Ante el problema de los límites a la libertad de expresión, el laicismo cuenta con dos posturas fundamentales: la de la tradición anglosajona y la de la tradición francesa. la postura anglosajona halla sus raíces en la tradición deudora de Locke y de John Stuart Mill (véase Sobre la libertad), resumida bajo el lema "la verdad se crea con la intrusión del error". Se trata de una posición capaz incluso de justificar el negacionismo ante los crímenes contra la humanidad.
La postura de tradición francesa, por su parte, se basa en la certeza de que es posible establecer la verdad de los hechos, y en proclamar el derecho de toda sociedad de prohibir los insultos racistas y perseguir y juzgar a los responsables de estos y otros crímenes contra la humanidad. (36-37)
Montesquieu lo comprendió con una inteligencia que deja en evidencia a los provocadores de hoy: "la libertad de uno -decía- termina donde comienza la de los demás". Sobre la base de este principio, algunos países de vieja tradición liberal y democrática han instaurado prohibiciones y reprimen los excesos de la libertad de expresión cuando éstos atacan a la etnia, la raza o la confesión. (40)
No tengo el derecho moral de insultar las creencias de otros (...). porque, si olvidamos el significante de la alegoría de Cristo y Mahoma, estoy despreciando las creencias de millones de personas, sobre todo si tengo en cuenta que mi propia concepción de la libertad descansa en unas bases filosóficas tan inciertas como sus creencias. Esta humildad, esta modestia en la relación con lo profano y lo sagrado, me lleva a acallar mi agresividad conceptual y relativizar mis convicciones morales. Sin ese factor no es posible la convivencia, no hay otra cosa que desprecio, odio y guerra. (41)
Sami Naïr, Libertad y sagrado: el caso de las viñetas, en Democracia y responsabilidad (Sami Naïr eds.), Galaxia Gutemberg/Círculo de Lectores, Barna 2008