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“No somos responsables de nuestra vida”

Tengo 74 años. Me he casado y divorciado dos veces y he tenido dos hijos. Vivo en París. He sido profesor universitario durante 20 años. En el tablero de ajedrez de la política actual no me coloco en ningún sitio. La creencia es una ilusión y un valor débil. No es necesario creer en Dios, si existe, existe. He dado una conferencia en CaixaForum
La Vanguardia
IMA SANCHÍS - 30/04/2004


No sabría decirle si soy filósofo, pensador, metafísico, moralista... He intentado escapar a todo tipo de definiciones.

–Eso es difícil.

–El papel del pensamiento es ir más allá de los hechos. Yo me encuentro en un estadio de premaduración de los acontecimientos.

–¿Nunca se mezcla con lo real?

–Me he visto envuelto en algunos movimientos políticos, como mi militancia contra la guerra de Argelia o el mayo del 68, y después me encontré transpolitizado: pasé a la escritura más conceptual.

–¿De qué tipo de familia viene usted?

–Campesinos. Yo fui el único que estudió.

–¿Quién fue importante en su infancia?

–Nadie. Fui hijo único, bastante retraído. Mis padres estaban fuera de la cultura y mi emancipación fue a través de los libros. Quizás la carencia de una figura importante me marcó, porque la soledad es algo constante en mi vida, siempre hay en mí una especie de santuario cerrado.

–¿Qué sentimiento impregna su santuario?

–Ja, ja... Son preguntas que nunca me planteo, pero sería una exigencia de lucidez, no ceder a ningún tipo de chantaje u obligación. Pero nunca son sentimientos que tengan que ver con la compasión. Yo soy incapaz de ser desgraciado.

–¿Sentirse desgraciado es una capacidad?

–Si no hay compasión no hay desgracia. La desgracia está vinculada con la compasión hacia uno mismo y yo me niego. Si acaso, hay en mí un tipo de melancolía vinculada a esa distancia y soledad que me caracterizan. Pero la melancolía no siempre es dramática, puede ser irónica.

–¿Nunca nada le ha derribado?

–Sí, accidentes, experiencias dramáticas amorosas o pasionales. Pero siempre he sido alérgico a la depresión, estoy vacunado.

–¿Está seguro?

–Ahora siento que la depresión podría atraparme. Quizá sea una función de la edad, pero no está vinculada a la situación exterior ni a las relaciones personales, sino a una bajada de intensidad en la situación colectiva. Aunque también es cierto que soy muy sensible a la luz. Creo que en el fondo todo es una cuestión de fuente luminosa.

–¿Interior o exterior?

–Hay que mantener una fuente luminosa que puede ser cualquier otro o un acontecimiento excepcional. Para mí, por ejemplo, el 11-S fue una fuente extraordinaria de energía intelectual. Yo no creo en una forma de libertad propia. Hay que ser capaz de transmutar la energía que viene de fuera. Siempre he intentado despersonalizar las cosas.

–¿Eso es posible?

–No garantizo el éxito. En realidad es un desafío, un juego en el que cada uno debe inventarse sus reglas. Puede parecer una idea provocadora, pero también tiene que ver con la lucidez. Mi punto de partida es no tener la ilusión de una voluntad o libertad propias. Siempre estamos en una relación dual.

–¿Entre el mundo y nosotros?

–Sí. Siempre hay que estar en una situación de desafío, incluso con uno mismo y con la propia familia.

–¿Cuál es su utopía?

–El desierto, pero no para escapar, sino para desembarazarme de la cultura y de todos esos impedimentos. Es una forma de libertad no filosófica sino de espacio. En el desierto hay un tipo de acontecimiento, pero en la existencia normal todo está banalizado, por eso hay que crear una distancia radical.

–¿Consigue usted relajarse, no pensar?

–Yo no soy un pensador crónico, me considero un “outsider”. Busco un punto de vista singular y para ello me sitúo en un islote de indiferencia, sin acción, sin ocupación, un exilio interior que puede implicar cierto aburrimiento. Pero se trata de eso, de resistirse a la ocupación perpetua de la vida.

–¿No teme el aislamiento?

–Sí, al que se da sobre todo en la sobreexposición a todo lo que nos rodea. Perdemos nuestra propia sombra porque nos volvemos transparentes, y yo quiero conservar mi sombra. Mi fuente luminosa y mi sombra. Lo que más temo es perder esa dimensión irónica.

–¿Cómo definiría al ser humano?

–Durante mucho tiempo lo humano ha sido un concepto, un valor, un modelo, y ahora lo estamos transformando en una realidad biológica, un cálculo integral. Y creo que, precisamente, la característica principal de lo humano es su indefinición, su valor trascendente. El ser humano es un desafío.

–¿Una ilusión?

–Sí. Tenemos la ilusión de que somos amos de nuestros actos, pero no creo que seamos responsables de nuestra vida.

–Eso nos llevaría a la amoralidad.

-Sí, sí, o a la inmoralidad. Pienso que vivimos en un doble plano. En uno, según las reglas morales y sociales. El otro depende del destino, de algo ajeno, cosas imprevisibles, sin sentido, y esa realidad es tan insoportable que fabricamos un sentido. Pero yo aconsejo no perder de vista ese nivel sin sentido.

–Pero usted se define como moralista.

–El bien y el mal al final se intercambian. El exceso de bien produce mal y viceversa, es una especie de efecto perverso que anula la línea divisoria entre el bien y el mal.

–Podríamos establecer la frontera en el respeto a la vida.

–La existencia no lo es todo, incluso es la menor de las cosas, es materia prima. Nosotros pensamos que el ser humano está hecho para vivir y ser feliz, pero éste es nuestro sistema de valores. Para otras culturas, la felicidad y el individuo no significan nada. Debemos relativizar nuestra cultura y creencias.

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