Pierre Riffard analiza y compara la peripecia vital de los grandes pensadores
ÓSCAR CABALLERO - 19/08/2004 La Vanguardia
París
Ramon Llull dio pruebas, allá por el siglo XIII, de su amor a la sabiduría y al pensamiento. Pero, aparte del amor a la sabiduría, ¿cómo iba de amores carnales? Porque es sabido –o sabemos ahora– que los filósofos se casan menos que los miembros de otros gremios. En efecto, abundan entre ellos los solterones: Platón, Plotino, Descartes, Pascal, Spinoza, Locke, Leibniz, Voltaire, Kant, Schopenhauer (no en vano calificado como “el más misógino”), Kierkegaard, Wittgenstein... Claro que otros, como Aristóteles, Maimónides, Thomas More o Hannah Arendt, se casaron dos veces. Y Lévi-Strauss, tres. Y Bertrand Russell le sacó libro a sus cuatro matrimonios. Estos y otros muchos datos se recogen en Les philosophes: vie intime (PUF), un reciente libro de Pierre Riffard donde este autor se adentra en la prensa rosa de la filosofía, desde que el primer hombre pensó que pensar es oficio (Tales de Mileto, 585 a.C.; primer filósofo capitalista, por otra parte: poseía el monopolio de prensas de aceite).
99% DE VARONES. Los chismosos del pensamiento descubrirán en el mencionado libro que la filosofía es una carrera. No la del filósofo Francis Bacon, claro, que además fue diputado, sir, fiscal, juez, ministro de Justicia, gran canciller y conde. Descubrirán la carrera filosófica y sus curiosas estadísticas. Por ejemplo, que los filósofos suelen ser varones (99%) y comunicar su saber mediante libros (98%), escritos en la lengua predominante (91%), mientras están solteros (70%). El filósofo es, por otra parte, mayormente huérfano: 69% de los casos. Y expatriado: el 54% pensó fuera de su país. Un filósofo puede ser feo (“el que más, Sócrates”, según Riffard), pero nunca loco. Y llegar a rico. ¿Creso? No: Séneca, con sus 400 millones de sestercios.
Riffard estableció su Guinnes de los récords y sus escalafones particulares. No hubo nadie más consensual que Leibniz: “Ecléctico, conciliador, diplomático”. También fue el más precoz –17 años– y el más inventivo: innovó en filosofía, creó en matemáticas –fue el “más matemático”, con Descartes y Pascal–, construyó máquinas... Y prolífico: dejó 200.000 páginas manuscritas –incluidas 16.000 cartas– en la biblioteca de Hannover. Claro que Voltaire legó a 18.000 cartas. Y Husserl, con treinta volúmenes editados, guardaba 45.000 páginas en casa.
MARCO AURELIO, EL PODER. Si “el más poderoso, desde un punto de vista político”, fue Marco Aurelio (emperador de 161 a 180) o Petrus Hispanus (papa Juan XXI, de 1276 a 1277), el más temido habría sido Bernard de Clairvaux, padre del Císter (1090-1153). Parece que tenía fácil el dedo de señalar herejes. En cambio, Giordano Bruno fue sufridor: ocho años de cárcel, tortura y a la pira en 1600. (Anáxagoras, 20 siglos atrás, inauguró la nómina de condenados por impíos).
Según Riffard, los textos de Aristóteles y Heidegger son los más difíciles de leer. Y acaso Nietzche –“el filósofo más presente en internet”– y Platón sean de fácil lectura (Platón es el más editado). Y si Montaigne es “el más plagiario”, Pico de la Mirandola podía copiar en toscano, latín, griego, árabe, hebreo y arameo. Pero el gran políglota fue Spinoza: hablaba portugués, castellano, hebreo, holandés, latín, francés e italiano.
EPICTETO, EL HUMILDE. John Stuart Mill fue el filósofo más feminista (“para su época”); el más distinguido en vida, Bergson: Academia de Ciencias y Academia de Francia, primer filósofo premio Nobel (literatura)... Epicteto, esclavo liberto, laureado por Riffard como el más humilde, se hubiera ruborizado. Voltaire (“el más humorístico”) hubiera reído. Y si Marx fue el más pobre, junto con Diógenes, también aparece, según algunos, como el más nocivo: cien millones de víctimas del comunismo según Le livre noir du communisme. Como para justificar el cuadro clínico de Pascal, “el más enfermo: migraña, dolor de estómago, parálisis, neurosis de abandono, melancolía, fobia del vacío...”.
EMPÉDOCLES, EL SUICIDA. Y sigue el palmarés: la primera filósofa fue la mujer de Pitágoras (500 a.C.); el primer agnóstico, el sofista Protágoras; el primer anarquista William Godwin (1793); el primer autor de un libro, Anaximandro (547 a.C.); el primer líder de una escuela, Pitágoras (532 a.C.); el primer depresivo, Heráclito, que no por nada es también el primer racionalista; el primer dogmático –y “primer comunista según los guardianes de la República”–, Platón. ¿Primer existencialista? Kierkegaard. Y Montesquieu, primer francmasón. Pionero del idealismo, Parménides (456 a.C.). Con espléndida zambullida en el Etna (c. 435 a.C.), Empédocles se transformó en el primer filósofo suicida.
EPICURO, AGUA Y PAN. Hay un capítulo titulado La cabeza del filósofo, como se podía esperar. Pero también Los pies del filósofo. Los aspirantes sabrán “aceptar la lengua dominante” y al mismo tiempo “rechazar la religión dominante”. Y a sus amores, sus locuras y sus enfermedades. O a las materias prácticas, como el carnet, el salario, la ropa del filósofo. Y su régimen. El propio Epicurio se conforma con agua y pan. Tal vez porque “buena mesa es compaña; restaurarse sin amigo es propio de león o de lobo”. Kant hacía una comida por día; a Marx le iban las especias; Pitágoras, Plotino, Pascal, Schopenhauer, Buber eran vegetarianos.
MEMORIA Y OBSESIÓN. Pero lo esencial es “el código genético del filósofo: memoria semántica + obsesión metafísica”, según Riffard. Y por supuesto “existo porque pienso”. “Marx disfruta cuando el comunismo, su comunismo, se transforma en fantasma que recorre Europa. Y ¡cómo goza Niestzche cuando se apercibe de que la muerte de Dios proyecta su sombra sobre Europa! El terror es el fondo emotivo del lenguaje filosófico: el filósofo es un aterrorizado que aterroriza. Desestabilizado por el mundo, del que no comprende ni el porqué ni el sentido, el filósofo transmite su espanto con una lengua dura. No es el terror del tirano, sino un terror verbal”.
En otras palabras, “el filósofo duda, pero no vacila, su voz aplasta”. Y Riffard advierte: “El filósofo comercia con ideas como otros con telas. Más aún: el comerciante no es su tela. El filósofo, cuando propone sus ideas se ofrece. Un filósofo no trabaja en un laboratorio ni en la naturaleza, sino sobre sí mismo. Y sabe que si no lo convence, el posible cliente se irá con la competencia. Es decir, con el religioso, con el científico, con el artista”.