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(George Orwell, Recuerdos de la guerra de España, 1943).
—¿Cuántos dedos estoy mostrando, Winston?—Cuatro.—¿Y si el partido dice que no son cuatro, sino cinco, entonces cuántos hay?—Cuatro.
La palabra terminó con un jadeo de dolor. (…)
—Aprendes muy despacio, Winston —dijo O’Brien con suavidad.—¿Cómo puedo evitarlo? —sollozó. —¿Cómo puedo evitar ver lo que está frente a mis ojos? Dos y dos son cuatro.—A veces, Winston. A veces son cinco. A veces son tres. A veces son todo eso a la vez. Debes esforzarte más. No es fácil alcanzar la cordura.
(George Orwell, 1984, 1949).
La guerra de España y otros eventos de 1936-37 inclinaron la balanza y supe dónde me encontraba. Cada renglón de cada obra seria que he escrito desde 1936 ha sido escrito, directa o indirectamente, contra el totalitarismo y en favor del socialismo democrático. (Por qué escribo, 1946).
Escribir un libro es una horrible, agotadora lucha, como un largo combate contra alguna dolorosa enfermedad. Uno nunca se metería en semejante cosa si no fuese impulsado por algún demonio al que no puede resistir o comprender. Solo sabe que ese demonio es el mismo instinto que hace a un bebé llorar para recibir atención. Y aun así, es también cierto que uno no puede escribir nada legible a menos que pelee constantemente por borrar en ello todo rastro de su propia personalidad. (Por qué escribo, 1946)
Cualquiera que sienta el valor de la literatura, cualquiera que vea el papel central que desempeña en el desarrollo de la historia humana, debe también ver que es necesario, cuestión de vida o muerte, resistir al totalitarismo, ya venga impuesto desde fuera o desde dentro. (Intervención radiofónica de Orwell en la BBC, 19 de junio de 1941).
Se nos dijo una vez que el avión había «abolido las fronteras»; en realidad, desde que el avión se convirtió en un arma seria, las fronteras se han vuelto definitivamente infranqueables. De la radio se esperaba que promoviese la comprensión y cooperación internacional; ha resultado ser un medio para aislar unas naciones de otras. La bomba atómica puede completar el proceso al robarle a las clases explotadas y los pueblos todo su poder de revuelta, y al mismo tiempo poniendo a las potencias poseedoras de la bomba en una situación de igualdad militar. Incapaz de conquistarse unas a otras, estas potencias, posiblemente, continuarán gobernando el mundo entre ellas, y es difícil ver cómo ese balance puede ser trastocado excepto por lentos e impredecibles cambios demográficos. («You and the Atomic Bomb», Tribune, 19 de octubre de 1945)
Pero siempre —no olvides esto, Winston—, siempre estará la borrachera de poder, siempre creciendo, siempre haciéndose más sutil. Siempre, en cada momento, estará la emoción de la victoria, la sensación de pisotear a un enemigo que está indefenso. Si quieres una visión del futuro, imagina una bota aplastando un rostro humano… para siempre. (George Orwell, 1984, 1949)
E.J. Rodríguez, George Orwell: dos y dos son cinco, jot down 22/03/2017
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