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Bertrand Russell i l'educació a Principios de reconstrucción social

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El éxito en producir la disciplina mental es el principal mérito de la educación superior tradicional. Dudo que pueda lograrse si no es obligando o persuadiendo la atención activa sobre un trabajo prescrito. Por esta razón principalmente es por lo que yo no creo que métodos tales como el de la señora Montessori sean aplicables después de que ha pasado la edad infantil. La esencia de su método consiste en dar a elegir las ocupaciones, alguna de las cuales interesa a la mayoría de los niños, y siendo todas instructivas. La atención del niño es completamente espontánea, como en sus juegos; goza adquiriendo conocimientos por este medio y no adquiere otro conocimiento sino el que desea. Estoy convencido de que éste es el mejor método de educación para los niños pequeños: los resultados actuales hacen imposible pensar de otro modo. Pero es difícil ver cómo este método traeria una intervención voluntaria de la atención. Muchas cosas que se deben enseñar carecen de interés, y aun aquellas que son interesantes al principio se hacen frecuentemente fastidiosas antes de que se las considere en toda la extensión necesaria. El poder de prestar una atención prolongada es muy importante y difícil de ser adquirido plenamente si no es por un hábito inducido originariamente por una presión exterior. Algunos pocos muchachos, es verdad, tienen suficientes deseos intelectuales para querer sostenerse todo lo que es preciso por su propia iniciativa y libre voluntad; mas para todos los demás se requiere una inducción externa en orden a hacerles aprender alguna cosa a fondo. Entre los reformadores de la educación hay cierto temor a exigir grandes esfuerzos, y en una gran parte de la gente una falta de voluntad para la molestia. Ambas tendencias tienen su lado bueno, pero también tienen sus peligros. La disciplina mental que se arriesga puede ser preservada por el simple consejo, sin la compulsión externa, siempre que el interés y la ambición intelectuales de un niño estén suficientemente estimulados. Un buen maestro estará en condiciones para hacer esto con un muchacho que es capaz de mucha ejecución mental, y para muchos de los otros la educación presente, puramente libresca, no es probablemente la mejor. Por este camino, en tanto que se comprueba la importancia de la disciplina mental, puede ser alcanzada probablemente, siempre que sea asequible, por una apelación en el discípulo a la consciencia de sus propias necesidades. En tanto que los maestros no esperen lograr el éxito es fácil que vayan deslizándose en una estúpida pereza y recriminen a sus discípulos, cuando realmente la falta es de ellos.

La inhumanidad en la lucha económica será casi inevitablemente enseñado en las escuelas en tanto que la estructura económica de la sociedad no sea cambiada. Éste debe ser particularmente el caso de las escuelas de la clase media, que dependen para el número de sus discípulos de la buena opinión de los padres y se aseguran la buena opinión de los padres procurando el éxito de los discípulos. Ésta es una de tantas cosas en las que la organización competentiva del Estado es perjudicial El deseo espontáneo y desinteresado de conocimiento no es verdaderamente poco común en los jóvenes, y es fácil de provocar en muchos de aquellos en quienes permanece latente. Pero es reprimido de modo implacable por los maestros que solamente píensan en exámenes, diplomas y grados. No se da a los niños más listos tiempo para pensar, tiempo para la indulgencia del paladeo intelectual desde el primer día que van a la escuela hasta que dejan la Universidad. Desde el primero hasta el último momento, no hay más que unas largas faenas de simulacros de examen y de hechos de libros de texto. Los más inteligentes quedan al fin disgustados de la enseñanza, deseando solamente olvidar y escapar de ella a la vida de acción. Aun aquí, como antes, la máquina económica los mantiene prisioneros y todos sus deseos espontáneos son pulverizados e impedidos.

El sistema de los exámenes y el hecho de que la instrucción sea tratada como para ganar la subsistencia hace que los jóvenes consideren los conocimientos desde un punto de vista puramente utilitario, como el camino a la riqueza y no como la puerta de la sabiduría. Esto no importaría tanto si afectara solamente a los que no tienen ningún interés intelectual genuino. Pero desgraciadamente afecta más a aquellos cuyos intereses intelectuales son más fuertes, pues sobre ellos es sobre quienes la presión de los exámenes recae con más severidad. Mas a éstos -a todos en cierto grado- se les presenta la educación como un medio de adquirir la superioridad sobre los otros; está infectada de extremo a extremo con la inhumanidad y la glorificación de la desigualdad social. Toda libre y disinteresada consideración demuestra que, cualesquiera que sean las desigualdades que puedan permanecer en la Utopía, las actuales desigualdades son casi todo lo contrario de la justicia. Pero nuestro sistema educativo tiende a ocultar esto por entero, a no ser en sus lados débiles, puesto que los que suben están en camino de aprovecharse de las desigualdades, animados por completo para ello por los hombres que han dirigido su educación.

La aceptación pasiva de la sabiduría de los maestros es fácil para la mayoría de los niños y de las niñas. No implica ningún esfuerzo de pensamiento independiente y parece racional porque el maestro sabe más que sus discípulos; es. por otra parte, el camino para ganarse el favor del maestro, a menos que éste sea un hombre muy excepcional. También el hábito de la aceptación pasiva es un hábito desastroso en la primera vida. Es causa de que los hombres busquen un conductor y acepten como tal a cualquiera que esté establecido en aquella posición. Forma el Poder de las Iglesias, Gobiernos, conventículos de partido y de todas las demás organizaciones que engafían a los hombres sencillos para que soporten los viejos sistemas que son dafíosos para la nación y para ellos mismos. Es posible que no hubiera mucha independencia de pensamiento aunque la educación hiciera todo lo posible por promoverla; pero verdaderamente habría más de la que hay ahora. Si el objeto fuera hacer que los discípulos pensarari, más bien que hacer que acepten ciertas conclusiones, la educación se llevaría de modo completamente distinto: habría menos rapidez de instrucción y más discusión, más ocasiones en que los discípulos se encontraran animados a expresarse por sí mismos, más probabilidades de hacer que la educación concerniera a las materias por las que los discípulos sintieran algún interés.

Sobre todo, habría un esfuerzo en levantar y estimular el amor a la aventura mental. El mundo en que vivimos es vario y asombroso: algunas de las cosas que nos parecen más sencillas se hacen más difíciles cuanto más las consideramos; otras cosas que nos parecía creer totalmente imposibles de descubrir han sido, sin embargo, puestas en claro por el genio y la industria. El poder del pensamiento, las vastas regiones que puede dominar, las regiones, mucho más vastas, que puede solamente sugerir de un modo oscuro a la imaginación, dan a todos aquellos cuya mente ha viajado más allá del camino de todos los días una sorprendente riqueza de materiales, una puerta de escape a la triviafidad y del aburrimiento de la rutina familiar, que llenan de interés toda la vida, y son derribadas las paredes de la prisión de la vulgaridad. El mismo amor a la aventura que lleva a los hombres al Polo Sur; la misma pasión por un tribunal conclusivo de fuerza, que hace que los hombres den la bienvenida a la guerra, puede hallar en el pensamiento creativo una salida que no es destructora ni crucial sino que aumenta la dignidad del hombre por encarnar en la vida alguno de los brillantes esplendores que el espíritu humano extrae de lo desconocido. Dar este placer, en uu medida más o menos grande, a todos los que son capaces de él, es el supremo fin por el que ha de ser valorada la educación de la mente.

Se dirá que el placer de la aventura mental es raro, que hay pocos que puedan apreciarle y que la educación ordinaria no puede tener en cuenta un bien tan aristocrático. Yo no lo creo así. El placer de la aventura mental es mas común en los jóvenes que en las personas mayores. Entre los niños es muy común y crece naturalmente sobre el período de la formación de creencias y de la fantasía. La hombres temen al pensamiento como no temen ninguna otra cosa sobre la Tierra: más que la ruina, más aún que la muerte. El pensamiento es subversivo y revolucionar destructivo y terrible; el pensamiento es impiadoso para el privilegio, las instituciones establecidas y los hábitos confortables; el pensamiento es anárquico y sin ley, indiferente a la autoridad, y no se le da ningún cuidado de la decantada sabiduría de las edades. El pensamiento contempla el pozo del infierno y no tiene miedo. Ve al hombre, una débil mota, rodeado de insondables abismos de silencio; le mantiene soberbiamente, tan impasible como si fuera el señor del Universo. El pensamiento es grande, rápido y libre; la luz del mundo y la gloria principal del hombre Pero si el pensamiento ha de hacerse posesión de muchos, no el privilegio de unos pocos, tendremos que hacer frente al temor, El temor mantiene a los hombres atrasados: temor a que se pruebe que sus creencias queridas son errores; temor a que se pruebe que son dañosas las instituciones por que viven; temor a que se pruebe que ellos mismos no son dignos de respeto en el grado que habian supuesto serlo. «¿Pensará el hombre libremente acerca de la propiedad? Entonces, ¿qué será de nosotros los ricos? ¿Pensarán los jóvenes y las jóvenes libremente acerca del sexo? Entonces, ¿qué será de la moralidad? ¿Pensarán los soldados libremente acerca de la guerra? Entonces, ¿qué será de la disciplina militar? ¡Fuera con el pensamiento! ¡Atrás a las sombras del prejuicio, no sea que se ponga en peligro la propiedad, la moral y la guerra! Mejor es que los hombres sean estúpidos, perezosos y opresores, que no que sus pensamientos sean libres. Porque si sus pensamientos fueran libres no pensarían como nosotros pensamos. Y este desastre debe ser evitado a toda costa.» Así argumentan los adversarios del pensamiento en los abismos inconscientes de sus espíritus. Y así obran en sus Iglesias, en sus escuelas y en sus Universidades.

Ninguna institución inspirada por el temor puede vivir en el más allá. La esperanza, no el miedo, es el principio activo en las cuestiones humanas. Todo lo que ha hecho grande al hombre ha brotado del intento de asegurar lo que es bueno, no de la lucha por evitar lo que se piensa que es malo. Por estar raramente inspirada la educación moderna por una gran esperanza es por lo que raramente produce un gran resultado. El deseo de preservar el pasado, mas bien que la esperanza de crear el futuro, domina las mentes de los que intervienen en la enseñanza de los jóvenes La educación no debe aspirar, en una pasiva enseñanza de hechos muertos, mas que a una actividad dirigida hacia el mundo que han de crear nuestros esfuerzos. Debe estar inspirada no por un ansia regresiva por las extinguidas bellezas de Grecia y del Renacimiento, sino por una visión brillante de la sociedad que ha de ser, por los triunfos que el pensamiento ha de lograr en los tiempos por venir y por un horizonte cada vez más ancho de la perspectiva del Universo ante los ojos del hombre. Aquellos a quienes se enseñe en este espíritu estarán llenos de vida, esperanza y alegría, aptos para tomar su parte en la obra de traer a la Humanidad un porvenir menos sombrío que el pasado, con fe en la gloria que puede crear el esfuerzo humano.

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