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Eje transatlántico
La profecía de Fukuyama ponía al día un ya viejo debate entre Leo Strauss y Alexander Kojève

La actuación del gobierno estadounidense frente al terrorismo y la 'exportación'de la democracia y sus consecuencias son algunos de los temas analizados por Fukuyama


JOSEP MARIA RUIZ SIMON - LA VANGUARDIA - 16/02/2005

Corría el año 1989. En París se celebraban los fastos del bicentenario de la Revolución Francesa. En Berlín caía el Muro. Y en EE.UU., Francis Fukuyama, director adjunto de planificación política del Departamento de Estado, publicaba, en The National Interest, un artículo que le convirtió en una celebridad: ¿El fin de la història? Este escrito fue mayoritariamente acogido, y aún suele ser recordado, como una optimista apoteosis triunfal de la democracia liberal y del liberalismo económico que salían vencedores de la guerra fría. Pero se trataba de una interpretación errónea. De hecho, aunque respondía afirmativamente a la pregunta que daba título a su artículo, aunque mantenía que la democracía liberal podía constituir el punto final de la evolución ideológica de la humanidad, su autor no veía demasiados motivos para alegrarse de la confirmación de la llegada del fin de los tiempos. "El fin de la historia -profetizaba melancólico- será una época muy triste". Esta melancólica profecía traducía fielmente los puntos de vista de su selecto club intelectual, el de los audodenominados neoconservadores, que, si no querían tracionarse a sí mismos ni a su común, venerado y difunto maestro Leo Strauss, sólo podían hacer ver en lo que se presumíac omo victoria la amenaza de una catástrofe. Y es que ¿El fin de la historia? era, como luego lo fue El fin de la historia y el útimo hombre, publicado por Fukuyama en 1992, un brillante ejercicio de escolasticismo straussiano y, más concretamente, una puesta al día, con la mirada puesta en los nuevos acontecimientos, de un ya viejo debate entre Leo Strauss y su amigo Alexander Kojève.

Strauss y Kojève se habían conocido en Alemania en 1929 y reencontrado en París en 1933, justo en el momento en que éste último inició sus famosas lecciones sobre la Fenomenología del Espíritu de Hegel a las que asistieron, entre otros, Raymond Aron, Jacques Lacan, Georges Bataille y Merleau-Ponty y cuyos contenidos fueron parcialmente publicados, con notas actualizadoras, en 1947 bajo el título La introducción a la lectura de Hegel. La lectura kojeviana de la Fenomenología, muy influida por Nietzsche, Marx y Heidegger, privilegiaba tres elementos de la obra hegeliana convirtiéndolos en claves hermenéutica de la obra. En primer lugar, la dialéctica entre el amo y el esclavo, interpretada como el motor de la Historia. En segundo lugar, el deseo de reconocimiento, entendido como la gasolina que hacía funcionar este motor. Finalmente, el fin de la historia, pensado como la consumación de aquella dialéctica gracias a la satisfacción subjetiva de este deseo de reconocimento en el Estado universal y homogéneo. En los años 30, Kojève jugaba con la identificación del estalinismo con este Estado universal. Tras la Segunda Guerra Mundial, optó por ver su encarnación en los Estados Unidos y los países de la Comunidad Económica Europea. Según el Kojève de la posguerra, Hegel no sólo había acertado al pensar la historia como un proceso racional guiado por el progresivo reconocimiento de que todos los hombres eran libres e iguales, sino también al fijar su fin en la democracia liberal nacida con la Revolución Francesa. De acuerdo con este nuevo punto de vista, según Kojève, el american way of life, en el que los ciudadanos viven una existencia animal subhumana, sería la forma de vida más genuína de la posthistoria.

Durante más de tres décadas, Strauss y Kojève interpretaron, con la guerra fría como telón de fondo, una disputa intelectual de altos vuelos, y que hay que leer entre líneas, sobre la tesis del fin de la historia, una disputa que se presentaba en público como una novecentista puesta en escena de la vieja querella entre los antiguos y los modernos. Kojève, el hegeliano paladín de la modernidad, defendía desde París la racionalidad de la historia y la llegada de su consumación. Strauss, el partidario del retorno a la filosofía política de la antigüedad, mantenía, desde Chicago, haciendo suyo el rechazo de los clásicos al derecho natural igualitario, que la modernidad, y los ideales de la revolución francesa que la sintetizaban, eran un error. Este debate dejó un interesante rastro escrito del que el epistolario entre los dos autores y, sobre todo, la edición de Sobre la tiranía de Strauss, en la que se incluyen las consideraciones críticas de Kojève y la respuesta de aquél, constituyen las principales muestras. Es precisamente en esta respuesta donde se halla la fuente de la ambigua relación de Fukuyama con el fin de la historia. Tras dar vueltas sobre la tesis kojeviana del fin de la historia y sobre la existencia subhumana que le sería propia, Strauss, reciclando un viejo tema bien grato a los pensadores alemanes de aquella revolución conservadora que, en la preguerra, había sido la suya y que pretendía hacer frente a la decadencia de Ocidente, afirma: "El Estado a través del cual el hombre debería devenir razonablemente satisfecho es el Estado en el que la base de la humanidad humana se hunde o en el que el hombre pierde su humanidad. Es el Estado del ´último hombre´de Nietzsche. (?) Si el Estado universal y homogéneo es el fin de la Historia, la Historia es claramente trágica".

Apesar de su reparto de papeles en la disputa sobre la racionalidad de la Historia, Kojève y Strauss, cuyas coincidencias superaban las divergencias, acabaron estableciendo, junto con Raymond Aron, un curioso eje trasatlántico que explica no pocas cosas sobre la circulación de las ideas entre Estados Unidos y Europa durante la guerra fría. Algunos de los estudiantes predilectos de Strauss (Allan Bloom, Stanley Rosen) realizaban estancias iniciáticas en París junto a Kojève y Aron, y Aron enviaba a algunos de sus discípulos más avantajados (Pierre Manent, Pierre Hassner) a Estados Unidos para que se sumergieran en el naciente neoconservadurismo americano de la mano de Strauss y Bloom. Los frutos de este intercambio se hicieron espectacularmente visibles, ya muertos Strauss y Kojève, en 1989, cuando el historiador aroniano François Furet proclamaba, desde París, que la Revolución Francesa había terminado, mientras Fukuyama recordaba, desde Washington, el fin de la Història, en dos operaciones intelectuales y propagandísticas promovidas y generosamente sufragadas por la John M. Olin Fundation, una fundación neoconservadora, alma mater del straussismo, que estaba dirigida, en aquel momento, por Allan Bloom, discípulo predilecto de Strauss, amigo de Kojève (de quien había editado la traducción inglesa de la Introducción de la lectura de Hegel)y maestro, en la Universidad de Cornell, de Fukuyama.

En 1987, Allan Bloom había publicado su apocalítico El cierre de la mente moderna, tal vez el primer de los best sellers del neoconservadurismo, en el que, inspirándose en Strauss, ofrecía un contundente análisis de la cultura universitaria norteamericana y un pesimista diagnóstico sobre el régimen de los Estados Unidos, al que retrataba como una réplica de la República alemana de Weimar (que desembocó en el III Reich), cada vez más poblada,como ésta, por aquellos autosatisfechos últimos hombres que Nietzsche había descrito como los más despreciables de los seres. La forma nostálgica y ambigua en la que se concreta el discurso de Fukuyama sobre el fin de la història, sus reflexiones sobre la pertinencia de la crítica nietzscheana del Estado universal y homogéneo y sobre la posibilidad de una nueva puesta en marcha del proceso histórico cabe interpretarlas teniendo presente este diagnóstico y sin olvidar las revitalizadoras terapias que, desde entonces, los neoconservadores (entre ellos el propio Fukuyama, uno de los firmantes del Proyecto para el Nuevo Siglo Americano) han prescrito para nuestro decadente mundo. |

 

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