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Henri Peña-Ruiz, profesor de Filosofía y miembro de la comisión Stasi de Francia, diserta sobre el sentido de la laicidad en la escuela

La escuela laica respeta las creencias y promueve la cultura amplia en todos sus aspectos

MERCÈ BELTRAN - 14/06/2004
Barcelona

El laicismo no consiste en cambiar un dominado por un dominante, sino en erradicar el principio de toda dominación en nombre de una opción espiriual. El ideal laicista excluye cualquier jerarquía de entre todas las opciones espirituales”. Quien así se manifiesta es Henri Peña-Ruiz, doctor en Filosofía y escritor, que formó parte de la comisión Stasi, una grupo de reflexión sobre el principio de laicidad en la República Francesa. Peña-Ruiz, descendiente de españoles, habló sobre la Laicidad del Estado y de la escuela en el ciclo Laicidad y escuela pública organizado por el Institut de Ciències de l'Educació de la UAB.

Montserrat Coll, directora general de Afers Religiosos de la Generalitat; el senador Ramon Espasa, y Àngel Merino, responsable de educación de la Diputación de Barcelona, entre otros, siguieron con atención la intensa disertación de más de una hora de este defensor del laicismo. “Laico –dijo– viene de laos, que significa unidad del pueblo. Ser laico significa ser del pueblo. Se llama laico un Estado en el que todos gozan de libertad de conciencia e igualdad de derechos y se rige por una ley común que promueve el interés general y excluye el interés particular”. Quiso dejar claro, de ahí la insistencia, que el laico y, por tanto, la laicidad “no pelea contra la religión”, siempre y cuando la religión sea una creencia, un testimonio espiritual libre que no quiera imponerse a las conciencias.

Para el teórico, que realiza la práctica en sus clases, muchos de los que luchan o se manifiestan en contra de la laicidad olvidan el principio de que la libertad del ciudadano se debe desarrollar dentro de la libertad ética, que es la libre disposición para elegir el tipo de vida que quiere cada uno. “Esa igualdad se vulnera cuando un concordato atribuye a los creyentes determinados privilegios, porque en nombre de la libertad se obtienen beneficios. Eso no es libertad religiosa, como tampoco lo es que exista un curso de religión y no un curso de humanismo ateo”.

Peña-Ruiz recordó que la Constitución española reconoce que ninguna religión tendra carácter estatal, sin embargo, la Carta Magna también señala que la Iglesia católica desempeña un papel importante y que el concordato firmado con el Vaticano “no propicia la igualdad”. “Esa contradicción también la padecemos en Francia, un Estado en el que el laicismo es un principio constitucional y en el que también existen departamentos en los que hay concordato y dispensas. Un régimen laicista en el que hay concordato no es laicista”.

Pese a la contradicción, insistió en que el laicismo “no impide la religión ni prohíbe a los padres que sus hijos la aprendan, pero se tiene que hacer fuera de lo que es común a los ciudadanos”; ergo, fuera de la escuela y en la esfera privada, en casa y en los espacios destinados al culto.

El papel de la escuela es, para el doctor, “entregar a los alumnos instrumentos intelectuales que les permitan pensar por sí mismos”. Quiso dejar claro que “la escuela laica no está luchando contra las creencias, sino contra el modo fanático de entender las creencias”. “La escuela laica promueve una cultura amplia en todos sus aspectos”. Habló de la “posición ética del profesorado” y del papel fundamental que éste tiene tanto al impartir conocimientos como a la hora de mantenerse alerta para no juzgar creencias. “Su función es la de liberar conciencias, dar fundamentos para una propia libertad de juicio”.

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