En esta perspectiva es donde se inscriben las prácticas del cuidado, cuya creciente atención surge históricamente como reacción contra el trasfondo neoliberal de los ochenta, caracterizado por el triunfo de la figura del emprendedor y la absoluta desregulación de los mercados. Se trata, como es sabido, de un periodo de glorificación de la ley del más fuerte y del más adaptado. (...)
Las prácticas del cuidado serán cada vez más relevantes, dada la vulnerabilidad potencial generalizada en todos nosotros y los formidables retos que plantean la demografía y la extensión de la desigualdad. Sin embargo, la respuesta institucional más común frente a su papel crucial en las dinámicas profundas de la reproducción social ha sido el menosprecio, la falta de remuneración y de organización social de estas actividades. Lo que viene podría ser aún peor: tradicionalmente confinadas al ámbito invisible de lo familiar, de su feminización y de su justificación en términos de afectividad o benevolencia, ahora serán además sometidas a un darwinismo social, al sálvese quien pueda y/o tenga medios para pagar el cuidado que precisan sus seres cercanos o él mismo.
Alicia García Ruiz, Impedir que el mundo se deshaga, Los libros de la catarata, Madrid 2016