La libertad de expresión no es un valor absoluto: claro está que hay límites a la libertad de expresión. Con la palabra puede cometerse delitos, y se puede engañar o inducir a llevar a cabo acciones de resultados desastrosos. Gritar: "¡Fuego!" en un cine lleno, por ejemplo, no es solo un acto que pueda acogerse a la libertad de expresión. La palabra en determinadas circunstancias es un acto, y un acto puede constituir un delito, ya se trata de incitar a la violencia, al asesinato o al genocidio. (...) Pero la blasfemia o la ofensa a los sentimientos religiosos, aun siendo rechazables, no constituye a mi parecer actos comparables y no deberían ser considerados delictivos e ningún caso. (104)
Lluís Bassets, La responsabilidad periodística, en Democracia y responsabilidad (Sami Naïr eds.), Galaxia Gutemberg/Círculo de Lectores, Barna 2008