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Un héroe japonés muy conocido es Momotaro (momo, melocotón; taro, hijo mayor), cuyo nombre es generalmente traducido al español como "meloconcito". Es conocido en las historias como un asesino de demonios, el auténtico "matagigantes".

La leyenda cuenta que cierto día un anciano leñador partió en busca de leña mientras su mujer lavaba la ropa en el río. Después de finalizar su tarea la mujer observó un gigantesco melocotón que bajaba por el río. Con ayuda de un palo largo lo llevó a casa donde, tras haberlo lavado, lo puso delante de su marido cuando regresó al hogar para cenar. No había comenzado el leñador a cortar el melocotón cuando un bebé surgió del hueso. La pareja, al no tener hijos, se pusieron muy contentos y lo tomaron como un regalo de los cielos, creyendo que les había sido enviado para consolarles y ayudarles cuando se hicieran demasiado viejos para trabajar.
Momotaro, "el hijo mayor del melocotón", como le llamaban, creció hasta convertirse en un jovencito muy fuerte y valiente que realizó hazañas de gran energía que hicieron que todos le admiraran.
Llegó un día en el que, para aflicción de sus padres adoptivos, les anunció que había decidido irse de casa para marchar a la isla de los Demonios decidido a llevarse una parte del tesoro que allí había. Esto parecía muy peligroso y la pareja de ancianos trató de disuadirle. Momotaro, sin embargo, se rió de su miedo y les dijo: "Preparadme unas tortas de mijo. Necesitaré comida para el camino."
Su madre adoptiva le preparó las tortas y le deseó todo lo mejor. Entonces Momotaro se despidió de los ancianos de una manera muy cariñosa y se puso en camino.
Aún no había recorrido un trayecto muy largo el joven héroe cuando se encontró con un perro que le ladró: "¡Guau! ¿Adónde vas, hijo del melocotón?"
Respondió el muchacho. "Voy a la isla de los Demonios en busca del tesoro."
"¡Guau! ¿Qué llevas?"
"Llevo tortas de mijo que me hizo mi madre. Nadie en Japón hace mejores tortas que ella."
"¡Guau! Dame una y te acompañaré a la isla de los Demonios."
El muchacho dio al pero una torta y éste le siguió pegado a sus talones.
No había ido Momotaro muy lejos cuando un mono que estaba en un árbol le chilló diciendo: "¡Kia!, ¡Kia! ¿Adónde vas, hijo del melocotón?"
Momotaro le respondió de la misma manera que había hecho con el perro. El mono le pidió una torta prometiéndole unirse a la expedición, y cuando la recibió se puso en marcha con el chico y el perro.
El siguiente animal que se dirigió al muchacho fue un faisán: "¡Ken! ¡Ken! ¿Adónde vas, hijo del melocotón?"
Momotaro se lo dijo y el ave, tras recibir la consabida torta, acompañó al chico, al perro, y al mono en la busca del tesoro.
Cuando llegaron a la isla de los Demonios, se dirigieron a la fortaleza en la que el rey de los Demonios residía. El faisán entró volando para ejercer de espía. Después el mono trepó por el muro y abrió la puerta de manera que Momotaro y el perro pudieran entrar sin ninguna dificultad. Los demonios, sin embargo, vieron a los intrusos e intentaron matarlos. Momotaro luchó intensamente, ayudado por los animales, y pudo matar o dispersar a los demonios. Pudieron, entonces, penetrar en el palacio real e hicieron prisionero a Akandoji, el rey de los demonios.
Este gran demonio estaba a dispuesto a blandir su terrible porra de hierro pero Momotaro, que era un experto en la lucha jiu-jitsu, atrapó al demonio y loe derribó. Con la ayuda del mono pudo atarle.
Momotaro amenazó con matar a Akandoji si éste no revelaba dónde estaba escondido el tesoro.
El rey ordenó a sus sirvientes rendir homenaje al hijo del Melocotón y que le trajeran el tesoro en el que venía incluido el gorro y el abrigo de la invisibilidad, joyas mágicas que controlaban el flujo y el reflujo del océano, gemas que brillaban en la oscuridad y proporcionaban protección contra todo mal a todos los que las llevaran puestas, caparazones de tortuga, amuletos hechos de jade y una gran cantidad de oro y de plata.
Momotaro tomó tanta cantidad del tesoro como pudo llevarse y regresó a casa siendo un hombre muy rico. Construyó una gran casa donde vivió con sus padres adoptivos y les proporcionó todo lo que desearon mientras vivieron.

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