se ha mantenido fiel y que no es otra que la aristotélica, en continuidad de su estudio de tesis El orden aristotélico.

En esta dirección, el autor deja inequívocamente explícita su tesis: es el lenguaje humano el verdadero rasgo distintivo para la singularización de la especie de los hombres con respecto al resto de los animales. Tesis que hace suya la evidencia de quienes defienden que el lenguaje es el resultado de un número de presiones evolutivas en combinación con afortunadas mutaciones, abriendo así caminos a formas más sofisticadas de raciocinio y creatividad, permitiendo a los seres humanos una comunicación específica. Dar cuenta de los procesos definitivos que constituyen la base de esta diferenciación radical sigue siendo hoy algo más complejo y posiblemente los defensores de la reducción de la distancia animal-hombre vuelven a apoyarse en esta misma dificultad. Pero lo que queda claro es que fue dicha diferencia la que inauguró una historia que se concreta en las formas de la cultura, del arte y, en definitiva, de la misma condición humana. Habría que volver a pensar la cuestión central que desde Aristóteles a Kant funda la irreductible dignidad humana en su condición de ser de lenguaje y de razón, y definiéndolo como ser libre. Cuestiones que configuran el puerto de este apasionado y nada neutral viaje de preguntas y dificultades que el autor plantea con una admirable tensión intelectual.

 

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