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Estrelles activesEstrelles activesEstrelles activesEstrelles activesEstrelles inactives
 

Margarita Puig 09/08/2008 La Vanguardia

El hombre se mueve en una continua batalla interna entre la obligación y la pereza. Constantemente se encuentra con factores culturales, religiosos o éticos que le dictan que sea activo, que se mueva, que produzca. Pero por otra parte existe una pulsión humana que consiste en no pegar golpe.Los biólogos explican que las personas sólo se ponen en marcha cuando tienen un motivo para hacerlo. De hecho hay muestras evidentes de que la actividad está más vinculada a la cultura y a la socialización, mientras que la pereza pertenece a nuestro instinto animal.

La cuestión es que la pereza está mal vista. ¿Pero por qué, si hay científi cos que dicen haber identi-fi cado un gen asociado con ella? Pues para empezar porque desde siempre ha recibido la oposición de la religión católica, que la califi ca como el séptimo de los pecados capitales. A diferencia del tiempo que dedicamos a las actividades que nos apetecen en los ratos libres, la pereza es falta de motivación y de actividad. Es la relajación de la disciplina, esa disciplina que tanto ha intentado inculcar algunas religiones y que también se premia en las sociedades capitalistas. "Estamos en una sociedad en la que sólo se prima el trabajar y producir y consumir, por lo que el hecho de dedicarse a no hacer nada no encaja", explica Amada Santana, neuropsicóloga del ISEP.

La educación y la forma de vida en la mayoría de los países civilizados desembocan en esta necesidad de hacer algo productivo siempre, en gran parte a costa del tiempo de ocio. Pero incluso cuando el ser humano se dedica a actividades ociosas (ocio es el tiempo libre que queda tras el "negocio", palabra que signifi ca trabajo y viene de "no ocio"), suele verse obligado a hacer deporte, culturalizarse o dedicarse a actividades que los demás puedan aprobar. Los hombres, como todos los animales, se mueven o manifi estan actividad cuando ésta les reporta algún benefi cio a cambio, sea físico o intelectual. Por ello se entiende que en situaciones en las que todo se tiene al alcance, la pereza esté más aceptada.

Según las teorías deterministas, muchas veces nuestras ganas de no hacer nada tienen que ver con el clima. Por ello, ni se le exige lo mismo a quien debe vivir a 40 grados todo el año que al que se mueve en un ambiente menos asfi xiante, ni hay que juzgarlo bajo los mismos parámetros. Las imágenes de indios fumando tranquilamente hasta la caída del sol o las de habitantes de zonas cálidas haciendo la siesta cuando el sol calienta con toda su fuerza son casi reprochables en nuestra cultura (salvo en verano, cuando miles de personas se pasan el día tumbadas en la arena), pero son consideradas normales en esos lugares. Del mismo modo, quienes están acostumbrados a los ritmos de vida productivos y frenéticos pueden llegar a considerar que el caribeño que charla en la playa durante una hora es un tipo perezoso. O tacharán de gandules a los marroquíes que pasen largos ratos fumando narguile o bebiendo té en una terraza. "Estas culturas disfrutan de un mejor tiempo de ocio y esta manera de relacionarse no se considera reprochables y por lo tanto no les hace sentir culpables", defi ende Santana.

Quedarse sentado simplemente tomando el aire o estirado en el sofá es algo a veces completamente necesario. Es una forma de desconexión que en principio no aporta nada a quien la practica, pero que está mal vista por ser propia de los vagos. "Un mínimo de pereza es bueno para todos, del mismo modo que la ansiedad también es necesaria en cierta medida", especifi ca Santana. Pero, ¿cuál es el límite? ¿dónde está el nivel bueno de la pereza?

Todo está regulado por el lóbulo frontal del cerebro. De ahí salen las órdenes para que actuemos. No hay que estar todo el tiempo produciendo pero tampoco es imprescindible buscarse una ocupación para no permanecer inactivos en los ratos libres. La pereza nos ayuda y obliga a descansar cuando el cuerpo lo necesita "pero si te convierte en una persona apática, sin motivación para hacer nada, entonces ya es algo patológico". Hay circuitos neuronales que regulan esta predisposición a la actividad o a la apatía y cuando alguien tiene una lesión en el lóbulo frontal, ésta puede afectar al centro de control de su conducta. "La pereza no suele volverse en apatía porque cuando estamos demasiado tiempo sin hacer nada se dispara en nuestra mente una desagradable sensación de aburrimiento que nos devuelve rápidamente a la actividad", apunta esta neuropsicóloga para añadir que "en sí el ser humano, como animal que es, se mueve, se relaciona o se dedica a alguna actividad para buscar una compensación, pero si tal compensación no existe también está justifi cado que en ocasiones no haga nada". Esa es la premisa que muchas veces se olvida y que convierte a las personas en una máquina de actividad frenética incapaz de detenerse a admirar un paisaje o respirar de forma relajada.

Precisamente de ello se quejaba el yerno de Karl Marx, el periodista, médico, teórico político y revolucionario francés Paul Lafargue, en su libro titulado con un contundente Elogio de la pereza.En uno de los últimos párrafos, invitaba a la clase obrera a "forjar una ley que prohibiese a todos los hombres trabajar más de tres horas por día", con lo que "la Tierra, nuestra vieja Tierra, se estremecería de alegría y sentiría surgir en ella un nuevo universo" para exclamar "¡Oh, Pereza, ten piedad de nuestra dilatada miseria! ¡Oh, Pereza, madre de las artes y de las nobles virtudes, sé el bálsamo de las angustias humanas!".

En los mismos parámetros se mueve Margarita Boladeras, catedrática de Filosofía Moral y Política de la Universitat de Barcelona, que recuerda que "en las sociedades que tienen las necesidades primarias cubiertas y en las que no hay sistemas de producción tan brutales como en la nuestra, la pereza, siempre dentro de unos límites que no lleven a la apatía, está mejor vista". La pereza tiene distintas visiones dentro de las distintas culturas, pero en una misma también se ve desde diferentes focos. En este sentido, advierte que "hace tan sólo 200 años había quienes trabajaban sin descanso de una forma realmente brutal, pero también existían los aristócratas, que mostraban auténtica repulsa al trabajo. Ahora, en cambio, superada esa etapa, se cree que trabajar es más justo y que ayuda a ser una mejor persona". Boladeras admite que una dosis justa de pereza, la que no anula la personalidad, es positiva. En efecto, añade, "con la sobreproductividad actual hay quien incluso se plantea los ratos de ocio y de tiempo libre para seguir produciendo, le apetezca o no... y eso hay que planteárselo. Muchos corren todo el tiempo y descuidan su entorno y a sí mismos".

La periodista Alicia Misrahi ha hecho un auténtico elogio de la pereza en libro Adictos a la pereza, editado por Debolsillo en 2005. Desde un punto de vista irónico pero contundente, Misrahi ataca el sentimiento de culpa que nos produce el ser vagos. Advierte que "la culpa no es natural en el hombre, tiene un origen religioso. Las clases poderosas inculcaron este concepto en la mente del pueblo a través de la fe y de las creencias para hacerlo más productivo, obediente y dócil, y ahora hemos adoptado este valor como el más fi el animal de compañía y la transmitimos a nuestros hijos" y recuerda que en tiempos pasados el individuo tenía "permiso para no hacer nada, ya que el mismo ritmo natural de la vida marcaba períodos de inactividad".

La autora invita a la pereza porque está convencida de que "por mucho que actuemos como si la empresa para la que trabajamos fuera nuestra, esto no incrementará nuestros benefi cios, ni tampoco nos ayudará a subir en su organigrama: si eres muy bueno en un puesto, te quedarás en él de por vida". Tampoco cree que ayude a las personas el hecho de intentar ser productivas al máximo. "Si vemos las caras tumefactas, pronunciadas ojeras, arrugas, bolsas en los ojos y expresiones mortecinas de la gente que habita en el metro a las ocho de la mañana, nos daremos cuenta que el trabajo y la actividad demasiado enérgicas o exageradas para los hedonistas perezosos son en realidad los peores enemigos de la salud y el buen humor".

En las antípodas de la tesis defendida por Misrahi, el profesor de psicología de la personalidad, licenciado en Filosofía y doctor en Pedagogía de la Universidad de Navarra, José Benigno Freire, rechaza frontalmente la pereza. La defi ne como el hábito malo de no trabajar, tan presente en las personas de carácter activo como las más inactivas. Y hace una anotación sorprendente al advertir que "hay perezosos que trabajan mucho, de hecho como mínimo tienen que ir ocho horas a la ofi cina para que no les echen", y que "éstos, en su empeño en no hacer un esfuerzo más allá de lo que es lógico, resultan utilísimos en ciertas empresas, especialmente en la burocracia puesto que nunca van a duplicar un trámite". En la opinión de Freire hay que combatir siempre la pereza. "Genera efectos negativos en la persona y grandes difi cultades en las organizaciones. Los perezosos trabajan a saltos, desorganizan el trabajo habitual de los demás. Son peligrosos canales de información negativa para las empresas y suelen echarle la culpa a los demás de su insatisfacción. Se refugian en la imaginación, que siempre resuelve sus problemas", advierte.

UNA DOSIS MODERADA DE PEREZA ES BUENA, SIEMPRE QUE NO SE CONVIERTA EN UNA APATÍA PATOLÓGICA

Descansar demasiado es oxidarse.

SIR WALTER SCOTT. 1832) Novelista, poeta y editor británico

La pereza viaja tan despacio que la pobreza no tarda en alcanzarla

El cansancio ronca sobre los guijarros, en tanto que la pereza halla dura la almohada de pluma

WILLIAM SHAKESPEARE 1616) Escritor y dramaturgo británico

Los perezosos siempre hablan de lo que piensan hacer, de lo que harán; los que de veras hacen algo no tienen tiempo de hablar ni de lo que hacen

JOHANN WOLFGANG GOETHE 1832) Poeta y dramaturgo alemán

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